Otros dicen que alguna vez fueron humanos
En 2014 se respiró un optimismo general en cuanto al buen momento que atraviesan las letras en Monterrey. Se celebró la apertura de librerías, de espacios para la creación literaria y la promoción de lectura; la consolidación de revistas y grupos de escritores y la presencia cada vez más influyente de las editoriales independientes. Sin embargo, lo mejor fue la publicación de obras que podrían encabezar una una nueva ola de narrativa regia: Efrén Ordóñez Garza, Luis Panini y Vanessa Garza son tan sólo los primeros tres que se me ocurren para representarla, pero son más, todos treintones y con la pluma afilada.
Enfoquemos la mirada en Vanessa Garza: mujer reconocida entre colegas por su talento y generosidad. En 2012 fundó Escritoras del Norte, un grupo heterogéneo de mujeres que busca consolidarse como una propuesta alterna al canon literario de las letras mexicanas. Los eventos que organiza Vanessa son intensos, se extienden en jornadas largas y dejan huella en la comunidad. Admiro, sobre todo, el espacio que abre a los jóvenes para convivir y aprender junto a escritoras de mayor trayectoria. Además de esta valiosa labor, en octubre de 2014 Vanessa publicó Canto al fin del mundo con Editorial Acero, su novela debut que ha recibido buenas críticas.
Canto al fin del mundo es una obra de ciencia ficción sobre las paradojas del Monterrey infame de principios de esta década. Inicia con una dedicatoria agridulce: Por el 2010, año que se llevó a todos como una ola, Jesús y Beatriz, nos vemos luego. Salud por ese año, el que inició todo, el que dejó a media ciudad con estrés postraumático, el que cambió de modo fundamental nuestro imaginario colectivo. Vanessa perdió a sus padres ese año. Yo conocí la sensación de mirar de frente una pistola. Cada regiomontano tiene una historia del 2010 y cada quien la cuenta como puede: Vanessa empezó a escribir su visión tras obtener la beca del PECDA Nuevo León en 2011.
La novela corre riesgos interesantes en torno al tiempo y los cambios de perspectiva. Los capítulos comienzan como acertijos para el lector, pues es necesario leer unas cuantas líneas para descubrir quién es el narrador y a qué personajes sigue. Por otro lado, me ha tocado escuchar que la prosa de Canto al fin del mundo es poética, yo más bien la considero simbólica. La prosa poética tiene mala fama. Desde las primeras páginas se dibuja el contorno de una ciudad que gradualmente se ilumina con la carga semántica de las palabras. El rancho, por ejemplo, más que un paisaje idílico, es un paraíso de descanso para asesinos y lacayos de poca monta. Los guardianes del orden se convierten en los Descerebrados, robots carnívoros (Carnibots, podrían llamarse si la novela fuera una caricatura de los ochenta), idiotas inteligentes que por momentos no son muy diferentes a la llamada gente normal. Las aves penetran el cielo negro de Monterrey, luego se desploman en medio de la calle y entre los pies de los que esperan en el paradero del camión; las aves son apenas uno de tantos indicios del fin del mundo.
El “fin” del título no es metafórico: la muerte llega porque los personajes la merecen y el fin es bienvenido por el lector. Una de las líneas argumentales sigue la vida de Cindy, mujer próxima a casarse e hija de un senador local. Cindy es una sátira de la mujer regiomontana de clase media alta que sueña con una boda de quinientos invitados, cena de seis tiempos, el salón más exclusivo, portada de la sección de sociales y la cuenta pagada por el erario. No muy diferente a Cindy la Regia, para los entendidos. Las bodas son un caos dentro del caos de la ciudad; una guerra dentro de otra más grande; una fiesta organizada por futuros cadáveres —y para ellos mismos— que aprovechan para bailar, como en Thriller, pero con cumbias de Intocable. La vida es una fiesta cuando la ignorancia y el dinero predominan. Así vive Cindy y así viven otras mujeres; la violencia del fin se siente bien porque Vanessa logra mantener el ambiente festivo de las mujeres obsesionadas con el matrimonio, aun cuando sus entrañas sangrientas reemplazan a los elegantes y carísimos centros de mesa. Cindy es una representación de esos que en 2010 preferían ignorar los charcos de sangre junto a las banquetas y hasta disfrutaban, desde un pedestal de arrogancia, salpicar a los peatones, porque claro que esas cosas sólo les pasan a los otros, güey, a los pobrecitos, güey.
Vanessa Garza presentará Canto al fin del mundo en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el viernes 20 de febrero a las 20 horas, en el Salón El Caballito. Presentan Alberto Chimal y Edgar Omar Avilés.
*Fragmento de Canto al fin del mundo, de Vanessa Garza (Editorial Acero, 2014):
Se mueven solos pero obedecen órdenes. Limpian calles, reprimen motines y recogen basura. Surgió como una casualidad. Un doctor estaba investigando una vacuna contra el VIH. Se descubrió en una muestra de un cultivo de verduras. Fueron una variación de una grúa. Se hicieron como arma de guerra. Andan. Recogen basura, aguantan temperaturas de más de mil grados. Soportan el hielo sin sufrir hipotermia. Algunos escriben reportes, otros más, poesías ininteligibles. Caminan, plantan verduras a las orillas de las carreteras. Tienen un pedacito de plata en la planta del pie, pero no es una manera segura de distinguirlos. Algunos ya se lo arrancaron. Decía mi abuela que hay unos que se esconden en los techos, por eso es difícil saber si en la noche son ellos o son caídas de pájaros los sonidos de golpes nocturnos. Otros dicen que viven debajo de las alcantarillas. Otros dicen que alguna vez fueron humanos. No son humanos: son un experimento. No son de fierro: son de cobre, son de plata, son de uranio, de silicio; salieron de la hierba, de la selva, de la sierra. No sabemos. Son la nueva raza; viven entre nosotros pero nos muerden, nos amenazan. Comen gente. Les gusta empezar por la garganta, chuparles la tráquea. Les sacan los ojos. Luego aparecen colgados en puentes.