Tierra Adentro
Lluvia de oro. Eugenia Coppel.

En el libro de un amigo que acabo de recibir encuentro esta cita del misántropo rumano E. M. Cioran: “Sólo los enfermos tienen derecho a hablar de espíritu”. La lectura de ese libro, y en particular de esa cita, coincide con la muerte del joven poeta y narrador Sergio Loo (Ciudad de México, 1982-2014), así que en esa circunstancia las palabras de Cioran adquieren mayor resonancia. Sergio falleció el pasado 28 de enero, con lo que se convirtió en el cuarto poeta mexicano en morir durante ese mes, después de Juan Gelman, el suicidio de Marco Fonz y apenas un par de días después del fallecimiento de José Emilio Pacheco. El motivo, en su caso, fue un cáncer en la rodilla contra el que luchó durante los últimos tres años.

Sergio se dio a conocer como poeta primero con un cuaderno modestamente impreso, Claveles automáticos (Harakiri plaquettes, 2006) y luego publicó Sus brazos labios en mi boca rondando (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007), que fue publicado en versión digital por una editorial española en 2008. Más tarde apareció su novela House. Retratos desarmables (Ediciones B, 2011). Y también escribió, aunque con menos fortuna, reseñas de libros en la revista Marvin y en el sitio Libros sampleados. En 2009, fue becado para estudiar un máster en literatura en una universidad de Barcelona (donde compartió departamento con un amigo en común) y apenas el año pasado recibió la beca Jóvenes Creadores del Fonca. Poco antes de partir le fue detectado el cáncer y se sometió a un tratamiento que en principio tuvo resultados, lo que le permitió realizar el viaje. En París se encontró con su novio de entonces, el dramaturgo Carlos Talancón.

Además, Sergio era un atento lector de los escritores clasificados como “raros” o excéntricos: sobre todo Francisco Tario pero también Guadalupe Dueñas, Severino Salazar o Darío Galicia. Prefería a los Estridentistas (Kyn Taniya y, en particular, La señorita etcétera, de Arqueles Vela), más que los Contemporáneos. Y, ante todo, en la música a los grandes del rock y el glam como Morrisey, Lou Reed, David Bowie o bandas como Radiohead y Placebo. Esos fueron sus acompañantes en espíritu que lo impulsaron a seguir escribiendo contra o pese a la enfermedad.

Claveles automáticos se publicó en el proyecto editorial que Gaby Torres, Minerva Reynosa y Óscar David Lopez impulsaron en Monterrey, Harakiri plaquettes. Apareció en vísperas de un encuentro de escritores jóvenes en la Sultana del Norte al que fuimos invitados. Sergio y yo nos fuimos juntos y apenas llegamos me pidieron que lo presentara ese mismo día por la tarde durante la primera sesión del encuentro, así que lo leí de un tirón en el cuarto de hotel. No recuerdo lo que dije en aquella ocasión pero ahora que lo releo encuentro que ya desde los primeros poemas hay un espíritu ingenuo casi se diría candoroso, lleno de un humor no exento de momentos homoeróticos que serán distintivos de su segundo libro, Sus brazos labios en mi boca rodando. En uno de los poemas de Claveles automáticos escribió:

Nosotros, claveles automáticos de spanétalos erógenos, engranes que se amalgaman en la anatomía del universo, florilegio de gemidos que nace de tus labios aspanenas entreabiertos.

En Sus brazos labios en mi boca rodando, Sergio depuró muchos de los frecuentes errores que cometió en el otro libro (corte arbitrario de versos que los encabalgaban mal, preposiciones o adjetivos puestos antes del sustantivo, etcétera…), pero mantuvo con gran tino uno de sus aciertos más afortunados: escribir seguidos dos posesivos o dos sustantivos, como los del título (“brazos labios”) o, como en la poesía barroca, sustantivos que hacen las veces de adjetivos, para darle a sus poemas otro ritmo y a la lectura mayor fluidez. El humor, el candor y el erotismo se mantuvieron ahora aderezados con escenas nocturnas en las que la ciudad, las borracheras y el recuento de una relación pasada son el centro del libro:

En la madrugada de la glorieta de Insurgentes cuando azul verde rosa el cielo            volvieron a asaltarte Te dejaron sin reloj dinero ni credenciales Si acaso y de suerte tu cara y hemorrágica chamarra naranja        violeta roja

Finalmente, House. Retratos desarmables (que, si mal no recuerdo, en principio se llamaba Casa de todos los colores) es una especie de novela coral en la que varios personajes inadaptados, freaks almodovarianos, viven sus historias en los márgenes de la ciudad. El único de sus libros que no he podido leer es Guía Roji, que publicó una institución cultural de Veracruz.

Desde hacía un tiempo, Sergio prácticamente no salía de su casa, sólo estaba dedicado a leer y escribir, pero gracias al espíritu inquebrantable que da la enfermedad pudo dejar terminados un par de libros más que se aparecerán próximamente: Operación al cuerpo enfermo saldrá bajo el sello de Ediciones Acapulco, se publicarán algunos cuentos dispersos y, al parecer, acabó otra novela además del guión de la próxima película de Julián Hernández, Yo soy la felicidad de este mundo. Ingenuamente creía que Sergio superaría el cáncer, o tal vez es que de nuevo fui demasiado crédulo, pues a su regreso de Barcelona volvió a someterse a otro tratamiento y tenía proyectos literarios que realizar. Como sea, es muy triste despedirse con estas líneas necrológicas de un amigo y, sobre todo, de un compañero de generación con el que libraría, juntos, más batallas literarias.