Tierra Adentro

La tensión de The Wolfpack se encuentra entre realidad y ficción. Encerrados en un departamento en Nueva York, los hermanos Angulo se dedican a interpretar, línea por línea, a los personajes de sus películas favoritas. El único mensaje que llega del mundo exterior viene en formato de video, los chicos sólo escapan del encierro al que su padre los ha tenido sometidos durante catorce años a través de la pantalla. Educados en casa por su madre y encerrados bajo llave, los seis hermanos matan el aburrimiento viendo películas y recreándolas con la mayor exactitud de la que son capaces. Con cajas de cereal, tapetes de yoga y cinta de aislar hacen disfraces y utilería que, como el baciyelmo del Quijote, son los originales siempre que todos estén de acuerdo en ello. En esas películas se encuentra todo el conocimiento que tienen del mundo. Los hermanos Angulo interpretan la realidad del exterior a través de la ficción, a tal grado que al liberarse de su encierro y salir a caminar por Nueva York, los únicos referentes de los que podrán echar mano vienen de películas. «Es como 3D», dice uno de los hermanos comentando las hojas de los árboles; «¡Lawrence de Arabia!», exclaman al ver la arena en Coney Island.

A través de conversaciones y viejos videos caseros, conocemos fragmentos de la vida de los hermanos. En un departamento que se muestra siempre oscuro, con las paredes llenas de mapas que únicamente refuerzan la sensación de encierro, el documental retrata a los Angulo hablando de su inusual e inestable dinámica familiar y de cómo, a raíz de que uno de los hermanos escapara del departamento, ese mundo sofocante se abrió poco a poco. Pero lo que esta película no muestra resulta más perturbador. En este documental hay ausencias importantes, como figuras recortadas que dejaron sus siluetas en el filme. Oscar, padre de los chicos y responsable de su cautiverio, es una figura borrosa en la película: sabemos que es peruano, que conoció a Susan (la madre) en Machu Picchu, que no trabaja y que le gusta la música. Podemos suponer que tiene un problema de alcoholismo (en más de una ocasión los hermanos comentan que su padre está borracho) y una constante paranoia que lo hace desconfiar de la gente de Nueva York. Nada más. Lo escuchamos hablar un par de veces frente a la cámara, en ambas batalla con el idioma y suelta ideas inconexas. Es difícil no preguntarse quién es ese hombre, por qué encerró a su familia por tantos años y cómo está tomando la recién adquirida autonomía de sus hijos mayores. No hay respuestas. Lo mismo ocurre con Visnu, la hermana mayor de los Angulo. La información que recibimos sobre ella es incluso más escasa que en el caso de Oscar. Uno de los chicos describe a su hermana como «especial» y dice que «vive en un mundo aparte»; por lo poco que alcanzamos a verla inferimos que padece alguna enfermedad. Tal vez su ausencia se deba a su condición especialmente vulnerable: se nos oculta como en un intento de protegerla, de mantenerla, a ella sí, encerrada bajo llave, lejos de la mirada de los demás. De nuevo no podemos evitar las preguntas y, una vez más, nuestra curiosidad se queda sin saciar.

Otra silueta que sólo adivinamos es la de la propia Crystal Moselle, la directora del documental. En la película podemos ver a los hermanos preparándole la cena, «eres nuestra primera invitada en la vida», le dicen, y en más de una ocasión interactúan con ella haciéndole preguntas o llamándola por su nombre. Por la edad de los chicos y la lógica de la historia, podemos suponer que los conoció después de que Mukunda, uno de los hermanos mayores, decide terminar con el encierro y escapar del departamento, abriendo así camino al resto de los muchachos; sin embargo, al ver las tomas dentro del departamento y conocer la historia de los Angulo, cuesta comprender cómo es que esta familia aceptó recibirla en casa, cómo es que Oscar, por ejemplo, accedió a hablar con ella dentro de ese círculo cerradísimo que él creó con la intención de huir de todo lo que le era ajeno.

The Wolfpack tiene otras omisiones. Se sugiere que Susan y probablemente los chicos sufren maltratos (además, claro está, del confinamiento). En un momento vemos a Susan hablar con su madre después de, suponemos, varios años (la madre de Susan no sabe que ella tiene siete hijos, por ejemplo). Después de la llamada, ella le dice a sus hijos que su madre viajará al día siguiente a Nueva York a verla. No sabemos nada más de ese contacto con la familia materna.

No hay modo de saber a qué se deben estas omisiones en la película y, para fines últimos, no es importante comprenderlo; sin embargo, los huecos son notorios y generan la sensación de vacío y de falta de información. Como espectadores, nos toca llenarlos con el poco material que tenemos y eso nos lleva a imaginar que detrás de esta inusual y perturbadora historia subyace otra mucho más terrible.