Tierra Adentro
Portada de "Fleabag". Serie de TV, 2016-2019. Phoebe Waller-Bridge.
Portada de “Fleabag”. Serie de TV, 2016-2019. Phoebe Waller-Bridge.

When you find somebody that you love…

It feels like hope

Phoebe Waller-Bridge, Fleabag

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Fleabag (2016) escrita y protagonizada por Phoebe Waller-Bridge inició como un monólogo de diez minutos creado para un festival de relatos cortos en 2013. De ahí, gracias al amor de la audiencia, creció en cuestión de meses para convertirse en una producción teatral que se estrenó en Edimburgo y terminó por llegar al teatro Soho en Londres. Después, Waller-Bridge recibió una propuesta de la BBC para crear un piloto que adaptara Fleabag para la televisión. Tras casi un año de intentos de escritura fallidos, Waller-Bridge surgió con el guion terminado de Fleabag.

La adaptación, con su ritmo rápido rallando en lo frenético, sus diálogos perfectamente escritos para ser divertidos y extender escena a escena una tensión que explota hasta el final de la temporada, construyó sobre la base de la obra teatral un producto interesantísimo, gracioso, trágico, y simplemente adictivo. La obra original, un monólogo con algunas intervenciones de voces incorpóreas, se convierte en una tragicomedia llena de cortes de cámara, personajes vibrantes y escenas demoledoras. Cuenta la historia de Fleabag —nunca llegamos a conocer su nombre real, así que optamos por llamarla Fleabag (bolsa de pulgas) como el título de la serie y así está nombrada en el libreto de la obra y en el guion televisivo, curiosamente “Fleabag” era el apodo que de niña le había dado su familia a Phoebe Waller-Bridge—, enfrascada en el duelo por la muerte de su madre y su mejor amiga Boo.

Fleabag se enfrenta a la posible quiebra de su negocioo, un café con temática de cuyos que administraba junto con Boo; la nueva relación amorosa entre su padre y su madrastra, quien fue también la mejor amiga de su madre; y la siempre tensa relación con su hermana perfeccionista Claire y su esposo alcohólico Martin. Entre todo eso, Fleabag debe descubrir quién es sin Boo y cómo navegar un mundo donde la única persona que la entendía de verdad se ha ido. Es una historia de duelo, de autotrascendencia, de familia, de sentir que la vida es horrible, de conexión o la incapacidad de conectar con otros, de esperar lo mejor, de amar, perder y aprender a amar de nuevo.

Fleabag es graciosa, irónica, ingeniosa y llena de claroscuros; atraviesa la vida, el duelo, el amor y la relación con su padre y hermana con una sinceridad a veces artificial, a veces espeluznante.

Phoebe Waller-Bridge escribió una vez “Estoy obsesionada con el público. Cómo ganármelo, qué cosas lo enajenan, cómo seducirlo y sorprenderlo, qué lo divide. Es un deporte teatral para mí: me engancha”, esa obsesión brilla a lo largo de las dos temporadas mediante la relación de Fleabag con nosotros, los espectadores, con quienes habla a través de la cámara. Así, la protagonista nos muestra lo que parecen en un inicio sus pensamientos sin filtro de la situación que está viviendo, desde un trayecto en autobús hasta la ruptura con su novio, creando un ritmo especial que nos hace sentirnos confidentes además de espectadores en un ejercicio similar al de Elliot de Mr. Robot. Pero lentamente, si prestamos atención, nos damos cuenta de la realidad: lo que nos muestra forma parte de un acto de seducción, de manipulación en el que caemos complacientes.

Al inicio de la primera temporada, Fleabag desea que la queramos. Ella, una mujer joven, blanca y tan privilegiada como lo puede ser una londinense de clase media, de veintimuchos o treinta y pocos, está también completamente sola. Su única amiga ha muerto, su familia la ama, pero no la soporta, y ella está harta de su novio con quien sostiene una relación destinada al fracaso. Fleabag se muestra egoísta, tiende al autosabotaje y a la autodestrucción. Está rota y sobrelleva la culpa por la muerte de Boo al no hacerlo en absoluto: ignora sus emociones y se rodea de relaciones trivales para satisfacer su deseo de intimidad. A lo largo de la primera temporada, comparte con nosotros momentos de ironía, tristeza y felicidad mientras nos muestra cómo su mente sigue yendo a Boo, recordándola siempre y gracias a todo lo que la rodea: un lápiz, la cuyo Hillary, el café que administraban juntas, la vida misma.

En medio de ese caos, su única relación real comienza a ser con nosotros, la audiencia, por medio de rupturas de la cuarta pared —miradas a la cámara, frases dichas para nosotros y pequeños monólogos— empezamos a pensar quizás que somos los únicos que la conocen realmente; pero conforme transcurre la serie y conforme Fleabag se muestra más y más ante nosotros, nos damos cuenta de que se miente a sí misma todo el tiempo porque lo que nos muestra no es su verdadero yo, sino quien desea ser.

Intenta reflejar la versión de ella misma que la hace invulnerable ante la pérdida de su mejor amiga, el desprecio de su familia y la profunda soledad que vive día a día.

Fleabag intenta convencerse, y a nosotros con ella, de que está bien estando sola; está bien si la hacen a un lado; está bien si no se enamoran de ella; está bien si no logra conectar con otros. Entonces, es irónica y graciosa, llena de comentarios mordaces y nos deja entrar sin temor a contemplar toda su vida; pero en cuanto algo más pasa —como el final de la primera temporada—, se paraliza y cesan las miradas. Fleabag se muestra entonces lejana, casi avergonzada de nuestra presencia: nos ha dejado entrar y se arrepiente de que realmente podamos verla tal cual es. Y, al final de la segunda temporada, se aparta de nosotros para siempre.

El secreto de su fachada está en lo que decide mostrarnos. Sí, sus comentarios son sarcásticos y encantadores, pero como cree lo peor de ella, termina mostrándose ante nosotros como autodestructiva, autocomplaciente, egoísta, caprichosa, y desdeñosa de quienes no le importan lo suficiente; pero lo que no nos muestra termina por colarse entre las rendijas porque Fleabag también es generosa, protectora, incondicional con su familia, caótica y espectacular. Naturalmente graciosa, amable cuando no debería, radical cuando nadie más lo sería. Uno no puede evitar caer en el juego de manipulación y enamorarse de ella esperando el momento en que logremos verla de verdad, y lo hacemos al final de la primera y la segunda temporada. La miramos tal cual es y eso nos rompe el corazón porque nos revela sus inquietudes más profundas que reflejan las nuestras: el miedo de estar real y demoledoramente solos, el miedo de estar más allá de cualquier redención; el miedo de nunca saber cómo hacer para que las cosas mejoren; el deseo de recuperar lo perdido; el anhelo de volver atrás en el tiempo.

Fleabag no es la protagonista empoderada o sorora que uno imaginaría de una obra explícitamente feminista como ha sido etiquetada, recordemos el hilarante: “I sometimes worry that I wouldn’t be such a feminist if I had bigger tits”, o cuando tanto ella como su hermana levantan la mano en una conferencia feminista cuando la ponente pregunta si estarían dispuestas a dar cinco años de su vida por el cuerpo perfecto.

Mientras que, por un lado, tiene monólogos obviamente feministas, pensemos en el icónico “women are born with pain built in” Fleabag es excelente no por ser mujer, sino por ser humana, profundamente humana, con fallas enormes y virtudes igual de grandes; porque está rota, porque está triste y sola; porque ama y se autosabotea y pierde lo que ama; porque es amada y odiada y despreciada y maltratada, pero también es deseada y tratada con ternura. Fleabag es excelente porque cambia. En medio de la tristeza, el duelo, o el amor es capaz de cambiar, de redimirse sin buscar una redención, de ser horrible y luego ser maravillosa. Es y ya está. Fleabag se gana nuestra simpatía al hacernos reír, y nuestro amor incondicional al hacernos llorar.   

Me gusta Fleabag por su lenguaje visual, su énfasis en la mirada de los personajes, su humor, sus giros inesperados, las actuaciones excelentes y minuciosas de sus actores, su banda sonora, el cuidado y amor puesto en cada escena. Me gusta la forma en que me hizo enamorarme de todos los personajes, incluso los horribles, y me llevó a pensar en mí misma: mis propios duelos, mis propias pérdidas, mis propias incapacidades de conectar con los demás. Me gusta Fleabag porque es un ejercicio de descubrimiento: mirar a alguien desnudarse ante nosotros y compartirnos todo lo que la hace ser ella misma. Pero, sobre todo, porque se siente real: hacer una amiga, conocerla, despedirnos y extrañarla para siempre.

Mirar a Fleabag es, en parte, aprender a mirarnos a nosotros mismos. Descubrir nuestras soledades y lo que no nos gusta de nosotros; las incoherencias de nuestro mundo; las formas en las que no encajamos; nuestra necesidad de ser amados; nuestro dolor ante la pérdida de alguien querido; nuestra incapacidad de relacionarnos con quienes amamos. Nos encontramos a nosotros mismos en ella, nos reconocemos en sus emociones, en su humor, en su ironía, en lo perdida que está, en su deseo de conectar.

Como muchos, quedé especialmente encantada por la segunda temporada y la historia de amor entre Fleabag y el padre católico (simplemente “Priest” en el guion televisivo), bautizado como Hot Priest por el internet e interpretado por Andrew Scott; un padre católico que será el que oficié la boda entre la madrastra de Fleabag y su padre. Fleabag, quien termina la primera temporada logrando inesperadamente lo que se pasó los primeros seis capítulos intentando: conectar con alguien, se enfrenta ahora a la aventura de reestablecer sus vínculos familiares rotos y encuentra de forma inesperada en el padre católico a alguien que, quizá por primera vez, la mira tal cual es. El resultado es una historia de amor que se construye por medio de miradas, de humor compartido, de tensión y de deseo, es distinta a los vínculos puramente sexuales que Fleabag había establecido antes: es real, íntima y por eso mismo increíblemente dolorosa.

Para el momento en el que llega el final de la serie, Fleabag se despide con el corazón roto1, pero segura de aquello que no creía posible tras la muerte de su mejor amiga: que puede volver a amar, que puede estar bien, que todo termina por pasar.

“It’ll pass”, el diálogo del padre católico todavía resuena en nuestra mente mientras la vemos alejarse. Queremos decirle algo, llegar a ella de algún modo, frenar ese final, evitar su alejamiento porque en esas dos temporadas se ha convertido en una amiga. La hemos conocido de verdad, se ha desnudado ante nosotros. Hemos llorado, hemos reído, hemos amado, nos ha hecho sentir esperanza de algún modo. Pero no podemos detenerla, podemos despedirla sabiendo que estará bien. Fleabag estará bien. Volverá a estar bien y si ella puede hacerlo, quizás nosotros también.

Portada de "Fleabag". Serie de TV, 2016-2019. Phoebe Waller-Bridge.
Portada de “Fleabag”. Serie de TV, 2016-2019. Phoebe Waller-Bridge.
  1. En una secuencia maravillosa, cuando la cámara intenta seguirla, ella nos pide sin decir palabra que no lo hagamos, reflejando el final de la temporada anterior; no vuelve a mirarnos después de que Claire expone el secreto de su culpa por la muerte de Boo.