Tierra Adentro
Fotograma de la película The act of killing.

The act of killing (dir. Joshua Oppenheimer) es un documental que muestra la historia de los líderes de la matanza de más de un millón de personas en Indonesia durante la década de 1960. El director le pide a algunos de ellos que reactuen los asesinatos, y estos deciden hacerlo con esquemas genéricos: western, cine negro, musical…

Hoy, esos líderes se pasean por las calles y son celebrados como héroes. Como dice el filósofo Slavoj Žižek, el documental nos muestra un “vacío moral”, una zona en donde el asesino no se justifica en un esquema de interpretación del mundo (fascimo, racismo, religión) sino simplemente, según las palabras de uno de sus protagonistas, Adi Zulkadry: “Estaba permitido [asesinar comunistas]. Y la prueba es que nunca nos castigaron. No hay nada que hacer por las personas que matamos. Tienen que aceptarlo. Tal vez estoy tratando de hacerme sentir mejor, pero funciona. Nunca me sentí culpable ni deprimido. Nunca he tenido pesadillas”.

Sin embargo, The act of killing, como la naturaleza, aborrece el vacío. Otro de sus protagonistas y eje del documental, Anwar Congo, termina asqueado de sí mismo y pide perdón por todo lo que hizo. Cuando Congo ve una escena de un interrogatorio al estilo de una película hollywoodense de gángsters, pregunta si las personas que mató sintieron lo que él en ese momento de la filmación. Oppenheimer, voz en off, le dice que fue peor porque los torturados sabían que iban a morir.

Žižek, en su ensayo “The Act of Killing and the modern trend of ‘privatising public space’”, establece que los creadores de este “vacío moral” son los efectos disociadores del capitalismo que “le dieron al traste” a la eficacia simbólica de las estructuras éticas tradicionales. Es decir, la consigna de la ganancia sobre cualquier cosa de la expansión capitalista terminó por disolver los límites éticos, causando que el individuo (en este caso, los líderes de la matanza en Indonesia) deje de pensar en el otro (en su posibilidad de sufrimiento y dolor) para centrarse en fórmulas sin contenido como: “Estaba permitido”, “Somos hombres libres”, “Sólo queríamos divertirnos”.

The act of killing no soporta (igual que nosotros) este esquema, así que llena el “vacío moral” de la matanza con el arrepentimiento de Congo. Así, el núcleo del problema es algo, ya es posible acercarse a él.

El documental de Joshua Oppenheimer termina siendo una película moral, que nos consuela y nos deja saber que el mal es castigado por el remordimiento. Los crímenes de 1966 en Indonesia se convierten en una falta, un pecado que necesita ser expiado y pierde, pues, su característica de vacío; de ser nulidad, espacio en el que realmente es imposible moverse, nos posiciona, o mejor dicho, nos obliga a posicionarnos. ¿Qué pasaría si ese vacío moral nunca fuera llenado por el arrepentimiento? ¿Qué pasaría si lo que diera cierre a The act of killing no fueran las arcadas de Congo sino la frase de Zulkadry: “No tengo pesadillas”?

La película se centró en Anwar Congo porque estaba más dispuesto a hablar con el equipo de grabación que Adi Zulkadry. Pero sospecho que principalmente la película es sobre Congo porque él regresa al esquema moral que comprendemos: a la maldad le corresponde el castigo. El castigo más íntimo, más real y que debe ser, al final, el que sostiene la sociedad: el interior, el arrepentimiento.

Estoy parcialmente en desacuerdo con lo que dice el propio Oppenheimer en una carta abierta sobre The act of killing:

Si ustedes o yo hubiéramos matado, y tuviéramos aún la posibilidad de justificarnos a nosotros mismos, estoy seguro de que la mayoría lo haría. De lo contrario, cada mañana tendríamos que mirar en el espejo a un asesino. Los hombres en The Act… todavía pueden justificar lo que hicieron debido a que no creen en su propia justificación. Por ello se vuelven más estridentes y la justificación se transforma en desesperada celebración, no por falta de humanidad, sino porque saben que lo que hicieron estuvo mal, pero era su deber.

Esta es la interpretación más fácil de la película. Los líderes de estos death-squads son la muestra de lo inhumano que puede llegar a ser lo humano. El vacío moral es una posibilidad diaria. En este sentido, lo que sucede es que nos podemos identificar con Congo, pues responde al esquema moral de crimen-arrepentimiento que tenemos casi tatuado en nuestros genes. No podemos hacerlo con Zulkadry, no porque sea algo ajeno a nosotros sino porque expone (y esto estriba en lo obsceno) la parte de nosotros mismos con la que nunca podríamos estar en paz: la posibilidad de ser neutro. The act of killing roza justamente lo oscuro del individuo, lo que también nos constituye pero que es imposible humanizar.

Congo se arrepiente, se da asco a sí mismo (como nos lo da a nosotros). Congo se vuelve el espectador, permite la empatía. Sí lo condenamos, pero también, junto con su arrepentimiento, bajamos la cabeza en signo de comprensión. Con Zulkadry es imposible.

Si fuera una ficción, Congo sería un personaje bien construido, complejo. Zulkadry sería un carácter plano, unilateral, que no permite el paso por la emocionalidad del espectador.

El problema es que ambos son personas reales.

Aquí y aquí, dos ensayos sobre The act of killing. Por acá, Errol Morris y Herzog (productores ejecutivos) hablan de este documental.

PS.: En una coincidencia que haría las delicias de Jung, el director comparte apellido con el “padre de la bomba atómica”, signo rey del poder militar del siglo XX, Robert Oppenheimer.