O’tanil: metáforas del corazón
Sjalbon sk’axel jk’aal te jme’
sch’al ta nichimetik sok sk’ayoj baluneb u,
k’alal smaliyon
ta sti’il k’aal.
Jt’ul ja’on le’a
te yakal ta ch’iel
ta lejch’elejch’ snichimal u.
Mi madre teje mi tiempo
con flores y cantos de nueve lunas,
mientras me espera
en el borde del día.
Soy ahí una gota
que va creciendo
en los pétalos de la luna.
Adriana López
Sk’op o’tanil/ Metáforas del Corazón
*
“¿Bi xi awo’tan?/¿Qué dice tu corazón?” es la pregunta que la gente tseltal suele formular cuando se encuentra con alguien. Es como si del corazón viniera esa voz que relata nuestra vida, la que es capaz de contar los días vividos, la que le da esa profundidad a la existencia.
I
De pequeño solía poner mis manos en el pecho y me preguntaba qué hacía latir al corazón. Me asombraba que palpitara por sí solo como si tuviera un motor propio. Se lo decía a mamá y ella respondía que latía para darnos vida. La respuesta solo provocaba más dudas. Así que un día decidí buscar libros que resolvieran mis interrogantes, pero no hallé alguno distinto a las explicaciones celulares ni textos con un lenguaje entendible para un simple mortal, al encontrarme con términos que parecían trabalenguas como cardiogénica del mesodermo.
Pero entre los hallazgos hubo uno en particular que me pareció una poética de la existencia: el corazón es uno de los primeros órganos que brota durante el desarrollo de un cuerpo,1 y se conecta con el cerebro a través de la médula espinal. Así, el lugar de la razón y de la emoción aparecen unidas desde el origen. El latido es lo primero que puede percibirse a partir de un ecocardiograma2 que utiliza ondas sonoras para crear imágenes del corazón.3 En ciertas especies es posible descubrir la formación de un nuevo ser, como sucede con los humanos. El corazón es el primer eco que vibra en nuestros cuerpos, el primer lenguaje que emitimos.
Al saber que el corazón era un sonido, me di a la tarea de escucharlo. Entonces, colocaba mi oído a la altura del pecho de mamá. Percibía un golpe tenue y otras veces enérgico, como algo que empujaba hacía afuera y luego hacía adentro. Tum, tum, tum, tum… así describía el eco. En los días que me tocaba acompañar a mi padre en sus caminatas al campo, mientras subíamos en las veredas empinadas, sentía que mi corazón se aceleraba, mi respiración se agitaba. “Ya jkux ko’tantik ta yetal axibal te’e/Vamos a descansar [nuestros corazones] debajo de la sombra del árbol” decía mi padre cuando llegábamos a nuestro destino. En esos momentos reconocía mis latidos, retumbaban en mi pecho. Y al descansar, lentamente bajaba de ritmo, se quedaba quieto. Así supe que el corazón es el que descansa para que el cuerpo recupere su fuerza.
La fuerza del corazón se traduce en el impulso que genera y que permite las corrientes de la sangre por nuestras venas. Sin él simplemente no habría manera de vivir. Seríamos piedras o cualquier otra cosa que no necesita de uno. Pero el hecho de tener corazón nos convierte en seres terrenales como los pájaros, las libélulas, las liebres y ajolotes. Es posible que dicha cualidad es lo que nos permita conmocionarnos y que el “encuentro entre corazones” sea un hecho real, como incluso se dice en tseltal: ya snujp’in sba te ko’tantike. Después de todo, la respuesta que mamá me dio en mi infancia tenía toda la verdad.
*
El corazón es quizá la palabra que más veces pronunciamos en un día. No hay uno solo en que se ausente. ¿Qué seríamos sin él? Que la experiencia nos lleve a admirar, cada vez más, el que tenemos.
II
“Ya smuk’ubtes ko’tan te lek ayat. Me siento dichoso [mi corazón se engrandece] de saber que estás bien” dijo mi padre después de semanas enteras sin vernos y de contarle cómo me había ido en mi viaje. “Su corazón engrandecido” junto con el mío manifestaba la alegría del reencuentro. El corazón aparecía de manera inherente en nuestra habla, pues es allí donde se tejen las emociones sentidas en la vida-mundo tseltal.
En los pueblos tseltales como ya ha sido escrito por algunos colegas (López, 2013; López, 2019; Pérez, 2020), el corazón, además de ser un órgano, es el centro de toda persona. Allí nacen todos los afectos y pensamientos, que se enuncian al describir lo que alguien siente. Todo brota y pasa a través del o’tan u o’tanil, como se escribe en la lengua. Esto devela que las emociones y sentipensamientos se somatizan en el corazón. Esta parte del cuerpo se convierte en una extensión del lenguaje. Ello también se manifiesta en otras lenguas originarias. Por ejemplo, en los pueblos tutunakú y ayuuk el centro de las emociones es el estómago. ¿Cuál habrá sido la base para que las primeras personas hablantes de las lenguas consideraran una parte del cuerpo como el lugar afectivo y emocional? ¿Qué sabiduría afectiva es la que los pueblos tienen para corporizar y nombrar lo que sentimos? ¿Cómo se relacionan dichas partes corporales con nuestra manera de sentir y percibir la vida-mundo?
El o’tan-o’tanil (Pérez, 2014) es una manera particular de ver, entender, sentir, vivir, pensar y actuar en el mundo. En principio todo lo que tiene vida, tiene un corazón: el agua, los árboles, las montañas, los animales. Incluso las entidades anímicas como el lab, es decir, el nagual. La presencia del o’tanil no está condicionada por la materialidad de las cosas, pues trasciende a las esferas de lo etéreo, lo imperceptible y espiritual. Su trascendencia es vital, tanto que el antropólogo tseltal Juan López ha planteado que hablar del corazón remite a unas “epistemologías del corazón”, las cuales se entraman con lo que he planteado como “poéticas del corazón”.
De acuerdo con la poeta tseltal Adriana López, existen más de 100 acepciones del corazón, que remiten a “nuestras emociones, conocimientos, filosofía, ciencia y vida”.4 Sin embargo, resulta compleja la posibilidad de caracterizar cada una de las formas en que el o’tanil aparece, sobre todo porque una definición y traducción del significado en tseltal al castellano, como a cualquier otra lengua, puede ser ambigua y superflua. En todo caso es más preferible reconocer que, aun cuando haya una finitud del corazón y su expresión en el habla, su sentido es inconmensurable como una metáfora misma, donde el encuentro de dos palabras distintas produce múltiples significados. Aquí una aproximación.
Takin ko’tan o mi corazón está seco
En los días de mucho calor, después de una jornada laboral o de realizar alguna actividad que demande esfuerzo físico, el cuerpo pide saciar la sed que el cansancio provoca. Entonces, la persona sedienta dice: “ya xtakin ko’tan”, es decir, “mi corazón está seco”. ¿Cómo interpretar dicha aseveración? ¿Por qué el corazón es el que se seca? Para el filósofo francés Paul Ricoeur, el lenguaje es esencialmente metáfora. Cada cultura edifica sus metáforas propias que son entendidas al ser enunciadas, pero no produce el mismo efecto si estas se traducen a otro idioma, tal como sucede con el ejemplo escrito. La metáfora pensada en una lengua no necesariamente lo es al ser trasladada a otra. El sentido cambia y se interpreta de otra manera. Decir “ya xtakin ko’tan”, al ser traducido como “mi corazón está seco”, puede leerse como una metáfora viva, incluso como una poética que suscita una reinterpretación de su sentido inicial, al ser escrita en castellano. Pero al ser dicha entre hablantes del tseltal se comprende que lo que se quiere decir es que “la persona tiene sed”. A esta variación he intentado llamarle metáfora definida,5 que alude al reconocimiento pleno de lo que se dice sin hacer un excedente de sentido.
¿Por qué el corazón es la parte que somatiza la sed? Es posible deducir que es el o’tanil el lugar de la sed porque es el que late, el que indica el cansancio, el que reconoce el calor, la pesadez a través del cuerpo. Saciar la sed es devolverme el ánimo al corazón.
P’ij yo’tan o el corazón sabio
A diferencia de Occidente y de las ciencias hegemónicas, el lugar de la sabiduría no solo está en el lugar de la psique, la mente o la razón. El saber se halla en el corazón. Cuando una persona menciona “lom p’ij yo’tan te jme’chune”, esta aseveración se traduce, en su “literalidad”, “es muy sabio el corazón de mi abuela”. El o’tanil no solo incorpora las sensaciones corporales como la sed o el cansancio, sino lo que uno va aprendiendo a lo largo de la vida, se convierte en sabiduría. El conocimiento sobre las semillas, el ciclo de la luna, las leyendas, los cánticos, los rezos, los simbolismos de los textiles, las plantas medicinales, se enraízan en el corazón. Esto no supone que el saber no esté en el cerebro, en el chinam; al contrario, es tan importante como el corazón porque juntos producen un “conocimiento corazonado” o un “corazón con conocimiento”, que manifiesta un saber/pensar con sentimiento.
Cuando a alguien se le reconoce y se le dice “lom p’ij awo’tan/tu corazón es muy sabio” se refiere a una persona con una capacidad ilustre y pulcra de reflexionar y sentir con compromiso, solidaridad, responsabilidad y respeto. Es alguien que no pretende imponer ni colonizar con su saber, ni mucho menos minimizar y excluir el conocimiento de las otras personas. Se trata de un saber que no compite, sobre todo se comparte, lo cual transgrede la idea capitalista de la acumulación del conocimiento para el bien individual y lucrativo. El p’ijilal o’tanil es una forma de construir un saber colectivo. Esto puede verse cuando una madre le enseña a sembrar a su descendencia, a preparar los alimentos y a reconocer los mitos que hablan de la vida. El saber es necesario para conducirnos en el mundo. De allí que la metáfora del corazón es una forma de conocimiento sobre lo que somos y devenimos en la existencia.
Yak’olin ko’tan o darle esperanza a mi corazón
Así como el corazón somatiza las necesidades fisiológicas y las expresiones del saber, también devela los deseos y las intenciones afectivas de toda persona. Así como existe el xpich’et ko’tan, es decir, “el coraje/la molestia de mi corazón”, que se asocia con el malestar, la aflicción y el aburrimiento, también se entiende como una forma de expresar que “el corazón se deprime”, es decir, manifiesta la tristeza. En contraparte, existe también una forma de manifestar el anhelo. Un ejemplo es cuando se dice “ya yak’olin ko’tan te jme’e”, que se puede traducir como “mi madre le da esperanza a mi corazón”. Si bien el sustantivo del que deviene la palabra ak’olin se ha interpretado como esperanza, también se asocia con la confianza, la generosidad, la alegría y complacencia, todo al mismo tiempo. Por ello, los significados que se tejen desde y con el corazón no deben reducirse a una sola nominación, porque sería quitarle su sentido profundo, la poética que permite una multiplicidad de connotaciones.
Mencionar juntas las palabras ak’olin y corazón me resulta uno de los encuentros semánticos más intensos que puede darse entre dos palabras, porque expresa sentimientos inefables. Decir “ya yak’oltesben ko’tan k’alal ya kilat” es externar una especie de alegría, esperanza y complacencia ilimitada del corazón cuando se ve a la persona querida, anhelada, imaginada y esperada. Imposible traducir con precisión lo que se siente, pero es algo con mucha intensidad. Tal vez un día toque decirlo, quizá un día toque escucharlo.
O’tantaya te awa’tele o corazona tu trabajo
El corazón también aparece en las cosas que hacemos con mucha convicción, a las que dedicamos tiempo, esfuerzo, disciplina y constancia, aquellas que acompañan los sueños y las esperanzas. Puede tratarse del acto de escribir un libro, construir una casa, trabajar en la milpa o alguna otra actividad. Decir “o’tantaya te awa’tele” es como decir “pon el corazón en tu trabajo”, pero más que poner es corazonar, es decir, que tenga un corazón propio, incluso “sentir el corazón de lo que se hace”. Esta palabra ha sido reflexionada por el antropólogo Patricio Guerrero6 y por Juan López,7 y coincido con el planteamiento de no entender la nominación en un sentido de co-razón, como si se tratara de un “volver a razonar”. Más bien, el de hacer que las cosas, sustancias, entidades y prácticas tengan corazón. ¿Cómo lograrlo?
O’tantayel, corazonar las cosas, es una metáfora y poética que se materializa en el acto de confiar en lo que se hace, pero, sobre todo, en el compromiso con que se lleva a cabo. Esto puede traducirse como “hacer las cosas con amor”, como coloquialmente se dice. El trabajo constante, con perseverancia, tenacidad y con mucha honestidad, proveerá los frutos anhelados. Esta creencia es lo que permite sentir que las cosas han sido hechas con pasión, entereza y sinceridad. Se percibe a partir de lo que nos provoca y conmociona como un libro, una canción, una milpa extensa. Entonces, la cosa ha adquirido un corazón propio y resuena con el nuestro.
Corazonar u o’tantayel tiene cabida en distintas dimensiones de la vida, pero también en la ciencia, la academia, las artes, las humanidades, las metodologías, que tanto han olvidado y excluido el o’tanil. Corazonar es imaginar horizontes posibles, desestructurar las formas violentas en que hemos aprendido a ser hombres y mujeres, en que nos dirigimos hacia otras culturas y sociedades. Todo puede corazonarse, darle el sentido afectivo a lo que hacemos. No es romanticismo ni utopía: es una posibilidad de vida.
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El corazón guarda nuestras memorias más queridas, las que han dejado profundas hondonadas en el alma. Allí suelo encontrar los relatos de mi abuela Antonia, los viajes en mi infancia con mi padre, la llegada de mi perro Fluppy, la muerte de mi amigo Aaron, el asombro de ver las cascadas de Iguazú. ¿Cuántas memorias puede guardar el corazón? ¿Y cuántos olvidos se han quedado allí? Decir “ch’ay ta ko’tan” es afirmar que “se perdió en mi corazón”. Este es, quizá, el peor olvido de todos, porque si el corazón olvida no hay forma de hacer volver lo que ha dejado ir. El o’tanil es nuestro lugar seguro. El lugar donde vive lo que recordamos, el lugar donde vive lo que hemos olvidado.
III
Uno de los saberes más poéticos en la cosmovisión de los pueblos tseltales es la del sch’asujtesel o’tan que es “hacer volver el corazón” o “regresar al corazón”. Se trata de un retorno, un recordatorio de no olvidar de dónde venimos. Esta afirmación suele decirse cuando se aconseja a alguien, cuando ha dejado de lado los valores o se ha dejado influir de tal modo que niega o rechaza su origen y estirpe. Lo mismo cuando la persona se ha “contaminado” de prácticas que dañan y violentan a otras personas, a través de la envidia, la competencia, la avaricia, la soberbia ––en el menor de los casos––, hasta las agresiones físicas y el homicidio. Se cree que la persona ha “abandonado su corazón” y que por ello ha perdido la sensibilidad de reconocer el bien y el mal.
“Ya sk’an te ya sch’asujtojtik ta ko’tantik” se dice para recordar que “debemos volver a nuestros corazones”. Ese volver implica una voluntad: la de reconocer que se uno se ha desviado del camino y que ha abandonado los consejos que el padre, la madre, el abuelo o la abuela le han dado. “Volver al corazón” o “hacer volver al corazón” es una cuestión necesaria, pero, sobre todo, voluntaria. Nunca se da por obligación ni de manera forzada. Se da porque la persona lo quiere, porque se ha dado cuenta de que algo en él o ella no va por buen rumbo. Quizá la gente o el círculo más cercano lo ha notado, pero si dicha persona no lo percibe, puede continuar alejándose de su corazón hasta el punto en que el retorno se vuelva abrupto.
Hace tiempo pasé por una situación dolorosa en donde sentí que me había alejado de mi ko’tan. Sentí decepción y frustración sobre mi propia persona al saber que había fallado a mis principios. Reconocí que era necesario desprender aquellas cosas que ya no quería de mi persona y reafirmar las que me daban vitalidad y eran parte de mi esencia. Eso implicó un “hacer volver el corazón”, un trabajo sobre mi persona, sobre mis erratas, equivocaciones y extravíos, para reencauzar mi ser. Es un proceso en el que aún continúo, porque nunca el retorno es definitivo, como si se hiciera una sola vez, sino es constante.
El sch’asujtesel o’tan se emplea, además, para asuntos sociales que permiten cuestionar la existencia de las guerras, del odio, los homicidios, la desaparición forzada, el racismo, la xenofobia y la discriminación. La gente que estimula dichas prácticas violentas es porque se ha alejado del corazón. De allí que cada cosa, acto, práctica y discurso que hagamos debe ser con la presencia del o’tanil, pues como fue escrito por los sabios del Popol vuh, “quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca”.
*
Decir “laj ko’tantik/nuestro corazón ha acabo/terminado” es afirmar que una actividad que la gente realiza ha culminado. El corazón principia y culmina toda acción nuestra.
IV
A
Tame ay jun k’aal
te ya ak’opon te binti la jts’ibuye,
ya jk’an te ya ana’ stojol
te kuxulat ta ko’tan:
tey kich’oat.
Ich’a spatobil awo’tan.
A
Si un día
lees lo que he escrito,
quiero que sepas
que vives en mi corazón:
allí te llevo.
Recibe un saludo a tu corazón.
- “El corazón: nuestro primer órgano”, disponible en https://www.eurostemcell.org/es/el-corazon-nuestro-primer-organo#:~:text=El%20coraz%C3%B3n%20es%20el%20primer,necesita%20directamente%20de%20su%20entorno.
- Otros aparatos clínicos que permiten la escucha de los latidos del corazón son la sonografía y la ecografía. Incluso en el nombre de ciertas tecnologías se trazan poéticas.
- “Ecocardiograma”, disponible en https://www.mayoclinic.org/es/tests-procedures/echocardiogram/about/pac-20393856.
- López, Adriana, “Escribir en lengua materna, un reencuentro con mis ancestros, afirma la poeta Adriana López”, 2019, disponible en https://inba.gob.mx/prensa/13041/escribir-en-lengua-materna-un-reencuentro-con-mis-ancestros-afirma-la-poeta-adriana-lopez
- Esto parte de una reinterpretación de las “metáforas muertas”, propuesta por Paul Ricoeur.
- Para Guerrero, corazonar es “nutrir de afectividad a la inteligencia” como una forma de descolonizar la academia, las metodologías, las epistemologías dominantes.
- Para Xuno López, corazonar es darle corazón a las cosas, con una sensibilidad que implica cualquier tipo de creación, que no disocia la emoción de la razón.