Sarduy, travesti del lenguaje
Severo Sarduy nació en Camagüey, Cuba, en 1937. Fue un pájaro.
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A Sarduy le gustaban los retratos, el humor, la ironía y burlarse de sí mismo. A veces era un él, a veces una ella: Lady S.S, plebeya y aristócrata. Hablaba de sí tierna y desmesuradamente. Fluía en su nominación. Una loca que disfrutaba de reescribir su historia, aprovechando la plasticidad del pasado para cambiarlo y hacerlo dinámico, para hacer de la ficción su autobiografía; demostrar que siempre se puede tener una última palabra. Esa era su política.
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El lenguaje en Severo Sarduy opera en un nivel de vacío, en su fascinación y en su horror, que es sólo otra forma del deseo; el miedo es el deseo, pero con otro nombre. Hablamos de la fobia al espacio, del no haber y por lo tanto, la pulsión por llenar. De ahí la urgencia de penetrar los espacios vacíos del lenguaje. Por eso el arrojo protuberante y esponjoso del tejido, el ansia penetrativa, tan necesaria para la proliferación; pero ordenada proliferación, protuberancia poliédrica que se expande con sus reglas internas, ante la mirada del lector. Una rara avis de la literatura. Por más que se le compare con José Lezama Lima, muchas veces por la autoadherencia y admiración al universo lezamiano, no puede haber dos escrituras neobarrocas más disímiles. A nivel corpóreo, de masa, observados desde una distancia considerable, podrían confundirse, pero sus escrituras pueden llegar a ser incluso contradictorias.
Para Sarduy, la proliferación ocurre, quizá como pasa en Góngora, a un nivel de exactitud estricta, recalcitrantemente y de correspondencias milimétricas. En ese sentido, el lenguaje y el fondo en Sarduy se corresponde mucho más con una relojería puntual, un cristal de sales erigiéndose lenta y ordenadamente, pero jamás aburrida, jamás predecible. Esa geometría que se aprecia solo al microscopio, pero cuya forma macro tiene peluca y vestido fastuoso. Existe también una voluntad plena de recreación, de imitación, de disfraz, de juego mental y regocijo. De festival y atavío. Una real puesta en escena.
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Sarduy, el exiliado, salió de Cuba en 1960 y no volvió jamás. Dirían que se afrancesó, pero yo creo que al irse se hizo más cubano.
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La escritura de Severo Sarduy, como mago, o más bien, nigromante, artista y acróbata del lenguaje, avanza lentamente en la soga tensa de la intelección. Como Lezama y gran parte de las escrituras neobarrocas, su contraconquista es el privilegio del chiste oculto, del paladeo verbal, de la jerga caribeña elevada al prestigio, ya caricaturesco y anacrónico, del barroco español. Revive al lenguaje muerto y lo echa a andar, le da una vida. La exuberancia cubana sobrevivió y construyó su selva tropical con incrustaciones de flora oriental y fauna africana en la prosa de uno de los cubanos más monstruosos y excéntricos de la literatura.
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Como instrumento verbal, el barroquismo busca una fuga que crezca alrededor de una idea o una imagen y la envuelve, la cubre capa a capa. El movimiento en el lenguaje barroco es de espiral, de ida y vuelta, de manojo de hilo, algo queda en el centro para ser descubierto. El barroco opera en tantos niveles, de sentido, de lenguaje, sonoridad, fraseo, forma, que no acceder a alguno o a varios de ellos no nos hace fracasar en la lectura, aunque una primera sensación así lo indique, sino que vemos desde un ángulo único una obra que pareciera construirse individualmente para cada lector. En el fondo, el barroco es muy generoso con los que deciden tomarse el tiempo de desenredar el ovillo. Llegar al centro o terminarlo no es realmente el objetivo, no es lo importante.
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Contrario a lo que muchos pensarían, Lezama Lima apela a las sensaciones, no al entendimiento completo de su escritura porque, se entiende, cada intelección y cada sensibilidad son diferentes. Sarduy, mucho más preocupado por el juego intelectual, la ironía y el chiste, utiliza los procedimientos barrocos para desmantelar las estructuras convencionales del lenguaje, para fracturar la linealidad y adentrarse en una exploración caótica y apasionada de las posibilidades de expresión. Su escritura se convierte en un ciclón de imágenes y metáforas, un carnaval de palabras que se despliegan con frenesí elegante, engalanado y sonoro. Ingenio, pero también, ingenuidad por la novedad lingüística, por las audaces combinaciones de palabras, eso que en realidad es profundamente poético.
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Cuando la palabra quiere decir mucho más de lo que le ofrecen sus acepciones se traviste; se asocia, que es una manera básica de hacer poesía y multiplicar los sentidos. Para Severo Sarduy, el barroquismo, entendido como un estilo, una forma de ser, de estar y de escribir y no solo de una época, implica una performatividad del lenguaje, un atavío lingüístico que pone en funcionamiento un código y un pacto con el lector. El barroquismo en la escritura de Sarduy es mucho más que una ornamentación sobrecargada, es sobre todo, el exceso significante y significativo, el exceso que comunica una identidad y la complejidad celebratoria, ritual, mística; el barroquismo es sensorial, visual, sonoro, mucho más cercano a la experiencia psicodélica de lo que podemos imaginar.
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Más allá de su virtuosismo estilístico, Sarduy también aborda temas tabúes incluso para su época, poniendo en relieve su propia homosexualidad. Sarduy desafía las normas sociales y literarias establecidas, reivindicando la diversidad y la libertad sexo afectiva. Su enfoque es audaz y valiente, más allá de los límites de lo convencional y celebrando la diferencia, la verdadera diferencia de los parias, los excluidos, los enfermos; en gran medida es un precursor de una literatura queer, rompiendo barreras y dinamitando el status quo literario. Pero lo hace desde un lugar de dignidad donde la risa se convierte en un acto liberador, en un instrumento de subversión y resistencia. Sarduy nos muestra que el juego es una forma de desestabilizar las estructuras de poder, de desafiar las performatividades convencionales y la renuencia a la ambigüedad.
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Sarduy, el exiliado, outsider, anormal, orientalista, el más cubano, el más universal, labios carnosos, frente amplia, cuerpo menudo, enraizado, erotómano, nudista, tímido, barroco, simple, dicotómico, íntegro, fetichista, teórico, empírico, frontal, digresivo, esdrújulo, anal, diva, rumbera, monstruoso, clásico, pornógrafo, místico, draga, caribeña, fabulista, mitómana, fluida, espesa, seminal, flamboyán, cerezo, martiano, lezámico, travesti.
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Pienso en lo fascinado que habría estado Severo Sarduy en un jueves pozolero en Acapulco: el escenario, los brillos, los travestis recreando a las grandes divas, la imitación, el festín plenamente barroco que es un pozole verde guerrerense y esa aura de estar en un espectáculo perenne, que no sabes cuándo termina realmente. Quizá nunca termina. Lady S.S sentada con una Corona fría al fondo de un bodegón improvisado, aplaudiendo. El espectáculo barroco nunca acaba. Severo Sarduy tampoco.