Un bebedero para colibríes Los procesos, de Erik Alonso
Titulo: Los procesos
Autor: Erik Alonso
Editorial: Fondo Editorial Tierra Adentro
Lugar y Año: México, 2014
A primera vista, la obra de Erik Alonso podría describirse como autobiográfica, aunque esta descripción no sería completamente atinada. Si tuviera que describirla, diría que es una obra de paso, como los rituales. Es cierto: los ensayos que integran Los procesos están escritos en un registro íntimo, casi privado, pero no se detienen ahí. El tono personal se convierte en una vía para explicar(se) el mundo exterior, un intento por identificar el hilo conductor que hermana a la experiencia humana desde lo propio hasta lo ajeno, desde el pasado hasta el presente.
Cada uno de los ensayos pone en diálogo un episodio que puede presumirse personal con una anécdota filosófica, artística o popular, en donde el resultado es siempre aforístico: una conclusión que apela a lo universal. Un bebedero para colibríes en la casa familiar trae a la memoria del autor una instalación artística que comprende un bebedero similar que pende de una grúa a treinta metros de altura afuera de un museo. Lo que sigue es una reflexión sobre la ligereza —sobre el alivio que provoca encontrarse con la posibilidad de ver lo cotidiano a la luz de un nuevo contexto—. Esta secuencia deductiva se repite una y otra vez de un ensayo a otro.
En “Una casa”, la primera de tres partes que componen el libro, se construyen casas, ciudades, instalaciones; se construye, también, nuestra memoria en torno a ellas. Habitamos las construcciones como a la memoria. Estos ensayos transcurren entre referencias a recuerdos infantiles y versiones adultas de esos mismos recuerdos. Asistimos a una reflexión profunda sobre la forma en que se construye la vida misma, de una casa a otra, de un recuerdo a otro. A veces con ligereza (“como si la vida se resolviera sola”), a veces con seriedad y a veces con insomnio. El proceso de construcción es un proceso de crecimiento; la casa se convierte en un horizonte que retrocede, un punto de llegada que nunca termina de estar construido del todo.
“Imágenes en la pantalla” es la segunda y más breve de las tres partes. Los ensayos son, por lo general, cortos e incluso los que parecen largos se leen fragmentados. Podríamos imaginarnos a un televidente desesperado cambiando de canal cada pocos minutos: Los Simpson, una escena de The Office, un capítulo de Los Sopranos, Woody Allen por acá, Asghar Farhadi por allá, al fondo, El ladrón de orquídeas y, a propósito, ¿cómo hacer para vivir con la misma pasión que tenía el personaje de Meryl Streep por esas flores? Así, de pronto, nos sorprende el final de cada ensayo: a pesar de la saturación, todas las imágenes terminan por decirnos algo.
La tercera y última parte, “Espacio interior”, es quizá la más anclada en los recuerdos. Propios y ajenos. El espacio interior —me atrevo a decir— es la memoria. Los ensayos que componen este apartado exploran formas posibles de capturar los recuerdos —como propone Benjamin— tal como relumbran “en un momento de peligro”: en la historia, en un acervo literario, en los objetos de un amor pasado, en una carta, en un balneario, en una anécdota.
En Los procesos, lo íntimo del texto se diluye en la posibilidad que encuentra el lector de identificarse con las conclusiones propuestas. La obra detona en él un proceso inverso al planteado en sus ensayos: a partir del encuentro con lo que la experiencia humana tiene de común, se vuelve inevitable dotarla de un sentido propio desde el cual relacionarse con ella.
Con esta obra, Erik Alonso obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2014. El reconocimiento es atinado. La lectura del libro bien podría asemejarse a la lectura de un blog personal. Algunos ensayos se antojan escritos de un plumazo en un arrebato reflexivo, juvenil y fresco, con la agilidad que sólo los blogs permiten. Al mismo tiempo, la saturación de referencias —algunas eruditas, otras completamente cotidianas— nos habla de un autor en una búsqueda urgente de sentido, dispuesto a interrogar, desde Wittgenstein hasta Seinfeld, por una explicación capaz de satisfacer su fuero interno. Después de todo, ¿qué es la juventud sino el deseo incontenible de comprender nuestro estar en el mundo?