Tierra Adentro
Fotografía de María Guadalupe, tía de Karol y Evelyn. Fuente: AD Noticias, agosto de 2021.

Doce campanadas son la cuenta para establecer una larga lista de propósitos de Año Nuevo. Cumplirlos toma aún más años en algunos casos, y para la señora Guadalupe ya casi van ocho que ha implorado su único deseo desde el 23 de enero de 2017: encontrar a sus sobrinas Karol y Evelin. Tenían doce y nueve años respectivamente. Mientras se quedaron como eternas niñas en la memoria de la mujer, ella se quedó siempre anhelante, en una búsqueda que se vive infinita.

El destino sería cruel con Guadalupe, quien, con los días de ausencia, pasó de pedir verlas otra vez a solo tener una pista mínima de ellas. “Mi gran dicha sería saber que están vivas”. Lanza la plegaría desde lo profundo de sus ojos hundidos, de los que parecía imposible el encauce de un llanto; sin embargo, de allí brota una lágrima más. “Hay mucha desesperación”.

Nadie podría contradecirla. A sus 63 años, su búsqueda la ha llevado a través de la indiferencia de las autoridades hasta las fosas comunes en las que descansan los marginados sin nombre. Ha recorrido estos valles de desesperanza como un fantasma que vuelve a un pasado inexorable. En su caso, fue una simple visita a una papelería de Chimalhuacán, Estado de México. Así fue como vio a sus sobrinas irse en un camino hacia ningún lugar.

Historias comunes en zonas pobres

Las observas; las reconoces como tus pequeñas, el par de niñas que has cuidado, aunque no las hayas dado a luz. Las miras entusiastas, con ganas de ir a la escuela. Te piden permiso para ir a la papelería, a comprar ¿colores?, ¿monografías? En primera instancia, te preocupa el dinero para darles. Vender ropa de segunda mano es insuficiente para mantener a dos niñas.

La pobreza te asfixia más con cada año que pasa. Tu familia es considerada de escasos recursos, al igual que muchas en este municipio. Y como a otras, los peligros acechan en cada paso. Sientes un escalofrío de desconfianza al verlas alejarse hacia la papelería. Si hubieras sabido que sería la última vez que estarían frente a ti, las hubieras fundido en un abrazo a ambas en tu corazón.

En lugar de tus brazos, ellas se encontraron a otros extraños dispuestos a arrebatar inocencias. Lo viste tú misma en un video que conseguiste de la cámara de seguridad de un local, a casi un mes tras haber reportado la desaparición de tus sobrinas. En la grabación aparecen dos mujeres; engañaron a las pequeñas para llevarlas lejos de ti. Desaparecen en una frontera inaccesible para ti, hacia un destino más oscuro. Su ausencia es el único rastro que te queda de ellas.

El tiempo apremia, lo sabes. Acudes a la fiscalía de Chimalhuacán para reportar la desaparición. “Se tiene que esperar 48 horas, señora”. No las tienes. Decides sacar copias de las fotos de las niñas para ponerlas en pequeños carteles, debajo de una pregunta que nunca deseaste hacer a nadie: “¿Las has visto?”. 

Fue en ese punto en el que tuviste tu primer encuentro con la desesperación, un huésped que mata la esperanza hasta dejarte con un nudo en la garganta. Su voz fría te recuerda que necesitas más dinero del cual careces para pagar volantes y una lona con la alerta Amber de tus sobrinas. Su abrazo te envuelve con frustración. Por desgracia, el visitante sería recurrente.

Te alivia un poco saber que el señor de la lona te la dejó a pagos. El principal problema son las autoridades y su falta de disposición, ni siquiera te toman en serio. Estás sola en la búsqueda, tu otra sobrina ya no puede acompañarte a la fiscalía por falta de recursos. La desaparición también se llevó tu salud. Cada día te acercas a la ruina y sabes que te derrumbarás pronto.

La deriva te lleva a un grupo de mujeres con playeras moradas y un mensaje que expresa lo que deseas para tus sobrinas. El lema te cae como refugio: “Nos queremos vivas Neza”. Con ellas, escuchas experiencias similares a la tuya y te ofrecen apoyo.

Elsa Arista ha estado en la asamblea de la colectiva durante siete años. Cuando habla de lo que sucedió con Karol y Evelin, el pesar de su mirada se vuelve nada ante la impotencia y la furia que escapan de su voz firme. “Son historias que, desafortunadamente, son comunes en zonas pobres”.

Un punto de encuentro tras las desapariciones

Desde el 23 de enero de 2017 al 21 de diciembre de 2024, se contabilizan 637 mujeres desaparecidas, no localizadas y localizadas en Chimalhuacán. Respecto al Estado de México entero, hay 6 mil 837 personas desaparecidas y no localizadas, de las cuales 6 mil 638 parece que la tierra las ha devorado, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). 

En cuanto al número de personas desaparecidas, no localizadas y localizadas en el Estado de México, suman 3 mil 214 niñas y adolescentes de entre cinco y catorce años que han sido reportadas como desaparecidas desde el día en que Guadalupe vio por última vez a sus niñas. Los rostros de Karol y Evelin conforman este mar de ausencia en expansión.

Elisa Artista ha pertenecido a “Nos queremos vivas Neza” desde hace siete años. Es activista y dentro de su colectiva ha sido la mujer de las mil profesiones: abogada, historiadora, asesora jurídica y hasta ha brindado acompañamiento a víctimas y familiares de personas desaparecidas, entre ellas, la señora Guadalupe.

En su mirada hay un contraste entre la esperanza y la desilusión más allá de lo humano. Lo único que puede verbalizar, lo que desbordan sus ojos, es un logro a cuestas: “Ha sido difícil hacer valer los derechos de la mujer. Ha sido difícil que en México trascendiera”. 

En su experiencia, los principales obstáculos para encontrar a un familiar desaparecido y acceder a la justicia tras una vejación es la apatía de las autoridades. “No quieren hacerlo. Normalizan la violencia machista y no ven a las mujeres como sujetos de derecho”. Incluso menciona que ha escuchado en más de una ocasión una excusa para comenzar la revictimización: “Están exagerando”. 

Esa actitud es constante en el caso de Karol y Evelin. Las autoridades nunca prestaron la atención requerida. La indiferencia es el único saludo que Guadalupe recibe, incluso por parte del padre de una de ellas. “No se enojó ni nada. Sospechamos que él se las llevó para entregárselas a alguien más o las tiene trabajando”, explica con pesadez en su voz.

Con un inesperado atisbo de negación, complementa su hipótesis acerca de sus sobrinas: “No hay rastro de que las hayan matado, pero sí podrían ser víctimas de trata, o el papá las vendió”. Sin esperanza y sin resignación, la mujer intenta explicarse qué podría haber pasado con ellas para tener algo además de preguntas sin respuesta.

Aquella sensación de extravío se extiende hasta las entrañas de Guadalupe. “Me sentí muy mal. Me enfermé, estaba deshecha”. Sus palabras conforman un llanto que se asemeja más a un reclamo. “Estaba perdida, caí en coma. Estuve a punto de morir. Me recuperé, pero perdí la vista de un ojo temporalmente”.

En sus momentos de extrema necesidad, la colectiva la apoyó para que recobrara la energía y reanudara su búsqueda. “Me daba ánimo para seguir adelante, feliz de saber que no estoy sola”. De forma inesperada, el naufragio en el que Guadalupe vivía se convirtió en un punto de encuentro con otros familiares de personas desaparecidas. Un epicentro de resistencia junto a las activistas de “Vivas nos queremos Neza”.

Sin embargo, el mayor impedimento en la búsqueda es la pobreza; la mujer carece de los medios para acudir a las fiscalías y a las morgues. Acude a estos lugares a pie en trayectos que duran horas. Elisa está convencida de que ser pobre es una condena a la injusticia. En su experiencia, cada que sucede un crimen, las personas de escasos recursos suelen ser ignoradas. “Se criminaliza la precariedad”.

Enojo, impotencia, rabia

“Vivas nos queremos Neza” es una colectiva de apoyo jurídico y psicológico dirigido a víctimas de violencia de género y personas con familiares desaparecidos. Elisa considera que son el primer filtro al que acude la gente para exigir justicia. Conoce las respuestas más comunes en este proceso: “Se fue con el novio, se fue porque quiso”.

La pusilanimidad de las autoridades desencadena un ciclo de emociones que consumen los días de Elisa. Las evoca con una abnegación propia de una penitente al rezar. Son las mismas oraciones que se han pronunciado entre quienes buscan los restos de sus desaparecidos y conforman una procesión sin quererlo: “Enojo, impotencia, rabia”.

Elisa vive con el dolor que comparten las madres buscadoras y familiares de víctimas de feminicidio. La penuria se exacerba con la desestimación característica de la impunidad. Se puede leer que ha tenido decepciones y victorias en las líneas de expresión en su rostro.

El caso Ana María: la quemaron viva en su casa por las torres de Chimalhuacán. Otra zona de escasos recursos. “Vivía en una casa de cartón. Iba a irse a una fosa común por su situación económica. Su papá no tenía los documentos para probar que era su hija. Merecía una muerte digna”.

Ha vivido algunos episodios de éxito. El ardor también lo comparte Elisa, quien espera llegar a más mujeres víctimas de violencia. “Somos una opción para mujeres violentadas. Es un proceso que se ha ganado desde las redes sociales”. El fruto de su esfuerzo se materializa con amor. En “Juntas comemos, juntas florecemos”, una campaña para ayudar económicamente a las mujeres, ha visto cuán lejos pueden llegar con apoyo.

El punto culminante fue el caso de Diana Velázquez en 2017; provocó tal indignación que desbordó las calles. “Se logró la primera marcha masiva en Chimalhuacán. Fue un feminicidio que generó reacción en la comunidad. La mamá, la señora Lidia, se empoderó”.

Durante ese mismo año participó de forma activa en la búsqueda de Karol y Evelin. “Hace tres años tuvimos que obligar a las autoridades a realizar el retrato hablado de cómo lucirían en la actualidad”. La principal exigencia para continuar es el estatuto de “víctima” para la señora Guadalupe. Debido a esta omisión, las autoridades se deslindan de otorgar recursos económicos para impulsar la búsqueda.

En la actualidad, la investigación permanece sin avances. “No hay rastro. Dijeron (las autoridades) que iba a revisar, pero no hay ningún dato”, menciona Elisa la situación que ha enfrentado Guadalupe. Explicó lo que la mujer prefiere callar antes de contemplar la posibilidad que sus sobrinas se hayan esfumado hacia un no lugar más allá de la vida y la muerte.

Pasos entre las fosas comunes hacia la esperanza

—Tienes que llevar el fuego.

—¿Dónde está? Yo no sé donde está el fuego.

—Sí sabes. Está en tu interior.

La carretera (2006), Cormac McCarthy

Guadalupe nunca olvidará la última noticia que tuvo de la investigación sobre sus sobrinas. Podría describirse como un cielo oscuro sin estrellas. Faltaban registros de defunción, pero las autoridades llamaron a la mujer a reconocer cadáveres a una fosa común de Tlalnepantla.

Una vez más, Guadalupe tomó su fiel par de zapatos que guardan mil historias. Con ellos se ha sostenido en las calles mientras grita consignas de justicia; la han llevado a los edificios lujosos de las fiscalías; y con ellos ha pisado los campos desolados en los que se cosecha muerte y se espera encontrar lo que alguna vez fue un ser amado.

En la mayoría de las ocasiones lo hacía acompañada, pero esta vez iría sola. Su otra sobrina se quedó atrás por falta de dinero. El corazón debilitado por la enfermedad aún late, aunque es difícil determinar si es por el miedo de lo que encontrará en Tlalnepantla o la expectativa de hallar una respuesta que le dé paz.

El tiempo de traslado fue tortuoso, como lo han sido los anteriores. Entre la luz mortecina de aquel lugar, el caminar se vuelve frágil, con piernas temblorosas que se sobreponen una delante de la otra para evitar perder el equilibrio. Los pasos conducen a Guadalupe hacia un recuerdo que enciende su corazón.

También son pisadas, solo que diminutas e igual de torpes. Es una niña de cinco años, apenas en pie, la que llega a casa de Guadalupe por su propia cuenta. Sin hablar, sabe cómo expresar que necesita de alguien. Un par de miradas son suficientes para tomar la decisión de abrazarla como si fuera tuya. “Llegó sola conmigo desde que era bebé. La metí a la escuela”. Su nombre es Evelin.

La pequeña Evelin crecería con una hermana. En esa casa ya vivía Karol Guadalupe. “Su madre murió y me la dejó porque no quería que su padre hiciera cosas malas con ella, como ponerla a trabajar o abusarla. Crié a mi Lupita”, cuenta Guadalupe. Con los escasos medios para adoptarla, eligió hacerse cargo de ella. Tres años después, llegó Evelin. De pronto, la mujer tenía dos hijas por decisión, por amor.

Retroceder era impensable para Guadalupe, estaba convencida que esas niñas estudiarían. Quería para ellas un futuro más allá de los tianguis de segunda mano y las jornadas desesperadas en las que debían pepenar para traer algo a casa. “Yo compraba todo lo que necesitaban para ir a la escuela, las ayudaba con las tareas. Cada Día de Reyes, les regalaba ropa”.

Ellas eran su garantía de un mejor final para una vida que comenzó con abandono. Si ellas no eran esperanza, significa que nunca existió tal cosa. Había grandes sueños para las chicas. “Querían salir adelante. La más pequeña quería crecer para cuidar a su papá. La otra niña quería ser modista y seguir estudiando”, Guadalupe mencionó las aspiraciones que ellas dirían de estar a su lado.

Ella solo tenía un deseo. Lo soltó en un llanto fundido entre la ilusión y el desespero al encontrarse ante un abismo. “Mi gran dicha sería verlas hechas unas señoritas, verlas crecer y prepararse”. Años después, ese sueño quedaría muy lejos, al final de una fosa común en Tlalnepantla.

Tras buscar, el hallazgo sería el mismo que el de hace años: ausencia. “No había nada”. La frialdad con la que comunicó la última noticia de las autoridades proviene desde lo profundo de su impotencia. De un momento a otro, una chispa de esperanza provocó un incendio dentro de ella.

“Yo quiero que las autoridades me ayuden porque es una desaparición. Que no nos hagan menos”, en su rostro se deslizaba una lágrima que la avivaría aún más. “Hay mucha desesperación para mí y otros que tienen seres queridos desaparecidos”. Ese llanto dejó de ser un río. Laceraba y surgió envuelto en llamas. Guadalupe encontró el fuego en su interior que la hizo cuidar de sus niñas, y que la impulsaría hasta encontrarlas.

Fuentes y referencias

Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO): versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/Sociodemografico

Publicación de “Nos Queremos Vivas Neza” (Karol Guadalupe y Evelin Marisol). Facebook, 15 de marzo de 2021: www.facebook.com/story.php?story_fbid=4037181032993053&id=1553983211312860&rdid=6hgAMb93dcJK1SFI

“Nos Queremos Vivas Neza”, Facebook: www.facebook.com/@NosQueremosVivasNeza/

Publicación de “Nos Queremos Vivas Neza” (Karol Guadalupe y Evelin Marisol). Facebook, 5 de diciembre de 2024: www.facebook.com/story.php?story_fbid=984681903694288&id=100064574626884&rdid=QtMAX3NdEFR5idA3

“‘Por favor, ayúdenme a encontrar a mis niñas’: sin rastro de Karol y Evelyn, desaparecidas en Chimalhuacán hace 4 años”. AD Noticias, 13 de agosto de 2021: adnoticias.mx/karol-y-evelyn-a-4-anos-de-su-desaparicion-en-chimalhuacan/

Lydiette Carrión. “Salen a la papelería y ya no regresan”. El Gráfico, 14 de febrero de 2017: www.elgrafico.mx/especiales/desaparecidas/14-02-2017/salen-la-papeleria-y-ya-no-regresan

“María Guadalupe, tía de Karol y Evelyn” [fotografía]. AD Noticias, agosto de 2021: adnoticias.mx/wp-content/uploads/2021/08/maria-guadalupe-tia-karol-evelyn-1-1024×768.jpg

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