Tierra Adentro
Rosa Parks replicando su acto de resistencia, Flickr

“White man, hear me! History, as nearly no one seems to know, is not merely something to be read. And it does not refer merely, or even principally to the past. On the contrary, the great force of history comes from the fact that we carry it within us, are unconsciously controlled by it in many ways, and history is literally present in all that we do.” 

James Baldwin, The White Man’s Guilt

 

“Para ser respetable hay que hacerse respetar.” Eso le dijo una vez Leona Edwards a su hija Rosa Louise McCauley Parks y esa enseñanza cambió al mundo. 

Tal vez pocos conocen la historia de Rosa Parks, la mujer que se enfrentó al odio de la segregación racial del sur de Estados Unidos; quien inició el boicot de 385 días al transporte de Montgomery, Alabama, y dio vida al movimiento masivo por los derechos civiles en los años sesenta; la mujer que dio voz a los que nadie escuchaba. 

Los nombres del Dr. Martin Luther King, de Malcolm X, de James Baldwin y de tantos pensadores y luchadores quedaron grabados en piedra. Esos eran los grandes combatientes de los derechos civiles, esas eran las grandes figuras. Pero pocos recuerdan la importancia de una mujer que quedó relegada y atrapada en una anécdota: la mujer que no quiso ceder su asiento en un camión.

El 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks se rehusó a pararse de su asiento. Junto a ella, un hombre blanco esperaba sentarse, pero se negaba a ocupar alguno de los asientos vacíos. 

¿Por qué tendría que cederle el asiento a un hombre si podía sentarse en otra parte? Porque un hombre blanco jamás se sentaría en la misma hilera de una mujer negra. 

¿Por qué la sacaron del camión y la arrestaron después de negarse a ceder ese asiento? Porque las leyes de segregación en el sur de Estados Unidos estipulaban que era un delito para los negros ocupar asientos destinados a los blancos. 

¿Por qué Rosa Parks se negó a ceder el asiento sabiendo que, como a tantas otras, la podían golpear, violar, arrestar o asesinar? Porque, como dijo Martin Luther King: “la fuente de lo que soportas eventualmente se agota”.

El autobús en el que viajaba Rosa Parks, Wikimedia Commons

El autobús en el que viajaba Rosa Parks, Wikimedia Commons

La historia de Rosa Parks no empezó ni terminó en esa tarde de diciembre, hace más de sesenta años. La historia de Rosa Parks es la de una mujer segregada por la doble violencia del machismo y el racismo; de una luchadora incansable; de una tragedia histórica que une la violencia racial actual de Estados Unidos con los plantíos de algodón cultivados por esclavos en su natal Alabama. 

Pero Rosa Parks está olvidada en plena vista: la mayoría sólo piensa en ella como una señora abnegada que se sentó en un camión. Pocos la recuerdan como la mujer que peleó durante décadas por liberar a su pueblo, que se levantó siempre contra las inequidades de su país, que vivió todos los días de su vida con miedo, que entregó su bienestar para que futuras generaciones no tuvieran que temer salir de sus casas, tomar un camión, cruzar la calle o tomar agua en una plaza pública. 

Ésta es la historia de Rosa Parks contada como contexto de su gran gesto. No es la historia del boicot camionero, ni de los años que siguieron en la lucha de los derechos civiles. Esa historia es conocida y muchos la han contado. 

Ésta es una historia personal y trágica, de valentía y horror. Es la historia de una mujer que se negó a ceder un asiento para rebelarse contra el odio, afrontar la apatía y unir, en un movimiento poderoso, a un pueblo sometido y apático.

 

“No somos marionetas en las manos del hombre blanco”

 

Rosa Parks, como ella misma dijo en múltiples ocasiones, nació rebelde. La desobediencia estaba en su sangre, venía de su abuelo y de su madre, dos personas que le heredaron el espíritu de respeto combativo que siempre portó como bandera:

“Mi abuelo y mi madre me dieron el espíritu de la libertad… me enseñaron que no tenía que sentirme inferior a nadie por mi color de piel o mi raza. Que debería hacer todo lo posible para ser una persona respetable, que debía respetarme y esperar que los otros me respetaran, que tendría que aprender lo que pudiera para mejorar como persona.” Dice Parks en su autobiografía.

Rosa Parks siempre recordó a su abuelo como una persona de orgullo combativo e insolente. Era un hombre que detestaba ser tratado con condescendencia y que vivió una vida muy difícil en las plantaciones de algodón, como hijo de un hombre blanco y una mujer mestiza, en la época inmediatamente anterior a la abolición de la esclavitud. 

Trabajadores en una plantación de algodón, Flickr

Trabajadores en una plantación de algodón, Flickr

Su padre, John Edwards, dueño de una plantación, murió poco después de la muerte de su madre y el capataz que se encargó del lugar golpeaba al huérfano desheredado con furia, como venganza contra el mestizaje. De paso, trató de matarlo por inanición. El abuelo de Rosa Parks sobrevivió gracias a las mínimas sobras de comida que le daban a escondidas los esclavos de la plantación. 

“El capataz lo golpeaba, intentó matarlo de hambre, le prohibió llevar zapatos y lo trató tan mal que mi abuelo desarrolló un odio intenso y apasionado hacia las personas blancas. Fue él quien instigó en mi madre y en sus hermanas, y en los hijos que ellas tuvieron, que no hay que tolerar el maltrato, venga de donde venga. Se puede decir que lo llevamos grabado en los genes.”

Rosa Parks nació el 4 de febrero de 1913 en Tuskegee Alabama. Era una época complicada para ser negro en el sur de Estados Unidos. Había pasado medio siglo desde que Abraham Lincoln publicara la Proclamación de Emancipación liberando a los esclavos del norte de Estados Unidos. Pero, en el sur, las cosas no cambiaron mucho: “El fin de la guerra trajo consigo el fin de la esclavitud, pero muchos antiguos esclavos permanecieron donde estaban. No sabían a dónde ir y no querían abandonar sus hogares”, narra Parks.

Así, la joven Rosa Parks creció en medio de las leyes de segregación del sur, las leyes de Jim Crow que separaban los lugares de trabajo y esparcimiento entre negros y blancos, los medios de transporte, las fuentes públicas para tomar agua, las escuelas y que, por supuesto, limitaban el acceso a los negros para que pudieran votar. 

Gracias a estas leyes impuestas por los gobiernos demócratas del sur, en 1910 solamente el 0.5% de adultos negros en los estados sureños podían votar. Según cifras recopiladas por el investigador en Leyes Richard H. Piles, en la época en la que nació Rosa Parks, no había un solo votante negro registrado en 27 de los 60 condados del sur. En nueve otros condados solamente un hombre negro estaba registrado para votar. Esto es, por supuesto, más impresionante si consideramos que la mayoría de la población negra vivía – y sigue viviendo- en estos estados segregados. 

Después de la Primera Guerra Mundial, cuando Rosa Parks apenas era una niña, la violencia contra los negros del sur se acrecentó. Los blancos privilegiados consideraron que los negros que regresaban de prestar servicio militar en Europa podían empezar a sentir aires de igualdad y el Ku Klux Klan se encargó de destruir toda esperanza de emancipación. El verano de 1919, conocido como el Verano Rojo, fue una época de durísima violencia racial en Alabama. 

“El Ku Klux Klan atacaba a la comunidad negra, quemaba iglesias, daba palizas y mataba. En aquel entonces no entendía por qué había tanta actividad del Klan, pero luego supe que era porque los soldados afroamericanos que regresaban de la Primera Guerra Mundial actuaban como si merecieran la igualdad de derechos porque habían servido a su país. A los blancos no les gustaba que los negros mantuvieran esa actitud, así que empezaron a cometer todo tipo de actos violentos contra los negros para recordarles que no tenían ningún derecho.”

La violencia llegó hasta la puerta de la familia y, todos los días, niños y adultos, abuelos y tíos, vivían con miedo. Cruces en fuego en la entrada de las casas, linchamientos cotidianos, ahorcados que aparecían en los árboles… el ambiente era, en verdad, espeluznante para las comunidades negras. Así lo narra Rosa Parks:

“Llegó un momento en el que la violencia era tal que mi abuelo tenía siempre cerca su arma (una escopeta de dos cañones). También recuerdo que hablamos de que teníamos que acostarnos vestidos para poder salir corriendo si era necesario, porque los del Klan venían a casa. Recuerdo que mi abuelo dijo: ‘No sé cuánto duraré si se meten en casa, pero os aseguro que me llevaré por delante al primero que entre por la puerta’. […] Tuvimos suerte, los del Klan nunca vinieron a casa y, al cabo de un tiempo, ese periodo de violencia llegó a su fin. Pero la violencia siempre estaba ahí y nos enterábamos siempre.”

Con el tiempo, Parks aprendió a leer en las muy mal equipadas escuelas segregadas de su comunidades (centros de aprendizaje que los negros tenían que levantar ellos mismos, a pesar de que pagaban los mismos impuestos que los blancos); eran lugares sin calefacción en los que los niños se sentaban en el piso y solamente asistían medio año a clases porque tenían que trabajar, en verano, en las plantaciones de algodón. 

“Recoger o escardar algodón era un trabajo muy duro”, recuerda Parks. “Acostumbrábamos a decir que trabajábamos de “ver a no ver”, que significa trabajar desde cuando se puede ver (amanecer) hasta cuando ya no se ve nada (atardecer). Jamás olvidaré cómo me quemaba el sol. Y la tierra abrasadora nos quemaba los pies tanto si llevábamos el calzado de trabajo como si no.”

Rosa Parks fue una ávida lectora durante toda su vida y desde muy joven encontró libros que fundamentaban filosofías racistas. Uno de ellos fue el tratado ¿Es el negro una bestia? de William Gallo Schell que impactó profundamente la imaginación de la joven Parks. Como Malcolm X desde prisión, Rosa Parks encontró en los libros el fundamento de un racismo profundo que había borrado a los negros de la cultura y reforzaba los estereotipos que dominaban su vida segregada. 

“La educación segregada”, explicó Parks, “educaba al negro para que pensara que era más feliz en la segregación, en la discriminación, en el maltrato y la humillación. Fue tan bueno el trabajo de lavado de cerebro que se hizo en los negros que, para ellos, un negro militante era una aberración natural que debía ser ridiculizada”.

Tres adolescentes se manifiestan en contra de las preparatorias integradas, Wikimedia Commons

Tres adolescentes se manifiestan en contra de las preparatorias integradas, Wikimedia Commons

Las diferencias en la educación eran tan abismales, que los niños negros cantaban cuando jugaban: “los blancos en el porche comiendo helado frío, los negros en el patio trasero comiendo col helada”. Es por eso que Rosa Parks siempre peleó por una mejor educación para los negros, se volcó en atender a las juventudes de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) en años posteriores y que nunca dejó de leer. 

Desde muy chica, aprendió a responder a la violencia defendiendo a su hermano menor, Silvestre. En una ocasión, incluso amenazó con un tabique a un niño blanco que los estaba hostigando. Su abuela se asustó mucho después de este incidente porque temía las represalias: los padres del niño podían venir por ella y ejercer una venganza de violencia impensable. Eso sucedía con frecuencia y nadie podía hacer nada al respecto. 

“Mi cuello se salvó de la soga de los linchamientos y mi cuerpo nunca fue acribillado por las balas o arrastrado por un coche, pero siempre sentí que fui linchada muchas veces en mente y en espíritu. Crecí en un mundo en el que el poder blanco se usaba de las maneras más astutas y crueles para suprimir al pueblo negro pobre.”, decía Parks.

A los 10 años, pudo estudiar en la escuela de la Señora White. Era una institución con maestras blancas y estudiantes negras que seguía las filosofías de pedagogía práctica de Booker T. Washington. Ahí, las niñas negras aprendían oficios que podían realizar en el mundo segregado: costura, cuidado de los enfermos y cocina, principalmente. En esa escuela, Rosa Parks aprendió muchos de los oficios que, en los años siguientes, le ayudaron a sobrevivir. También encontró el cobijo de la religión y el presupuesto de la Teología de la Liberación que planteaba la equidad de todas las almas cristianas. 

La escuela de la Señora White cerró antes de que Rosa Parks pudiera graduarse y, finalmente, tuvo que abandonar los estudios que tanto amaba para ayudar al cuidado de su abuela enferma. Durante este periodo de los años treinta, Parks trabajaba siete días a la semana para ganar 16 dólares al mes. El trabajo era extenuante y peligroso porque Parks se dedicó a labores domésticas y esto la convertía en un blanco privilegiado para los abusos sexuales de hombres blancos. En un cuento que carga mucho de su propia vivencia, contó: 

“El Sr. Charlie se sirvió un whiskey y trató de poner su brazo alrededor de su cadera. Rosa se movió con miedo y disgusto. El Sr. Charlie le dijo que no se preocupara, que ella le gustaba y que tenía dinero para darle. La pequeña Rosa no era adversario para el corpulento Sr. Charlie y estaba atrapada. Se sentía engañada y traicionada, desnuda, sin el más mínimo trazo de decencia… solamente una comodidad de un negro para un blanco.”

Entrada a un cine segregado, Wikimedia Commons

Entrada a un cine segregado, Wikimedia Commons

Alrededor de esa época, en los años treinta, Rosa Parks encontró, sin embargo, al que sería su más valioso compañero y colaborador: Raymond Parks. Este joven activista le demostró que era posible rebelarse y que era necesario intentar cambiar el mundo podrido que habitaban. Raymond era barbero de profesión, pero sobre todo y antes que nada, era un ferviente activista. Rosa Parks encontró, por fin, un interlocutor para hablar de tantas lecturas y se enamoró. Se casaron en 1932 y, en esa misma época, lucharon juntos por su primera causa.

En los primeros meses de 1931, nueve jóvenes negros habían sido arrestados por la violación de dos mujeres blancas en Scottsboro, Alabama. Algunas semanas después, ocho fueron condenados a muerte (sólo liberaron a Roy Wright de 12 años).  Habían sido arrestados por pelearse con unos jóvenes blancos en las vías de tren locales, pero cuando la policía encontró que en los parajes también había dos mujeres blancas, la acusación pasó de asalto a violación. 

La única prueba fue que las dos mujeres los señalaron después de la pelea: la palabra de los blancos se enfrentó a la palabra de los negros. La ejecución fue programada de manera expedita sin revisión de pruebas o defensa justa para el 31 de julio de 1931. 

Diferentes organizaciones de izquierda se sumaron para apelar el juicio y finalmente la NAACP se involucró también. Raymond Parks era un miembro activo de esta asociación que había nacido una veintena de años antes tras el terrible linchamiento de un joven negro. 

Con la asociación y en secreto, Raymond viajaba todos los días a Scottsboro para luchar por la liberación de los jóvenes y todos los días Rosa Parks temía por su vida. Ser un activista negro en esa época era una sentencia de muerte. 

Rosa Parks ayudó a Raymond trabajando y manteniendo el hogar para que pudiera tener reuniones clandestinas y luchar por el juicio justo de los chicos de Scottsboro. Años después, Raymond sería el encargado de sustentar la casa mientras Rosa Parks proseguía su férreo activismo. Ambos, como pareja, fueron luchadores incansables. 

En 1943, Rosa Parks se unió a la NAACP y, durante los siguientes 12 años, se dedicó fervientemente a desempeñar diversas labores dentro de la institución. Los únicos motivos por los que faltaba a una reunión o un compromiso eran su frágil estado de salud y la enfermedad de su madre. Fuera de eso, Parks se convirtió en un bastión dentro de las labores que le permitían el clasismo (la NAACP de Montgomery, Alabama estaba conformada, sobre todo, por profesionistas de clase media y Rosa Parks era de clase baja y sin educación formal) y el machismo en la organización. 

Ahí, Parks conoció a E.D. Nixon, un incansable luchador por los derechos civiles en Montgomery que se convirtió en una figura esencial para su vida. Claro, Nixon era también profundamente misógino y nunca quiso aceptar la importancia de Parks. Para él, ella fue durante mucho tiempo “solamente una secretaria”. Sin embargo, todos sabían de la labor esencial de Parks y de cuánto, en verdad, la necesitaba Nixon. 

Los diez años que Rosa Parks pasó dentro de la organización fueron algunos de los más difíciles de su vida. Éste no era un periodo glamuroso para formar parte de la NAACP y era muy riesgoso ser vista como una mujer activista en Alabama durante la Segunda Guerra Mundial. Así lo explica Jeanne Theoharis, en la maravillosa biografía política que hizo de Rosa Parks: 

“Esta década de activismo siempre se olvida en los recuentos del movimiento por los derechos civiles porque se opone a las narrativas triunfalistas de periodos posteriores. Éste fue un periodo difícil, peligroso y desmoralizador para los activistas de los derechos civiles. El crecimiento de la militancia negra, en parte por las experiencias de la Segunda Guerra Mundial, fue recibido por una resistencia blanca crecientemente agresiva y violenta. El activismo por los derechos civiles era una aventura solitaria porque la gente como Parks se movía en la oscuridad: nadie, entre sus compatriotas, blancos o negros, quería estar cerca de los militantes. La fuerza y la fe que se necesitaba para ser activista en Alabama en la década de los cuarenta fue muchas veces desestimada por los eventos triunfales de los años 50 y 60.”

Finalmente, “Ser activista contra la injusticia racial en los años 40 significaba trabajar sin tener ninguna indicio de que verías realizada la labor de tu vida”. Y, sin embargo, Parks dedicó su alma entera a esta lucha. Junto a Nixon, encabezaron la NAACP local y estatal, como presidente y secretaria, durante varios periodos. Ahí lucharon por votaciones más justas y lograron duplicar la cifra local de negros registrados para el voto (la población de Montgomery era 37% negra, pero sólo el 3.7% de los negros tenía derecho a votar).

También junto a Nixon encabezó un esfuerzo de años para cambiar las leyes que permitían los linchamientos en su estado. Muchas veces le respondieron que no prohibían los linchamientos porque eso sólo provocaría más linchamientos. Los esfuerzos de Parks y Nixon se duplicaron a pesar de seguir recibiendo negativas. 

Sin embargo, como secretaria en la NAACP, una de las principales responsabilidades de Parks fue registrar y catalogar todas las injusticias cometidas en su comunidad. Éste era un trabajo particularmente duro que la confrontaba, diariamente, con la violencia de los poderes blancos. 

Parks fue a escribir el recuento de una joven de 22 años secuestrada por seis hombres blancos a punta de pistola en Abbeville, Alabama y violada en repetidas ocasiones. Las autoridades no hicieron absolutamente nada en contra de los hombres y, cuando Parks fue a tomar la declaración de la víctima, Recy Taylor, el sheriff del condado se apareció para amedrentarlas. Dijo que no quería a personas problemáticas en su comunidad. 

En 1949, Gertrude Perkins fue violada brutalmente por dos policías. Parks se interesó activamente en el caso, pero los policías salieron libres. Las actas fueron cambiadas para evitar el delito de violación y todo se catalogó como una creación fantástica de la NAACP. Nunca se castigó a los culpables. 

Ese mismo año, Amanda Baker, una joven estudiante negra de 13 años fue violada, bañada en ácido y asesinada. Por la violencia del crimen, el gobernador ofreció una recompensa de 250 dólares a quien ayudara a resolverlo. Nixon y la NAACP duplicaron la suma. “Al día siguiente, dijo Nixon en una entrevista de 1968, fuimos a depositar el dinero al banco como un fondo para encontrar a los culpables. Estuvo cuatro años ahí y, eventualmente, no se condenó a nadie.”

Mientras todos estos terribles delitos sexuales contra mujeres negras pasaban sin castigo, el caso de un joven negro acusado injustamente de violación conmovió para siempre a Parks. Jeremiah Reeves era un joven de 22 años que cursaba una preparatoria segregada. Era popular, apuesto y un talentoso baterista de Jazz. Durante cierto tiempo, mantuvo una relación consensuada e intermitente con una joven blanca de un vecindario cercano en Montgomery. Por presión social y miedo de ser segregada, en 1952, esta joven acusó a Reeves de violación. Sin ninguna oposición de un jurado absolutamente blanco, Reeves fue condenado a muerte. 

Parks luchó incansablemente para encontrar evidencia que pudiera salvar a Reeves, trató incluso de ir a entrevistar a la joven que lo había acusado. Pero de nada sirvió: Reeves fue ejecutado en 1958. Ese caso afectó gravemente a Parks, al igual que el caso de Emmett Till, un niño de catorce años que fue brutalmente linchado y asesinado en Mississippi por “ofender”, en una tienda, a una señora blanca. El recuento de todas estas violencias, sistemáticamente confrontadas durante diez años, terminó afectando profundamente la voluntad de una activista indomable. Frente a tanto dolor y tanta muerte, para los años cincuenta, Parks estaba rota y desilusionada.  

Una compañera de clase de Reeves, Claudette Colvin, enojada por el juicio de Reeves y alimentada por las enseñanzas de Park en las juventudes de la NAACP, decidió rebelarse un día: cuando un chofer de camión le pidió pararse de su asiento, ella se negó. La arrestaron y la juzgaron por resistirse al asalto. Era una niña de 15 años, pequeña y frágil, contra dos policías blancos corpulentos. 

Finalmente la NAACP pensó que había encontrado la oportunidad perfecta para llevar las leyes de segregación a la suprema corte. Sin embargo, las acusaciones en contra de Colvin no fueron por las leyes de segregación sino porque rasguñó la mano de un oficial de policía. El caso no pudo proceder pero algo sucedió en medio de todo este enojo y Rosa Parks retomó el gesto de Colvin, un gesto que tantas otras mujeres habían hecho y se sumó a la resistencia callada. 

El reporte de arresto de Rosa Parks, Flickr

El reporte de arresto de Rosa Parks, Flickr

A diferencia del gesto de Colvin, sin embargo, cuando Parks se negó a pararse, también se negó a ser grosera e intempestiva, se negó a resistirse al asalto y se negó a dejarse vapulear en las cortes. La supuesta inacción de Parks fue muy activa y, sobre todo, muy consciente. Éste fue el gesto de hartazgo de una activista y no fue el capricho pasajero de una anciana a la que le dolían los pies (como se sigue repitiendo). El caso de Parks procedió y, junto a la llegada a Montgomery de un joven pastor llamado Martin Luther King, nació un movimiento que acabó, diez años más tarde, con la abolición de las leyes de segregación en el sur. 

El gesto de Parks no nació de cualquier parte; maduró en años de activismo, en años de militancia y de soledad, de miedo y de pobreza. Fue un gesto que precedieron muchas otras, que representaba a Reeves y a Till, a todos los asesinatos que presenció y a todas las mujeres violadas que escuchó.

 Esa tarde, el 1ero de diciembre de 1955, Rosa Parks no se negó a pararse de su asiento porque estuviera cansada. Se negó a pararse de su asiento porque ya no podía tolerar más esa vida indigna en la que había nacido. Cuarenta años en ese infierno eran suficientes y, pasara lo que pasara, no iba a volver a someterse a la injusticia del hombre blanco. 

Rosa Parks no hizo un gesto de resistencia pacífica. Hizo el gesto supremo de resistencia: entregó su cuerpo, su vida y su seguridad, para decir, simplemente, “ya basta”. 

 

El peso de la historia

La tragedia de Rosa Parks está en que, a diferencia de muchos otros grandes nombres en la lucha por los derechos civiles, la historia sólo le reconoce un gesto de desobediencia. Gracias a su arresto y los subsecuentes juicios que apelaron su condena, las leyes de segregación en Estados Unidos se derrumbaron. Pero este hecho aislado solamente parte una vida de activismo a la mitad. 

Durante más de una década antes de su arresto, Rosa Parks se dedicó a combatir las injusticias de un sistema opresivo. Y continuó siendo una férrea combatiente durante los 50 años que siguieron a su arresto, a pesar de la pobreza y el abandono, de su mala salud y el poco reconocimiento: sólo la muerte pudo parar su combate. Y, sin embargo, la historia únicamente recuerda el momento icónico en que decidió permanecer sentada.

El 27 de enero de 2013, como bien señala Jeanne Theoharis, cientos de políticos americanos y personalidades de la farándula se dieron cita para perpetuar un mito trunco. Ese día, Barack Obama develó una estatua de tres metros conmemorando a la activista en el capitolio de Estados Unidos.

La estatua representaba a Parks sentada con su bolsa. No la mostraba firmando peticiones, recolectando testimonios, peleando en la corte o educando a las juventudes activistas. No la mostró firme ante el terror constante de las represalias blancas. No la mostró erguida y combativa. Y, en las palabras que acompañaron esta ceremonia, se reforzó el estereotipo de un mujer cansada, mayor, inconsecuente, cuyo único acto heróico fue sentarse ese 1ero de diciembre de 1955. 

 Biblioteca Schlesinger , RIAS, Universidad de Harvard, Wikimedia Commons

Biblioteca Schlesinger , RIAS, Universidad de Harvard, Wikimedia Commons

Nancy Pelosi, la líder de la minoría en el congreso dijo: “Hizo lo que era más natural: estaba cansada y se sentó.” Barack Obama, a pesar de hacer un discurso que repasaba la vida de activismo de Rosa Parks, consignó su rebeldía como “un acto singular de desobediencia.” Finalmente, el portavoz de la Casa Blanca, John Boehner dijo que este monumento era “una gran manera de celebrar a Estados Unidos.”  Pero ¿qué en la vida de Rosa Parks celebra la grandeza de Estados Unidos? ¿No es su existencia la prueba viva de los horrores americanos? 

A unos cuantos metros de donde se celebraba el homenaje póstumo a Rosa Parks, la Corte Suprema eliminó un acta de protección a los derechos de los votantes en Alabama que buscaba asegurarse, tras tantos años de segregación, que los políticos locales no influenciaran, de ninguna forma, la capacidad para votar de los electores. Se eliminó esta protección porque estaba basada “en hechos que ocurrieron hace más de 40 años y que no tienen relación con el presente del país”.

La idea insidiosa detrás de estos discursos es que Estados Unidos ya es un país post racial. La idea peligrosa detrás de estas reformas a la ley y detrás de estas celebraciones nacionales que se apropian y banalizan la labor de Rosa Parks es que quieren dejarla en el olvido y diluir su lucha. 

“Le hicieron un tributo fenomenal a Rosa Parks, pero muchas de las declaraciones que se pronunciaron para honrarla eran absolutamente contradictorias con el contexto de su desobediencia en el camión y de una vida entregada a la política. Y esta increíble distinción fue otorgada el mismo día en el que la Corte Suprema tomaba otro paso para destruir uno de los logros que Parks y tantos otros compañeros tardaron décadas en conseguir. Una estatua fue más importante, hoy en día, que proteger los derechos de los votantes.”, señaló pertinentemente Theoharis.

La imagen que se reproduce de Rosa Parks como una mujer amable, tímida, que encabezó una resistencia pacífica y que simboliza el entendimiento posible entre todas las etnicidades de Estados Unidos solamente fortalece el mito de un país que superó al racismo. Se utiliza la figura de Rosa Parks, a casi quince años de su muerte, para decir que su lucha ya terminó. Pero, si Parks estuviera viva, nos diría a todos que su lucha no ha hecho más que reavivarse. El mito de un américa post-racial ha sido quebrado una y otra vez en los últimos años por el auge del nacionalismo blanco.

En 2015, en Charleston, Carolina del Sur, un supremacista blanco balaceó una congregación religiosa negra, matando a 9 personas. En 2017, en Charlottesville, Virginia, un hombre murió atropellado en una protesta en contra de grupos supremacistas violentos que se negaban a quitar monumentos confederados. Ese mismo año, en Nueva York, un supremacista blanco mató a un hombre negro con una espada como “práctica para un ataque mayor”. El año pasado, en Kentucky, un hombre trató de balacear una congregación afroamericana y, al ver frustrado su intento, mató a dos adultos negros en un supermercado.

Esta terrible lista continúa en relatos cada vez más atroces, en los asesinatos de hombres negros desarmados a manos de policías; en la muerte de Oscar Grant de 22 años, de Botham Jean de 26 años, de Tamir Rice de 12 años, de Emantic Fitzgerald Bradford Jr de 21 años y, por supuesto, el caso que dio vida al movimiento de Black Lives Matter, el asesinato de Michael Brown de 18 años.

Rosa Parks nunca hubiera querido que su figura sirviera para fundar la mitología de un país que superó al racismo en estas condiciones. Nunca hubiera permitido que se levantaran estatuas en su honor mientras la policía sigue asesinando a jóvenes negros en las calles. Nunca hubiera aceptado el reconocimiento del fin de una lucha. Nunca hubiera aceptado servir para una celebración que, como dijo Theoharis, disminuye la historia del racismo, celebra la valentía negra enmarcada en la idea del progreso americano y reduce a nada las inequidades actuales. 

Rosa Parks no permaneció sentada ese día porque le dolieran los pies, porque estaba cansada, porque fuera vieja o porque estuviese enferma. Rosa Parks se rebeló contra la injusticia ese día porque recordó el brutal asesinato de Emmett Till, porque recordó a tantos que se habían opuesto a la segregación en los camiones, porque llevaba años luchando para que no condenaran a muerte a jóvenes negros, porque entregó su vida a una causa justa. Rosa Parks se rebeló ese día porque respetaba su vida y su historia, porque recordaba a su abuelo en la plantación de algodón, porque murió sin conocer un país sin racismo, porque su sueño todavía no se agota. 

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Todas las citas directas y los comentarios históricos son tomados de la autobiografía de Rosa Parks y de la impresionante biografía política que hizo de ella Jeanne Theoharis.

  • Theoharis, Jeanne, The Rebellious Life of Mrs. Rosa Parks, Beacon Press, Boston, 2014. 
  • Parks, Rosa y Haskins, John, Mi Historia, Plataforma Editorial, Barcelona, 2019.