Renovar o morir
Las series de televisión están en su mejor época: producciones colosales, actores laureados —conocidos o no—, historias únicas y, sobre todo, esa atmósfera de libertad creativa que seduce a miles de espectadores que pueden disfrutar la experimentación de la pantalla chica. Esa experimentación, también, hace correr varios millones de dólares por una maquinaria de promoción e inversión de entretenimiento que tiene como punta del iceberg una premiación para reconocer (o eso dice) lo mejor de la televisión: los Prime Time Emmy.
Lo ilógico
Los Emmy son el resultado de decisiones no muy lejanas al prototipo “del buen premio”, heredado de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. El resultado es que muchas veces tenemos galardones políticamente correctos que se camuflajean cuando complacen a la audiencia. Este año quizá sea el mejor ejemplo, sobre todo en la sección de comedia. Bastaría preguntarse por qué muchos premios parecen estáticos, inmóviles, pues se entregan año con año a las mismas manos. El quinto año de Modern Family como Mejor serie de comedia dejó en el olvido a propuestas mucho más novedosas e inteligentes como Veep (HBO, 2012), Silicon Valley (HBO, 2014) y, la gran relegada de la noche, Orange is the New Black (Netflix, 2013).
¿Por qué sigue ganando Jim Parsons Mejor actor de comedia por la agonizante The Big Bang Theory (CBS, 2007)? ¿Por qué nominan a Edie Falco por su simplona Nurse Jackie o a la soporífera Lena Dunham por Girls (HBO, 2012)? El mejor ejemplo fue Jessica Lange, como Mejor actriz en una miniserie o película por su participación en la peor temporada de American Horror Story (FX, 2011). ¿Qué decir del olvido a Laverne Cox, la actriz transexual de Orange is the New Black? Podemos deducir que los Emmy aún no están listos para aventurarse a situaciones incómodas. Así son los premios, difícil complacer a todos e imposible salirse del molde americano.
Justicia
También hay que agradecer el reconocimiento a producciones que lo merecen. Fargo (FX, 2014) es una joya de la televisión que había pasado desapercibida: basada en la película de los hermanos Coen (Fargo, 1996), con una estructura de personajes no muy lejana a Breaking Bad y un estilo que oscila entre el humor negro y la violencia. Otorgarle el reconocimiento como Mejor miniserie fue una de las pocas justicias de la noche (aunque es difícil creer que American Horror Story y su última temporada de brujas adolescentes se haya llevado más premios).
Además, para ser políticamente correctos, se premió a The Normal Heart (HBO, 2013) como Mejor película para la televisión. Su denuncia al sistema político americano homofóbico debe ser premiado, sin hacer menos las actuaciones de Mark Ruffalo y Matthew Bomer, además de la música de Cliff Martínez.
Los dramas
La pelea en la categoría de drama siempre son un drama. Esos premios son los más asediados, los más deseados, los que otorgan reconocimiento internacional automático. Este año había grandes nombres: Mad Men (AMC, 2007) y Dowton Abbey (ITV, 2010) no ejercieron presión importante en las audiencias, mientras Game of Thrones (HBO, 2011) House of Cards (Netflix, 2013) aún están en proceso evolutivo. Al final sólo quedaron dos competidores reales: True Detective (HBO, 2014) y Breaking Bad (AMC, 2008). Desde que finalizó la transmisión de la segunda parte de su última temporada, la serie liderada por Vince Gilligan tenía un camino fácil para cosechar los premios mayores (mejor actor, actriz, dirección y serie dramática). Pero a inicios de este año llegó True Detective, la piedrita en el zapato de Breaking Bad, encabezada por Nic Pizzolatto y Cary Fukunaga.
Ambas series le deben mucho a la inmensa fiebre mediática: en sus últimos dos años de vida, Breaking Bad reafirmó su fuerza al convertirse en un producto de culto masivo. True Detective, por su lado, ganó terreno en redes sociales con sus miles de páginas en donde se resolvían los misterios de una historia que, por momentos, fue incomprensible.
Cada una tuvo sus bondades en la pantalla. En Breaking Bad disfrutamos de un desarrollo de personajes intenso, acompañado de un ejercicio actoral memorable que encumbró a Bryan Cranston como el secreto mejor guardado de la televisión. True Detective supo construir un aura de misterio e incertidumbre desde la transmisión de sus capítulos, hasta los recientes rumores sobre los posibles actores sucesores de Matthew McConaughey y Woody Harrelson; sin embargo, hay que aceptarlo, el mayor regalo de manos de Pizzolatto y Fukunaga, fueron esos chispazos cinematográficos con planos secuencias memorables y el trabajo fotográfico de Adam Arkapaw (Lore, 2012).
El trabajo de Gilligan tenía que despedirse a lo grande. Aaron Paul y Anna Gun volvieron a ganar Mejor actor y actriz de reparto en serie dramática, respectivamente. Al final, los cinco años de trabajo hicieron justicia a su creador, uno de los cabecillas de esta época televisiva. True Detective tuvo que quedarse con un premio de consolación nada despreciable: Cary Fukunaga consiguió Mejor dirección en serie dramática y, con eso, dio una pequeña probada de lo que True Detective es capaz de ser y hacer. Es un final justo, de esta manera el 2015 pinta como un año de transformación en las nominaciones: se quiera o no, es momento de renovar o morir.
A pesar de la disputa complicada, Breaking Bad fue la favorita absoluta: tenía que llevarse el premio a Mejor serie dramática, a modo de despedida y agradecimiento. Sin embargo, los espectadores fueron los verdaderos ganadores al ser testigos de cómo las televisoras pusieron sobre la mesa todo su poderío como creadores de historias. ¿La obligación de la Academia pesó más? Al menos queda un buen diagnostico para el futuro televisivo con las series que ya se conocen y algunas nuevas como Halt and Catch Fire (AMC, 2014), The Leftovers (HBO, 2014), Masters of Sex (Showtime, 2013), The Strain (FX, 2014) y Penny Dreadful (Showtime, 2014), que, sin problemas, pueden ser dignas herederas del legado de Heisenberg y Jesse Pinkman.