Óscar Chávez, el juglar urbano
Para una minoría Óscar Chávez es una suerte de músico atado a los años setenta, músico político más que artista, desfasado y añejado. Para otros es el Caifán mayor, el actor de cuello levantado y voz potente que encarnó al Estilos en la señera película de la época, Los Caifanes (1967), dirigida por Juan Ibañez. Para otros es un historiador de la música mexicana del siglo XIX y principios del XX. Para unos más un activista, que siempre, desde la fatídica fecha del 2 de octubre de 1968, y de ahí para delante, puso el dedo en la llaga a través de canciones y fuertes declaraciones. Se vende mi país, decía en algunas canciones y en otras, con ironía describía la “casita” que se hizo el Negro Durazo, el corrupto jefe la policía mexicana, pero la canción acabó por aplicarse a la clase política en general. Para otros más, es una especie de baladista que rompía esquemas, el sueño de amor de muchas mujeres y el tipo a imitar por varios hombres.
Chávez fue eso y mucho más, pero principalmente fue un hombre de profundas convicciones y arraigadas tradiciones. Cada año, durante poco más de veinte, organizaba un concierto en el auditorio nacional, una cita obligada para sus seguidores, donde cantaba sus éxitos y presentaba canciones nuevas. Su casa musical fue Discos Pentagrama, en la que grabó poco más de cuarenta discos de los casi ciento cincuenta que grabó.
Un historiador musical
En esta friolera de títulos, muchos de ellos están dedicados a la recuperación de música no solo de México como lo hizo en el caso de los discos Herencia Lírica Mexicana volumen I y II, Latinoamérica canta, y luego Añoranzas mexicanas, ambos con dos volúmenes. En ellas hacía un recorrido por la canción escrita en el siglo XIX y principios del XX en nuestro país y en el subcontinente. E incluso, se remonta a al virreinato. La célebre “Román Castillo”, de autor anónimo, es un romance datado en la horquilla de siglos XVII-XVIII. Esta canción que se volvió parte de sus concierto y una de sus más clásicas interpretaciones.
En ella se muestra mucho de lo que ya conformaba la idiosincrasia del mexicano: los criados, el caballo, la honra, el romance prohibido y la hidalguía. Claro, en un ritmo de romance a lo español. Román Castillo es un héroe trágico porque se enfrenta a los ricos, o cuando menos eso deja entrever la letra, tan críptica y por ello tan abierta a interpretaciones.
Otra canción clásica de su repertorio es “Marihuana”. Otra canción de autor anónimo, esta del siglo XIX, que supuestamente hacía referencia satírica al inefable Antonio López de Santa Anna, que apuntan las malas lenguas, era gran fumador de ella.
Mariguana tuvo un hijito
y le pusieron San Expedito,
como el abogado de los de Santana
porque era Sansón para la mariguana.
Para más referencia, San Expedito era el abogado de las necesidades urgentes, prácticamente del dinero. Aunque con el tiempo, la fe de los mexicanos ha ido cambiando dependiendo la época. La canción caló muy bien entre las juventudes de los años sesenta que veían en el uso de drogas recreativas una bandera para diferenciarse de las rígidas normas del partido único. Cuni, cuni, cantaban ellos y la rana.
Otra canción clásica de su reportorio era “La Llorona”, que como muchos otros músicos mexicanos, aportó su propia versión. Esta canción también hunde sus raíces en la época virreinal, donde el mito de la filicida se crea. A esta canción se integra su hermana siamesa, “La Ixhuateca” en la versión del poeta Andrés Henestrosa, también basada en una canción anónima. En esta La llorona se convierte en su versión oaxaqueña y juega con el amor que busca la muerte.
“Perdón”, el bolero de Pedro Flores, se volvió una de las de las obligadas de su repertorio, un ícono que versionaban otros, ya no como creación del puertorriqueño, Flores, sino de Chávez.
https://www.youtube.com/watch?v=evgMgVnw4mw
Sus parodias políticas fueron sus éxitos más recientes, convirtiéndose luego en parodias neoliberales. Sin embargo, la versión que hiciera de La Casita, autoría de Felipe Lara y Manuel José Othón, donde a menara bucólica, ambos autores hablaban con amor de sus pobreza, Chávez la convirtió en el cinismo de la riqueza mal avenida.
A las parodias políticas y satirizar a un político se unieron la recuperación de las Canciones de la Guerra Civil y Resistencia Española (España 1936-1939-1975), también la recuperación de boleros del Caribe, entre muchas otras canciones que iban engrosando cada vez más su repertorio.
Un hombre de cine
Óscar Chávez estudió actuación con el gran Seki Sano (el cojo, como le decía Jodorowsky), gran maestro que fue expulsado de muchos países por su formación marxista. Con el tiempo, Chávez sería parte de una camada de actores que tomarían el cine mexicano y el teatro. Entre ellos sus compañeros en la icónica película Los Caifanes. (Cinta de la que, por cierto, Armando Ramírez se pitorreaba). Julissa, Ernesto Gómez Cruz, Enrique Álvarez Félix, Sergio Jiménez y Eduardo López Rojas.
La película con guion original de Carlos Fuentes (una especie de capítulo perdido de La región más transparente, llamado en primera instancia Fuera del mundo), fue modificado por el director teatral y a la postre, director cinematográfico, Juan Ibañez, llenando de calle lo propuesto por Fuentes. Cada uno de los personajes correspondería a un rol y cliché, siendo el de Chávez el del héroe trágico a lo Román Castillo. El Estilod fue la fusión de un personaje que desapreció con la reescritura del guion, fusionándose con otro El Rostro.
El Estilos se convirtió en una especie de masculinidad deseada, porque, pese a ser varonil, también era frágil y tierna. A lo barrial y callejero, se le unía la capacidad de cantar a capela y a recitar poemas sin esfuerzo. Mucha gente creyó que así era el actor, Chávez, que si bien dio mucho de su personalidad, la verdad es que también consistió en trabajo actoral.
Esto quedaría de manifiesto en la película El cuerpazo del delito (1970) Chávez interpretaría un personaje cómico llamado El Dedos. No quedándose a la saga del resto de actores cómicos con más tablas: Mauricio Garcés, José Gálvez, Roberto Gómez Bolaños, el increíble Ramón Valdés y Angélica María.
https://www.youtube.com/watch?v=5r6ieC_HqYg
Debido a diferentes conflictos con el sindicato de actores, Chávez tuvo solo fugaces apariciones en el cine nacional. Como él mismo contó en una entrevista: “(Los Caifanes) Se hizo con muy poco dinero, con todas las dificultades del mundo, por eso estimo mucho esa experiencia. Había muchos conflictos entre los sindicatos, traían un desmadre increíble. Por platicártelo rapidito: la filmación se interrumpió como quince veces. Se filmó prácticamente en la calle, con un clima del demonio. Fue un esfuerzo titánico y mis respetos al director, Juan Ibáñez, que ya murió”.
En Rompe el Alba (1988), ópera prima del tijuanense Isaac Artenstein, Chávez encarna al migrante chihuahuense Pedro J. González, que llegaría la ciudad de Los Ángeles en 1926, donde, luego de varios empleos acabaría siendo el conductor de un programa radiofónico. Poco a poco, y gracias a la música, que interpretaba en vivo con su guitarra, corridos y baladas, acaba por convertirse en portavoz de los braseros.
Así como el propio telegrafista convertido en locutor, tuvo problemas con los anunciantes norteamericanos que veían en el a un rojo despreciable, así también Chávez acabó teniendo problemas con los diferentes gobiernos y poderes fácticos. González y Chávez tendrían vidas paralelas, unidas por la música y el activismo. Chávez había nacido para interpretar a González.
Su legado
Pese a siempre estar en la independencia, dejando de lado los grandes medios de comunicación y las disqueras transnacionales, Chávez fue creando una siempre creciente base de seguidores. No solo dolió entre sus contemporáneos su muerte, sino entre las nuevas generaciones que lo fuimos adoptando como cantante/actor favorito. Gran influencia en el rock nacional, por ejemplo, compartiendo escenario con gente a la que le doblaba la edad. Siempre sencillo, honesto, era capaz de brindar con el mismo profesionalismo una entrevista igual a una radio por internet que a un diario nacional.
Hasta siempre… Óscar Chávez.