Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

Titulo: La segunda Celestina

Autor: Sor Juana Inés de la Cruz / Agustín de Salazar y Torres

Editorial: Vuelta

Lugar y Año: México, 1990

Edición, prólogo y notas: Guillermo Schmidhuber

Colaboración: Olga Martha Peña Doria

Presentación: Octavio Paz

En una reciente expedición que hice por algunas librerías de viejo buscando un libro que al final no hallé encontré, en cambio, un ejemplar de La segunda Celestina, la comedia que dejó inconclusa Agustín de Salazar y Torres y cuyo final es erróneamente atribuido a Sor Juana Inés de la Cruz. Sólo sabía de su existencia por la polémica que suscitó cuando apareció de manera que nunca había visto y tenido uno en mis manos, a lo cual hay que agregar que no se ha vuelto a publicar desde entonces. Por supuesto, lo compré sin dudarlo. La publicación de esa comedia dio pie a una polémica entre Octavio Paz, el editor de la obra, Guillermo Schmidhuber, y el eminente sorjuanista Antonio Alatorre. La nota de presentación de Paz, que en aquel momento de la polémica apareció en Proceso, es escueta pero es suficiente para que incurra en varias imprecisiones.

La historia para desentramar ese final a La segunda Celestina está llena de pistas sueltas que hay que unir, como en una novela de espías y ladrones. Para empezar, habrá que recordar que Agustín de Salazar y Torres nació en España pero desde muy niño vino a la Nueva España y fue aquí donde escribió la mayor parte de su obra, regresó a España donde murió muy joven, a los 33 años, dejando inconclusa su última comedia, La segunda Celestina. Escribe Paz en la presentación: “En su excelente, sucinto y documentado prólogo Guillermo Schmidhuber demuestra, de manera convincente y detallada, que se trata de una obra juvenil de Sor Juana (tendría unos veintiséis o veintisiete años cuando la escribió)”. Lo anterior no puede ser cierto ya que, a esa edad, Sor Juana estaba maniatada por su guía espiritual y confesor, el férreo padre Núñez, quien le autorizaba qué escribir y qué no escribir, de manera que es poco probable que la hubiera dejado escribir la última parte de una obra dirigida al vulgo cuando él prácticamente la obligaba a escribir obras sacras. Continúa Paz: “No repetiré los argumentos y los datos de Schmidhuber; en cambio, señalo que también me convence otra suposición suya: probablemente Sor Juana no se limitó a escribir el final pues sus huellas aparecen en la parte que había dejado escrita Salazar y Torres”. Es interesante que en su lectura, Paz encuentre a lo largo de la comedia los supuestos guiños de Sor Juana pero que ignore los errores de edición que hizo Schmidhuber, por ejemplo, corregir palabras para que el verso quede cojo (octosílabos de siete o nueve sílabas, etcétera) o palabras que en la obra están bien y que Schmidhuber corrige mal.

Por otro lado, Paz y luego Schmidhuber están convencidos de que fue el Marqués de Mancera quien le pidió a Sor Juana que terminara la obra, lo cual también es inexacto pues para empezar los tiempos no se corresponden: Salazar y Torres murió el 27 de noviembre de 1675 y los manuscritos no pudieron haber llegado tan rápido a Nueva España para que Sor Juana trabajara en ellos, escribiera los más de mil versos finales y los regresara a Madrid para que la obra se estrenara casi un mes después, el 22 de diciembre, cumpleaños de la reina Mariana de Austria. “Las flotas que hacían el crucero transatlántico no eran ni rápidas ni frecuentes. (¿Las habría en los meses de invierno?)”, observa Alatorre. Por otra parte, si bien cuando Mancera fue virrey de la Nueva España había atestiguado una anécdota en la que la pequeña Juana Inés daba muestras de su inteligencia y así se la contó al padre Calleja (quien la registró en su biografía de la monja), también es cierto que para 1675 sabía muy poco del progreso intelectual de la niña que había conocido, la cual ya componía poesías sacras (villancicos y loas, todas autorizadas por el padre Núñez) y cortesanas (como bien nota Paz: el poema a la muerte de Felipe IV y otro al duque de Veraguas), pues cuando él regresó a la corte del rey Carlos II la había dejado enclaustrada en el convento de san Jerónimo. Repito, es poco probable que su confesor y guía espiritual, el padre Núñez, que era de carácter fuerte y dominante, según lo documentó Juan Antonio de Oviedo en la Vida (1702) de Núñez y como debía saberlo Paz, le hubiera permitido a su hija espiritual terminar una comedia mundana para el entretenimiento del vulgo. Además, Paz se contradice: escribe que Mancera era parte del séquito de la reina Mariana pero que ésta había sido relegada por el bastardo de Felipe IV, de manera que Mancera, exiliado con la reina, no pudo hacerse escuchar en la Corte para sugerir que Sor Juana terminara la comedia.

Estoy convencido, como Alatorre, que fue la Condesa de Paredes, María Luisa Manrique de Lara, quien le encargó a Sor Juana que escribiera otro final para la comedia inconclusa de Salazar y Torres. En una nota anónima en Vuelta se dice que “para terminar una obra como La segunda Celestina ‘en horas veinticuatro’ no hacía falta un Lope [de Vega]: bastaba con el oficio de cualquier mediano poeta de la época”. En efecto, un poeta “mediano”, Juan de Vera Tasis, terminó de manera muy elemental la Celestina, cuyo final no le gustó a la Condesa pues, sin duda, creía que sólo un escritor de la altura de Salazar y Torres podía concluir bien esa comedia y ese escritor sólo podía ser Sor Juana. En 1675, la Condesa había presenciado en la Corte la puesta en escena de La segunda Celestina y no le había convencido el final para esa obra tan divertida. “La tarea de terminar bien una comedia tan movida era en verdad difícil”, dice por su parte Alatorre. Luego, en 1681, aparecieron las obras de Salazar y Torres en dos tomos: Cythara de Apolo, las cuales seguramente llegaron directo de Madrid a la Condesa, ya para entonces Virreina de Nueva España y amiga de Sor Juana. En 1682, la Virreina le pidió a Sor Juana que escribiera su propia versión del final (son poco más de mil versos los que escribe), ella lo hace y la obra se estrena a mediados de 1683, el mismo año en que se estrena su obra, Los empeños de una casa. Para entonces, Sor Juana ya se había librado del yugo del padre Núñez, al cual renunció a través de la valiente carta de 1682, y para ese momento sólo aceptaba los encargos de su amiga la Condesa (en varios poemas así lo dice Sor Juana, es decir, que los está escribiendo porque alguien le pidió que hiciera una variación de tal o cual tema poético y hasta en la Carta atenagórica dice que ella preferiría no meterse en esos temas teológicos pero que si lo hace es porque se lo pidieron: y quien se lo pidió sólo podía ser la Condesa). Cuando en 1688 la Condesa regresa a Madrid se lleva consigo los originales de ese final sorjuanino, sólo así se entiende que más tarde los tenga en su poder Francisco de las Heras, secretario de la Condesa y editor en España de Sor Juana, y quien decidió no incluir ese final en la Inundación castálida (1689) pero hace saber que existe; luego Castorena tampoco lo incluyó en las Obras pósthumas (1700), sin embargo dice que ya se “está imprimiendo para presentarse ante sus majestades”, lo cual en realidad no sucede.

Un crítico también debe reconocer cuando se equivoca, y precisamente eso hace Alatorre: dice que él pudo haber encontrado lo que sería la versión sorjuanina de La segunda Celestina en la biblioteca Nacional de Madrid a finales de 1985, que consultó “en la Cythara y [que] en dos de las sueltas está el final de Vera Tasis, ¡y en las otras dos sueltas está el final distinto”. Ese final distinto al de Vera Tasis, creyó Alatorre, era el de Sor Juana pero lo que hasta el momento había sido una unión de cabos muy claros, con la aparición del descubrimiento de Schmidhuber todo se desvirtuaba pues el manuscrito que éste encontró, según dice en su edición, es de 1676 (seis años antes de la que supone que le encargó la Condesa y que se estrenó al año siguiente) y así el descubrimiento de Alatorre y el de Schmidhuber, a pesar de ser el mismo, se contraponen por las fechas con lo cual “la cronología se desquicia”.

Implícitamente Paz estaba convencido —a pesar de sus evidentes errores— de que el final de La segunda Celestina era obra de Sor Juana pues no sólo la publicó en las ediciones de Vuelta, sino que incluyó su presentación en las sucesivas ediciones de Las trampas de la fe y luego en el tercer tomo de sus Obras completas. En un ensayo a la muerte de Paz, Alatorre cuenta que le hizo más de cien observaciones a Las trampas de la fe, que se las envió a Paz y que esté le agradeció después en las siguientes ediciones diciendo que Alatorre había “revisado” el libro, lo cual es inexacto, dice Alatorre, pues él no revisó ni corrigió el manuscrito como se podría entender sino que le envió en una carta sus observaciones. Lo interesante del caso sería saber dónde están esas cien observaciones (¿en el archivo de Paz o en el archivo de Alatorre?) y ver cuáles opiniones consideró Paz y cuáles desechó.

Las incógnitas sobre La segunda Celestina siguen en el aire: ¿dónde está el final que escribió Sor Juana y que en distintos años tanto De las Heras como Castorena dijeron que existía? ¿Se encontrará algún día? ¿Por qué no se ha vuelto a publicar la comedia con el supuesto final de Sor Juana? (En este caso sí hay respuesta: si nadie la ha vuelto a publicar es porque ningún sensato cree que ese final sea de Sor Juana y en cambio se sigue imprimiendo la comedia con el final de Vera Tasis). Y más importante: en las próximas ediciones del cuarto tomo de las obras de la Décima Musa, ¿se incluirá el final que Schmidhuber dice haber encontrado? Ya el propio Alatorre revisó y publicó una edición moderna del primer tomo de las obras de Sor Juana (Lírica personal, FCE, 2009), sin embargo, hace falta actualizar el segundo y el tercer tomo que en los años cincuenta también editó el padre Méndez Plancarte y, sobre todo, el cuarto y último tomo que le tocó concluir a Alberto G. Salceda y en el que debe incluirse la carta a su confesor (1682) después del Neptuno alegórico y antes de la Carta Atenagórica y la Carta a sor Filotea, pues sin la primera no se entienden estas otras dos.