Tierra Adentro
Ilustración realizada por Zauriel Martínez

I

Hagamos un viaje en el tiempo. Desplacémonos hasta el año Trece Hierba, Matlactiyei Mallinalli, según el xiuhpohualli, uno de los calendarios utilizados en ese entonces por los tenochcas —que vendría a corresponder con el 1518 de la era común implementada desde el occidente europeo—. Podemos pararnos a los pies del Templo Mayor y desde ahí recorrer la ciudad, nada nos impide hacerlo, pero, mejor entremos a ella como hubiera entrado cualquiera entonces a la ciudad del lago. Tenemos entonces cuatro opciones para arribar, una puede ser en barca e ingresar en los múltiples puertos con los que cuenta, aunque el lago no es de gran profundidad permite la navegación de barcas; muchas de las mercancías para el mercado y de los tributos hacían su fase final hacia Tenochtitlan por este medio.

Se embarcaría, por decir algo, en Texcoco, en la parte oriental del lado. Mientras cruzamos el lago veremos elevarse en la distancia, hacia el poniente, cihuatlampa lo llaman los nahuatlatos, la ciudad. Pasaríamos cerca del Tepetzinco, el actual Cerro del Peñón de los Baños —el remero nos llevaría sobre las actuales pistas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México—. En este viaje también cruzaríamos el dique de Nezahualcoyotl, obra que el príncipe texcocano levantó para que las aguas dulces y saladas del lago no se mezclaran y evitar las inundaciones de las ciudades insulares. Desembarcaríamos en el puerto de Texcoco, que se encontraba en lo que hoy es la Terminal de Autobuses de Pasajeros del Oriente (Tapo). Desde aquí se podría llegar a pie al centro de la ciudad, al recinto sagrado. La espalda de la mole del Templo Mayor es visible, a nuestra derecha, al norte, el barrio de Atzacualco; a la izquierda, al sur, Zoquiapan; dos de los tres barrios en los que se dividía la ciudad; sin tomar en cuenta a Tlatelolco. Mientras avanzamos por la ciudad la pirámide de cuatro cuerpos sobrepuestos se ve más y más grande, su encalado resplandece al sol. Cruzamos un par de puentes que están sobre los canales que atraviesan la ciudad. Los palacios tienen almenas cocidas y coloridas, con las formas de diferentes glifos; es una ciudad blanca en la que no veremos basura alguna en el suelo, un servicio de limpieza constante se asegura de ello. También del recogido en los hogares de desperdicios que puedan ser utilizados en las chinampas que bordean a la ciudad y algunos canales. Antes de alcanzar la espalda del recinto sagrado hemos de pasar por dos edificios de importancia: uno es el Tepochcalli y el otro es la Casa de las Aves. El primero es la escuela para el pueblo llano, los macehuales. Tenochtitlan ofrecía educación para toda su población, no sólo para la élite —aunque ésta tenía sus propias escuelas: el Calmecac—.

El Tepochcalli era el sitio donde los hijos de los macehuales adquirían conocimientos básicos de la religión estatal, regida desde el Templo Mayor, pero también los templos de cada barrio; también era el lugar donde se les instruía lo necesario para el campo de batalla; como parte de la ciudad todos tenían la obligación de participar en las guerras en las que se enfrascaba la Excan Tlatoloyan, la Triple Alianza; así mismo, la actividad bélica era una de los pocas vías que los macehuales tenían para la movilidad social, si lograban hacerse de cautivos (el número o la calidad de los mismos era determinante para su ascenso).

La Casa de las Aves era un aviario en el que se resguardaban pájaros de diversos orígenes, rapaces como águilas, quebrantahuesos o cuervos, hasta más exóticas como el quetzal. Para ello, al interior de ese edificio se recrearon algunos de los ambientes de los cuales procedían, una pileta con flora lacustre para patos, gansos, pelícanos y demás aves acuáticas.

Una vez que se dejaron esos dos edificios a la espalda hemos arribado al Templo Mayor, a su espalda. Hay algunos templos que rodean la espalda, pequeñas capillas que con su colorido rojo contrasta con el edificio que domina el panorama. La mole blanca de cuatro estructuras superpuestas se eleva frente a nosotros. Pero todavía no hemos llegado. Caminemos hacia la izquierda, le daremos la vuelta a la pirámide, al sur, detrás de otros templos, en la esquina del recinto sagrado está la residencia del tlahtoani, el palacio de Moctezuma —sobre él se habrá de elevar el palacio virreinal, hoy Palacio Nacional—.

 

II

Cem anahuac yolloco, el corazón de todo el mundo. El Templo Mayor era visto como un Axis mundi, el centro del universo, donde coincidían los cuatro rumbos, los nueve inframundos y los trece cielos. En un sentido menos simbólico lo era, hacia 1519 la ciudad de la isla controlaba el valle de México y exigía tributo en lugares tan alejados como el Soconusco, al sur, en la Huasteca, al norte y en la costad del Golfo y del Pacífico.

Tenochtitlan fue diseñada expresamente para representar espacialmente al cosmos en su arquitectura urbana. Las cuatro calzadas que la dividían marcaban los cuatro rumbos del mundo; cada rumbo vinculado con una divinidad: Xipe Totec al oriente, su color era el rojo, y estaba relacionado al sol naciente y a la regeneración; Tláloc al norte, el mundo del frío y de la muerte, su color era el negro; Quetzalcóatl al poniente, su color era el blanco, el rumbo de las mujeres —quienes morían en su primer parto acompañaban al sol desde el cenit hasta su puesta, del mismo modo en el que los guerreros caídos en batalla lo hacían desde el amanecer hasta que el sol alcanzaba su cenit—  y Huitzilopochtli al sur, el lugar de la vegetación, de la abundancia.

De haber sido una isla tributaria de los Azcapotzalcas hasta que se convirtieron en el centro político y económico del Valle de México pasaron dos siglos. En esos dos siglos, los isleños aprendieron a desarrollar complejas tecnologías que les permitieron aprovechar el poco espacio a su disposición (tanto las chinampas como la construcción con pilotes que les permitió aumentar el tamaño original de las islas). Pasaron, así mismo, de ser mercenarios a disposición de Azcapotzalco a negociar su propia alianza, que a la postre terminaron controlando. Hacia 1520 Tenochtitlan y Tlatelolco albergaban entre 250 000 y 50 000 habitantes —Camilla Townsend, siguiendo a Susan Toby Evans se decanta por las cifras más bajas dada la densidad demográfica necesaria para albergar el cuarto de millón de personas en el espacio que ocupaba Tenochtitlan y Tlatelolco—; incluso en las estimaciones más conservadoras siguen haciéndola una de las ciudades más pobladas del mundo hacia principios del siglo XVI.

 

III

Para llegar por las calzadas tenemos tres opciones: desde el norte tomar la calzada de Tepeyac —que actualmente se corresponde con la Calzada de los Remedios—, desde el poniente sería la calzada de Tlacopan —en la moderna Ciudad de México es una vía que tiene muchos nombres: Tacuba, avenida Hidalgo, Rivera de San Cosme, calzada México-Tacuba— y por último por el Sur, la calzada de Iztapalapa —que se correspondería con la Calzada de Tlalpan, San Antonio Abad y Pino Suárez; gran parte de la línea 2 del metro sigue el trayecto tanto de la calzada sur y poniente—. Primero partiremos desde el norte; detrás de nosotros está Ehecatepec, cerro del que se extraía piedra para muchas de las esculturas monumentales que se labraron y erigieron en Tenochtitlan.

Al cruzar el lago primero llegaremos a la ciudad hermana de Tenochtitlan, Tlatelolco, con la cual mantuvo en ciertos momentos de su historia una relación tirante; cuando se conformó la Excan Tlaltoloyan no se alió a Tenochtitlan contra Azcapotzalco, aunque sí lo hizo después, en 1473 Axayacatl se enfrentó al tlatoani tlatelolca, Moquihuix, el recinto sagrado de Tlatelolco fue desacralizado y el mercado pasó de ser periódico a permanente, bajo el control tenochca. Este mercado era uno de los más grandes del Altiplano, tenía mercancías de todos los territorios que habían sido sometidos y de lugares aún más alejados. Había jueces designados por el Cihuacoatl de Tenochtitlan quienes dirimían conflictos y garantizaban pesos, así como el orden y buen concierto del mercado. Ese orden maravilló a los españoles a su llegada, tanto Cortés como Bernal Díaz del Castillo dejan constancia de la fascinación que les produjo; así, como ejemplo, este extracto del capítulo LXXXV de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España:

¿Para que gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza? […] Pues pescaderas y otros que vendían unos panecillos que hacen de uno como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes de ello, que tiene un sabor a manera de queso; y vendían hachas de latón, cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros pintados, hechos de madera. Ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas de diversas calidades, que para que lo acabáramos de ver e inquirir, como la gran plaza estaba llena de gente y toda cercada de portales, en dos días no se viera todo.

Nosotros podemos tomarnos todo el tiempo que queramos recorriendo el mercado, el cual estaba estrechamente vinculado con las expansiones de la Excan Tlatoloyan. Los mercaderes jugaban un papel determinante, en sus viajes en busca de mercancías servían a Tenochtitlan como espías, tanto así que se les llegaba a nombrar ratoncitos del tlatoani; a su regreso a la ciudad traían informes de las mercancías que las comunidades tenían, pero también de las defensas y la resistencia que pudieran ofrecer en caso de ataque.

 

IV

La Excan Tlatoloyan, la Triple Alianza, era una confederación conformada por Tlacopan, Texcoco y Tenochtitlan en la cual en teoría las tres ciudades tenían el mismo estatus y la misma capacidad de negociación y de proponer avances en nuevos territorios. Pero ya para el reinado de Moctezuma Xocoyotzin fue evidente que el poder procedía de una de las tres ciudades e incluso el poder de las tres no fue equitativo desde mucho antes de eso, Tlacopan fue desplazada muy pronto de la toma de decisiones casi apenas se conformó la alianza.

La Excan Tlatoloyan se conformó para enfrentarse a Maxtla, el tlatoani de Azcapotzalco, la ciudad a la que eran tributarias la mayoría de las ciudades del Valle de México en 1427. En esa revuelta reconfiguró el equilibrio de fuerzas entre las diferentes ciudades y Tenochtitlan, encabezada por Izcoatl como tlatoani y su sobrino Tlacaelel como Cihuacoatl —era un título pero también una divinidad cuya traducción lo mismo puede ser mujer serpiente o gemela—, estuvo en posición de pasar de ser una isla de tributarios y mercenarios a exigir tributo para sí. Ese cambio es visible en los estratos arqueológicos (la Etapa III del Templo Mayor se corresponde a este periodo). Los avances de los ejércitos tenochcas comenzaron.

Se ha discutido el tipo de entidad política que era la Excan Tlatoloyan, si es válida la consideración de imperio e incluso se ha llegado a decir que esa consideración fue una exageración deliberada de los españoles para justificar su conquista y darle más realce a sus hazañas. Ciertamente no se trató de un imperio colonialista, pero sí era una entidad que, aunque no exigía un control absoluto sobre las comunidades que sometía sí exigía tributos en función de las materias y bienes que cada región produjera. Así, por ejemplo, la Matricula de los tributos —obra que se realizó entre 1522 o 1530 basada en una pieza previa a la conquista— señala cuánto y qué habrán de tributar los diversos pueblos sometidos a Tenochtitlan. En ese sentido sería más parecida a la Roma republicana previa a las guerras púnicas, cuando, según Mary Beard en SPQR, la expansión militar de la ciudad del Lacio era exclusivamente con fines tributarios.

 

V

La calzada poniente comenzaba en Tlacopan, la actual Tacuba, y terminaba a los pies del Templo Mayor, más exactamente a los pies de la escalinata sur del mismo, la de Huitzilopochtli. Estamos imaginando este viaje antes de que ningún español conozca la ciudad, así que el 30 de junio de 1520 aún está por venir y todavía no ocurre la huida que realizan por esta calzada luego de ser expulsados por los tenochcas.

Antes de entrar a la ciudad al norte podemos contemplar la isla de Nonoalco que como el resto de las islas originales forman parte de una unidad urbana hecha de canales, calles y obras que han permitido ganar terreno al lago.

Mientras caminamos por la calzada podemos contemplar el acueducto de Chapultepec, una de las entradas de agua dulce que tenía la ciudad. Al entrar en Tenochtitlan nos reciben los adoratorios que bordeaban los cruces de caminos, pequeños templos en los que la efigie de una Cihuateteo es adorada y a cuyos pies se dejaban ofrendas de comida —es una escultura de una mujer con el pecho descubierto, un par de serpientes anudadas en su cintura hacen las veces de cinturón, los ojos están cerrados indicando que la figura representada ha muerto; se trata de la divinización de las mujeres que murieron en el primer parto, las guerreras que acompañaban al sol en su recorrido desde el mediodía hasta la puesta—.

Al entrar tenemos al norte de nosotros el barrio de Cuepopan y al sur el de Moyotlan. El panorama de la isla es dominado por el Templo Mayor con su doble adoratorio en la cúspide, otros templos del recinto sagrado sobresalen también de las casas y mansiones que componen el paisaje urbano —la mayoría de las construcciones son de una sola planta, aunque no eran infrecuentes las de dos plantas—. La ciudad es blanca, al menos la que da su cara a las calzadas, las chozas de los macehuales, de juncos o de adobe sin enjarrar, se encuentran en la orilla de la isla. Aquí las mansiones son blancas con acabados en rojo, adornadas con cenefas de grecas o motivos más complejos, como mariposas, flores u otros glifos, así mismo algunas son coronadas por almenas que comparten el colorido de los motivos que adornan las paredes bajo ellas.

Podemos dejar un poco la calzada y caminar unos pasos al sur —digamos la distancia que hay hoy entre el Palacio de Correos y la Torre Latinoamericana— para visitar la Casa de las Fieras. Un palacio en el que se resguardaban algunos de los carnívoros que los tenochcas apreciaban no sólo por su capacidad de caza sino por su vinculo con las divinidades. Así el jaguar y el ocelote, que tenían su espacio en ese primer zoológico, avant la lettre—aunque se sabe que al menos en Texcoco y Chapultepec había recintos análogos— estaban vinculados con la noche y el Tezcatlipoca negro; el culto a estos animales en el México Antiguo está atestiguado desde el periodo olmeca, dos mil años anterior a los mexicas, por su capacidad de camuflaje y, se creía, de ingresar en el inframundo por medio de las cuevas. En la casa de las fieras también había lobos, coyotes, pumas, linces e incluso osos y búfalos. También se contaba con un reptilario en el que se mantenían serpientes de múltiples especies: las más apreciadas eran las cascabeles; así como tortugas, cocodrilos y caimanes. Este espacio era de uso exclusivo de los pipiltin, los nobles; se ha argumentado también que algunos de estos animales servían para algunas ceremonias en los que era necesario hacer sacrificios de determinados animales en función de su relación con alguna divinidad en determinadas fechas.

Antes de dejar la Casa de las Fieras, admiremos las vigas y los dinteles de madera labrada de las puertas, un arte del que hoy apenas quedan vestigios dadas las condiciones del Valle de México poco propicias para la preservación de este tipo de materiales —así como textiles o plumarios, artes que los españoles admiraron a su llegada pero que se perdieron o fueron transformadas con la conquista—. Serpientes emplumadas, aves de diversa índole, grecas recorren la madera.

Volvamos pues a la calzada. Crucemos la Coatepantli, la muralla de serpientes, aunque en strictu sensu no es una muralla, sí es una plataforma que separa la ciudad del Recinto Sagrado. Hemos llegado al centro del mundo, este espacio es habitado por los nobles que dirigen la ciudad y la Excan Tlatoloyan. Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las Cosas de la Nueva España señala que había setenta y ocho edificios en este espacio. Nosotros podemos ver al norte el Calmecac, la escuela para los hijos de los pipiltin —hoy podemos visitar parte de ella en el sótano Centro Cultural España en México—; en esta escuela aprendían a utilizar las diversas armas que los guerreros portaban en batalla, desde la maza-espada macahuitl con afilada obsidiana, hasta el lanzadardos, así mismo aprendían la compleja religión mexica y los rudimentos de la lectura de los glifos.

Entre los edificios están palacios que pertenecieron a otros gobernantes ya fallecidos, como el de Axayacatl, que está al poniente, a un lado de donde hemos llegado. Ahí podemos ver algunos templos, el de Tonatiuh, el sol, que nos da la espalda pues su entrada principal apunta al oriente, como lo hace también el redondo de Ehecatl. También es posible observar el juego de pelota, aunque desde nuestra perspectiva a nivel de calle es difícil ver su característica forma de I latina. Ahí está también el Tzompantli, la muralla de cabellos —para los nahuas en el cabello residía la fuerza de la persona, de ahí que decir que alguien fue prendido de los cabellos era una forma de decir que lo habían hecho cautivo; aunque se suele traducir como muro de cráneos por ser el atributo más visible de esta estructura—, en ella, en estacas horizontales se colocaban los cráneos de sacrificados en determinadas ceremonias, había varios tzompantlis en el Recinto Sagrado, algunas en las que los cráneos estaban esculpidos en piedra.

En este espacio se reflejaba lo imbricado que estaba la vida religiosa, militar y política en Tenochtitlan. Así los dos principales grupos guerreros que conformaban las fuerzas de la ciudad tenían sus templos a los costados del Templo Mayor. Al norte la Casa de las Águilas, donde los guerreros águila se consagraban y eran preparados para la batalla; se ha especulado que parte de las ceremonias para la entronización del nuevo tlatoani se llevaran a cabo aquí. Al sur estaba la Casa de los Jaguares, un espacio análogo al anterior, pero dedicado a los guerreros jaguar, estos se ataviaban como el felino en la batalla y, a diferencia de los guerreros águila, estaban conformados por macehuales que habían logrado hacer prisioneros en la batalla.

Por fin estamos al pie de la gran ku, como la llamaron los españoles a su llegada. Nos contemplan serpientes enormes policromadas. El Templo Mayor es dos templos, está consagrado a dos fuerzas, la norte a Tláloc, la sur a Huitzilopochtli. La parte norte tiene figuras de ranas y motivos acuáticos que evocan su condición de Tonocatepetl, literalmente el cerro de nuestra carne, pero traducido más frecuentemente como el Cerro de los Mantenimientos, la montaña donde se resguardan todos los alimentos, el sitio del que Quetzalcóatl robó el maíz para hacer a los seres humanos y para darnos alimento. El sur era conocido como Coatepec, el cerro de la serpiente, el sitio según el cual nació ya armado Huitzilopochtli, donde tuvo el enfrentamiento con las fuerzas de la noche, encarnadas en su hermana Coyolxauhqui y los cuatrocientos del sur, los huitznahua, a quienes derrotó con su arma la Xiuhcoatl, serpiente de fuego, una metaforización del primer rayo del sol; a Coyolxauhqui la desmembró y la lanzó ladera abajo del Coatepec; así podemos ver una escultura de la mujer desmembrada a los pies de la escalinata sur; el triunfo de Huitzilopochtli sobre su hermana, el triunfo del día sobre las fuerzas de la noche.

Arriba están los cuatro adoratorios, desde esta cumbre podemos contemplar toda la ciudad y desde aquí los sacerdotes dirigen muchas de las fiestas que se celebran en el recinto sagrado. Aquí se llevaban a cabo los sacrificios humanos que los españoles pronto se dedicaron a exagerar.

 

VI

Los mexicas a la llegada de los españoles no los consideraron dioses. Camilla Townsend en Burying the white gods demuestra que en las fuentes indígenas esta consideración no se consolida sino hasta treinta o cuarenta años después del contacto, cuando los hijos de los nobles mexicas (pero también texcocanos y de otros sitios del valle) sabían del poderío de sus ancestros y necesitaban una forma de justificar la traumática derrota que sufrieron en 1521. Para Townsend así surgió el mito del dios que vendría, un mito que no existía en el mundo del México Antiguo pero que sí era común en la Europa premoderna.

Townsend, tanto en el ensayo mencionado como en Fifth Sun, explica que a los españoles se les llamó teotl —teule como lo castellanizaron— porque en el mundo nahua a las personas se les nombraba en función del lugar del que procedían, pero los recién llegados carecían de un lugar de procedencia, pues nadie hasta ese momento había escuchado hablar de ninguna Castilla o ninguna España —Caxtitlan sería la forma posterior en que en náhuatl se referirían a la península—, así que les dieron el nombre que se les daba a los dioses, pero también a lo indefinido. Aunque teotl puede ser traducido como divinidad, o lo que tiene atributos divinos, también puede ser traducido como terrible, desconocido o sin definición clara.

No deja de llamar la atención que Bernal Díaz del Castillo recuerde más de cuatro décadas después del suceso quien desmintió su propia divinidad y señaló que era un mortal como el resto de las personas fue Moctezuma no Cortés:

Y luego Moctezuma riendo […]: “Malinche  [así se referían tanto a doña Marina como a Cortés]; bien sé que te han dicho esos de Tlaxcala, con quien tanta amistad habéis tomado, que soy como dios o teul, y cuanto hay en mis casas es todo oro y plata y piedras ricas; bien tengo conocido como sois entendidos, que no lo creeríais y lo tendríais por burla; lo que ahora señor Malinche, veis mi cuerpo de hueso y carne como los vuestros, mis casas de piedra, madera y cal: de señor, yo gran rey sí soy y tener riquezas de mis ancestros sí tengo, mas no las locuras y mentiras que de mí os han dicho; así que lo tendréis por burla, como yo tengo vuestros truenos y relámpagos.”

Por desgracia los truenos y relámpagos, así como las alianzas que Cortés realizó con los enemigos de la Excan Tlatoloyan —y con los grupos desplazados del poder dentro de ella, como Ixtlilxochitl en Texcoco—, no eran ninguna broma. Moctezuma murió en la revuelta que siguió a la masacre del Templo Mayor en junio de 1520, no ha sido claro si en manos de los españoles o por una pedrada de sus súbditos, como las fuentes hispánicas han establecido. Tenochtitlan fue abandonada a la carrera por los conquistadores y sus aliados el 30 de junio de 1520 y casi perecen en el cruce de la calzada de Tlacopan. Cortés reunió sus huestes y se refugió en Tlaxcala, donde le fue necesario recuperar fuerzas por meses antes de empezar el contrataque con el que sitió la ciudad y la conquistó por fin el 13 de agosto de 1521.

 

VII

Nos queda entrar por la calzada sur, la más larga. La misma por la que entraron los españoles el 8 de noviembre de 1519, la que los asombró porque no se curvaba “ni poco ni mucho”. Venimos de la parte más fértil del valle, detrás de nosotros está Coyoacán y Xochimilco, dos de los primeros lugares que los tenochcas de Itzcoatl sometieron una vez derrotaron a Azcapotzalco y que, dada la alta producción de alimentos de la región, permitieron aumentar la población de la ciudad insular, que en comenzaba a dejar su condición insular para convertirse en la potencia que llegaría a ser. Fueron los xochimilcas, una vez derrotados, quienes construyeron esta calzada que permitió la expansión hacia el sur, las primeras expansiones fuera del Valle, así se hicieron los tenochcas con Cuauhnahuac —la actual Cuernavaca—.

A nuestro arribo a la ciudad, del lado oriente tenemos el barrio de Zoquiapan, aunque por un tramo del lado poniente no veremos más que agua, si acaso algunas chinampas. En el barro oriental habremos de encontrar, a la vera del camino un adoratorio a Ehecatl —y que fue encontrado en las labores de construcción de la Línea 2 del metro de la ciudad en 1969, desde entonces puede visitarse en la estación Pino Suárez—.

A nuestra izquierda encontraremos el barrio de Moyotlan, donde un mercado de menores dimensiones que el de Tlatelolco está en funcionamiento.

Volvemos a cruzar el Coatepantli, volvemos al Recinto Sagrado, ahí sigue el Templo Mayor y su doble adoratorio, el copal sigue ardiendo en los incensarios y el amate con la sangre que los sacerdotes se han sacado también arde. El sol ha sido alimentado, el mundo sigue existiendo.

 

VIII

La conquista significó la destrucción de las ciudades gemelas de las islas, Tenochtitlan y Tlatelolco fueron demolidas, aún durante el sitio. Cuando Cuauhtémoc se entregó a Cortés —y le ofreció el cuchillo para que lo sacrificara— no quedaba de la ciudad más que ruinas. Cortés decidió construir la capital de la Nueva España sobre esas ruinas, así, fue como se levantó la Ciudad de México sobre lo que había sido Tenochtitlan.

Así, Francisco de Aguilar, uno de los conquistadores que participaron con Cortés en la conquista, uno de los pocos que dejó constancia de la conquista —junto con el propio Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Juan Díaz, Andrés de Tapia y Bernardino Vázquez fueron de los pocos testigos que escribieron sobre la caída de Tenochtitlan— escribió años después, ya como fraile dominico, en su Breve relación de la conquista de la Nueva España:

En México han quedado muy poquitos indios en comparación a los muchos que solía haber.

 

Para quienes estén interesados en ahondar en Tenochtitlan pueden acudir a las obras de las que me serví para realizar este trabajo: La historia verdadera verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y Las Cartas de relación de Hernán Cortés —en ambos casos me he servido de las ediciones de editorial Porrúa—; Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún (tomos I y II), en la edición de Juan Carlos Temprano para Crónicas de América; de esta misma colección, La conquista de Tenochtitlan de J. Díaz, A. de Tapia, B. Vázquez y F. de Aguilar, en la edición de Germán Vázquez Chamorro. La matrícula de tributos, en la edición facsimilar realizada por Arqueología mexicana. En cuanto obras más contemporáneas remito Tenochtitlan de Eduardo Matos Moctezuma, editada por el Fondo de Cultura Económica y el COLMEX, del mismo autor y editada también por el FCE Vida y muerte en el Templo Mayor. De la historiadora Camilla Townsend Malintzin, una mujer indígena en la Conquista de México, editado por Era; Burying the White Gods: New Perspectives in the Conquest of Mexico, aparecido el 3 de junio de 2003 en el American History Review, y Fifth Sun: A New History of the Aztecs, editado por Oxford University Press