Tierra Adentro
Fotografía de Carlos de la Sancha, impresión en papel fotográfico/collage. Berlín 2011.

No sé cuál de mis amables lectores —pero alguno(a) habrá— comparta mi pasión por la poesía de López Velarde en general y por el adjetivo lopezvelardiano en particular. A él (ella) va destinada esta breve acotación cromática.

En un verso inusitado, el poeta jerezano califica de “inusitados” unos ojos de un color inusitado:

Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre.

Durante muchos años —años de error— supuse verdes los ojos de la conmovedora novia provinciana de “No me condenes”. Me indujo al yerro el hecho de que en mi casa paterna hubiera, y desde siempre, unos grandes dessous-de-plat de cobre martillado comprados en Santa Clara del Cobre, los cuales se iban, con el paso del tiempo, tornando opacos y cubriendo de pringas verde-moho hasta que un buen día se los mandaba a pulir y el insistente trapo con Brasso™ los restituía a su fulgor solar. Aquellas pringas verdes que tiraban a grises —asumí como una evidencia cuando en la secundaria leí por primera vez el poema— eran sulfato de cobre. Los ojos de la casta y desconfiada María eran pues —asumí— de un verde-gris inusitado, lo cual hacía de ellos, cabalmente, “ojos inusitados”. Que López Velarde hubiera mirado nuestros turbios platos de cobre para pintar los ojos de su enamorada me parecía neurótico, me parecía genial, me parecía inusitadísimo…

No hace mucho, caminando entre viñedos en el departamento de l’Ardèche, entré a buscar sombra, y de paso a hurgar, en un vetusto y fresco hangar agrícola. Me acerqué a mirar de cerca unos viejos cajones de madera. Adentro vibraba lo que en un primer momento creí ser el tesoro de Salomón: hermosísimos cristales del azul más eléctricamente luminoso y profundo que he visto jamás en el mundo mineral. La etiqueta en las cajas decía “Sulfate de cuivre pentahydraté”, con una fórmula abajo, CuSO4, 5H2O, y una mise-en-garde, “Precaution: IRRITANT”.

Sulfato de cobre. De inmediato entendí que así vibraban los ojazos azules de María, la novia pobre del poeta, la que tuvo miedo —y con razón— de ceder a los avances de un vividor irresponsable. ¿Cómo no enamorarse de ellos? ¡Bien sabía ella que sus ojos la hacían correr grandes peligros!

A un lado, clavada al telarañoso estante con un par de tachuelas, la receta y proporciones para preparar la bouillie bordelaise o “mezcla de burdeos” (sulfato de cobre, agua, cal apagada), un fungicida de antaño que protege a la viña del mohoso hongo del mildiu. Tomé un par de irritantes tóxicos cristales azules y los envolví en un pañuelo desechable. Salí a la oblicua y cobriza luz meridional y eché a andar por entre las verdes y estrictas paralelas del viñedo. En el cuenco de mi mano, un reflejo de los inusitados ojos de María. Al andar recitaba con algún ligero tropezón, algún arranque en falso, el poema. Hasta que lo recuperé enterito:

 

Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase María; vivía en un suburbio,
y no hubo entre nosotros ni sombra ni disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba
contiguo a la estación de los ferrocarriles,
y ¿qué noviazgo puede ser duradero entre
campanadas centrífugas y silbatos febriles?

El reloj de su sala desgajaba las ocho;
era diciembre, y yo departía con ella
bajo la limpidez glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
hubo de ser, al fin, forzoso confidente.

María se mostraba incrédula y tristona:
yo no tenía traza de una buena persona.
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
el acierto nativo de aquella señorita
que oía y desoía tu pregón embustero?

Su desconfiar ingénito era ratificado
por los perros noctívagos, en cuya algarabía
reforzábase el duro presagio de María.

¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes;
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te meza, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.

Fotografía por Alain-Paul Mallard.

Fotografía por Alain-Paul Mallard.