¿Ateísmo científico?
Hace años un grupo de norteamericanos unidos en el Movimiento del Nuevo Ateísmo se lanzó en una guerra feroz contra toda religión. ¿Su estandarte? El método científico. ¿Sus armas? Los argumentos de la biología y la física, sobre todo. ¿Sus blancos? Las iglesias, las religiones y la idea de Dios. A sus principales miembros ─entre los que se encuentra el famoso biólogo Richard Dawkins─ se les llamó también Los cuatro jinetes del No Apocalipsis, pues proclamaban cosas como que las religiones no tienen por qué ser toleradas socialmente, sino que se les debe confrontar, someter a un férreo análisis y evidenciar su irracionalismo.
Si bien el clero, la religión y la idea de Dios son cosas diferentes, muchos de los nuevos ateos las interpretaron como si fueran lo mismo: los abusos de las iglesias parecieron suficiente argumento contra la existencia de un creador supremo; se vio al dogma como fuente de esos abusos, y creció la ilusión de que la indignación del movimiento tenía respaldo científico. Así, al tomar por uno a todos los rivales, se actuó con el mismo irracionalismo que se quería combatir.
Lo cierto es que al revisar los tres frentes, saltan sus diferencias. Por una parte, es necesario que todos vayamos contra el abuso que llevan a cabo quienes proclaman ser nuestros líderes espirituales. Dado que presentimos que el peor mal es el falso bien, repudiamos de forma especial que se use el nombre de Dios como escudo para dañar. Y claro, si el prestigio de algunos científicos nos respalda, mejor. Sin embargo, hay que tener claro ─en aras de la racionalidad que proclamamos─ que esto último nunca significará que nuestra lucha esté avalada por la ciencia.
En cuanto a la segunda batalla ─la confrontación de los principios religiosos─, ciertamente la ciencia se caracteriza por el respeto al consenso universal y es contraria a que alguien se diga poseedor de la verdad sin ponerlo a consideración de todos. Ella misma ─la ciencia─ se atiene a la posibilidad de falsación de sus teorías, por lo que abomina el dogma y la revelación que detentan verdades incuestionables. Sin embargo, el que estas verdades no hayan sido descubiertas sobre bases científicas no significa que hayan sido inventadas para poder abusar de otros.
Por último, en cuanto a pelearse contra la idea de Dios, el único motivo que tiene la ciencia para hacerlo es que su metodología, en esencia, busca explicarlo todo, cosa que los partidarios de su divino rival le atribuyen más bien a éste. A final de cuentas, como decía el protagonista de una vieja película de terror, «dos vampiros no caben en el mismo pueblo». La discusión resulta interminable (a veces parece que en realidad nunca comienza) e invariablemente tiene un toque de fe: ya sea fe en que la ciencia puede abarcar toda la realidad y nunca requerirá de Dios, o en que, como decía Don Justo Sierra, su método sólo puede aspirar a tener «la penúltima palabra» y por lo tanto, la posibilidad de que la última la tenga un ser inexplicable, quede abierta.