Tierra Adentro

La vida y obra de Alessa Flores, en voz de ella misma1

 

Mediante una mezcla de crónica y ensayo, Carmen Amat retrata el pensamiento y la lucha de una activista que quiso cambiar los estereotipos en torno al trabajo sexual y a la condición transexual. Su historia refleja con crudeza la realidad de una batalla que está lejos de ganarse.

Estamos en un mundo nuevo. Este
mundo no es ni de feas ni de bonitas,
es de listas y de pendejas. Es de la
que más perra se pone a pensar,
de la que salta, de la que lucha por su
causa. Mi causa es ésta: demostrarle
a todos ustedes, amigos, que tal y cual
como eres, la gente te tiene que amar.
Alessa Flores
 

YO NO QUIERO SER UN MACHO: 2015 Y ANTES

Espero no tener que estar en este cartel nunca —dice, mirando directamente a la lente, mientras con la mano derecha señala una de las cartulinas que descansan sobre el altar de flores añejas. Llevan los nombres de mujeres fallecidas. Les ha montado una ofrenda, una muestra de aprecio. Es día de muertos y ella cumple con el rito para las trabajadoras sexuales de Tlalpan desaparecidas, a las que todos ignoran.

Parece alegre de colaborar con la cámara, como en todos los videos que filmó, pero a ratos se perturba por lo que expresa de forma espontánea, como sin darse cuenta.

—Espero no tener que estar en este cartel nunca. Bueno, que es imposible porque no soy inmortal. Pero espero no terminar aquí y terminar en otro lado. —Con la mano derecha recoge un mechón de la extensión de cabello azul que resbala por su frente y cubre su escote. Está incómoda.

Imagínense cuántos nombres son. Aproximadamente veinticuatro, veintiséis nombres sólo aquí, en el área entre San Antonio Abad y Chabacano. Cada metro hace sus altares. Ahora imagínense cuántas chicas juntaríamos con un magno altar cada año. Duele saber que muchas de estas chicas ni siquiera pudieron regresar a sus casas. Vinieron de otros lados de la República a trabajar aquí y aquí acabó su vida, aquí acabó todo.

En una medianoche de octubre y a media Calzada de Tlalpan, la mujer hablando a la cámara viste minifalda, tacones altos y una camiseta ligera con una leyenda de los Arctic Monkeys. Es la trabajadora sexual transexual y activista social, Alessa Méndez Flores, que poco antes de filmar el video de la ofrenda, fue invitada a dar una charla en la UNAM.

En la grabación casera que alguien hizo del foro universitario, se puede ver cómo sonríe de orgullo. No puede evitarlo: las académicas de currículum extenso que la acompañan en la mesa se quedan calladas cuando ella agarra el micrófono. Todas se muestran interesadas en lo que tiene que decir a los universitarios una transexual sin estudios sobre su experiencia de vida como trabajadora sexual y como activista.

En el video de la ofrenda del día de muertos, en cambio, su sonrisa es más bien controlada. Alessa quiere ser amable con su público, pero también quiere ser precisa. Quiere que entiendan.

Nació el 20 de mayo de 1988, en Frontera, Tabasco, con las características biológicas de un varón. Sus padres la nombraron Alan Jesús Méndez Flores, y esa decisión ajena se materializó en un cerco físico —aun si éste no era visible para los demás. La identidad se impone. El individuo debe portarla al cuello, sobre el rostro, en el cuerpo, y aún en el timbre de voz. La mayor parte de su existencia se limitó a llenar el espacio que dispusieron para otra persona: Alan Jesús. Faltaba, por supuesto, espacio para ella, Alessa. Un error ajeno al respecto de quién debe ser uno, y, más importante aún, quién no, y el marco queda bien delimitado. De aquí a acá, tus posibilidades; el campo de acción de lo que puedes decir, hacer o pensar perfectamente restringido. Que nadie se confunda.

Algo parecido a vivir en una casa con el cerrojo puesto y que sea alguien más quien tenga las llaves.

Sólo que no es una casa. No se puede suprimir ni suplantar por un espacio más cómodo. No es posible quebrar un vidrio y escapar del cuerpo propio. Nadie esquiva la expectativa ajena. A Alessa la encerraron, y por dieciocho años su cuerpo le perteneció a los otros, porque, aun cuando su propiedad era atribuida a la persona de Alan Jesús, Alessa no se reconocía; no era, en definitiva, su cuerpo.

No quería ser un hombre. Me molestaba ser un hombre, verme en el espejo. Me sentía mal conmigo misma. A veces entre la adolescencia y la juventud no podemos hacer la transición. Y nos seguimos viendo en el espejo pero sabemos que no somos nosotros. Sabemos que nosotros somos otras personas.

Witold Gombrowicz, el escritor polaco que al decidirse a radicar en Argentina minó sus posibilidades de ser reconocido en su propio idioma, publicó una especie de novela de iniciación, bastante disparatada, medio siglo antes del nacimiento de Alessa, acerca de este mismo problema.

Quizá ella habría disfrutado el argumento de Ferdydurke: a un hombre de treinta años lo devuelven a la educación básica; todos a su alrededor concuerdan en que el sitio indicado para Pepillo es el del pupitre, y aunque Pepillo sabe muy bien que él es un hombre maduro y no un niño, no encuentra cómo salir del enredo en el que lo meten las expectativas ajenas sobre su vida privada.

Mucho más que una novela rebelde, Ferdydurke es una parodia reveladora de los usos y costumbres de la convivencia humana llevados a sus últimas consecuencias, donde se muestra a ratos el revés ingenuo, ridículo, y en cierta medida patético, de nuestras creencias sobre la identidad.

Pienso que leer esa novela habría hecho reír en voz alta a Alessa, porque no hay mejor ejemplo de un mundo idiota en el que los sujetos (aun si no son transexuales) comparten sus condiciones de vida: los personajes ahí también sucumben bajo el peso de la mirada del otro. Pero a diferencia de lo que sucedió con ella, aquellos sí bajan la cabeza. Obedecen. Firman el contrato sólo por no ser la decepción de las expectativas de los demás. A medida que confirman ser lo que se espera de ellos, no obstante, son cada vez más débiles y patéticos: se vuelven decepciones de sí mismos.

El caso de Alessa y el de Gombrowicz son idénticos, aunque no sean iguales: son esfuerzos por subrayar el hecho de que ni la identidad personal nos pertenece.
La modernidad prometió a los sujetos la libertad de sí mismos. Pero ¿qué saben las promesas del arrastre cotidiano? La costumbre obliga a que la identidad sea decisión de quienes rodean y tienen poder en la jerarquía y álgebra de la vida. Ninguno decide ni aún lo más básico: recibimos el nombre propio antes de ser capaces siquiera de pronunciarlo.

Son excepciones de la regla los casos en que, como Alessa o Gombrowicz, el sujeto rebosa los límites, hace explotar sus confines, empuja sus fronteras personales unos milímetros; halla sus nudos identitarios, los deshace, y los vuelve a amarrara voluntad propia. Si nadie puede en realidad deshacerse de ella, estos sujetos al menos deciden cómo se anuda la soga que llevan atada al cuello. Y saben cómo destensarla en caso de asfixia existencial.

Para respirar mejor, Alessa eligió el silencio, la quietud de las partículas, la soledad de las galaxias. La senda amurallada y con frecuencia corta del que camina haciendo caso omiso a las expectativas ajenas:

Yo soy de Tabasco. Cuando mi familia se enteró que yo era una chica transexual, optó por llevarme a un lugar en donde la heteronormatividad es lo que rige: el norte del país. Los norteños son como: «pues aquí te vas a hacer hombre porque naciste hombre y a pesar de que tú te sientas la más mujer del mundo, tú eres hombre».

—Ya no quería ser un macho —dice Alessa a los universitarios. Mira al vacío. Se negó las comodidades que habrían llegado solas, de haberse conformado con el papel que le asignaban— Sí, tienes casa, tienes coche, tienes todo, pero si eres un hombre. Si eres mujer, ni te aparezcas por aquí.

OK, NO SIRVES

—Siempre hizo lo que quiso —declararía una tía suya con algo de zozobra a un reportero que la cuestionaba sobre la vida anterior de su sobrina. El aislamiento involuntario de Alessa durante su envío al norte del país no habría de impedirle vivir su nueva identidad bajo sus propias reglas.

Porque esos primeros años vivió aislada. Tuvo un episodio de consumo de drogas que terminó en una sobredosis de la que por milagro se salvó. Además de no desarrollar amistades fácilmente, y de cortar con los nexos familiares, Alessa no encontró un empleo en el que pudiera desenvolverse. Vivía de prejuicio en prejuicio. No tuvo opciones:

Fue difícil pertenecer o durar, o pedir un mejor puesto. Dejé de trabajar y conocí a ciertas chicas que se dedicaban a esto y ellas me fueron incluyendo en este mundo. Porque desafortunadamente la ideología de la gente es cerrada y no te da la oportunidad de demostrar tus capacidades; aunque nosotros sepamos que tenemos muchas capacidades, no te da la oportunidad. Creo que no sólo pasa con las chicas transexuales, creo que le sucede a toda la diversidad.

Pero faltaba más, porque aun si estaba segura entre otras transexuales, Alessa intuía que se reproducían las mismas dinámicas de su infancia y joven adultez:

Si eres transexual ya te discriminan. Pero, si eres transexual y trabajadora sexual, te discriminan más. Es como: «ok, no sirves». Hasta entre las propias chicas trans: «si yo tengo mejor empleo que tú, lo siento, tú eres prostituta y no entras en mi élite».

 

SÍ, YO VENDO MI CUERPO; PERO MI INTELIGENCIA NO; ÉSA TE LA REGALO

Quizá fue la réplica de marginación entre los integrantes de la comunidad LGBTTTI+, o la falta de espacio de su infancia y joven adultez lo que hizo intuir a Alessa la importancia de ganarse un sitio, y ampliarlo bajo la premisa de que debe ser habitado en conjunto. Asumió que las condiciones de la vida precaria debían de ser cambiadas por mano propia. Y pensaba que los recursos para hacerlo son tan vastos como la voluntad del dueño.

Una vez hecha trabajadora sexual y ya bien instalada en el centro del país, Alessa formó redes de apoyo. A su llegada a la Ciudad de México comenzó a vincularse con organizaciones y colectivos que trabajaban en contra de la discriminación y a favor de los derechos humanos. Y cuando cayó en cuenta de la marginalidad en que viven los sujetos transexuales que además se dedican al sexoservicio, decidió volverse activista.

Lo primero que hizo fue un canal de YouTube, al que tituló «Memorias de una puta». Con la audiencia que generó, Alessa obtuvo cada vez más contactos y espacios, pero sobre todo, generó vínculos. Después vino el ofrecimiento de participar en un programa de radio, del que estaba orgullosa: «Heteroflexibles».2 Y también se sumó a otras luchas, aunque no perdió de vista sus objetivos. Lo que quería era formar lazos.

Comenzó siendo crítica con lo que observaba. En sus primeros videos quiere desmentir mitos sobre el mundo transexual y sobre la prostitución, a base de experiencias propias y de lecturas ocasionales, aunque atentas. También quiere destruir cierto campo semántico que rodea y circunda aquello que significa «ser mujer». Lo que es notorio es que ésta es una etapa en la que estudia los discursos de otros y que no tiene reparo en contestar. No tolera quedarse callada frente a prejuicios; ni siquiera frente a los de su pareja. Incluso si significa perder público, Alessa no duda en responder:

Ser una trabajadora sexual no es fácil. El hecho de que yo haga videos de esta índole no quiere decir que sea un tutorial como, hola, estoy haciendo el tutorial de hoy para que tú puteés y vendas las nalgas, y puedas tener dinero, amiga. Y también estoy haciendo un tutorial para que yo sea una madrota y las venda. Obvio no. Yo no quiero que nadie más se venda. Y no es envidia ni egoísmo ni nada. Simple y sencillamente, chicas, hay muchas opciones. El trabajo sexual no es malo, pero tampoco debe ser lo único.

Quiso cambiar los clichés que intuía en torno al trabajo sexual y frente a la condición transexual. Hay videos de Alessa confrontando a recepcionistas de hoteles, argumentando discriminación cuando le impiden el ingreso. Hay grabaciones de Alessa conversando con estudiantes de la Universidad Iberoamericana sobre mitos acerca de lo transexual y los derechos humanos, o increpando directamente a los entrevistadores sobre su papel como activistas heterosexuales en la lucha del colectivo LGBTTTI+.

Éstos últimos son especialmente interesantes: son la metacrítica del sujeto que contesta incluso a quienes se afanan en ayudarlo; la voz que se hace escuchar porque sabe que el precio de la defensa ajena de una causa propia es el de ser usurpada del espacio político y la toma de decisiones. En una palabra, un rechazo honesto y amable a ser infantilizado por la protección de otro: «O sea, está padre y se los agradecemos a todos, pero creo que nosotras somos las que debemos tomar cartas en el asunto».

Y también hay videos de Alessa alegre y segura, contestando burlas personales que hicieron usuarios de las redes: «Sí, está bien, yo sé que ustedes dicen, ay, no, esta puta qué puede andar diciendo… Sí, es verdad, yo vendo mi cuerpo. Pero mi inteligencia no; ésa te la regalo. Aprende algo: humildad».

Quizá los de mayor fuerza sean los videos de Alessa criticando el estándar imposible de perfección femenina que observa en otras transexuales. Quiere dignidad. En vez de hacer tutoriales sobre cómo colocarse pestañas o extensiones, cómo inyectarse aceite para moldear la cadera, Alessa hace videoblogs para no sucumbir al deseo de ser la mujer más bella, a costa de correr riesgos de salud innecesarios. En ellos imposta la voz y luego ríe para quitarse las extensiones y las pestañas frente a la cámara:

¿Qué pasaría si enseñáramos a la gente que no es la estética lo que hace a una mujer? O sea, una mujer no es más mujer porque es más bonita o menos mujer porque no lo es tanto. Una mujer se mide por la capacidad que tiene en su mente y por lo que es dentro. Constrúyanse desde su psique, porque eso es lo que va a ser que sean mujeres empoderadas, perronas, y no cualquier persona las va a venir a hacer menos. (Imposta la voz) Ciao, bye, chicas (manda beso a la cámara y ríe).

Lo que impresiona más, en definitiva, del personaje que construyó de sí misma, es la fuerza que ganan sus argumentos con el buen humor con que hace frente a lo que le enoja o perjudica. Buscaba la manera de restar a la realidad el peso inútil de lo negativo:

Amigos, no griten «¡Viva México!» porque realmente México no está tan vivo: está de la chingada. Y, pues, ya saben: si llego a desaparecer forzadamente… pues estamos en México, las desapariciones forzadas suceden.

SEÑORA POLITÓLOGA, ME DISCULPA USTED Y TODOS SUS TÍTULOS, PERO SOY UNA MUJER

El mejor ejemplo de esta crítica de buen humor desarrollada intuitivamente es la grabación en la que Alessa increpa a su novio para en realidad responderle a otra transexual.

La pareja acaba de regresar a casa. Antes, asistieron a un evento organizado por el gobierno de la Ciudad de México; un programa para celebrar la transexualidad. Pero a Alessa y a su novio al inicio no los habían dejado pasar al recinto donde se llevaba cabo, y uno de los guardias, incluso, en vez de referirse a ella como «señorita», la llamó «amigo», argumentando que «no tiene por qué saber qué cosa es ella». Alessa no contesta en ese momento, pero cuando llega a casa graba con el celular un video y lo sube a sus redes esa misma noche.

Pese al mal trato que le dieron, su verdadera irritación no es de carácter íntimo, sino político. Tiene que ver con lo dicho por los invitados; en concreto, sobre las diferencias entre ser una mujer transexual y ser una mujer cisgénero.

Desnuda sobre la cama y con su novio recostado al lado, Alessa le pregunta a quemarropa si la considera o no mujer, aun si no tiene glándulas mamarias o matriz, y tiene en cambio un pene. El novio no se sorprende con la espontaneidad de la chica y responde que sí, que él la considera una mujer completa, y Alessa entonces aprovecha para increpar a otra transexual, invitada oficialmente al evento por el gobierno capitalino:

Eres un orgullo mexicano, lo sé, pero ¿tenías que quedarte callada, comadre? ¿Neta? ¿No tenías que alzar la voz? Yo creo que nosotras nos construimos también, así como las mujeres [cisgénero] se van construyendo, como dice esa señora. Nos construimos. Nos construimos ante una sociedad que no es recíproca, que discrimina, que hace misoginia y transfobia. Decían que la misoginia y la transfobia no son lo mismo. Para mí son exactamente lo mismo. Porque cuando hablamos de crímenes de odio y de muertes trans, estamos hablando de mujeres que mueren. De. Mujeres. Que. Mueren. Y para las personas que no lo saben es difícil darse cuenta, y al contrario de aclararla, la confundimos más. Merecíamos que nos defendieras de esa señora. Aunque fuera tu invitada. Debemos de defender nuestros ideales, nuestro género. También hay chicas que son mujeres, y se identifican y aman su cuerpo, siendo mujeres con pene. Mujeres sin implantes. Sin un culazo, con cabello corto. Mujeres en su totalidad aunque no tengan matriz. No necesitas una matriz ni procrear. Porque lo que nos hace mujeres es lo que tenemos aquí [señala la sien]; todo lo que la gente quería estudiar y por lo que quería mandarnos con psiquiatras. Creo que no nos están mandando con psiquiatras pero nos están menospreciando. Hay mujeres con pene y hay hombres con vulva y eso está bien.

 

RECUERDEN QUE AQUÍ HASTA LA MÁS CHIMUELA MASCA BIEN

Una paradoja en la que pensar: entre la vida peligrosa y breve que suponen por igual el sexoservicio transexual y el activismo social en México, y la vida material cómoda de la estoica aceptación de lo impuesto, Alessa elige la primera opción. Es paradójico si se observa su vida entera, porque ella sabía bien que elegir la segunda opción no hubiera sido sólo fácil sino, además, una forma de preservar su vida. Y sabía también que la suya era la decisión de mayor peligro: «Ya seas trabajadora sexual o no lo seas, las transexuales no llegamos ni a los treinta. Nuestra posibilidad es ésa, simplemente, porque nos jodemos la vida desde bien chiquitas».

Tenía planes para su vida a futuro que no involucraban morir joven, pese a todos los indicadores en su contra. Quiso hacer activismo y no sólo para los sujetos transexuales. Le interesaba contribuir a cambiar la situación de aquél que viviese en condiciones insoportables. En otro de sus videos habla del bienestar animal, las personas en situación de calle y los huérfanos. Además de luchar por la dignidad de un empleo sexual bien remunerado y seguro, Alessa quería realizar estudios universitarios, como refiere en la conferencia de la UNAM. Y también manifestó deseos de convertirse en ama de casa y en madre.

 

QUE SE REEDUQUE LA GENTE QUE YA ESTÁ EDUCADA

En la habitación #135 del hotel Caleta, ubicado en la colonia Obrera, cerca de la calzada de Tlalpan, en el área exacta que va de la estación de metro San Antonio Abad a la estación Chabacano, cerca de donde habría colocado otro altar este año, Alessa Méndez Flores fue asesinada. Tenía 28 años cumplidos. Ingresó al hotel en la madrugada, acompañada de un hombre, pero ella nunca salió. Su cuerpo fue encontrado cerca del mediodía del jueves 13 de octubre de 2016, semidesnudo, envuelto en una sábana blanca. Presentaba marcas de estrangulamiento.

Y espero que estén al pendiente de esto porque yo un día voy a ser otra cosa y ya no voy a ser puta. O quizá sea puta y sea otra cosa, e intercale las dos cosas. Y pues… nada más, era el consejo que les quería dar: no se dejen de nadie, y traten de hacer las cosas que quieren hacer. Y ni modo ¿no?

1 N. de la A. Todas las citas de este documento son testimonios de Alessa Flores, disponibles en YouTube. También el título de sus apartados. Algunos extractos sufrieron modificaciones con el fin de armonizar con el tono de este escrito. Debido a la extensión original del ensayo, la versión que aparece aquí es una reducción respetuosa del mismo.

2 El título hace referencia a una orientación sexual liminal, que Alessa equiparaba, por ejemplo, con la orientación del hombre heterosexual, capaz de enamorarse de una mujer transgénero (que conserva el aparato reproductor masculino). Ese hombre es heteroflexible, de acuerdo con la experiencia y opinión de Alessa.


Autores
(Valladolid, Yucatán, 1990) estudió Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Fue becaria de investigación y de ensayo literario de la FLM. Actualmente es becaria del FONCA en el área de Ensayo Creativo.
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Fotografía cortesía de la autora
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