Pavel Acevedo. Retratos y otros desdoblamientos
Vivimos obsesionados con la imagen. El cuerpo siempre ha sido el sitio donde aventamos las dudas que más nos aquejan. Nunca ha estado desnudo, no totalmente. Queremos siempre una imagen hermosa, sublime, de nosotros mismos. Pero la belleza lleva consigo su carga de extrañamiento, de lejanía y fracaso. Verse realmente a uno mismo es quizá percibirse sólo desde la respiración. Ojos cerrados, silencio tranquilo que cae como agua de lluvia sobre las ventanas. Refiriéndose a la fotografía, Barthes decía que lo fascinante en ella era lo que no podía retratarse, lo que se ocultaba: el punctum. Los retratos de Pavel Acevedo indagan en esa parte oculta de la naturaleza humana, lo familiar que en algún punto se vuelve extraño, lo que ha dejado de ser visible a pesar de su evidente visibilidad.
Pavel Acevedo es de origen oaxaqueño, estudió aquí artes plásticas y luego se mudó a Riverside con su familia. Recientemente expuso obras de grabado en la galería La Chicatana y en fechas cercanas expondrá dibujo en un par de mezcalerías del centro de esta ciudad. La Chicatana se llenó de sus amigos y conocidos, gente que yo tampoco había visto en años y me recordaron mis tiempos de fiestas prolongadas hasta amaneceres acuíferos y caminatas solitarias a ras del suelo. Muchos de ellos estaban ahí retratados: tinta negra para fijar recuerdos y dejar claro que detrás de cada rostro hay una historia que sólo importa si podemos imaginarla, hacerla nuestra. La memoria, esa realidad tergiversada y laberíntica.
La gente que alguna vez amamos es la que, a pesar del tiempo, nos hace fuertes. Etgar Keret, un increíble escritor israelí, tiene un cuento magnífico de nombre “Aceras”, ahí el protagonista describe un juego que solía tener con su mejor amigo, un amigo que había muerto desde hacía bastante tiempo pero que en ese momento recordaba intensamente: cuando en la mañana regresaban a casa ahogados en alcohol jugaban a dejarse caer sobre las aceras, en el último segundo, antes de tocar el suelo, uno de los dos alcanzaba a sostener al otro, y así consecutivamente mientras reían violentos.
Pavel me dice que disfruta viendo a la gente bailar, imagina entonces que también baila, aunque no haya en él ninguna intención de hacerlo. Contemplar es desprenderse, quizás, de uno mismo, dejar andar la mente libre por ahí, por quién sabe qué constelaciones. A veces pienso que cada quién vive inmerso en un mundo de posibilidades y recuerdos, el encuentro de estas dos líneas de nuestra psique crea lo que consideramos real. Hay acuerdos necesarios para que el mundo no explote o se derrita cuando uno está enamorado, por ejemplo, y siente el vértigo que acompaña ese descubrimiento de la nada. Por eso podemos caer, en ocasiones, en abismos que nos llevan a estados paradójicos de misticismo, locura o creación. Los grabados de Pavel son puentes entre esas distintas formas de ser, hacen evidente los abismos que definen nuestra continuidad en el mundo.
El sujeto siempre ha sido objeto de múltiples observaciones. Sabemos que vivimos en una época marcada por una feroz búsqueda de realización personal, de éxito acaso. Eso nos han enseñado, y eso, también, ha hecho que perdamos de vista los matices que integran la complejidad de esta experiencia errática llamada vida, su incongruencia o falta de sentido, el carácter volátil de las relaciones humanas. Guadalupe Nettel, una fenomenal escritora mexicana, piensa que en el fondo de todo orden familiar o social existen comportamientos subterráneos que no nos atrevemos a ver, aristas donde escondemos lo que en verdad somos. El lenguaje es una trampa, nunca alcanza para nombrar.
Jean Cocteau, quien escribió uno de los libros más desgarradores que haya leído: Opio: diario de una desintoxicación, decía que el sujeto está ya del otro lado cuando ha conocido lo que los demás rechazan de él. No temas, afirma, eso que los demás odian de ti, eso eres. Disfruta tu propia ambigüedad, tu andar de péndulo. Los dibujos que Cocteau incluyó de sí mismo en este libro describen el proceso de desintegración, de muerte metafórica, que atravesaba al intentar deshacerse de su adicción al opio. Esa ambigüedad del alma que representa el dolor intenso aparece igualmente atravesada por un violento erotismo. ¿Qué le adherimos al cuerpo cuando hablamos de él?, ¿qué significa?
Medusa ha desbordado siglos de imaginación artística. Los mitos siguen reconfigurando nuestra realidad quizás más de lo que nos gustaría aceptar. La cabeza de Medusa funciona como espejo, como escudo, de aquello que solemos ocultar al otro. Es un arma, máscara aterradora que también podemos llamar rostro. Pavel me dice que algunas personas a quienes ha retratado, sobre todo mujeres, suelen molestarse una vez que han visto su trabajo terminado. A nadie le gusta percibir esa parte que escapa de su propio ojo, sobre todo en esta cultura que suele esconder la periferia del cuerpo, las contradicciones que encierra todo carácter forjado, esa explosión de emociones marginadas.
La mirada del otro hace evidente desdoblamientos, fusiones. ¿Cuánto de Pavel hay en estos retratos? Tal vez la misma medida de quien escribe aquí. Podemos jugar a decir que son todas ficciones —y en parte lo son—, pero bien es cierto que los caminos elegidos hacia el otro no resultan siempre placenteros, y que desnudarse así requiere de un ejercicio de desprendimiento y también de cierto valemadrismo que puede hacer de nosotros seres caprichosos e impredecibles. Ya entrados en mezcales suelta que él no eligió dedicarse a pintar, las circunstancias lo fueron llevando por ese camino que no pudo negar, ganó quizás un don en la prueba aleatoria de otra vida, pero eso, también, tiene un precio. Como escribir, señala, pintar a veces duele y en muchas ocasiones resulta frustrante. Supongo que darle forma a los objetos es como tener palabras atoradas en la punta de la lengua.
Encuentro en sus retratos algo fascinante, una luminosidad que emana de ellos por sí mismos. Hay historias detrás, como si iniciáramos una conversación que nos permite indagar en la vida de los extraños pero sobre todo en la propia. Deseamos que alguien nos retrate para entendernos un poco más y detener así la maraña de las ocupaciones diarias, abrir un paréntesis del tiempo que nos permita repensar el mundo, indagar en sus grietas. Hay un tiempo suspendido, una brecha espacial, que el arte ofrece para imaginar otras formas de ser desde la distancia que supone toda percepción metafórica. Sin embargo, debemos saber que a pesar de nuestros mayores esfuerzos nunca podremos alcanzarnos Somos trayectorias inconclusas, viajes interminables hacia la otra orilla.
Desdoblamientos, territorios de lo inconcluso, fases aleatorias de la luna. ¿Cuántos rostros tenemos? ¿Cuántas cabezas para apreciar de forma distinta cómo cae la noche sobre la playa?
¿Somos, en verdad, un individuo?, ¿un ser delimitado por fronteras áridas y vigiladas por fauces de animales que luchan para apropiarse del territorio? Pavel me dice que el cuerpo es ante todo una metáfora, un objeto intervenido por ficciones propias y ajenas. Sus modelos suelen contarle cosas demasiado íntimas, pasajes dolorosos, dudas que los aquejan en las noches, mientras los dibuja. Las historias que compartimos con extraños develan los matices de nuestra piel, el viaje que ha recorrido nuestra alma, quizás, para aprender a vivir a pesar de todo, a pesar incluso de uno mismo y sus errores.
En el centro del laberinto nunca ha habido un monstruo, como dice José de la Colina, el monstruo es el propio laberinto. Siempre pensé que era necesario luchar contra mis desdoblamientos, construir un orden donde pudiera verter todas mis imprecisiones para intentar contenerlas. Evitar la explosión. Años de educación sentimental y una moral añeja me enseñaron a cuestionar mi capacidad de transgresión, la fuerza que todos tenemos para apropiarnos de este mundo y saber al mismo tiempo compartirlo.
Los dibujos de Pavel son puentes para acercarnos a esa fuerza: sus personajes gritan, se desdoblan, miran altivos al espectador en turno; se amarran la cara hasta deformarla, imprimen en cada gesto una violencia tan natural como atroz. Violencia sobre el otro, camino erótico hacia lo inexplicable. La violencia del cuerpo, su muerte.
Imágenes por Pavel Acevedo
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