Tierra Adentro

«Alta tensión» es un track del cuarto disco de una mujer que fue pintora antes que cantante, pero que desde su aclamado primer demo, imprime un sello absolutamente personal a los temas dolorosos. Esa canción no es la excepción, avanza lenta, casi desnuda, dominada por una voz susurrante que sabe soltar ácido sobre las heridas, pero va ganado en tensión, ritmo y dardos envenados: «En esta sala de espera los locos a solas con su quimera/ No ha sido fácil pero ahora puedo decir/ No te quiero, no te quiero, no te quiero, no te quiero/ No te quiero, no te quiero, yo ya no te quiero».

En esa larga lista de «no te quieros» hay mucha contención y personalidad. Así es La bien querida, el personaje que creó Ana Fernández-Villaverde, para irrumpir en el rock español soltando charmé y frases que taladran hondo. Ella sabe que en la tradición del idioma de Cervantes sobran las referencias al drama amoroso con tintes de tragedia. Basta recordar el universo flamenco y buena parte del teatro ibérico.

Si se deja correr la siguiente canción, que lleva el explícito título de «Disimulando», uno se adentra en la complejidad sentimental de muchas personas: «Me paso el día disimulando/ Todo una vida, disimulando/ Una explosión en mi interior/ Siento que me arde el corazón/ Y yo aquí disimulando/ Aquí disimulando».

Se trata, en resumidas cuentas, del mejor y más logrado álbum de la artista, gracias a la manera en que hace que converjan el pulso indie, la electrónica contemporánea y un repaso a la larga historia de canciones de fondo amoroso a la española. Los más jóvenes no lo sabrán, pero «Disimulando» la pudo cantar tal vez una Rocío Jurado futurista —una versión sci-fi de «La más grande”—. La bien querida sabe muy bien delimitar las temáticas del personaje que «representa» sobre un escenario.  De repente se muestra como una versión del compositor como Manuel Alejandro (encargado de temas para Raphael y muchos más) para el siglo XXI.

Premeditación, Nocturnidad y Alevosía (Elefant, 2015) resulta un proyecto perfectamente pensado y ejecutado de principio a fin. Resulta que David Rodríguez (músico, productor y pareja sentimental de Ana) imaginó que ante la brevedad de tiempo que un lanzamiento sobrevive como una novedad, esta nueva entrega podría aparecer inicialmente dosificada en 3 partes; cada una corresponde a un Ep de 4 canciones y a un tercio del título. Así fue como las canciones se fueron esparciendo en una exitosa estrategia por entregas (muy a la antigua usanza).

En cada parte se equilibra una tendencia gustosa por el ruido, muchas bases electrónicas para sostener esa parte agridulce de las composiciones para el corazón provenientes del reino del indie pop, como en «Encadenados»: «Si sobrevivo a esta noche/ Por fin podré ver el norte/ Todos creen que lo tengo todo/ Y no tengo nada sin ti». No resulta extraño pensar en cantantes vintage como Jeanette y Camilo Sesto, o compositores como Rafael Pérez Botija. Lo que sobrevive de aquellas azotadas maneras de los amores rotos se mezcla con estructuras musicales completamente contemporáneas.

En su versión más reciente, su imagen ya no es la de una cantaora —ha dejado la falda flamenca—, más bien guarda cercanía con The horrors, con todo y la melena a lo Robert Smith. A la hora de salir a presentar la compilación de los Ep`s aparecen reiteradas menciones a New Order y al kraut rock, que, a su vez, traen a colación el witch house y grupos como Salemw, quizá debido a los temas de Nocturnidad y su estética densa.

Todavía a la altura de su cuarto Lp debe explicar también cómo se maneja como compositora: «Son vivencias que he podido tener. Me gusta escribir en el momento de la ebullición. Edward Hopper pintaba después de la acción. No hay acción en sus escenas, pinta el después o el antes. A mí no me interesa hacer canciones en el momento en que estás bien con tu pareja tomando un café, me gusta hacerlas en el día justo en que estás fatal. Hay un componente biográfico y también hay algo de fantasía. En algunas canciones hay mucha realidad y poca fantasía y en otras hay mucha fantasía y poca realidad».

Premeditación, Nocturnidad y Alevosía es un disco que se destaca por el nivel de calidad de todas las canciones en conjunto, de hecho, casi no pueden señalarse piezas menores. Es producto de una mancuerna de creadores en plenitud, en total conciencia de sus capacidades musicales. Hay nervio de sobra, intensidad, momentos de remanso y un respeto por la canción aun cuando el complemento sea ruidoso.

La bien querida tiene una manera única de reconciliar elementos que parecerían imposibles; hace un rompecabezas sonoro con partes de distintos entornos y lucen pletóricos. Lo universal e imperecedero de las relaciones de pareja envuelto en crepitante música de este tiempo, como en «Muero de amor»: «Un perro ladra al fondo de la calle/ La luna iluminando el alto pabellón/ Más miedo a la locura que a la propia muerte/ Contemplo las estrellas desde mi balcón».

A la hora del enamoramiento lo único que resta es aferrarnos a las palabras y esperar.

 


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.