Tierra Adentro
Fotografía por Eugenia Montalván.

Santiago Papasquiaro, Durango, 31 de marzo de 2014. Acá en Durango cuando en las fiestas –e incluso en los antros– se toca el corrido de Santiago Papasquiaro, casi de golpe todo mundo se levanta de su silla motivado por una energía que proviene, estoy segura, del furor serrano que caracteriza al pueblo bravo, bravo en el sentido más auténtico de la palabra, es decir, movido por el impulso que surge de la sobrada fuerza con que se camina del llano a la montaña entre matorrales, piedras, pinos y riachuelos rodeados de mezquites, abrojos y nopaleras: ese valor intrínseco necesario para dar pasos firmes sobre la tierra con tal de avanzar diligente con una tinaja de agua o con la canasta del nixtamal en la cabeza, si no es que controlando los pasos de un burro manso cargado de leña.

¿Romanticismo puro? ¡Sí, hombre! De ahí surgió la letra de esta canción que se estrenó en la cantina “El amanecer” frente a la iglesia de Santiago Apóstol, y habla de hembras preciosas de verdad y hombres que se juegan la vida a la primera provocación.

Podría pensarse que esa época ya pasó, que ahora las mujeres de Santiago Papasquiaro estudian en el Colegio de Bachilleres para luego ir al Tecnológico o la Universidad (o incluso al Tecnológico de Monterrey), quizá sí, pero por lo pronto viven rodeadas de cerros que a diario les hacen pensar en qué carajos sucede del otro lado, allá en la Sierra, donde por supuesto hay mujeres que echan tortillas al comal diariamente… ¿Y unos kilómetros más arriba? Allá está la frontera, el otro mundo: Estados Unidos, el punto donde viven familias santiagueras enteras, y de donde llegan remesas generosas, claro que sí.

Sea como sea, las chamacas de hoy conocen su “himno” y lo bailan como dios manda, ¡me consta! Se dejan llevar o llevan a su acompañante a través de ese abrazo apretado que es la esencia del baile, y no me refiero a un acercamiento insinuante o provocativo; con esta canción vamos a lo que vamos: gozar la música por medio de pasitos con sabor norteño que hacen sentir calor en las manos y los pies… Pero más que eso: bailando así, en grupo, el movimiento acompasado de los hombros se vuelve un símbolo de fraternidad, de compenetración en la estratósfera de la identidad. Asimismo, en la cúspide de este entendimiento a golpe de tamborazos, trompetas, acordeones y tubas hay gente capaz de hacer que su pareja casi roce el suelo, sosteniéndola con fuerza y ternura a la vez, pero también con el arrojo que nos induce a llegar al fondo de las cosas, de las emociones…

El autor del corrido de Santiago Papasquiaro es Manuel Unzueta Castillo, según el cronista Salvador Guevara Gallegos “Chavín”, y no Miguel Ángel Gallardo, a quien se le adjudica.

Pero no fui a Santiago expresamente a buscar la historia de esta canción popular (de la que es imposible abstraerse cuando se decide visitar este municipio localizado a 170 kilómetros de la capital del estado), sino a rastrear los orígenes de los hermanos Revueltas, nacidos aquí en Durango, y criados por una mujer heroica nacida en San Andrés de la Montaña, paraje minero de Santiago Papasquiaro que ahora es imposible visitar, salvo que tengamos el coraje de arriesgar la vida, como nos hizo ver el cronista Guevara, entrevistado en su casa, todo un personaje en la cultura local que pronto publicará un libro de leyendas.

Romana Sánchez, la madre de Silvestre, José, Rosaura y Fermín, formó a sus diez hijos –no solo a estos más famosos– afianzada en sus orígenes serranos. Silvestre la recuerda así: “Ella me ha contado su infinita curiosidad por saber del mundo que ocultaban las altas montañas que rodeaban su pueblo, sus sueños y su siempre nueva admiración y amor por la naturaleza” (Silvestre Revueltas por él mismo, Era: 1989). Desde luego que esta perspectiva romántica es la que me interesa conocer más a fondo a mí, paisana de esta notabilísima familia de gente entrona, valiente y fuera de serie, adjetivos simples para la trascendencia de su obra, pero finalmente compatibles con la esencia de esta tierra aparentemente inhóspita.

Entonces, confieso que entusiasmada con la visita de mi novio, proveniente de un país lejano, me atreví a sugerirle que viajáramos a la cuna de Romana Sánchez, ¡y  aceptó! La aventura fue sensacional, sobre todo por el excitante paisaje que descubrimos juntos. Reconozco que mucha gente me había advertido que no hiciera el viaje sola.

Todo empezó una mañana reciente cuando una conocida empresa alquiladora de automóviles mandó a mi casa un Jetta último modelo, solo que llegó con una alerta: “Viajar a Santiago Papasquiaro es peligroso”. ¡Nomás eso faltaba! Contacté a Samantha, la única amiga santiaguera que tengo, y ella nos tranquilizó: “No pasa nada… Disfruten”.

Es lógico que aún se resientan las secuelas de la violencia que hubo en el estado hace algunos años, entiendo, pero aparte de que este carrito realmente se queda corto en comparación con las camionetas que circulan aún en los caminos más escabrosos del estado, no me parece apropiado que la gente involucrada en los servicios turísticos se escandalice o provoque miedo ante dos viajeros decididos, y lo digo después de constatar que las carreteras de Durango están en muy buen estado y es posible viajar sin temor. También se vale desviarse en una ranchería a tomar fotos. Las montañas son impresionantes desde cualquier ángulo. Desde luego, en caminos intrincados es otro cantar, y por eso no nos atrevimos a conocer el pueblo de Romana Sánchez, la madre de los Revueltas, donde el riesgo es quedarse incomunicado, lo cual sería grave en caso de un imprevisto. Pero éste es nuestro México.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.

De cualquier manera, sí estuvimos en la casa donde Romana vio crecer a sus hijos mayores y donde el célebre Silvestre tomó consciencia de su arrobo musical: “Era muy pequeño –tres años me cuenta ella– cuando por primera vez oí música. Era una orquestita de pueblo que tocaba la serenata en la plaza. Yo estuve de pie escuchando largo tiempo y seguramente con una atención desmedida, pues me quedé bizco. Y bizco estuve por tres o cuatro días”.

José, el admirado autor de Dios en la tierra y Los días terrenales, no nació en Santiago Papasquiaro, ya no tengo duda al respecto. Antes de que él naciera su familia dejó este pueblo de sombrerudos (el sombrero sigue siendo parte de la indumentaria) que hoy tiene alrededor de 50 mil habitantes (el censo del 2010 registró 44,966). Pero era indispensable llegar a este municipio para constatar el dato, ahora que con vítores y alabanzas nuestro país celebra sus cien años de nacimiento: 100 años de vida, aunque haya muerto de cirrosis hepática a los 62, en abril de 1976, como lo señaló Luis González de Alba hoy en Milenio.

Para hacer honor a la verdad, diré que a José se le conoce muy poco allá donde a su familia se le recuerda con respeto. El que tiene un monumento grande y vistoso es Silvestre, y también en su nombre se fundó la Casa de la Cultura (en el patio hay un mural con los iconos del municipio, fundamentalmente la letra del corrido y el retrato de Silvestre, Fermín, Rosaura y José), y ahí en la explanada de ese edificio colonial vemos una reproducción de su rostro, con ese pelo alborotado que dan ganas de alborotar otro poco.

Carlos Córdoba, actual director de lo que en el futuro será el Museo Revueltas, nos mostró los vestigios de la casa de los Revueltas Sánchez, y nos contó que en este museo de carácter municipal ya se invirtió una buena lana, pero a lo tonto; por lo pronto se dan clases de cerámica, pintura y también se programan actividades para niños. Lo grave es que intervinieron el edificio sin contar con un proyecto de restauración responsable y sin tomar en cuenta su valor patrimonial: una joya en la historia del arte y la cultura de México y Latinoamérica, pero ahora ¿ya qué? Al edificio le hicieron un aditamento escalonado inapropiado y de muy mal gusto como acceso principal, por mencionar un sólo elemento. Lo rescatable es que en el patio aún se aprecian los muros de adobes originales y una raíz milenaria incrustada en uno de ellos. ¡Ojalá no la desaparezcan! Tiene historia y vida propia, aunque jamás suplirá a la higuera que alimentó a los niños Revueltas y que por desgracia alguien extirpó de raíz.

Definitivamente, si Romana Sánchez resucitara se horrorizaría con lo que hicieron en su casa. Ella, como santiaguera alegre, culta y sensible no se tragaría esta salvajada, ni  Silvestre, ya no digamos José, quien a pesar de todo amó estas tierras de Dios, también a través de lo que su madre le narró nostálgica.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
Es autora del libro Premio Casa de las Américas. 50 años – 11 entrevistas, investigación con la que se tituló como antropóloga con especialidad en lingüística y literatura por la Universidad Autónoma de Yucatán. Para 2014 prepara un libro testimonial sobre los contrastes culturales entre Yucatán y Durango, proyecto que surgió por iniciativa del programa Tierra Adentro.
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