Para empezar la loquera
Titulo: Crónicas de un televidente
Autor: Héctor Villarreal
Editorial: Producciones El salario del miedo
Lugar y Año: 2016
«Vivencialmente no hay fronteras en las identidades culturales, sino vasos comunicantes en los gustos y sentimientos». Así explica Héctor Villarreal la afición que se generó en Xochimilco hacia la música norteña. Habitante del emblemático —por pueril— barrio de Villa Coapa, Villarreal ha atestiguado diversos momentos de la fenomenología musical y la manera en que se vive en el sur de la CDMX, antes Ciudad de México, antes Distrito Federal, siempre Defectuoso.
En Crónicas de un televidente, su más reciente libro, dedica un capítulo llamado «Raspando suela y sacando brillo a la hebilla» a los géneros musicales y cómo los vive la colectividad: por un lado, esta relación que ya mencioné arriba, entre la música norteña y el pueblo de Xochimilco (con Alfredo Ríos «El Komander», líder del llamado Movimiento Alterado como uno de los ídolos que llegaron a desplazar allí el auge de la electrónica); por el otro, la explosión reggaetonera en la capital del país, de la mano de Daddy Yankee y su diseminación en lugares como Ciudad Azteca, Los Reyes, Neza, Texcoco, Coacalco, Ecatepec, Pantitlán y Chalco. Esto, mucho antes de que el género permeara en la escena pop y ésta acabara engulléndolo y digiriéndolo, adoptándolo y adaptándolo para sus propios fines (musicales, económicos, etc.).
Ya que menciono los barrios a los que llegó el reggaeton con todo —obligando a que se abrieran espacios para su disfrute— cabe destacar la manera en que Villarreal caracteriza a la Ciudad de México:
«He querido llamar la atención sobre la Ciudad de México en cuanto a su dimensión como zona metropolitana, para reconocerla más como la suma de sus periferias que por sus áreas céntricas, la que se ha trepado en los cerros o que estaba allá desde hace cientos de años como pueblos originarios que se han conurbado en las décadas recientes».
Esa Ciudad de México que está allí, que nos rodea, pero que, seamos francos, desconocemos porque a) nos vale gorro, b) no sabíamos que existía, o c) no nos vayan a asaltar. La que recorremos en automóvil porque qué horror viajar en transporte público (y es que sí: qué horror), y de la que sabemos poco o nada. Las dinámicas en un monstruo corrupto, grisáceo, hostil y maloliente como éste, aparentemente irreversibles, las explica Villarreal con la disciplina académica de un estudioso, el genuino interés del reportero (sin serlo formalmente) y el flow de un güey de barrio que se la sabe.
Héctor Villarreal no practica ese manoseado género conocido como periodismo narrativo. No te cuenta historias ni se centra en personajes (aunque me sorprendió muchísimo que mencionara el «Mar de historias» de Cristina Pacheco, crónicas que llama «una maravilla»). Tampoco se coloca en el centro de lo que narra. No es esa clase de crónicas las que se encuentran en este libro. Seco, directo, y con un respaldo en datos, lecturas y caminatas, es un libro que se disfruta, más que nada.