Tierra Adentro

Titulo: Los habitantes del libro

Autor: Lobsang Castañeda

Editorial: Libros Magenta-Secretaría de Cultura del Distrito Federal

Lugar y Año: México, 2011

 

Existe en torno al libro una especie de aura mágica, misteriosa, que produce una especie de ilusión, de efecto óptico. “Si de libros se trata, algo bueno ha de haber”, “no hay libro malo”, “si le gustan los libros, debe ser bueno”, “no hay trabajo más noble que el que involucra a un libro”. Ella es bibliófila, él es bibliógrafo, aquella es bibliotecaria, nadie sabe tanto de libros como aquél. Personas valiosas, sin duda.

“La bibliofilia es un padecimiento progresivo y mortal”, suele decir un tío mío, librero de ocasión, cuya pasión libresca, arraigada fuertemente en la primera infancia, lo ha llevado al extremo de vivir de, por, para, con y, literalmente, entre sus libros. Incapaz de dejar pasar una buena oferta, con la brújula dispuesta hacia el negocio, de colmillo largo y visión de lince, habituado a respirar el polvo de las librerías de viejo desde el momento en el que nació, utiliza su tiempo libre para visitar librerías, tianguis, mercados de pulgas, subastas, bibliotecas públicas y particulares en busca de aquellos ejemplares que hacen falta en sus múltiples colecciones personales. Sus viajes nunca dejan pasar la visita a la biblioteca, librería o sección del museo dedicada a los libros. Coleccionista de papel antiguo, papel de guardas, separadores de libros, ex libris, tarjetas de librerías, sellos de encuadernadores; colecciona también recortes de obras de arte, fotografías y dibujos siempre y cuando exista entre sus imágenes un libro retratado. Una de sus primeras colecciones fue, por supuesto, la de libros que hablan sobre libros.

El bibliófilo lleva consigo una acumulación desmesurada, bibliotecas de por lo menos cinco mil ejemplares, toneladas de papel que sólo sirven en su conjunto a él mismo. Una biblioteca personal es intransferible; imposible de heredarse, tiene el fatal destino de la disgregación posterior a la muerte del propietario. Si la colección tiene la suerte de quedar resguardada como un legado público, sirve de retrato y santuario dedicado a su antiguo propietario. Así son los libros. Los adoramos, los acumulamos y con el tiempo, las preguntas acerca de esta venerable afición acosan al propietario y a sus cercanos: tanto dinero invertido, tanto tiempo ocupado, tanto espacio destinado a papeles y papeles que a veces se abren solamente una vez durante una vida.

En Los habitantes del libro, Lobsang Castañeda hace un retrato de prosa enjoyada a distintas personalidades que encaran al libro, personas de oficio o apasionados desmedidos. Comienza con los bibliófilos y termina con los quijotes: del amor a la locura. Entre el catálogo de personajes están las de oficio libresco: libreros, impresores, correctores, diseñadores, antólogos, editores, reseñistas, críticos, bibliotecarios, encuadernadores, ilustradores, prologuistas; sigue con una lista de apasionados. Al lector iniciado le pueden suceder algunas de estas rarezas, amén de convertir su afición en un auténtico amor al libro (bibliófilo): idolatrar a los libros, convertirlos en un dios irrefutable (bibliólatras); estudiarlos por su forma y materiales como un zoólogo estudia a los animales (bibliólogos); ocultarlos a la mirada ajena, o en el extremo, sepultarlos (bibliótafos), destruirlos, quemarlos, borrar sus ideas (biblioclastas); engutirlos con avidez para obtener su sabiduría (bibliófagos); indexarlos sistemáticamente, enlistarlos (bibliógrafos); pedirlos prestados sin la intención de devolverlo (bibliocleptos); escribirlos sin remedio (bibliopeas); juntarlos sin medida para presumir el volumen de la biblioteca —y jamás leerlos— (bibliólatas); practicar la bibliomancia, o adivinación a partir de la lectura de una página abierta al azar (esticomantes); poseerlos, acumularlos con la imposible idea de reunir todos los libros del mundo (bibliómanos); buscarlos afanosamente, aficionados al hallazgo en las librerías de viejo (bouquineurs); despreciarlos con odioso desdén (bibliófobos); transformarse en el libro mismo, en un homo-biblios (büchermenschen).

Ay de aquél que se involucre con los libros deforma profunda. Lector de Manguel, Torri, Reyes, Iguíniz, De Bury, Dahal, Teixidor, Benjamin, Jitrik, Steiner, Icazbalceta, Eco, Vindel, y Borges, por supuesto, Castañeda describe con gustosa erudición y citas afortunadas las virtudes y defectos de las tipologías de los personajes librescos que describe. Pero cuidado: ninguno sale bien librado. Elija usted, lector, a cuál o cuáles de estas patologías mortales padece. Si de algo hay que morir…

Los habitantes del libro tiene un gusto por lo anquilosado, paladeo a viejo que amarilla las palabras, afición por la taxonomía, descripción y acumulación. Una visión romántica e idealizada que probablemente dista de las relaciones que las personas —lectores, escritores, diseñadores, impresores, libreros— establecen con sus ejemplares en la actualidad. Es curioso que en estos días de información virtual (que se asemeja a los tiempos posteriores a la invención de la máquina de escritura artificial de Gutenberg), revivan viejas tradiciones como las ediciones de autor, libros de cortos tirajes: nuevamente el libro ha tomado su antigua posición de objeto preciado, tangible y hermoso.

Pecado libresco. Los habitantes del libro, de Libros Magenta es uno de los elegidos por la Secretaría de Cultura del Distrito Federal para la serie Biblioteca de la Ciudad. En la portada, mal diseñada, obvia, complaciente, un dibujo de E. J. Meeker: un lector duerme rodeado de tomos tirados por el suelo en desorden. Se extraña que un libro dedicado al libro no tenga en su tipografía, diseño y concepción excelente cuidado y calidad. Un buen diseñador lo logra, aunque se trate de un libro de bajo costo. Sería una lástima que ante su pobre factura, cualquiera de estos habitantes retratados pase de largo sin detenerse a mirarlo en las estanterías.