Tierra Adentro
Evodio Escalante. Fotografía: Eugenia Montalván

Durango, Dgo. 17 de octubre de 2013. Crápula, de Evodio Escalante, se presentó ayer en La Casa del Poeta, en la ciudad de México, pero hay que aclarar que el libro (editado por La Otra) antes circuló en Durango, la tierra de este autor al que tantas ganas tenía de conocer, sin imaginarme que de un momento a otro estaríamos en una mesa del Sanborn’s localizado en una esquina mítica de la ciudad, Juárez y 20 de Noviembre, donde se dice que alguien encontró un tesoro al restaurar este viejo edificio que fue el Café Posada Durán, barecito donde se aparecía uno que otro fantasma, incluyendo el mesero que emergía de las sombras para atender al grupo de viejillos que se juntaban a tomar café, aparte de la típica mesa de bohemios-intelectuales-gays y la llegada ocasional del grupo de jóvenes del Club Rotarios, que algunas veces sesionaban aquí.

Para Evodio aquella época representa ciertas dificultades; por eso se fue a México, y de esto nos habla aquí una mañana tranquila, añísimos después de su partida:

-No es que me haya peleado con Durango, pero he procurado casi no venir durante mucho tiempo ya que de pronto me siento como un extranjero: no encuentro a los amigos de antaño y otras personas ya han muerto, pero gracias al paso del tiempo estoy con ánimo conciliatorio, y me he sentido muy bien; además, la ciudad está mucho más bonita, y venir a leer tres o cuatro poemas es muy agradable; sentí que fueron escuchados, que tuvieron cierto impacto, para bien o para mal, porque tampoco soy un cultivador de la belleza per se. Admiro a los grandes poetas del esteticismo, a los poetas simbolistas, ¡Rilke, qué maravilla de poesía!, pero yo trato de escribir una poesía más terrena y más obscena, en cierto sentido, sin renunciar a los momentos de ligereza, al aspecto sublime de la poesía.

Así me gusta, bien francote, como dirían aquí. Evodio cuenta que en su adolescencia leyó a Antonio Plaza, uno de los poetas mexicanos más populares que, como tantos, se inspiró alguna vez en una ramera; él se plantó también frente a esa figura que “no tiene cara ni nombre”, y escribió “A una puta”.

Puta gloriosa, así te llaman todos Porque levantas vergas percudidas Y bastan cuatro o cinco sacudidas Para que hagas felices a los beodos.

Es el primer cuarteto, nada más; lo dejamos aquí para hablar de “Trepadora”. El poeta dice:

-No sé cómo lo capte el lector, pero para mí es un poema escrito en un momento de deslumbramiento amoroso: una mujer se te trepa a la cabeza; incluso hay una melodía norteamericana que habla de eso. Es una enredadera que me tapa los ojos, pero en lugar de quedar ciego, veo mucho mejor; es la moraleja del texto, y aunque no pretende ser un haikú tiene algo del espíritu del haikú: tres líneas y una imagen: La enredadera de mil hojas/ Me ha cubierto los ojos/ Ahora veo con mil ojos.

Bromeamos acerca de que la puta y la enamorada acaso pueden ser la misma mujer y él se ríe, entre un trago de café y otro.
La idea del fulgor del amor, viéndolo así, y otros poemas hacen pensar que se trata de un libro confesional, ¿es así?

-Sí, es confesional, pero a mi hija, que ya tiene veintitantos años y es una profesional, cuando le dediqué el libro, puse: “Querida hija Ana Laura, no vayas a pensar que todo es estrictamente autobiográfico: es un yo imaginario”. No soy exactamente yo quien habla del impulso sexual ni del registro de la decadencia física, lo que se llama decrepitud; no me siento decrépito pero el tema es inevitable, por eso escribo: “Me tiemblan las rodillas cuando camino, quiero ver y ya veo borroso, lo único que me mantiene vivo eres tú, tesoro de 20 años”. Estoy imaginando algo que vendrá o que puede venir (risas).

El lector también entenderá que no es un poemario autobiográfico, pero sí quedan manifiestos estados de ánimo muy vívidos, como en “Noche de taquicardia”, que hace pensar en…

–Angustia, o la idea de suicidio, y yo nunca he pensado que me voy a suicidar, pero de todos modos sabe uno que esa es una posibilidad, y si te hartas de vivir, pues ya: ahí muere.

Es válido, ¿verdad?

-Yo creo que sí.

En su poema “Ciudad de México” dice: Aquí quiero la muerte. ¿Cuándo lo escribió? Díganoslo para desgranar su sentir hacia la ciudad que lo acogió hace 40 años.

-Este poema es muy reciente, es de los últimos que escribí al cerrar este volumen, y surgió teniendo en mente un famoso poema de José Emilio Pacheco, que en este momento no recuerdo cómo se llama; creo que “Mi país”, dice algo así como: no amo a mi país, pero daría la vida por dos o tres ríos… Lo recordaba más largo de lo que en realidad es, y por asociación me pregunté por qué no escribir sobre mi sensación de la Ciudad de México, hacer una especie de estampa, y es un poco fuerte porque digo que es una ciudad asquerosa, pretenciosa, de falsos monumentos, producto de un choque cultural muy terrible entre los españoles y los indígenas, pero a pesar de todo aquí me quiero morir.

Hasta 1973 había vivido en Durango, su tierra, natal, ¿cierto?

-Sí, y aquí había terminado la carrera de abogado, por cierto, pero mis medios de subsistencia eran muy escasos, ya me había casado y tenía un par de hijos, y sentía, a lo mejor por paranoias personales, que las puertas que había tocado no se me habían abierto, así que tenía que buscar otro panorama. Y siento que fue una decisión afortunada ir al D.F. a buscar trabajo, pues en efecto, logré acomodarme y hacer una carrera de tipo profesional porque me dediqué a enseñar literatura mexicana del siglo XX a los alumnos de la Universidad Metropolitana, así que adquirí el estatus de profesor con un nombramiento de tiempo completo, cosa que aquí no tenía, yo aquí daba clasecitas sueltas en la prepa diurna y en la prepa nocturna, ni siquiera un medio tiempo, y eso no me daba para sobrevivir.

¿Y no le pesa, de alguna manera, lanzar un libro de poemas siendo crítico literario?

-Siento que hay un problema porque la profesión de crítico es muy ingrata; te ganas enemigos constantemente en la medida de que haces juicios que no son del todo favorables, pues el autor siempre espera que digas que es un genio; no he abandonado la profesión de crítico, aunque la ejerzo a veces esporádicamente, y claro, eso crea un nivel de expectativas difícil. Recuerda el viejo refrán bíblico: “Con la vara que midas, serás medido”, y bueno, si me he puesto muy exigente y he acusado de plagio a determinado autor, a ver qué hacen con mi libro cuando llegue a caer en sus manos, si es que cae. A lo mejor de antemano lo ven con malicia, indagando de qué pie cojea este crítico tan exigente; a ver si respondo con mi trabajo creativo al nivel de exigencia que pido a los demás. Sí me da un cierto cuidado eso: pueden decir que soy un mal poeta y burlarse de mí, sí, pero tampoco me preocupa mucho, vamos, al mismo tiempo me siento contento. Es una propuesta, y creo que puede resistir los vientos de la crítica. Me hago esa ilusión. Vamos a ver qué sucede.

Claro que sí, en esta línea de la franqueza es difícil sostenerse firme, a ver quién cae primero.