Tierra Adentro
Paris Hilton en Torreón. Foto de Jesús Flores.
Paris Hilton en Torreón. Foto de Jesús Flores.

 

Crónica de la parismanía en Torreón

 

¡Recibamos con un aplauso muy fuerte a Paris Hilton! Su exclusiva línea de calzado podrá ser adquirida en las diferentes modalidades de pago: al contado o con nuestro sistema de vales… Un fuerte aplauso para Paris Hilton… ¡Bienvenida a Torreón!

Sí. Era ella. Paris Hilton estaba frente a nosotros como se anunció semanas antes por internet y medios locales. Esto sucedió el viernes 9 de noviembre de 2016, un día después de que Donald Trump ganara la elección presidencial de Estados Unidos.

Aquella mañana los conductores de noticiarios lucían rostros desencajados. Analizaban el saldo de la elección con voz pausada y lastimera, como si hablaran de la muerte de un familiar cercano. Aunque el fin del mundo se anunciaba con bombo y platillo, apagué la tele y salí en busca de mi estrella.

Llegué cerca de la una de la tarde al lugar de la cita: una zapatería ubicada en el poniente de Torreón, a media cuadra del Mercado Juárez y a dos calles de la Plaza de Armas, centro neurálgico del comercio informal, la putería, la inseguridad y los abusos policiacos.

Fue sorprendente llegar y ver una enorme pantalla proyectando videos de Paris Hilton, celebrity, dj y cantante. Vallas de seguridad, alfombra roja y un pequeño entarimado con un loveseat negro donde imaginé que la protagonista de la tarde se sentaría a responder nuestras preguntas.

Fotografía por Jesús Flores

Foto de Jesús Flores

 

Había soldados, policías federales y municipales, agentes armados en las azoteas; todos se mezclaban entre la concurrencia que aumentaba al paso de los minutos. Los asistentes llegaron poco a poco para formar una lámina monográfica de lo que es Torreón: asistieron los ricos y los pobres, hombres, mujeres, empresarios, ambulantes, estudiantes, pedigüeños, burócratas, malandros, fuerza pública, rancheros, religiosos, mirreyes, fresas de camión y oficinistas, pero sobresalía el prisma del variopinto gabinete de la homosexualidad masculina: obvias, discretas, vestidas y fans que en homenaje a la ídola llevábamos un mechón teñido de rubio.

Vi a mi pueblo unido como nunca antes, ni siquiera durante los años de violencia se había sentido tan cerca uno del otro. Las vestidas estaban alejadas del tumulto merodeando en las aristas de la cuadra, manteniendo la distancia cautelosa de quien ve un rival peligroso. Preferían atestiguar la llegada de la princesa desde su propio palco, además el zangoloteo de la fanaticada les arruinaría el maquillaje y el peinado.

La bola es para las obvias argüenderas, las gritonas que aman de corazón a su estrella favorita y que son fieles custodias de su popularidad. A las obvias no les importa estar apretujadas en un mar de cuerpos, meciéndose al son de la voluntad de quien admiran con tal de estar cerca, quién quite y en el montón se den los arrimones de camarón que tanto se disfrutan.

Por el contrario, las discretas no creen que se les nota el amaneramiento y bajo la facha de una presunta virilidad contienen los gritos comiendo semillas en la agria lejanía; están entre la calidez de las obvias argüenderas y la soberbia de las vestidas consumadas, un lugar mediocre en la jerarquía sodomita, pero al fin cómodo porque se ajusta a la conveniencia de cualquier momento.

Foto de Paris Hilton

Foto de Paris Hilton

 

Paris Hilton hizo el milagro de la fraternidad en un pueblo azotado por el dolor y el crimen hacía pocos años. Aquello era un ambiente de complicidad colectiva y era muy fácil romper el hielo con cualquiera. Estaba la broma local, la anécdota del sincretismo del primer y tercer mundo: Paris va a comer gorditas, Paris va traer fayuca, Paris va a formarse en la fila de los elotes.

De pronto un estruendoso griterío retumbó en los muros del poniente: Paris Hilton llegaba por la calle Acuña en una camioneta gris cerrada, detrás de un camión Torreón-Gómez y un operativo de policías municipales en patrullas y motos.

Casi al mismo tiempo, sobre la multitud, se vio una gran ola de brazos sacando sus celulares para grabar el momento. Paris Hilton llegó y Torreón la recibía como a Cristo Rey en a Jerusalén sobre un burro blindado de donde se bajaron primero los escoltas, y en medio de un huracán de gritos, música pop y flashazos como diamantes.

Bajó de la camioneta la mismísima Paris Hilton, una de las herederas más importantes del mundo; superestrella de MTV, precursora de los reality shows y pionera de los videoescándalos sexuales. Paris Hilton bajaba del carruaje color plomo y los policías municipales la rodeaban como un crisantemo, nobles guerreros de adobe terracota con la mirada encendida de proteger el Santo Grial.

Foto de Jesús Flores

Foto de Jesús Flores

 

Llegué casi a un metro de la valla de protección. Pude verla muy bien y me sentí como el Papa frente a la tilma sagrada del Tepeyac. Paris Hilton lucía un vestido largo, negro y fresco, gafas oscuras de su propia marca y un bolso también con su nombre. Frente a mí se convulsionaba en gritos una porra de jóvenes obvias, y Paris Hilton, ya colocada en el entarimado, dijo: Hello, Torreón!

Me sentí integrante de la porra que tenía adelante y que se embonó frente a mí, con las sentaderas sometiendo cada vez más mi área genital. No había problema, era la alegría de estar viendo un portal hacia el reino de los privilegios materiales, lo más cercano que teníamos a Britney Spears, su amiga de juerga.

Los quiero mucho. I love Torreón. Hola, hola. Gracias. My new zapatos. Muy caliente, decía Paris Hilton mientras firmaba la suela de un zapato rojo con un prominente tacón dorado que luego colocó en una vitrina que tenían sobre un capelo donde estaba el otro del par.

Luego Paris Hilton dio un discurso en inglés. Por no entender lo que decía, la mayoría le gritábamos cosas como ¡Paris, también nosotros te queremos! ¡Paris, llévame contigo! ¡Paris, dame dinero! ¡Paris, te traje tamalitos!

Procedió el acto inaugural y al son de a la bio, a la bam, a la bim bom bam, Paris, Paris, ra ra ra Paris Hilton cortó el listón de apertura de la nueva zapatería, y antes de entrar con su séquito, volteó y nos dijo I’ll be back. I love you.

Todo aquel estruendo que se sintió con la llegada de nuestra celebridad de pronto se fue disipando, y la multitud bajó lentamente su euforia y la rebobinó para cuando volviera a salir. Según los medios asistieron al evento más de dos mil personas, y desde mi lugar se veía la cuadra llena, carente de hueco alguno. Estaba atardeciendo y la tenuidad del ocaso iluminaba los rostros ensimismados de los espectadores.

Hacia el oriente está el mercado Juárez, y ese día parecía un puerto de gran prosperidad por la multitud que lo enmarcaba. Al poniente está la enorme pantalla donde aparecía constantemente la imagen de Paris Hilton acariciando un unicornio, cubriendo la mitad del paisaje a contraluz, por donde se metía el sol detrás de una pequeña montaña: es el Cerro de la Cruz, un barrio viejo de Torreón de carácter fuerte. Luego se ve la Plaza de Armas, el verdadero corazón de la ciudad, en donde siempre se ha dicho que hay tesoros enterrados de inimaginable riqueza.

Foto de Jesús Flores

Foto de Jesús Flores

 

 

El Hotel Galicia. La Michoacana, Los lonches de adobada. El camión Polvorera Carta Blanca. Martín, el vendedor de empanadas con los ojos más rojos y más brillantes por el subidón de la piedra. Gente bonita. Gente contenta. Gente tomando una decisión. Pero el arrimón delantero dejó de sentirse.

Durante los más de veinte minutos que Paris Hilton estuvo en la tienda cumpliendo con sus obligaciones de celebridad, la multitud guardó distancia entre sí y dejó de verse la complicidad colectiva, cada quien estaba asimilando e interpretando la experiencia a partir de sus propios recursos de apreciación. Era un estado meditativo que se alimentaba de sueños y suposiciones.

Yo, por ejemplo, pensaba en qué pasaría si le andaba del baño a Paris Hilton camino al aeropuerto, con un torzón inevitable, ¿a dónde la llevarían a descargar la bacteria? ¿A una gasolinera, a un Oxxo, a los baños de Soriana donde en ese momento estarían dos hombres en el mingitorio viéndose los penes y al otro lado del muro Paris Hilton deshaciéndose en diarrea por comer algo de aquí? ¿O de plano en un terreno baldío del Periférico, donde sus escoltas le harían casita con sus sacos, y le proporcionarían sus pañuelos blancos para limpiarse?

La multitud seguía en vigilia, expectante de su regreso. Las obvias que tenía delante estaban absortas en su grupito, compartiendo el acontecimiento en sus redes. Se tomaban selfies y secundaban las canciones con un inglés bien pronunciado. Se oía también el perifoneo constante de las promociones del sistema de vales, a seis y diez meses. La conductora del evento no dejó en ningún momento de mencionar las promociones. ¡Estrene hoy y empiece a pagar hasta la primavera!

De la zapatería salieron primero las Reinas de Belleza de Coahuila y Durango, tomándose fotos con la muchedumbre de fondo. Otra vez el clamor popular empezó a sentirse. Paris Hilton salía de la zapatería después de convivir con locales influyentes, representantes del equipo de futbol y las más eficientes promotoras de vales.

Se dirigió nuevamente hacia la camioneta gris en la que había arribado. Una nube de fotógrafos, seguridad pública y escoltas personales la seguían, y ella nunca dejó de tomar fotos y videos para sus redes sociales en diversos teléfonos celulares que le proporcionaba su asistente asiática.

Torreón se hizo visible en las cuentas de Paris Hilton y gente de otros lugares la invitaban a que fuera a visitarlos a Hermosillo, Monterrey, Ciudad Mante, Guatemala. Antes de meterse a la camioneta, Paris Hilton se detuvo en el estribo y desde allí comenzó a repartir a diestra y siniestra postales autografiadas con su imagen y el nombre de la zapatería.

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Foto de Jesús Flores

 

 

Primero le lanzó una a la obvia argüendera que tenía delante de mí. Los arrimones volvieron a sentirse. Atacada en su dicha, la obvia empezó a arrempujarse hacia atrás cada vez más fuerte. Luego seguí yo, Paris Hilton aventó una postal hacia mí viéndome directo a los ojos. Yo no lo podía creer, mi euforia se hizo más grande, fue el big bang que me hizo desprenderme de toda clase de ataduras. En el clímax de mi felicidad, de repente, sentí un prominente arrimón entre mis glúteos, una sensación parecida a sostener entre las nalgas un pesado bulto de morralla con vida propia, de una proporción que cada vez se fue haciendo más grande.

Estaba emparedado entre dos cuerpos, fuertes jadeos y gritos desgarradores me reventaban los tímpanos. Quien me daba los arrimones era la güera Alexa, una de las vestidas que originalmente esperaba alejada de la multitud la llegada de Paris; la güera Alexa es conocida en el ambiente por imitar a Paris Hilton en shows de antro y fiestas particulares, y por ganar dos veces el título de reina del bar La Feriecita.

De un momento a otro la güera Alexa, que estaba atrás de mí, recibió también una postal de la mano de Paris Hilton y entró en un estado de trance en el que no dejaba de gritarle ¡I love you, Paris, I love you! Yo también comencé a gritar. De mis gritos jubilares vino un llanto descontrolado que no podía detener: la obvia me había contagiado sus descargas eléctricas. Ella también lloraba y le gritaba a Paris Hilton que no se fuera, que se comprara una casa en Torreón para ir a visitarla los domingos. Ella nos vio y nosotros también la vimos. Después de eso ya nada sería igual para ninguno de los tres.

Entre más llorábamos frente a nuestra celebridad, más fuertes nos dábamos los arrimones. Tan cerca de Dios, tan cerca de Hollywood. Paris Hilton partió hacia el poniente bajo el azul profundo del anochecer.

La obvia, la discreta y la vestida por fin se habían conciliado ante el milagro de su visita. De alguna manera, con nuestras lagrimas, lavábamos las culpas pendientes, pidiéndonos perdón por tantos años de separatismo, insultos mutuos y rivalidades encarnizadas en donde ser pobre, fea, gorda, naca, prieta o pasiva era el pecado más grande e imperdonable. Eso tenía que acabarse, y la visita de Paris Hilton adquiría un sentido místico, quizá era el inicio de un gran cambio social.

La güera Alexa me arrimó su gran pedazo de carne y yo le restregué a la obvia gritona mi decente promedio casero. Paris Hilton se perdió en la avenida Juárez rumbo a no importaba donde. Nos quedaba la certeza de haberla visto a en persona y, sobre todo, tuvimos un despertar los privilegiados con su mirada.

A través de la postal que nos arrojó nuestras manos se juntaron con las de ella y fue lo que nos hermanó en esa epifanía salvaje de arrimón de camarones. La obvia, la vestida y yo, sin hablarnos, nos separamos despacio y cada uno se fue por su lado. La güera Alexa, solitaria, siguió la camioneta gris mientras se acomodaba la peluca removida por todo el jaloneo. La obvia escandalosa y sus amigos se desvanecieron en las luces de los carros del tráfico que volvía a la normalidad.

Esa tarde los comerciantes vendieron más que otros días, la putería generó nuevos lazos ultrabarrios y, por la exposición mediática, los malandros y los policías se portaron bien. Todos quedamos satisfechos; los de arriba, los de abajo y los del centro. Donald Trump había ganado, también la zapatería y nosotros los mirones, y Paris Hilton había hecho más de lo que quizá se hubiera imaginado al despertar al día siguiente en su mansión de Beverly Hills. Pasara lo que pasara, Torreón seguiría de pie.