Recuerda cuerpo
Caminamos por las calles de la Alejandría de hace un siglo, a nuestro paso la nariz se inunda con la fragancia de las especias —cúrcuma, canela, azafrán, romero— y a nuestros ojos el colorido de las telas y de los tapices en las tiendas, las conversaciones a veces a gritos nos abruman, incluso las que son pronunciadas en los cafés, cuyo aroma también nos embriaga, sobre todo, lo que nos hemos de encontrar es con la diversidad de rostros alejandrinos: los jóvenes estibadores y vendedores griegos embutidos en sus raídos trajes, los trabajadores egipcios, los turcos, también es posible encontrar en el trajín de las calles gente de Europa occidental, sobre todo los funcionarios ingleses—no hace mucho también se veía a soldados británicos—, pero también franceses e incluso italianos. Pero lo que nos interesa es la calle Lepsius, ahí nos aguarda un hombre flaco, de mirada penetrante, que gusta de recibir visitas, máxime si estamos interesados en su poesía.
Nos hace subir a su departamento, en la calle, al lado hay un local que puede ser de una reputación dudosa, cierta sordidez a la que no hay que dar importancia. Ya se nos ha advertido, el señor Malanos lo ha hecho —o lo hará, en un futuro, pero es de su testimonio de quien tomamos la advertencia— que si despertamos su interés nos ofrecerá whisky, de lo contrario apenas si nos ofrecerá un trago de ouzo y dirá que había olvidado que tiene un compromiso, que tiene que partir. En una charola donde están servidos quesos y aceitunas, dátiles, dispuesta casi con negligencia, como si no estuviera dispuesta para que las visitas le monden el diente; a su orden, si somos dignos del orden, se nos servirán también los postres y café con la baklava y el galaktoboureko.
¿Cómo presentarnos ante tal personaje? Su mirada, ayudada por gruesos lentes nos explora, a su adusto rostro la vejez le ha dado de marco a su bigote, negro todavía, el marco de dos arrugas que bajan desde su nariz hasta la mandíbula; la elegancia de los descendientes de condes imperiales bizantinos, como tuvo la pretensión su familia materna, es perceptible en las maneras y en sus grandes ojos de ícono ortodoxo. Pero, evitémonos la vergüenza del torpe por admiración, él nos ofrece la mano y nosotros, faltaba más, gustosos la aceptamos.
[Cabe aclarar que, aunque los convido a compartir conmigo esta entrevista con el poeta, él sólo ve a una persona y no a la multitud que somos, de ahí que aunque nos expresemos en el plural de la primera persona, él nos conteste en el singular de la segunda]
Nosotros:
“Señor Cavafis, es un verdadero honor conocerlo y ser aceptados a visitar su casa, su estudio.”
Constantino P. Cavafis:
El honor es mío, siempre es un placer tener con quien conversar de poesía –hace una pausa en la que parece que piensa algo más que agregar, pero sólo sonríe–. Pero, pasen, por favor. Tomen asiento.
Lo obedecemos, mientras pensamos en cuál será la mejor forma de comenzar esta conversación, esta entrevista, esta escucha. Los gritos de los vendedores de la calle, el trajín de la ciudad se cuela entre las persianas. Él toma una aceituna y con la mano nos ofrece a tomar —esta es la forma que tiene también de hacer callar a algún invitado inoportuno—. A un lado suyo está una mesita cubierta de fotografías, ahí podemos reconocer a su madre, Heraclea, a sus hermanos, pero también a jóvenes barbados en sus veinte y algunos ya en la treintena que ofrecen gustosos a la cámara su lozanía sepia.
Cavafis:
Según entiendo me visitan desde lejos.
Nosotros, tentados a exagerar, queremos contestar que: de una distancia de siglos, pero la hipérbole nos parece una grosería frente a un poeta que ha preferido disminuir a su mínimo ese tipo de adornos retóricos; nos conformamos con asentir.
Una sonrisa de suficiencia cruza el rostro del poeta.
Cavafis:
Espero que no sólo hayan sido los versos de este viejo los que los hayan hecho viajar.
Nosotros:
Para nosotros el mayor atractivo que puede ofrecer la antigua capital de los Ptolomeos es usted.
Cavafis:
Alguien que recuerda que esta ciudad fue una capital bajo los descendientes de un general de Alejandro.
Nosotros:
La cuna del helenismo que usted llega a evocar en no pocos de sus poemas.
Su atenta mirada se ilumina.
Cavafis:
El helenismo no tuvo su cuna precisamente aquí, pero luego de las conquistas de Alejandro fue uno de sus centros, ciertamente. Ya mucho se ha escrito al respecto.
Nosotros:
Lo que no le ha impedido indagar en ese pasado.
Cavafis:
Tengo dos capacidades: escribir poesía o escribir Historia. No he escrito Historia y ya es muy tarde ahora. Ahora bien, usted dirá, ¿cómo sé que podría haber escrito Historia? Lo siento. Hice el experimento y me pregunté: “Cavafis, ¿podrías escribir ficción?” Diez voces me gritaron: “¡No!” Volví a hacerme el cuestionamiento: “Cavafis, ¿podrías escribir una obra dramática?” Veinticinco voces gritaron: “¡No!” Entonces, pregunté de nuevo: “Cavafis, ¿podrías escribir Historia?” Ciento veinticinco voces me respondieron: “Podrías.” [Liddell, 1974]
Nosotros:
En parte para verificar las descripciones de la época,
en parte por mero entretenimiento,
anoche comencé la lectura
de una colección de inscripciones ptolemaicas…
De alguna manera ahí está el espíritu de un historiador
Cavafis:
¿Le parece?
Nosotros:
En ese sentido su traductora al francés [Marguerite Yourcenar] escribió: […] puede decirse que todos los poemas de Cavafis son poemas históricos, y la emoción que recrea un rostro joven vislumbrado en la esquina de una calle no difere en nada de la que suscita a Cesarión fuera de una colección de inscripciones de la época de los Ptolomeos [Yourcenar (1953), 2018].
El poeta deja la boquilla sin ningún cigarro en sus labios, pensativo. Luego nos señala con la boquilla.
Cavafis:
Ahí lo tiene. Para mí la poesía y la Historia son dos posibilidades de la escritura, dos posibilidades que he conjugado en una.
Coloca un cigarro en la boquilla y lo enciende, la pequeña brasa sigue el movimiento de sus manos, de sus brazos, de su expresión.
Nosotros:
Para su biógrafo [Liddell]…
Cavafis:
¿Tengo ya un biógrafo?
Nosotros:
Varios. Sin embargo, por el momento, sólo nos interesa citar a uno, quien dijo que usted escribió ficción histórica.
Da una larga aspiración a su cigarro, nos contempla, una mirada con algo de curiosidad, casi como la de un gato al acecho.
Cavafis:
Si lo dice mi biógrafo algo debe de haber de cierto.
Nosotros:
Ese mismo biógrafo también ha dicho que En la poesía de Cavafis el pasado está siempre presente y el presente (o más bien lo reciente) está envuelto en un tiempo pasado. [Liddell, 1974]
El poeta apaga su cigarro en una taza de té dónde sólo quedan los posos, toma otro cigarro, lo coloca en la boquilla y lo enciende.
Cavafis:
Eso es, en parte, muy sencillo de contestar y tiene que ver con lo siguiente. Para mí la impresión inmediata nunca es un punto de inicio. La impresión tiene que envejecer, tiene que falsificarse con el tiempo, sin que yo la tenga que falsificar. [Liddell, 1974]
Nosotros:
Eso nos recuerda lo que dijo un poeta inglés [W. H. Auden] sobre su trabajo.
Se recuesta sobre su asiento y pasa su mano izquierda sobre su nuca y su mirada parece perderse.
Cavafis:
¿Qué dice ese poeta inglés?
Nosotros:
Que usted no aprecia por completo su excepcionalmente buena fortuna de ser alguien capaz de transmutar en invaluable experiencia poética lo que, para aquellos que carecen de este poder, puede ser trivial o incluso doloroso [Cavafy, 1961].
Cavafis:
Tiene razón en decir que las impresiones es lo que se transmuta en poesía y, a fin de cuentas, la poesía reside en conseguir que esas impresiones sean percibidas por quien lee. Fuera de la vida de uno, de lo que uno oye y entiende y el poema que uno escribe, aunque no sea de verdad de la propia vida, es verdad para otras vidas, no de forma general, claro, pero de manera particular […]. Si sólo por un día o por una hora me sentí como el hombre de ‘Las murallas’ o el hombre de ‘Las ventanas’, el poema está basado en una verdad, una verdad de corta duración, pero que, por la única razón de haber existido una vez, se repetirá en otra vida[Liddell, 1974].
Él levanta la mano y su ayudante egipcio, hombre pequeño y moreno, se acerca. El poeta le susurra unas palabras al oído, palabras que no entendemos por lo demás porque son de las pocas que él sabe pronunciar en árabe. El ayudante asiente y sale.
Nosotros:
Ahora que menciona ‘Las ventanas’ nos viene a la memoria otro de sus poemas anteriores a 1912 que expresa una emoción análoga. ‘La ciudad’, ahí, usted dice:
Dondequiera que vayas, arribarás a la misma ciudad.
No existe para ti ni ruta ni navío
que pueda conducirte a otra parte.
No esperes nada.
Como has arruinado tu vida en esta ciudad
la has arruinado en todo el mundo. [Cavafis, 2003]
¿No le parece un poco pesimista?
El ayudante egipcio coloca en la mesa los vasos rojos y una botella de whisky.
Cavafis:
Pero beba, por favor. Como le señalé antes las impresiones pueden ser el origen del poema y fueron verdaderas en tanto que las tuve. ¿Quiere decir eso que esa siempre es mi actitud frente a la vida? No, por cierto, pero, algo más. En ese poema creo apuntar a la imposibilidad de escapar de quien se es y en ese sentido el poema no es, me parece, pesimista.
Nosotros:
Para usted la vida, la existencia, adquieren su sentido una vez que han sido convertidas en arte, un planteamiento que gente como Proust también ha planteado. Pero en usted, las experiencias humanas, sobre todo los encuentros de jóvenes varones no son juzgados de forma negativa, se les realza su condición de placer e incluso de culpa por parte de quienes lo gozan. Pienso, por ejemplo, en
EL ORIGEN
Han satisfecho su placer
prohibido. Y del lecho se levantan,
vistiéndose apresuradamente sin hablarse.
Abandonan por separado, furtivamente la casa; y mientras
caminan algo inquietos por las calles, parece
como si sospecharan que algo en ellos traición
en qué clase de lecho cayeron hace poco.
Pero cuánto ha ganado la vida del artista.
Mañana, 0tro día, años después escritos serán
los versos vigorosos que aquí tuvieron su principio.
[Cavafis, 1998]
Cavafis:
¿Qué puedo agregar que no haya dicho ya en esos versos? Sin embargo, me tomaré el atrevimiento de decir un poco más. El verdadero artista no tiene, como el héroe del mito, que elegir entre la virtud y el vicio; en cambio ambos le servirán y amará a ambos por igual. [Liddell, 1974]
Nosotros:
Esa entrega, de uno hacia la existencia y de la existencia hacia el arte, está explícita en su poesía, ahí está:
ENTREGUÉ AL ARTE
Me siento y sueño Deseos y sensaciones
entregué al Arte; rostros o trazos
apenas entrevistos; de amores insatisfechos,
recuerdos algo vagos. Al arte me entrego.
Sabe inspirar Forma a la Belleza;
completando la vida sin sentir casi,
combinando impresiones combinando los días.
[Cavafis, 2019]
Cavafis:
Y sin embargo el arte a veces puede ser tan agotador.
Nosotros:
Como usted lo expresa en ‘Una pintura’, en el que la voz poética cansada de pintar encuentra refugio en otra pintura:
¡Qué bello niño! ¡Qué mediodía divino
lo acogió para dormirlo!
Permanezco largo tiempo mirándolo asó,
y una vez más, el arte me descansa
de las fatigas del arte.
[Cavafis. 2003]
El poeta, mientras oye sus versos pronunciados por nosotros, se recarga en su asiento y cierra los ojos complacido.
Cavafis:
Casi puedo ver a ese joven.
Nosotros:
Los jóvenes atraviesan sus poemas como apariciones divinas.
Se sienta en la orilla del asiento, casi se nos abalanza.
Cavafis:
¡Porque lo son!
Nosotros:
UNO DE SUS DIOSES
Cuando uno de Ellos atravesaba
la plaza pública de Seleucia
al atardecer, bajo la forma
de un bello y alto joven
de negros cabellos perfumados,
y ojos llenos de alegría
que da la inmortalidad,
los transeúntes lo contemplaban,
y se preguntaban uno al otro
si lo conocían: ¿Era un griego
de Siria o un extranjero?
Pero algunos que lo habían
observado con mayor atención,
veían Quién era, y se apartaban.
Y El, se alejaba a lo largo de los pórticos
entre las sombras y vislumbres del crepúsculo,
hacia los barrios que, cuando llega la noche,
albergan el jolgorio, la juerga, la orgía,
toda suertes de vicio y embriaguez.
Y la gente se preguntaba Quién podría ser,
y, por qué sospechoso placer,
El bajaba por las calles de Seleucia
tan lejos de santas moradas eternas.
[Cavafis, 2003]
Cavafis:
Esas apariciones…
Sus palabras son más para sí mismo que para nosotros.
Nosotros:
Que usted logra convocar tan bien en:
EL ESPEJO DEL VESTÍBULO
Un antiguo espejo,
adquirido hacía más de cuatrocientos años,
adornaba el vestíbulo de esa rica mansión.
Un joven aprendiz de sastre
(atleta aficionado los domingos)
entró allí con un paquete.
El aprendiz quedó solo esperando.
Se aproximó al espejo y se miró,
ajustando su corbata. Luego,
cinco minutos más tarde,
le trajeron su recibo.
Lo tomó y se fue.
Mas el antiguo espejo
que había reflejado en sí
tantos objetos, tantos rostros,
se alegró de haber reflejado un instante
la belleza perfecta.
[Cavafis, 2003]
Cavafis:
Raro privilegio el ver los versos propios en voz de los jóvenes.
La luz de las cuatro de la tarde cae sobre el suelo del cuarto entre los resquicios de las persianas cerradas. El poeta se cruza de brazos y nos observa con una ligera sonrisa bajo su negro bigote.
Nosotros:
Desde que empezamos a leerlo no hemos dejado de hacerlo. Su poesía tiene la capacidad de invocar el deseo, las voces de los idos, mucho más potente que cualquier filtro de los magos grecosirios…
Nos interrumpe, radiante.
Cavafis:
Otro de mis poemas…
Nosotros:
Sí. Pero, como usted apunta muy bien en él no conocemos esa sustancia que pueda traernos el pasado sin abandonar nuestra estancia, a no ser que sea la poesía misma, su poesía.
Se sienta en el borde de su silla, el cuerpo inclinado hacia nosotros.
Cavafis:
¿La poesía como una magia?
Nosotros:
Esa podría ser una lectura. Es que su capacidad para que incluso la voz de quienes han partido vuelva quita el aliento, ahí está
VOCES
Amadas voces ideales
de quienes ha alcanzado la muerte
o a quienes, distantes, como los muertos,
hemos perdido.
A veces en nuestros sueños hablan,
a veces, desde lo profundo, las escuchamos.
Y con su sonido el eco, por un instante,
de aquella primera poesía de nuestra vida;
distante música que en la noche se pierde.
[versión propia]
Él se vuelve a recargar en su asiento, mientras escucha el poema toma la boquilla y coloca en ella un cigarro, con ella marca el ritmo de los versos, de las palabras. Al terminar el último verso enciende el cigarro y le da una fuerte aspirada. Exhala y entre el humo sus ojos no dejan de vernos.
Cavafis:
Es lo que hace la poesía, no cree. Permite escuchar la voz de los muertos.
Nosotros:
Y la suya más. Usted ha logrado incluso dotar de vida a los deseos que nunca se consumaron.
Levanta la mano y el ayudante egipcio que no estaba a la vista se le acerca, vuelve a darle unas órdenes en árabe. Cavafis ve que nuestro vaso rojo está casi vacío y él mismo nos sirve más whisky, otro tanto hace para sí.
Nosotros:
Los ejemplos no son pocos a lo largo de su obra, pero quizá el poema que mejor lo expresa es
RECUERDA, CUERPO
Cuerpo, recuerda y no sólo cuánto fuiste amado,
ni solamente los lechos en que conociste el placer
si no esos deseos que por ti brillaban en los ojos
y hacía temblar las voces –y que por un obstáculo
quedaron instisfechos.
Ahora todo aquello ha pasado
y es casi como si esos deseos
los hubieras satisfacido– aquel brillo,
recuérdalo, en los ojos que te contemplaban;
las voces que temblaban por ti, recuerda, cuerpo.
[versión propia]
El ayudante trae una charola con café caliente y espeso, su fuerte olor inunda la sala, coloca en la mesita dos tazas, la baklava y la galaktoboureko. Es posible apreciar la satisfacción en la comisura de los labios del poeta, la voluptuosidad con la que se lleva uno de los dulces a la boca y como, con una mano, nos invita a seguirlo.
Bibliografía:
Constandinos Cavafis. Selección de poemas, trad. Pedro Bádenas de la Peña, edición bilingüe, Aiora Press, Atenas, 2019.
Constantino P. Cavafis. Poemas completos, versión de Juan Carvajal, Juan Pablos Editor, Ciudad de México, 2003.
P. Cavafy. The complete poems of Cavafy, trad. Rae Velden, introducción W. H. Auden, The Hogarth Press LTD, Londres, 1961.
M. Forster, Pharos and Pharillon, Open Road Media, 2019.
Kavafis. 56 poemas, trad. José María Álvarez, Mondadori, Madrid, 1998.
Robert Liddell. Cavafy: a critical biography, Duckworth, Londres, 1974.
Marguerite Yourcenar. Ensayos, A beneficio de inventario, Presentación crítica de Constantino Cavafis, Debolsillo, Ciudad de México, 2018.