Tierra Adentro
Concierto de Linkin Park, 2014. Fotografía de Kristina Servant (CC BY 2.0)
Concierto de Linkin Park, 2014. Fotografía de Kristina Servant (CC BY 2.0)

El 20 de julio de 2017, Chester Bennington, vocalista de la mítica banda dosmilera Linkin Park, fue encontrado muerto en su casa en la península de Palos Verdes, California. Los reportes forenses concluyeron que el cantante se había suicidado, colgándose de la puerta de una habitación de su casa. Su muerte marcó una especie de conclusión para una generación que creció escuchándolo cantar los lamentos y la rabia de las letras de Linkin Park.

Hace más de veinte años, la portada de su primer disco, Hybrid Theory, apareció en un mesabanco de la secundaria donde yo estudiaba. Un amigo la deslizó frente a mis ojos en forma de un CD pirata y la memorable imagen se me quedó grabada hasta hoy: un esténcil de una figura con una especie de casco, arropada en lo que parece una gruesa chamarra, sujetando algo similar a un banderín entre las manos y con la silueta en blanco de cuatro alas de insecto.

La fascinación que despertó aquella portada en mí solo se compara con el embeleso que me provocó la música que envolvía: una extraña colección de ecléctico metal con beats electrónicos, extenuantes rapeos y sofocantes letras que hablaban de rostros que reptaban bajo la piel. Hybrid Theory se convirtió en uno de esos discos que transforman no solo la industria sino la cultura y cuya influencia se filtra a través de la moda, la estética audiovisual y los estilos musicales. La banda se hizo mundialmente famosa; Chester no solo era un icono generacional, sino que incluso logró ser vocalista de Stone Temple Pilots, una de sus bandas favoritas, en sustitución de Scott Weiland, uno de los últimos grandes vocalistas del rock. Por eso, precisamente, es que las noticias de su suicidio resultaron tan impactantes.

Ante el ideal de éxito al que estamos acostumbrados, la imagen de un músico con el alcance de Bennington abandonando este mundo por motu proprio no deja de resultar chocante. Ocurrido exactamente dos meses después de la muerte también autoinfligida de Chris Cornell, vocalista de Soundgarden y Audioslave, el suicidio de Chester Bennington rápidamente se incorporó dentro de una narrativa más grande: la de la teoría de conspiración Pizzagate.

Pizzagate es una teoría de conspiración que se popularizó durante la elección presidencial estadounidense de 2016. En resumen, la teoría postula que Hillary Clinton —junto a una cofradía de funcionarios y miembros de las élites económicas y del entretenimiento— forman parte de un culto que sacrifica y abusa de niños y niñas a fin de cumplir rituales satánicos y esotéricos. No se necesita ser demasiado agudo para entender que esto es una cabal mentira, diseñada colectivamente para apelar a los miedos profundos del norteamericano más conservador. Pizzagate —y la teoría que la sucedió, Q Anon— son instrumentos políticos finamente calibrados para erosionar la confianza del ciudadano estadounidense en las instituciones, políticos y celebridades de su país. Estas teorías, apoyadas en el caso real de Jeffrey Epstein, avanzan por la realidad tomando las piezas que mejor le acomodan para su relato, y el trágico suicidio de Chester Bennington fue una de estas piezas.

No es ningún secreto que Bennington fue víctima de abuso sexual entre los 7 u 8 y los 13 años a manos de un niño mayor que él. Este abuso —y el silencio sucedáneo— marcaron su vida, y el compositor volvió a estas experiencias a la hora de crear algunas de sus letras más desgarradoras. “Crawling in my skin / These wounds the will not heal”, escribió Bennington en uno de sus temas más populares, ‘Crawling’. Su caso es el de un artista que revisita su trauma y repercusiones —el cantante sufrió desde muy joven una adicción a las drogas—hasta sublimarlas mediante su arte, que gracias a distintas variables que se alinean, alcanza la repercusión masiva y la identificación total de parte de las audiencias. Es un acto casi sagrado: la comunión entre el dolor de un artista y el dolor de su público, que se encuentran en forma de arte para lograr una catarsis atesorada de por vida.

Este acto casi sagrado es el que teorías como Pizzagate y Q Anon utilizan para jalar agua a su conspiranoico molino. Poco después de que anunciaron el fallecimiento de Bennington, usuarios y cuentas que se adscriben a esta teoría comenzaron a incorporarla dentro de una narración que ha continuado hasta el día de hoy. El primer medio en hacerlo fue Your News Wire, un blog manejado por una sola persona dedicado a esparcir acusaciones infundadas relacionadas con estas teorías de conspiración. Utilizo como evidencia circunstancial la historia de abuso de Bennington, este medio y sus replicantes aseguraron que Chris Cornell y Chester Bennington habían sido asesinados como parte de una operación de encubrimiento, debido a que ambos cantantes estaban trabajando para descubrir un círculo de tráfico sexual infantil. En su totalidad, esta historia es falsa: no existe ni media pieza de evidencia que la respalde.

Esto, por supuesto, no ha detenido a internet a la hora de diseminar estas mentiras, que siguen esparciéndose más de seis años después de la muerte de Bennington. Apenas en abril de este año, su joven hijo, Tyler Lee Bennington, de solo 17 años de edad, recibió comentarios en su cuenta de TikTok que afirmaban que su padre había sido asesinado para encubrir esta conspiración y aseguraban que Tyler Lee mismo “lo sabía”. El hijo del cantante y también músico contestó con un video en el que clarificaba que eran completas mentiras, “fabricadas para sensacionalizar una tragedia y venderle una historia a la gente”, y dejó en claro que bloquearía a cualquier persona que estuviera esparciendo esa desinformación. No que hiciera falta, pero este rechazo por parte del hijo mismo de Bennington se siente como un argumento sólido más en contra de estas teorías: ¿por qué el hijo de una víctima de una tragedia querría sumarse al supuesto “encubrimiento” que tanto cacarean los conspiranoicos?

Pizzagate y Q Anon son ejemplos preocupantes del potencial propagandístico de las teorías de conspiración, que fácilmente pueden difundirse y afectar la percepción de la realidad de millones de personas. Al aprovechar eventos reales, como el abuso que Chester sufrió en su infancia, estas teorías tóxicas buscan explotar el dolor y la vulnerabilidad de las personas, a menudo con fines políticos. Teorías como Pizzagate y Q Anon encuentran su eco en sucesos históricos preocupantes, como el “Satanic Panic” de los años ochenta y noventas, o las teorías de conspiración antisemitas que contribuyeron al ascenso del fascismo durante los años treinta, en Alemania. Incluso partiendo de la tesis —dudosa, pero plausible— de que algunos seguidores de Chester Bennington apoyen estas teorías, movidos por el dolor y la negación de la partida de su ídolo, lo cierto es que el hecho de que incluso se llegue a hostigar al hijo de Bennington debería bastar, cuando menos, para hacerlos parar.

El caso mismo de abuso que vivió Bennington sirve como una prueba de algo bien sabido por los expertos: que el abuso sexual infantil se vive, principalmente, a manos de gente conocida por la víctima, amigos cercanos o familiares que aprovechan el manto de la familiaridad para destruir vidas en formación. El suicidio de este talentoso músico, responsable de marcar a millones de personas, es una tragedia que merece atenderse no desde el sensacionalismo, el morbo o la artera propaganda política; el problema real del abuso infantil es un problema que debe combatirse desde la información fidedigna, no desde las fantasías a menudo racistas de grupos con metas políticas claras. Las teorías de conspiración son una salida fácil para problemas complejos, y como toda salida fácil, a menudo terminan convirtiéndose más en distractores que contribuyen al problema mismo que ingenuamente creen combatir.