Tierra Adentro

Desde el poeta Giosuè Carducci hasta el más prescriptivo de los manuales de redacción, el culto por las formas breves de escritura se ha develado cada vez más en ejecutores y adeptos. Podría aventurarme a dar algunas pistas que delaten su auge: desde un punto de vista lingüístico, la incesante tirada por economizar el lenguaje y darle mayor concreción a las ideas; desde otra perspectiva, también existe una fascinación por el consumo de lo inmediato, de fácil aprovechamiento y pronta absorción. En parte, internet y los creadores de contenido han excitado el imperio de lo sucinto y pusieron en entredicho el tiempo de reflexión. Tal fenómeno encuentra un punto álgido en la vorágine de tuits que refrescan nuestro timeline, donde impresiones a botepronto sobre temas a la carta, frases del día y resúmenes de noticias desfilan apenas dándonos unos segundos para otorgar un fav. Existe, sin embargo, un tratamiento más cuidadoso que sí otorga espacio al análisis y a la creatividad; en esta plataforma se ha permitido el desarrollo de algunos concursos de microrrelatos, y nos acercó a los palíndromos de Merlina Acevedo, las minificciones de Alberto Chimal o los juegos de palabras de Piolo Juvera, por citar algunos géneros de lo breve que cohabitan en la red y —en algunos casos— en librerías.

En este contexto, la minificción y el aforismo han gozado de mejor posicionamiento, al menos si se toma como fuente del sondeo el número de publicaciones y editoriales interesadas en su fomento. En cuanto a investigación, la minificción en nuestro país es un tema de estudio que ha rendido frutos de la mano de Lauro Zavala, Javier Perucho o el Seminario de estudios sobre minificción de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, quienes se han encargado con precisión de sus aspectos historiográficos y taxonómicos. Sin embargo, el aforismo, que cuenta con una tradición mucho más longeva que cualquier otra forma breve, ha tenido escasos análisis en México. Es del mismo Javier Perucho y Luigi Amara de quienes Hiram Barrios (Ciudad de México, 1983) toma el estandarte para ahondar en la tierra fértil de este género gracias a Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014), la cual no sólo aparece como un compendio decoroso de las plumas que han contribuido al aforismo mexicano durante el último siglo —puesto que Barrios recoge las voces de algunos no nacidos en el país—, sino que amerita felicitación y aplauso el estudio preliminar y bibliografía de los que se vale esta edición. El mérito del compilador reside en su esfuerzo por amurallar el aforismo y detectar parentescos, préstamos y reciprocidades con otros géneros, principalmente aquellas «ocurrencias líricas» derivadas de la poesía, donde greguerías y poemínimos son ejemplos claros; asimismo, lo distancia del proverbio y el refrán. Esto le permite a cualquier tipo de lector entender la posible fisionomía del aforismo y también discriminarlo de entre tantas formas de la brevedad que se desarrollan entre la confusión.

Al tomar como punto de partida un certero, mas no exhaustivo, estudio crítico, Barrios se erige como un incitador al diálogo en el campo del aforismo, donde refresca nociones importantes alrededor del género, pero también funge como curador y demógrafo, en tanto que resulta un trabajo de valoración y preservación, así como en un censo de autores que cultivaron el aforismo desde el siglo XIX. El corpus se divide en cinco trazos temporales que obedecen al momento de la práctica del aforismo en cada autor: Precursores siglo XIX, Medio siglo, Diáspora y exilio, Fin de siglo y Propuestas para el nuevo milenio. Es interesante mencionar que muchos de los nombres que desfilan por estas páginas tienen entre sus temas favoritos la contemplación a la juventud (vista desde un punto donde se percibe como consumada), el matrimonio, el amor, la idea de Dios. Destacan aquellas piezas de carácter metalingüístico, las cuales buscan darle un significado al aforismo y otros temas: «El aforismo es un género breve, pero no menor» escribe Raúl Aceves. El aforismo se presenta ante nosotros casi como la unidad mínima del ensayo, siempre instalada desde un yo disidente y satírico cuya intención es iluminar casi hasta la ridiculización las impresiones sobre la vida. Si la minificción tiene como intertexto otras obras, el aforismo es una forma cuyo intertexto es la cotidianidad: «Las nalgas no tienen la culpa de lo que somos, pero nos aman o nos odian a causa de ellas», escribió Carlos Bautista, o «La brevedad es una Catarina anaranjada», cuyo autor es Guillermo Samperio, ejemplifican. Lapidario es una antología que está más que para contarse, para ser leída; es una pedrada que aparece a buen tiempo y con la encomienda de hacernos conscientes de una tradición importante para la literatura mexicana. Habrá que pujar fuerte para acercar este título a las manos de los lectores.