Pegas como vieja
El 23 de febrero del 2013, en Anaheim, California, tuvo lugar el evento numerado 157 de UFC, la liga con mayor importancia en el mundo de las artes marciales mixtas (MMA) a nivel mundial. Más allá de una cartelera por demás interesante, llena de ex campeones y futuros contendientes dentro del deporte, el evento fue histórico por una razón en particular: se llevaría a cabo el primer encuentro femenil en la historia de la organización, protagonizado por Ronda Rousey, campeona inaugural de la categoría gallo, quien defendería su cinturón ante Liz Carmouche. La pelea, como muchos otras de Rousey, terminaría con una barra de brazo de parte de la ex medallista de bronce en Pekín, 2008.
Si bien el combate fue emocionante, lo fueron más los hechos que lo rodearon: Dana White, presidente de UFC, había dicho, en numerosas ocasiones, que no, que un combate así jamás se llevaría a cabo mientras él dirigiera la compañía: simple y sencillamente nunca veríamos encuentros de mujeres en UFC. No obstante, la fecha había llegado. Sin duda el cambio sorprendió a los seguidores del deporte y muchos se preguntaban por qué White había aceptado algo que antes rechazaba con vehemencia. «Porque son buenas, porque son muy buenas, una de las cosas que tienes que recordar», reconoció en entrevista al ser cuestionado al respecto1
Aquella pelea no era, cabe mencionar, la primera de MMA femenil, ni mucho menos: ya otras ligas, como Strikeforce (de la que la misma Rousey fue campeona) e Invicta (esta última dedicada exclusivamente a peleadoras) aceptaban este tipo de encuentros. Sin embargo, el no ser aceptadas en UFC se veía como un paso más a cumplir para el deporte femenil. ¿Qué era lo que hacía que Dana White, presidente de la liga más importante de MMA, se rehusara a que mujeres pelearan en el octágono? ¿Pensaba, como muchos de los aficionados, que las mujeres no saben pelear bien? En ese sentido, ¿su decisión obedecía más bien al público? Quizá esta última opción es probable: los números que logran convocar los combates femeniles siguen siendo bajos en comparación con el que atraen los peleadores hombres. Y, al final del día, UFC es un negocio: buscarán lo que más les convenga en términos monetarios.
«Yo admito que dije que las mujeres nunca pelearían en el octágono, pero como ya les dije antes, tienes que recordar que, en ese momento, yo estaba tratando de hacer que la gente aceptara a los hombres peleando en el octágono. No era admitido en el pay-per-view. No era admitido en la TV», aseguró White en aquella misma entrevista. Y hasta cierto punto, su argumento resultaba válido: las MMA (más allá de hombres o mujeres) no fueron reguladas ni legalizadas en Nueva York hasta el 2016. ¿La razón? La comisión atlética de aquel lugar consideraba que era un deporte demasiado violento, poco seguro. Hoy en día, incluso para aficionados a otros deportes de contacto, las MMA resultan “demasiado salvajes”. “Muy brutales”, aseguran algunos, “y más para las mujeres”, rematan. Es decir, siguen considerando que hay ciertas cosas que sólo son “para hombres”, el combate entre ellas.
Durante años, Ronda Rousey defendió con éxito el cinturón de su categoría. Sin embargo, es de resaltar que muchos de los encabezados en donde aparecía su nombre tenían que ver con una lucha más: la aceptación de un público que, hasta entonces, parecía estar más acostumbrado a concebir el combate como algo puramente masculino. “Ronda Rousey sería capaz de vencer a numerosos peleadores masculinos”, aseguraban algunos analistas 2. El mensaje era claro: es tan buena que pelea como hombre y, por lo tanto, podría vencer a uno. “Competente”, nos dice Virginia Despentes en Teoría King Kong, quiere decir “masculino”. Ronda Rousey era por demás competente y, por lo tanto, se le consideraba “al nivel de un hombre”.
No es nada nuevo ni sorprendente: se asocia mujer con debilidad. “Pegas como vieja”, “pareces niña”, “chillas como mujer”: frases comunes en la vida diaria y, por extensión, sorpresivamente, en algunos gimnasios especializados en deportes de combate, así como en los foros de internet donde se discuten estos temas. Cuando Sofía Nicolín, instructora y peleadora profesional de MMA y kickboxing, es cuestionada sobre estas expresiones, no puede evitar una sonrisa sardónica. «Es ridículo», contesta de forma lapidaria, «las cosas se toman de quien vienen».
Se sigue pensando que el combate le pertenece al hombre, que el dominio del cuerpo, del propio y, por consiguiente, el del adversario, es privativo del género masculino. Amanda Nunes (curiosamente, la última rival en MMA de Ronda Rousey), debido a su agresividad en el combate, a su fuerza y dominio, ha sido objeto de numerosas burlas al respecto. Mismo caso que el de Cristiane “Cyborg” Justino, otra de las leyendas del MMA femenil. “Parecen hombres”, se dice en no pocas ocasiones de ellas, “no sólo por su físico, sino por cómo pelean”. Pero, a pesar de las burlas, del lentísimo proceso que conlleva colocar a las MMA femeniles en el lugar que les corresponde, las mujeres avanzan: cada vez más niñas se encuentran inscritas en escuelas de artes marciales y deportes de contacto.
«Aunque sigue habiendo mayor número de hombres entre los alumnos, sí, cada vez más mujeres deciden inscribirse a clases de este tipo», señala Nicolín. Y esto, según ella afirma, se debe, entre otras cosas, al empuje publicitario que han tenido, en últimos años, las MMA. Empuje al que, es necesario mencionarlo, Ronda Rousey contribuyó el algún punto.
“El hombre es la medida de todas las cosas”, aseguraba Protágoras, y quizá, sólo quizá, esta frase ronda por el pensamiento de muchos practicantes y consumidores de deportes de contacto, aunque de una forma ligeramente distinta a como la concibió el sofista griego: una mujer siempre será hábil, o no, en comparación con un hombre que se desarrolle en el mismo ámbito. «Muchos alumnos, incluso mujeres, dudan un poco cuando les digo que yo soy la maestra, que soy yo quien dirigirá la clase». La peleadora e instructora, al rememorar los hechos, entorna los ojos y sacude un poco la cabeza.
Nicolín, que inició su carrera como instructora hace ya más de siete años, asegura que esta renuencia no es algo exclusivo de los alumnos. «También algunos padres de familia, cuando llevan a sus hijos a entrenar, preguntan, con cierta desconfianza, si la maestra voy a ser yo; al final del día, siguen esperando que un hombre sea quien lleve el control de los entrenamientos. O, en todo caso, piensan que está bien que una mujer dirija una sesión de entrenamiento, siempre y cuando sea una sesión infantil». Pareciera un eco de aquel pensamiento atávico de que las mujeres sólo pueden ser maestras de preescolar. Reducen, hasta cierto punto, a la mujer a un papel de mera cuidadora: de los hombres, parece ser el mensaje, se encargan los hombres.
Nicolín imparte clases en dos lugares: la escuela Dux Ryu, en Azcapotzalco, Ciudad de México, y en su propia academia, Heron Academy, localizada en el Estado de México. Cuando se le pregunta por los motivos que llevan a inscribirse a mujeres a clases de deportes de contacto, su respuesta es certera: para aprender a defenderse. «Aunque no es el único motivo, es claro que algunas mujeres comienzan a tomar clases para aprender a defenderse. Algunas cuantas, sí, acarician la posibilidad de convertirse en profesionales, hacer de esto un modo de vida, de sustento, pero la principal razón es la seguridad».
Y aunque abunda después sobre el tema, y menciona que también algunos hombres buscan aprender a reaccionar en caso de algún ataque en las calles, es algo que parece definir más a la población femenil en sus clases. Tal vez por eso, entre otros factores, es que las clases son mixtas y no se hacen divisiones entre hombres y mujeres. “Entrenar con hombres”, se lee en una investigación sobre las MMA femeniles, de la autoría de la cronista Izel Shamaní, “que le llevan mucho peso (a la peleadora en cuestión) le ha resultado benéfico y no sólo para el entrenamiento: la seguridad que obtiene la guarda para la vida diaria”. La lucha por la obtención de espacios dentro del MMA parecer ser una alegoría de la búsqueda por la obtención de espacios allá afuera, en el día a día; en la calle, en la propia casa.
Y para quienes buscan convertirse en peleadoras profesionales, no sólo defenderse en las calles, ¿el panorama es más alentador? Según las propias palabras de Nicolín, no parece ser el caso. «Por supuesto que existe una brecha salarial entre peleadores y peleadoras, tal como existe en otras tantas profesiones. Sin embargo, comienzan a apreciarse cambios: las peleas de mujeres son cada vez más reconocidas, más solicitadas por el público». Lo mencionado por la peleadora y entrenadora mexicana ya había sido tratado con anterioridad por la misma Rousey. Según la ex campeona gallo de UFC, no es un tema de géneros, sino de generación de ingresos. «Creo que lo que te pagan debe ir en función de cuánto generas», señaló alguna vez en entrevista 3. Cabría entonces la pregunta, ¿cuántas mujeres logran generar los números tan altos que ella trajo a la compañía? ¿Esto, de alguna forma, tiene que ver con aquel “empuje publicitario” del que habla Nicolín? Es decir, ¿los aficionados al deporte jugamos un papel en esto? Mientras menos peleas de mujeres solicitemos, menos se programarán o menor será la paga que reciban, en función, como explicaba Rousey, de las ventas que logren.
Pero, ¿qué es lo que más busca el aficionado promedio del deporte de contacto al voltear hacia el área femenil? Al introducir en buscadores de internet los términos “peleadora”, “box” y MMA”, lo primero que arroja es una búsqueda similar, pero ligera (y significativamente) más superficial: “peleadora UFC hermosa”, “peleadora MMA guapa”. Un número importante de publicaciones al respecto, incluso en páginas especializadas en el deporte, acompañan la información respecto a una peleadora con adjetivos como “bella”, “hermosa”, “sensual”: da la impresión de que aceptar las capacidades de una peleadora, sin dejar de mencionar sus atributos físicos, es imposible para muchos. «Pareciera que resulta complicado pensar en las mujeres sólo como seres humanos y no como entes sexuales», lamenta Sofía Nicolín quien, no obstante, está acostumbrada a presenciar este tipo de conductas. «Es triste», remata con gesto adusto.
Desde aquella lejana pelea de Ronda Rousey (que ahora se desempeña más en terrenos histriónicos), ¿qué ha cambiado en el mundo del deporte de combate femenil? A diez años de la pelea que abrió la posibilidad de que las mujeres pelearan en la liga más importante de MMA, se encuentran, a la fecha, tres mexicanas en sus filas (sin contar a Jessica Aguilar, la mexicoamericana que en alguna ocasión peleo para esta liga): Montserrat Conejo, Irene Aldana y Alexa Graso. Lejos se encuentran, sin embargo, según los datos que la misma UFC publica, de acceder a las grandes bolsas de otros atletas dentro de la misma organización. ¿Es esto, como señalaba Rousey, una consecuencia de los números que generan o, como en tantos otros ámbitos profesionales, es una cuestión de género?
Parece que poco ha cambiado: una gran parte de aficionados a las MMA, e incluso peleadores e instructores, según afirma Sofía, siguen pensando que la mujer no posee el nivel del hombre cuando se trata del combate y, sobre todo, la capacidad de transmitir este conocimiento a otros. Sin embargo, según Nicolín, «las nuevas generaciones parecen comprender más; se vislumbra un pequeño cambio». Y aunque ella habla de peleadores y entrenadores, quizá también este pequeño cambio del que habla se verá reflejado en la actitud del público para con las peleadoras. A mayor solicitud de eventos de mujeres, mayores ingresos se generarán para la empresa y estos se reflejarán en los salarios de las peleadoras.
En un terreno que poco a poco comienza a conquistarse por mujeres, ¿qué futuro le depara a las MMA femeniles? Más allá de un cambio en cuanto a lo monetario (que tendría que ver, sin duda, con la aceptación de las mujeres en círculos que antes se creían exclusivos de hombres), ¿en algún momento dejaremos de escuchar comparativos con la mujer cuando se hable de debilidad? Si el comparativo es ridículo de entrada, se torna hilarante cuando se usa para describir a peleadoras profesionales.
Quizá un día, quizá, la frase “pegas como vieja” sea una mera anécdota, como aquella de que años atrás, por increíble que parezca, no existían las divisiones femeniles en UFC. Una expresión que nos haga arquear las cejas justo como a Nicolín cuando las escucha, con una sonrisa mitad incrédula, mitad decepcionada. Depende de todos nosotros.