Kenopsia, o la incertidumbre de edificar ciudades sobre pantanos
Accidente
En la Plaza de las Tres Culturas se imita el vuelo del ave.
Los fantasmas juegan a mover patinetas
y hay quienes caen por la reja hacia el pasado.
Hay grietas entre los adoquines
y el zacate clama por su templo.
Hay ruinas que observan a los cuerpos deslizarse.
Deslizarse y enfrentar al sol
desde la diminuta sombra
que ofrece esa explanada del horror y paz,
y conocer así la amistad y la paz y el vicio.
Y cuánta paz y cuánta pólvora y cuánto escombro.
Un niño avanza y acelera y pisa el eco
antes de encontrar un peatón.
¿Cómo se frena en una patineta?
¿Cómo se detiene una caída?
Un día todo esto se cayó.
Y el sol cayó tras los edificios
y se vinieron abajo los cuerpos.
Un día un hombro dislocado y perdido
pasando a toda velocidad y la paz y el peatón que no se movió
para no salvarse de la embestida, para su primera fila del golpe:
a esta plaza se viene a estrellarse contra el suelo,
a descarapelarse las rodillas y a rodar
porque el dolor es importante
y la caída
y saber que aquí
siempre se han caído las cosas.
Ensayo
A las tres de la mañana
se queda muda la calle sin lluvia
y los sonidos que acompañan al silencio
se rompen y se deshacen.
Los gatos se llevan sus quejas a otro cielo
y las nubes se quedan expectantes,
con miedo de lo que pueda ocurrir.
A las tres de la mañana
los patinadores insomnes se pueden salvar
de una caída sin fin,
del pavimento inerte.
Y, si patinan, el mundo es el que se mueve
en ese momento
bajo sus ruedas de poliuretano
y sus láminas de madera.
A las tres de la mañana
los edificios se sientan en sus banquetas a fumar.
El aquietamiento se come a tu mascota en el armario.
En la mudez de la noche
existe un silencio desmesurado sobre el cual caer
con las patas abajo como un gato
o de espaldas
como un gallo borracho
cantando impuntual la mañana.
Ni siquiera el silencio del silencio es sagrado
cuando son las tres de la mañana
y nadie está escuchando.
Por ahora
Esta es la inquietud
de una memoria poblada de espectros.
Esta es la sed del papel
y su hambre y ebriedad de muerte.
Un último consuelo: solo se muere una vez,
al final de todas esas caídas:
una fractura en la muñeca,
dos tobillos rotos,
tres dientes perdidos.
Esa es la única razón posible para patinar:
caer y practicar
de preferencia a la vista de las ruinas
y practicar y caer
con el cuerpo como una embestida.
Perder la cuenta de las caídas.
Caer como fruto
Caer como un edificio.
Caer como el último bastión de la batalla
en el portal que da hacia el pasado
y estropearnos
y celebrar
que existe un lugar donde besar el suelo,
aunque sea con sangre en la boca.
Kenopsia
Solo queda el ensayo para un futuro triste
sin piel ni lengua ni hambre,
ni masas ni libres ni presos,
ni patinetas ni sueños ni burbujas,
ni el duelo de lo perdido
ni la emoción de lo encontrado,
un espacio evacuado por el tiempo,
edificios enteros vueltos
cascarón vacío.
Queda el simulacro.
Los días que ensayamos
para cuando los vestigios de nuestra vida
se vuelvan una atracción turística
Un turista observa nuestra pila de ropa sucia con entusiasmo histórico.
Un turista al lado de nuestras libretas que ya nunca se abrirán.
Un turista desde nuestra habitación deshabitada,
en nuestros baños sin agua, nuestras salas sin cerveza
en nuestras plazas públicas y pasillos vacíos,
observándonos desde sus gafas
y su presente demoledor y su destierro,
“esto era un espacio de sacrificio”
“esto fue un periodo histórico de pequeña o mediana importancia”
“sonrían para el recuerdo”
le toma una foto a nuestros fantasmas.