Tierra Adentro
Imagen de Mariana Martínez.
Imagen de Mariana Martínez.

“Qué vida sórdida la suya. Policía, abogado, escritor.
Siempre con las manos sucias.”
Rubem Fonseca, El caso Morel

Supongo que muchos llegamos a creer que Rubem Fonseca sería eterno. Lo pensamos porque cada que volteábamos hacia Brasil, Fonseca seguía ahí: flaco, incólume, receloso de la prensa, los últimos años pelado a rape. Porque desde los años ochenta, momento en que su obra comenzó a circular fuera de su país, a veces en traducciones argentinas, a veces en españolas, pero siempre golpeando con fiereza a todo aquel que se acercara, el nuevo lector podía saber que Fonseca seguía vivo.

Lo llegamos a pensar porque con cada nueva generación alguien lo volvía leer y sus libros volvían a circular en manos de nuevos lectores, tomando con cada ciclo nueva vida. Pasó cuando RBA publicó El caso Morel (1973) en el año 2012 y volvió a levantar el gusto por su obra en España. Cuando Cal y arena, su casa en México durante años, perdió los derechos, sus libros fueron saldados, y una nueva camada de lectores pudo conocerlo.

 

Policía y abogado

Fonseca nació en 1925, en Juiz de Fara, Minas Gerais, un pequeño pueblo enclavado en una región montañosa de Brasil. En español el nombre del pueblo significa Juez de fuera. Y como cosa curiosa, Fonseca acabaría entrando al sistema judicial del gigante sudamericano. Este mismo pueblo serviría como refugio a algunos de sus personajes. Una especie de volver a la infancia para protegerte. Rubem estudiaría derecho y acabaría laborando como comisario, en Sao Cristóvao, Río de Janeiro.

Pese a todo, a diferencia de otros escritores que estuvieron en el sistema de justicia como George V. Higgins, Joseph Wambaugh o Edwad Bunker (este como interno en diversas prisiones), Fonseca estuvo poco en las calles. Lo suyo eran las relaciones públicas del distrito. A diferencia de ahora que los policías en Brasil son una especie de paramilitares, en aquellos tiempos funcionaban como jueces de paz, resolviendo entuertos salomónicamente.

Pero sin duda es en esa labor que se llenaría de historias para su obra posterior. Apenas estuvo poco menos de cinco años en servicio, ya que lo abandonó en 1958. Sin embargo, entre septiembre de 1953 y marzo de 1954, va una especialización a Nueva York. Tiempo que aprovecha para estudiar administración de empresas.

 

Los primeros cuentos

Dedicado ya de lleno a escribir, luego de dar clases durante un tiempo, publica Los prisioneros, seguido de El collar del perro y Lucía McCarney. En todos ellos ya estaba por completo la forma fonsequiana de escribir. Un relato aparentemente sencillo, con a veces giros que en otros escritores podrían parecer guiñolescos o exagerados, pero que en su pluma eran plausibles. Su forma de narrar era límpida, sin grandes parrafadas o frases extremadamente largas, pero tampoco cortas y secas a lo Dashiel Hammet.

Había una forma de narrar la violencia que te incitaba a botar el libro, pero que no servía de nada porque lo que te había contado seguía en tu cabeza. Era una forma de narra la crueldad como nadie lo había hecho antes, no con ganas de espantarte, sino como algo cotidiano, como lo es en una región donde las dictaduras, los golpes de Estado y la desigualdad es comida de todos los días. Es una violencia anárquica que no puede detenerse por los medios propios del status quo.

Pero también había eso que los brasileños conocen muy bien: el sexo. De las pornochanchadas a las revistas de desnudos, el brasileño sabe de futbol y sexo. La carne en Fonseca se hace presenta como disfrute, pero también como castigo, como pasarrato, como agregado al crimen. No hay libro donde este no se haga presente.

 

El gran arte

Es con El Caso Morel (1975) que conseguiría el éxito internacional. Esta novela sería traducida a varias lenguas y publicada en varios países. En ella un fotógrafo es recluido en la cárcel acusado de un crimen atroz. El comisario Matos y el exitoso escritor Vilela van a visitarlo para desentrañar cuanto de lo que ha escritor Morel en prisión es cierto y cuanto es mentira.

Utilizando una vez más la estructura de la novela policiaca, como lo hiciera antes en sus cuentos, Fonseca juega con el lector haciendo una especie de carrusel de juegos que entraman lo escrito con el cine, antes de que esto fuera común, pero también poniendo en duda cuanto de lo que se dice es verdad o mentira.

La novela funciona a dos niveles, por un lado engancha al lector común que busca desenredar un misterio y por el otro le habla directamente al lector atento que ve las costuras de la trama. En ella, como en casi toda su obra posterior, Fonseca se revelaría ya como un hombre con una cultura vastísima, no solo de la que es considerada alta, sino de la popular. Para él no hay diferencia entre una y otra. También empezarían los juegos de espejos, entre, por ejemplo, el recluso y el novelista famoso, que es una especie de trasunto de Fonseca.

El gran arte es la novela que encaja más en la literatura detectivesca a lo Raymond Chandler. Es más, gran parte de ella tiene sobre sí al autor dipsómano y neurótico. En ella un par de abogados, Mandrake y Wexler, son contratados para encontrar al asesino de varias mujeres, que como seña particular deja en sus rostros una letra P marcada a cuchillo. Este llamado convierte esta enorme novela polifónica en un vistazo al más cruel Brasil, haciendo eco en nuestras ciudades latinoamericanas llenas de corrupción, policías podridas y regímenes aguasanados.

En éstas novelas y en sus cuentos, Fonseca nos regala un pedacito del infierno y personajes que no podrían darse en novelas sajonas: Abogados/investigadores deseosos de sexo, escritores que tiene amigos policías y criminales, santeros y practicantes del palo mayombe, millonarios torturadores, carteristas, prostitutas y asesinos vengadores.

Sitos que si bien están ubicados en Brasil podrían trasladarse sin problemas a Callao en Perú, Veracruz, en México o la Boca en Argentina.

 

Fonseca contra la censura

Sería en 1975 que saldría  la luz su libro de cuentos Feliz año nuevo. De golpe y porrazo los 36 mil ejemplares fueron guillotinados por atentar contra la moral y las buenas costumbres. La dictadura estaba ahí, instalada desde hace años y pese a que el país e iba a pique, preferían condenar a un libro que reflejaba la violencia de las calles, que atacarla en la realidad.

Pero Fonseca no se quedó de brazos cruzados. Decidió litigar y tuvo una victoria parcial. Ya no atentaba contra la moral, ahora incitaba a la violencia y hacía apología del crimen, cualquier cosa que eso significara. A la larga, ganaría y el libro saldría a la luz.

 

Inevitablemente negro/criminal

Aunque muchos autores quieren sacar a Fonseca del género:

“En aras de hacerle verdadera justicia al talento inabarcable de Rubem Fonseca… bastaría con extirparle la palabra ‘policíaca’ a la desganada y rutinaria referencia que le hace Luisa Trias Folch en el único manual de literatura brasileña en castellano.” Javier Aparicio, Letras Libres.

“…describimos las principales características de los textos policiales de Rubem Fonseca. Finalmente, analizamos cómo el autor subvierte los límites del género policial en la composición de sus novelas”. Oliveira, en La narrativa policial de Rubem Fonseca: el caso Mandrake, la biblia y el bastón.

“Fonseca, por su parte, suele dar a sus historias un trasfondo intelectual, científico o literario que las convierten en algo más que meras aventuras policiales…” José Miguel Oviedo, Letras Libres.

La verdad es que sus obras están siempre dentro del género. Pero como dice la ley de Sturgeon, el 90% de todo es mierda. Regla que podemos aplicar a la narrativa autoficcional, poesía, grandes ensayos, a la literatura toda. Pero de vez en vez surgen autores como Fonseca, que tocan algo y se quedan el 10% restante.

Lectores no le faltarán ahora que ha muerto físicamente a los 94 años. Nunca le faltaron, y lo mismo encanta al lector ocasional que al sibarita de la literatura. Durante muchos años estuvo ahí, en Brasil, como único referente, con la rabia de sus textos y su fina forma de narrar.