Shanghái //Gibrán Portela//
A través del viaje en Shanghái encontramos personajes que muestran, de manera íntima y entrañable, las contradicciones y anhelos que se construyen en las relaciones humanas. En la primera obra de este libro “Lejos, volar” se contempla un álbum familiar roto, que una vez hiladas las piezas, queda expuesta una trágica ruptura entre hermanas. Con un lenguaje sencillo y breve, Gibrán Portela logra diseccionar las múltiples posibilidades de mantener e interpretar los recuerdos. La obra que da nombre a este libro, “Shanghái”, basada en la célebre película de Wong Kar-Wai, Happy Together, narra la historia de una pareja en decadencia. Ambos realizan un viaje a China creyendo que lo hacen como una celebración del amor, pero lo que encuentran al otro lado del mundo es una convivencia marginada al diálogo más insignificante, a los hábitos absurdos y la violencia explícita.
Un adelanto:
Shanghái
En cuál avión viajas tú,
que siempre estás en otro país.
Gepe, “Un día ayer”
Un amor real,
es como vivir en aeropuertos.
Charly García, “Pasajera en trance”
Pista de despegue
Un avión no es nada sin los pasajeros, sin los pilotos, sin sobrecargos. Un piloto tampoco es nada sin un avión, un marinero en una isla sin mar. Las personas pierden su condición de pasajeros sin un avión al cual subir, sin un avión en el cual cruzar el océano, sin una ventanilla para verlo todo desde el cielo. A veces parece que nadie es nada sin el otro. Pero al final todos somos pasajeros aunque no tengamos un avión en el cual subirnos, abrocharnos los cinturones y volar, y un avión es un avión aunque no tenga motor, ni alas, ni cielo, ni pista de donde partir ni a donde llegar, aunque ya no tenga pasajeros que quieran subirse a las entrañas de su desastre.
Un avión triste, en todo caso.
Una pista de despegue sin aviones a media noche o a medio día. Inservible. Es como esas carreteras que no llevan a ningún lado, entran en la categoría de las diez cosas más estúpidas de la vida, del mundo. Tan triste como reducir el amor a una sola palabra o a unas cuantas sustancias químicas o a un largo discurso de frases cortas o a libros llenos de enunciados largos y confusos como pistas sin aviones, como carreteras y barcos sin puerto de destino. Un avión recoge sus llantas y despega mientras alguien lo mira desde el ventanal de un aeropuerto. Es un domingo, es medio día.
Shanghái
L: ¿Qué te parece si volvemos a empezar?
H: Siempre volvemos a empezar.
L y H se besan, se acarician, se tiran en la cama estrecha, se acarician, se besan, se revuelven.
E: No es que me fascine volar… Sí me fascina, pero me fascinaba más antes, cuando no podía, cuando lo veía todo desde abajo, desde lejos, cuando las nubes eran inalcanzables. Es como cuando ves una mariposa; es hermosa, pero si la ves con un microscopio, si la ves a detalle, es horrible, es como una bestia salida del mismísimo infierno. Mirar todo desde arriba, desde lejos, hace que las cosas tengan un poco más de sentido, un poco de tranquilidad, de respiro.
U: Me estoy volviendo mudo. Eso lo pienso, no lo digo. No sé cuánto tiempo llevo diciendo que sí y que no moviendo la cabeza. A veces tengo la estúpida necesidad de huir, de no estar en donde se supone que debo estar. Aquí, justamente aquí, es donde se supone que no debo de estar. Y aquí estoy, pero tal vez estaría mejor en otro lado, en cualquier otro lado. Pero un día sí quise estar aquí porque aquí a veces parece ningún lado y estar ahí, sentirse perdido, eso me gustaba. A veces creo que tener demasiadas certezas en la vida puede llegar a ser una pesadilla. A veces estar demasiado perdido es una pesadilla. Estar demasiado aquí, allá. Demasiado. No busco la justa medida de las cosas porque es estar a la mitad de todo; me siento mediocre.
Hogar
L: Yo le dije que no llorara ¿Qué te parece si volvemos a empezar?
H: Esta vez no.
L: Fue lo que me dijo.
H: Fue lo que le dije. Es un trabajo, me dijo.
L: Eso le dije, un trabajo en China, en Shanghái.
H: ¿En Shanghái?
L: Sí.
H: Tú no hablas chino.
L: Pero puedes venir conmigo si quieres.
H: ¿Si yo quiero?
L: No te voy a llevar arrastrando, ¿o sí?
H: ¿Cuándo volverías?
L: No sé, tal vez me quede allá para siempre. Tal vez vuelva en dos días.
H: Dos días es lo que te tardas en llegar allá.
L: ¿Por qué te tomas todo tan literal?
H: ¿Cómo quieres que lo tome? ¿Para siempre? ¿Dos días? Me lo puedo tomar como se pegue mi puta gana.
L: No te tardas dos días.
H: ¿Qué?
L: No tardas dos días en llegar a China.
H enciende un cigarro; el humo da contra el techo. Le da una honda calada; el humo del tabaco a veces es oxígeno, a veces se necesita para no andar por ahí dando vueltas y pegando gritos mientras vas rompiendo todo lo que se atraviese frente de tus narices.
H: ¿Y si te ruego que te quedes?
L: ¿Y si te ruego que vengas conmigo?
H: Yo te pregunté primero… Yo soy el que se queda.
L: ¿Eso es un no?
H: ¿Te estás escuchando? ¿Sabes lo ridículo que se escucha lo que me estás diciendo?
L: No.
H: Me dieron un trabajo en Shanghái. ¿Quieres venir conmigo?
L: ¿Qué tiene de ridículo?
H: ¿No escuchas?
L: Me voy la semana que viene.
H: ¡Eres un puto demente! ¡Un puto demente!
L: Hace dos días…
H: ¡No!
L: Hace dos días…
H: ¡Ya sé lo que vas a decir! ¡Sé perfecto lo que vas…
L: ¡Hace dos días me dijiste que no querías volver a saber nada de mí!
Pausa.