Tierra Adentro
Fotografía por Nidia Rosales.

Los zanates son aves de mal agüero. No como los tecolotes, de quienes solían decir cuando el tecolote canta, el indio muere. Altamirano retrató esta creencia en El zarco, esa novela increíble, al ser tan prototípica, de principios del siglo XX. A Altamirano también le gustaban los refranes, por ahí anda un breve compendio que hizo y que mucho tiempo después publicó Andrés Henestrosa en edición facsimilar. No es bueno que un zanate entre a tu casa, por ejemplo, posee la belleza azulada del puma, el misterio del cuervo.

En realidad, los zanates molestan sobre todo a campesinos, cuyas cosechas suelen quedar destruidas a su paso. Comparten su fama con las palomas en catedrales y zócalos. A mí me gustan por escandalosos, porque aquí en Oaxaca no puedes caminar mientras anochece sin escuchar sus gritos. Porque no cantan, gritan, se quejan alborotados, y cuando amanece salen como abejas de los laureles a quién sabe dónde, a esos lugares a donde van los pájaros cuando son libres. Los zanates fueron también el tema de la instalación que a continuación les comentaré.

A finales de marzo, en el patio posterior del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO) se inauguró la instalación sonora Zanate de luz. El uno-todo que estalla, obra realizada específicamente para este espacio y que inicia así el programa Le Stí Bi (Eco del viento), un ciclo de instalaciones que girarán en torno a la ciudad de Oaxaca. Los autores son Roberto Morales Manzanares y Karina Álvarez, quien además realizó esta pieza como parte de su tesis doctoral. Cada obra se expondrá durante dos meses.

La instalación consta de 100 pájaros de metal con alas de espejo colocados a distintas alturas bajo una malla de metal, juntos parecen una parvada robótica. Cada uno de loa zanates contiene una pequeña bocina que emite un sonido particular. No obstante, no se trata de una grabación repetida al infinito sino que está programada para generar distintas composiciones en todo momento. Lo que escuchamos simula el carácter aleatorio e impredecible de la naturaleza; hay un orden, pero no el que suponemos. Además de cantos de zanates modificados, los sonidos utilizados provienen de modelos físicos obtenidos de la radiación solar estimada para los meses de abril y mayo del 2014.

Roberto Morales Manzanares es músico y compositor. Trabaja principalmente con piano y flauta pero también crea aleaciones, puentes, entre las artes visuales y la música. Arte sonoro, para ser exactos.

He visto algunas instalaciones de este tipo, recuerdo una en especial donde el espectador entraba en una jaula y desde ahí observaba las distintas tonalidades que adquirían las paredes mientras en el fondo se escuchaban gritos y sonidos selváticos. Había una cámara dentro de la jaula que proyectaba el rostro del espectador en estas membranas. Se trataba de una versión propia del cuento “El alienista”, de Machado de Assis, donde un loco, un ser solitario y poético, cuestiona la cordura de los habitantes de un pequeño pueblo. La pieza se convertía así en una metáfora sobre la locura: ¿ante los ojos de quién  podemos decir que el otro está loco?

Karina Álvarez es artista visual. Tiene trabajos interesantes que exploran la relación entre el espacio geográfico y el estético. Una de sus instalaciones consiste en proyectar paisajes de La Rumorosa, una zona fronteriza de Baja California, sobre parabrisas suspendidos. Nos habla así de las fronteras, pero de aquellas establecidas entre el espectador y el paisaje, entre el cuerpo y el pensamiento. La rumorosa es una carretera que serpentea sobre desfiladeros y donde muchos viajeros han perdido la vida en accidentes, se dice que es la carretera más peligrosa de México. Karina trabaja sobre los límites en distintos niveles, incluso en términos filosóficos: entre el sujeto y el mundo hay un vacío.

Los sonidos viajan. Cuando miramos, iniciamos también un viaje que no termina al dormir. Quizás es ahí, en el sueño, donde la mente puede por fin liberarse y caer en sus infinitas espirales, en las brechas, tal vez, de lo que llamamos realidad. El ser viaja. Somos esa trayectoria inconclusa, un instante de luz, un segundo en el tiempo de la Tierra.

Zanate de luz propone restablecer esa continuidad perdida entre quien mira y la naturaleza. Nos recuerda que como todos los demás seres estamos insertos en una dinámica mucho más grande que nosotros mismos: el todo es el uno que estalla. Descontextualizando el hábitat de los zanates, extrayéndolos de su espacio natural para convertirlos en representación, la instalación rompe la estructura del pensamiento de quien observa.

En Nostalgia (1983), de Andrei Tarkovsky, hay una escena magnífica, icónica: el protagonista, un tipo que vive en una casa derruida, poblada de goteras y fantasmas, como su memoria, grita desde lo alto de la estatua de una plaza pública: “qué clase de mundo es este si un loco les dice que deben de estar avergonzados”, para después inmolarse ante los rostros inexpresivos de los habitantes de la ciudad. Todos observan ese sacrificio.

Algo así pasa ahora. Vemos tranquilos desde nuestras casas, desde la oficina o la calle, en los bares a donde asistimos para celebrar la vida -porque la vida tiene que celebrarse, claro que sí- cómo vamos alterando peligrosamente el orden natural de las cosas. Poco nos importa que el modo de vida que hemos elegido haya vuelto este planeta tan caliente que permite el crecimiento desmedido de plagas que acaban con bosques enteros, por ejemplo. O que la siembra desmedida de agave tenga un impacto negativo, a la larga, en la tierra. O Monsanto y sus consecuencias catastróficas.

¿Para qué emular zanates con metal y espejos, cantos de zanates con beats en un museo? Porque afuera ya no los vemos, porque están ahí, todavía, cumpliendo un ciclo que otras especies ya no tienen. Nuestro grado de desinterés en torno a la naturaleza se nota sobre todo en el lenguaje: desconocemos nombres de plantas, de árboles o pájaros.

Me preocupa este mundo, me preocupa que el respeto a la vida en todas sus formas sea casi nulo. Zanate de luz protesta ante estas circunstancias, hace visible la problemática. Espero que los zanates sigan haciendo ruido, uno distinto al rumor de los autos, para recordarnos que no estamos solos, que nunca lo hemos estado, sólo basta encontrar el punto de la trayectoria donde nos perdimos, donde olvidamos que nada nos pertenece, que estamos aquí por un instante compartido.

 

Esta experimentación sonora se encuentra en el Patio C del MACO, ubicado en Alcalá 202, Centro Histórico, Oaxaca,  la entrada es libre.