Tierra Adentro

Un hombre flaco: retrato de Julio Ramón Ribeyro, de Daniel Tittinger, se basa en las entrevistas que el autor le hizo a Alfredo Bryce, Fernando Ampuero y otros escritores que conocieron al escritor, así como a su viuda y a su hijo,  por lo que remite a otro libro también publicado el año pasado, El flaco Julio y el escribidor, de Angel Esteban.
Durante  un viaje a Lima en 1999, Angel Esteban (Zaragoza, 1963) entrevistó a veinticuatro familiares y amigos del escritor, entre ellos a su hermana Mercedes Ribeyro y a su esposo, a Reinaldo del Solar y a Esteban Manuel Santamaría que lo conocieron de niño, a varios poetas que lo trataron como Leopoldo Chariarse, Washington Delgado, Antonio Cisneros, y algunos novelistas como Fernando Ampuero y Alonso Cueto.
En mi opinión, estos testimonios que complementan los  recogidos por Jorge Coaguila en 1995 y 1998, representan la parte más refrescante y atractiva del libro de Angel Esteban,  y uno se pregunta por qué el autor no los publicó entonces y esperó quince años para darlos a conocer entre otros trabajos destinados a sus colegas y no al lector común y corriente.
El conjunto me recuerda otro libro, Los que conocieron a Borges, de Edith Tendlarz, que reúne los testimonios de varias personas, como Juan José Hernández, que frecuentaba las tertulias que organizaban los Bioy y conoció ahí a Georgie. Los testimonios recabados por Esteban se hubieran podido publicar con un tiraje mucho mayor que el del libro académico en que ahora aparecen. Además, Esteban entrevistó también a Vargas Llosa en 2002 y hubiera podido entrevistar a la viuda, que lo puso en contacto con él, pero no lo hizo y tampoco escribió una crónica de su viaje al Perú ni registró sus impresiones de las personas que entrevistó, limitándose a consignar sus declaraciones. Su libro me dejó, en fin, la impresión de un periodista y escritor atrapado en la academia.
Angel Esteban es, en efecto, profesor en Granada y ha impartido cursos y conferencias en  varias universidades del extranjero, por lo que probablemente haya querido hacer un trabajo serio, académico; sin embargo, el periodista y el escritor se asoman por todas partes, pues el título mismo no es muy académico. En cambio, Daniel Titinger es un periodista; no tiene mayores pretensiones, y escribió el libro que Angel Esteban hubiera podido publicar diez años antes, de haberse decidido a dar a conocer los veinticuatro testimonios recabados en Lima y armar un libro con ellos.

Ribeyro que había conservado su puesto de embajador en la UNESCO a pesar de los cambios de gobierno, lo perdió con Fujimori, que le aceptó la renuncia, y volvió a Lima, donde se había comprado un apartamento con vista al mar.
No se instaló en una casa de adobe en alguna playa, como soñaba, sino en un  dúplex exiguo en el sexto piso de un edificio.
—Compraste una ventana, comentó Alida, según se dice.
Disfrutó el panorama y también reconocimiento de sus compatriotas y la amistad de algunos escritores; incluso encontró a la nativa, imprescindible en esos relatos, Anita Chávez, quien luego se casaría con Bryce Echenique.
Titinger trató de entrevistarla, pero ella optó por el silencio.
«Aún no aprendo a hablar de él, pero es mi amor, mi pasión, mi contraseña», le dijo.
En cambio, Titinger logró hablar con Alida, a la que visitó en París, acompañado por Coaguila que ha recopilado en un libro las principales entrevistas a Ribeyro y trabaja en su biografía desde hace años.
Y lo más relevante del libro son las declaraciones de Alida, que durante años observó la mayor discreción, dejando que se la acusara de haberle conseguido a su esposo el puesto de agregado cultural en París,  de impedir que la cuñada de Ribeyro publicara las cartas a su hermano y  mantener inéditos los diarios y cartas del escritor debido a que supuestamente no la favorecen.
Titinger anota que Alida empezó a trabajar en una galería y luego se convirtió en una exitosa marchand d’art, y gracias a eso los Ribeyro veraneaban en Capri, en una casa con jardín, que ella compró en la calle Tragara, la más bella de la isla, desde donde él contemplaba el mar.
«Alida ha vendido un cuadro y ha ganado de comisión un millón de dólares», le comentó una vez Ribeyro a uno de sus amigos.

Así pudo pagar un apartamento en el exclusivo Parc Monceau, un lujoso automóvil y hasta un chauffer. Ribeyro se hallaba en el hospital donde falleció cuando ella lo fue a ver y después de su muerte, Lucy, la cuñada del escritor, le reveló que su marido había tenido una amante. En cierto momento, Tittinger le pregunta a la viuda si le molestó enterarse de que su esposo había tenido una amante. Y ella le explica que no tuvo una amante, sino varias y que «para él una amante era como su cigarrillo». Ain’t she sweet?