Tierra Adentro
Ilustración por Laura Velázquez

Accidente

En la Plaza de las Tres Culturas se imita el vuelo del ave.

Los fantasmas juegan a mover patinetas

y hay quienes caen por la reja hacia el pasado.

Hay grietas entre los adoquines

y el zacate clama por su templo.

Hay ruinas que observan a los cuerpos deslizarse.

Deslizarse y enfrentar al sol

desde la diminuta sombra

que ofrece esa explanada del horror y paz,

y conocer así la amistad y la paz y el vicio.

 

Y cuánta paz y cuánta pólvora y cuánto escombro.

Un niño avanza y acelera y pisa el eco

antes de encontrar un peatón.

¿Cómo se frena en una patineta?

¿Cómo se detiene una caída?

Un día todo esto se cayó.

Y el sol cayó tras los edificios

y se vinieron abajo los cuerpos.

Un día un hombro dislocado y perdido

pasando a toda velocidad y la paz y el peatón que no se movió

para no salvarse de la embestida, para su primera fila del golpe:

a esta plaza se viene a estrellarse contra el suelo,

a descarapelarse las rodillas y a rodar

porque el dolor es importante

y la caída

y saber que aquí

siempre se han caído las cosas.

 

 

Ensayo

A las tres de la mañana

se queda muda la calle sin lluvia

y los sonidos que acompañan al silencio

se rompen y se deshacen.

 

Los gatos se llevan sus quejas a otro cielo

y las nubes se quedan expectantes,

con miedo de lo que pueda ocurrir.

 

A las tres de la mañana

los patinadores insomnes se pueden salvar

de una caída sin fin,

del pavimento inerte.

Y, si patinan, el mundo es el que se mueve

en ese momento

bajo sus ruedas de poliuretano

y sus láminas de madera.

 

A las tres de la mañana

los edificios se sientan en sus banquetas a fumar.

El aquietamiento se come a tu mascota en el armario.

En la mudez de la noche

existe un silencio desmesurado sobre el cual caer

con las patas abajo como un gato

o de espaldas

como un gallo borracho

cantando impuntual la mañana.

 

Ni siquiera el silencio del silencio es sagrado

cuando son las tres de la mañana

y nadie está escuchando.

 

 

Por ahora

Esta es la inquietud

de una memoria poblada de espectros.

Esta es la sed del papel

y su hambre y ebriedad de muerte.

 

Un último consuelo: solo se muere una vez,

al final de todas esas caídas:

una fractura en la muñeca,

dos tobillos rotos,

tres dientes perdidos.

 

Esa es la única razón posible para patinar:

caer y practicar

de preferencia a la vista de las ruinas

y practicar y caer

con el cuerpo como una embestida.

 

Perder la cuenta de las caídas.

Caer como fruto

Caer como un edificio.

Caer como el último bastión de la batalla

en el portal que da hacia el pasado

y estropearnos

y celebrar

que existe un lugar donde besar el suelo,

aunque sea con sangre en la boca.

 

 

Kenopsia

Solo queda el ensayo para un futuro triste

sin piel ni lengua ni hambre,

ni masas ni libres ni presos,

ni patinetas ni sueños ni burbujas,

ni el duelo de lo perdido

ni la emoción de lo encontrado,

un espacio evacuado por el tiempo,

edificios enteros vueltos

cascarón vacío.

 

Queda el simulacro.

Los días que ensayamos

para cuando los vestigios de nuestra vida

se vuelvan una atracción turística

 

Un turista observa nuestra pila de ropa sucia con entusiasmo histórico.

Un turista al lado de nuestras libretas que ya nunca se abrirán.

Un turista desde nuestra habitación deshabitada,

en nuestros baños sin agua, nuestras salas sin cerveza

en nuestras plazas públicas y pasillos vacíos,

observándonos desde sus gafas

y su presente demoledor y su destierro,

“esto era un espacio de sacrificio”

“esto fue un periodo histórico de pequeña o mediana importancia”

“sonrían para el recuerdo”

le toma una foto a nuestros fantasmas.

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