Si estás dispuesto a morir no te pueden detener. Entrevista con Luis Ángel Martínez Diez
Durango, Dgo. 31 de octubre de 2013. La naturaleza humana es el tema esencial de la antropología. Mucha gente no lo sabe, y comúnmente confunde esta disciplina con la arqueología; por eso muy a menudo tengo que explicar la diferencia. Los antropólogos observamos a la gente que hace cosas; estamos llamados a investigar su vida y escribir sobre ella. Me gusta ser antropóloga.
Anoche supe que un camarada de mi grupo Barrio en Bikas leyó la actualización de mi blog de la semana pasada. Cuando terminamos la rodada de los miércoles, después de tomarnos la foto del grupo frente al Teatro Ricardo Castro, se me acercó con una sonrisa bien dibujadita: él fue quien dijo “Ahí te hablan” cuando vio pasar al chico aquel en short de licra frente al Parque de San Antonio, mientras esperábamos que desponcharan la bici de una de nuestras compañeritas. De la entrevista con Karina I, la reina de belleza gay, no quiso hablar. Me gusta ser parte del colectivo Barrio en Bikas.
Y aquí empieza mi argumento: ser antropóloga y ser “Barrio” en una ciudad “nueva”, a mis 43 años, me tiene fascinada. Quiero aclararme eso hoy. Ayer, hablando con una de mis hermanas, evalué los pro y contra de haber decidido venir a vivir aquí. Lógico, estoy convencida de que fue muy buena decisión ante todo por los nuevos amigos que tengo: ¡una joya!, como diría mi querido O. Y, puede que al rato me echen en cara que me dejé llevar por la soledad o que no sé escoger, pero ni modo, hoy confieso que Luis Ángel Martínez Diez me acaba de dedicar una novela suya con una frase que yo también podría decir de él: “uno la quiere para amiga para toda la vida”.
Este hombre es todo un personaje de la cultura en Durango, una figura pública en todo el sentido de la palabra, un verdadero rompe olas donde no hay mar; un agitador cuando se habla de literatura, un pasajero incómodo cuando trata de guiar al taxista, un señor de su casa, un promiscuo presumido, un poeta/surfista, un predicador enfadoso, un insomne solitario; un renegado de la burocracia, un aprovechado con cara de buena persona. En fin, un versificador, novelista, cantante, ex director del Instituto de Cultura de Durango (en dos ocasiones), asesor de partidos políticos, ideólogo de causas justas, un personaje perverso en la segunda acepción de la Real Academia Española, “por corromper las costumbres y el orden y estado habitual de las cosas”; muy dado a la cantada y al verbo seductor.
Un teatrista me anticipó: cuando fue director del IMAC (Instituto Municipal de Arte y Cultura): ¡despachaba desde su casa! Una vecina: ¡ya lo vas a conocer, espérate! Total, un día me llamó y acudí a la cita impulsada por la curiosidad: ¡no sabía que el personaje que conocería era el famoso “Churumbel”! Ya lo dije, tiene cara de buena persona y lógicamente acepté visitarlo en su casa. Yo suponía que era escritor, pero ni por aquí me pasaba su historia: Luis Ángel fue distinguido como finalista del Premio Internacional de Novela Nadal (¡Barcelona!). Y Carmen Ballcels, -comenta- lo intentó seducir, pero el muy tonto no se dejó. ¿Qué hubiera sido su vida?
La dichosa novela se lee de un jalón: “El Cigala la leyó en un viaje de avión”. Yo, en el patio de mi casa. El título es extraordinario: Yo también maté a Franco, y prácticamente todo lo que narra es verdad, ¡esa es la magia!
La guardia civil española le confiscó sus cuadernos y fue a dar a la cárcel. Estuvo preso un año en Carabachel, Madrid gracias a la compasión que logró su abogado defensor, quien argumentó a favor del detenido que era muy joven y que podían echarlo para México. Aquí las causas por las que estaba preso no eran delito: propaganda ilegal, principalmente. La petición fiscal de su condena eran 20 años, bajó a 12, después a dos, y finalmente al año a su casa.
Entonces, digo, si alguien detesta a Luis Ángel, ¡que lo lea!
“Estamos cansados de usted mejicano. Por todas partes se oye su voz. Lo hemos observado y no tenemos duda: es usted un completo hijo de puta. ¿Me entiende?… Sí señor. Un completo hijo de puta. Sí señor. No vamos a tolerar más su conducta. Estamos dispuestos a escarmentarlo. Los guardias se paseaban por la celda jugando con el bastón. Yo no movía un pelo. No me retiré de la pared ni dije más sí señor que los que eran esperados. Ya me veía molido a palos. Recordé la paliza a los de la ETA y a otros presos. La ley fuga. No sé qué más. Disimulé muy correctamente el odio del que soy capaz. Me advirtieron que la siguiente vez no habría palabras de por medio. Las galerías de los presos políticos estaban silenciosas. Subí calladito, muy serio”.
A otra de mis hermanas le conté -también a larga distancia- que saldría a bailar con este amigo: ¿Qué? ¡Se le iluminó la cara! Luis Ángel fue un ícono en los años sesenta-setenta: un intelectual querido y respetado, un ser extraordinario: confiable, simpatiquísimo, alegre… súper admirado por los que entonces soñaban con irse al D.F., a estudiar y vivir como él… en la bohemia culta. La semana pasada Luis Ángel contó en su columna del Sol de Durango cuando conoció a José Revueltas: se la pasaron cantando y pisteando hasta altas horas de la madrugada…
El título completo de Yo también maté a Franco incluye un paréntesis: “Romance anarquista”. Aquí reside la clave de su contenido: el relato autobiográfico de un inteligente y guapo joven soñador de 22 años decidido a suicidarse pero ¡lo salvó la cárcel! Ya escribió otros libros y hoy, en la sala de entrevistas de mi casa, acepta ser el invitado de honor.
Partimos del leitmotiv, y dice: “Era moralmente inaceptable que Franco (Francisco Franco. Jefe del Estado español durante la dictadura de 1939-75) estuviera vivo, sin tomar en cuenta que había tenido en la cárcel a mi madre”.
¿Cómo está eso?
–Mi padre fue arrestado en combate porque él y mi madre son de la región por donde entró Franco a España: León, que queda debajo de Galicia. Franco se vino de Marruecos a Galicia, su tierra; mis padres, campesinos, defendieron al gobierno, a la República, y su región fue de las primeras que cayeron. Mi madre fue detenida porque les llevaba comida.
¿Cuánto tiempo estuvo presa tu madre?
–Tres o cuatro años, y mi padre unos cinco o seis. Salió en una de las primeras amnistías que hubo.
Luis Ángel nació en Durango, Durango en 1946. ¡No se le notan los años!
¿Al salir de la cárcel, tu padre se vino directo a México?
–No, había un tío aquí que mandó a su socio a España a ver a su hermano, y fue cuando lo encontró viviendo con piso de tierra, entonces le dice que se lo traiga, inmediatamente, lo que en aquel tiempo se llamaba reclamar a alguien.
¿Tus padres te heredan, acaso, el desprecio o el odio a Franco?
–Para nada. Mi padre compraba el ABC, o sea el periódico franquista. Mi padre y mi madre nunca me hablaron de la guerra. Si acaso, cuando muere mi padre y yo recorro España con mi madre, ahí ella me cuenta algunas cosas, pero muy pocas. Fue un tema que dejaron enterrado. Sin embargo, mi padre estaba muy mal de salud y no aguantó. Murió a los 56 años. Ella vio que sus hijos estaban locos y decidió que lo mejor era regresar para allá. Ella decía “yo no sé leer ni escribir cómo es posible que tenga dos hijos escritores”, y aparte investigó la vida de los escritores y dijo: “¡Peligro a la vista!”. E inventó la frase: “Hay que buscar una combinación”.
Cierto, a Luis Ángel se le fue la mano en las combinaciones, y de esto se trata su novela: de las idas a París, Londres, Ciudad de México, Hollywood…
¿Qué provoca en ti el deseo de matar a Franco?
–Yo dejé a mi mamá en España y me fui a vivir a Londres para entrar a la Real Academia de Arte Dramático, incluso empecé a tomar clases particulares de inglés, pero entonces como resultó más caro Inglaterra que México, me puse eventualmente a trabajar, y el cambio de patrón a obrero (en Durango atendía el negocio familiar: los famosos baños públicos “El Carmen” en la calle de Urrea) fue explosivo. Eso me hizo instantáneamente revolucionario, defensor de los emigrados: griegos, italianos, árabes, españoles… A mí me daba igual de dónde fuera la gente: todos me importaban. Obviamente me hice íntimo amigo de Robin, el dueño de la agencia de empleos, ya sabían que me corrían cada semana, y luego me hice lector de Miguel de Unamuno, ¡revolucionario si los hay! Nada menos que a partir de su libro Vida de Don Quijote y Sancho. Ya en la cárcel me aprendí su poema que dice:
Oye mi ruego, tú Dios que no existes Y en tu nada recoge estas mis quejas Tú que a los pobres hombresNunca dejas sin consuelo
Y por otra parte me encuentro las obras del Che Guevara y de Fidel Castro, pero sobre todo el Che Guevara, el Santo mundial de la izquierda de los jóvenes y de las revoluciones, quien dice que el escalón más alto de la especie humana es el de revolucionario, y además él lo demostró con su vida entera, desde joven, desde que fue estudiante de medicina hasta que lo mataron por sus ideas. Pero hay algo más importante que todo eso: Nunca estuve más triste y más solo que en esos años en Europa. No sé qué me pasó. ¿Ok? Afortunadamente me ligó Helen Taylor, que me va llevando a su casa y adivina quién estaba ahí? Ava Gardner, con las que hice un trío. En el poema [La sonrisa de Ava Gardner] describo todo lo que pasó.
El poema al que se refiere Luis Ángel viene en su libro Las cartas imposibles (Durango editores, primera edición 1997/cuarta edición 2000), y copio dos versos:
Helen empezó a acariciarme las nalgas –Ava sintió que crecí dentro de ella y sonrió–
Era el año 1968, a Luis Ángel el 2 de octubre lo halló preso en España. Salió en julio de 1969.
Y continúa:
-Pero eso –el faje con las divas– no fue suficiente ni mucho menos, y en realidad yo me quería suicidar pero aprovechando el viaje mataría a Franco, para que fuera un suicidio útil y hacer justicia quitando del mapa a un criminal que, como dijimos muy bien Jean Paul Sartre y yo, no debería vivir. Yo lo iba a matar el 18 de julio de 1969 en el festejo de los 30 años del triunfo de Franco, ése iba a ser mi festejo. Ya andaba en pláticas con un militar para que me diera cuatro granadas de mano. Iba a aventar dos, acercándome al presídium: ¡Corres y las tiras! Así mataron a muchos reyes en el siglo XIX. Si estás dispuesto a morir no te pueden detener. La policía me salva la vida arrestándome y entonces en la cárcel soy feliz dedicado a la lectura con un guerrillero de la ETA dándonos un curso de historia del arte”.
¿Cómo ves esa postura tuya, radical, en perspectiva, hoy?
–Hoy lo que puedo decir es que me gustaría vivir en un monasterio, pero de preferencia con monjas, ¿ok? Para, con toda la paz del mundo, leer y escribir, como en la cárcel.
Sufriste al dejar la cárcel, eso queda claro en tu novela.
–Claro. Dejé amigos con cinco penas de muerte y condenados a 190 años. Por eso un día me metí (literalmente llegó hasta los estudios Televisa) al noticiero de Jacobo Zabludovsky a aclararle el tema, y López Dóriga me dio unos papeles amarillos para que escribiera mi declaración al respecto: Zabludovsky la leyó íntegra. La ETA no erran terroristas, sino que eran antifranquistas. El terrorista era Franco. ¡Más respeto a mi maestro de historia del arte!
Luis Ángel Martínez Diez se asume como un producto del 68, pero un poquito exagerado. Me cuenta que entonces se decía: si quieres que tu hijo se haga capitalista, mándalo a Moscú, si quieres que tu hijo se haga revolucionario mándalo a París, y él vivió en París un año.
¿Qué noticias tienes de tus compañeros de prisión?
–Regresé diez años después a España y recibí a los que salieron porque hubo una amnistía cuando la nueva Constitución del país en 1978. También recibí a Felipe González a Santiago Carrillo, y a los viejitos anarquistas. Los recibí en las calles de Barcelona. En esos días las locas, los travestis, salían a la calle vestidas de reinas.
¿Cuándo escribiste Yo también maté a Franco? ¿Cuánto tiempo había pasado de que saliste de la cárcel? Aclaro que yo tengo la segunda edición (Casa Juan Pablos/Durango editores/Sociedad de Escritores de Durango A.C., 2004).
–Siete años.
¿Has vuelto a caer preso?
–No.
Para mi querido Luis Ángel, la experiencia de la cárcel, lógicamente, ha sido definitiva: “La cárcel me salvó, me puso a reflexionar a fuerzas, y en esa magna reflexión los libros jugaron un papel importante. Lo principal es que escribí un primer libro, lo rompí porque estaba asustado, pero aparte, y más importante que eso es todo lo que pude leer, y más importante que eso, las finas personas que conocí. Eso me dejó como costumbre poder quedarme sin salir de la casa cuatro días y ni cuenta me doy, y he perdido empleos por no ir, por quedarme a leer”.
¿Qué me dices del abogado que te defendió? ¿Cuál es su nombre?
–Juan Kanett Colar, una de las más finas personas que he conocido en mi vida, maoísta católico de 23 años que me llevó una historia de la literatura universal, la primera que leí en mi vida, la Biblia y a Miguel Hernández, y lo que le iba pidiendo… Y fue quien consoló adecuadamente a mi simpatiquísima mamá cuando por fin me encontró en la cárcel de Carabanchel y fue a verme con comida sin saber que ahí comíamos como reyes porque todo el mundo nos llevaba cosas de la calle, y ella fue sin saber que por tercera o cuarta vez me tenían incomunicado, pero el abogado no le contó esa parte, sino que le dijo que no me podía ver y que ya pronto iba a salir.
Rápidamente, para terminar la entrevista buscamos en Google al abogado, pero a primera vista no aparece registro suyo. Quiero conocerlo para saber más de todo aquello… de los idealistas confabulados en la transición a la democracia en la España de mi exmarido, catalán, antifranquista, obviamente. Con esta novela Joan, mi ex, va a hacerse una idea distinta de Durango, de su cultura, de su historia, y eso me interesa no porque sea él, sino porque es algo que la gente tiene que saber. Luis Ángel está dispuesto a conversar, educar y cotorrear, siempre. Yo lo observo como antropóloga, lo quiero por loco e incondicional, y puedo decir que empiezo a conocerlo gracias a sus diarios de Carabanchel. Me gusta tener un paisano como él, observarlo como antropóloga y que nos vean juntos: ¡total!