Tierra Adentro
Feria Internacional de Libro Zócalo, Sábado 15 de octubre del 2016. Vania Basulto / Secretaria de Cultura de la CDMX.
Feria Internacional de Libro Zócalo, Sábado 15 de octubre del 2016. Vania Basulto / Secretaria de Cultura de la CDMX.

 

La lista de escritores provenientes de la clase trabajadora en Estados Unidos podría abarcar una pequeña colección en cualquier biblioteca. Lo mismo incluiría a maquinistas y obreros que rateros, alcohólicos y expresidiarios; me refiero a ese lumpenproletario que un día alza la cabeza y se da cuenta de que el arte puede sacarlo del sitio donde está metido. Gente como Edward Bunker, James Ellroy, Nelson Algren, Iceberg Slim o Hubert Selby Jr, entre muchos otros, ejemplifican esa otra voz que grita desde las calles, justo contrapeso a la literatura criada en los campus universitarios, en las clase altas que nacen con bibliotecas olor a caoba y las vidas resueltas.

En México el panorama es muy diferente: el escritor lumpemproletario es una rara avis, y cuando llega a asomar cabeza el sistema de castas hace lo posible por acabarlo y regresarlo al margen. Armando Ramírez (1952-2019) fue una rareza, por eso y porque su estilo rompe con lo establecido. En su obra literaria y en su trabajo diario buscaba darle vida a los desposeídos, a la carne de presidio, pero no desde la lástima o la superioridad moral, sino como seres humanos que piensan y sienten.

Criado a un costado de la cárcel llamada “La Vaquita” (llamada oficialmente Reclusorio Número 3, sitio ya desaparecido), era hijo de un exboxeador y una ama de casa. Armando Ramírez fue autodidacta, uno de esos viejos sabios de barrio que comenzaron a leer por gusto propio y que hicieron de esto su forma de sobresalir. Pronto descubrió que el acento chilango tenía una musicalidad que muchas veces es negada, que el juego del “tostacho”, del calo, del lenguaje barrio, agregaba a la literatura mexicana matices y sonidos que se le habían negado.

A los 19 años publicó la novela que lo catapultaría a la fama, Chin chin, el teporocho (1971), verdadera declaración de intenciones, desafío con cuchillo en la boca para los críticos literarios y asomo desafiante al duro mundo de la Lit Mex, que es más racista y clasista de lo que acepta reconocerse.

En esta novela, escrita con una peculiar sintaxis y puntuación, nos cuenta en primera persona la vida de Rogelio, un joven de 22 años que, como el propio escritor, es de Tepito, barrio mítico. Rogelio, destruido por la culpa y las circunstancia de su vida, acaba rendido ante “la teporocha”, un brebaje de alcohol de 96 grados y refresco de tamarindo.

La novela deslumbró de inmediato al público lector, que la acogió de inmediato, vendiendo miles de ejemplares, convirtiéndose en un long seller. Como contó Ramírez en varias entrevistas, el dinero de ese libro le alcanzó para viajar al mítico Acapulco, lugar de estrellas de cine y de vacación de los chilangos más desfavorecidos. La crítica y el medio cultural, rancio y renuente a aceptar a alguien alejado de las credenciales de raza y clase social, lo vio con recelo. Margo Glanz, por ejemplo en su libro Repeticiones: Ensayos sobre literatura mexicana, lo considera “onda naca”.

Sin embargo hay una anécdota que contó el propio Armando, que esclarece la forma en que revolvió las aguas: “Fue Edmundo Valadés quien me presentó en una reunión a (Salvador) Elizondo. Valadés muy cordialmente le dijo: ‘Te presento a Armando Ramírez’. Elizondo sólo preguntó: ‘¿él es el escritor de Chin chin, el teporocho?’, y que se da la vuelta dejándome con la mano extendida. Yo le hice caracolitos y pensé: ‘pinche güey mamón’. ¿Te das cuenta que la discriminación por la inteligencia en México es más dura que muchas otras?”

Lo que había hecho Ramírez era darle voz a los que no la tenían, hacer hablar a esos personajes que deambulan por los barrios. Los teporochos, las prostitutas, los “tiradores”, esos pequeños traficantes de drogas que están en las esquinas. Seria en su segundo libro llamado Crónica de los chorrocientos mil días del barrio de Tepito. En donde se ve cómo obrero, ratero, prostituta, boxeador y comerciante juegan a las pipis y gañas, o sea, en donde todos juntos comeremos chi-cha-rrón (1974) donde volvería mítica esa parte de la ciudad, elevando a estos seres urbanos en personajes legendarios, en héroes de sagas y manuscritos. No por nada todas sus narraciones tiene ese alcance y juega y cita las crónicas coloniales como las de Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de la Nueva España, y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Diaz del Castillo, haciendo de esta manera una historia oral del barrio.

Su siguiente libro llamado Pu, luego renombrado Violación en Polanco, es brutal, duro, un juego entre realidad y ficción, con el cine de fondo, que volvió a molestar a las buenas conciencias literarias del país.

A partir de este momento, Ramírez recibiría una atención mediática que lo llevaría a hacer cine, periodismo escrito y televisivo. Sería jefe de información del programa “Hoy en la Cultura” de Canal 11. En el Canal 13, de la entonces televisora estatal Imevisión, Paco Ignacio Taibo I le ofreció realizar crónicas, además de reportear. La otrora poderosa Editorial Novaro le propuso hacer una revista llamada Chin chin el Teporocho, que vería la luz en 1978.

Pese a mantenerse siempre en una posición antiintelectual, sus compañeros de Tepito Arte Acá, lo vieron como un traidor al barrio, por lo que cortaron relación él. Sin embargo y pese a trabajar con el diablo (presentó el libro de superación personal del exalcalde de Tultitlán, José Antonio Ríos Granados, Cómo realizar grandes retos. Una historia de éxito), o compartir antena con el ultracatólico y homófobo Esteban Arce, Ramírez siempre fue fiel a su barrio, a su estilo y a su mantenerse al margen del Olimpo de las letras mexicanas.

Siempre supo que él era parte de la marginalidad. En una jugosa entrevista ofrecida a Anne Marie Mergier en 1977 para la revista Proceso, desmuestra muy bien esto: “La Cultura Acá es tener conciencia de nuestra identidad. No negar nada, ir a la verdadera búsqueda, no es una actitud esnobista, no en actitud nacionalista. No romantizar la pobreza, no ser populista. Existe una serie de gentes con inclinaciones artísticas, creativas, dentro del barrio. El hecho también de que no hayamos provenido de otra clase social, el hecho de que no hayamos abandonado el barrio, de que sintamos una identificación con la gente, de que estamos conscientes de que no vamos a poder integrarnos a otra parte, a pesar de que podamos tener mayor información. Pensamos que toda esta serie de cosas, que ha generado esta cultura, no debemos traicionarlas. Debemos seguir adelante para poder en cierta medida ser los voceros, ser el sentir, el sentimiento, la conciencia de nuestra gente. La novela PU realmente es eso, tratar de ser la voz de las gentes a las cuales se les niega existencia. En la medida que yo tenga la facultad de escribir voy a tratar de ser esa voz”.

Su última novela, Déjame (Océano, 2019), es un recorrido por el primer cuadro de la Ciudad de México, y a la vez un recorrido amoroso y sexual por el alter ego del escritor. Muestra ya a los personajes alejados de la furia y el resentimiento de la juventud, y los dota con la serenidad de la vejez. Este libro fue presentado en ausencia por otro longevo narrador y cronista, Emiliano Pérez Cruz, en Fábrica de Artes y Oficios (Faro) de Oriente  apenas la semana pasada, junto a la directora de Tepito Arte Acá, Susana Meza.

La obra de Ramírez merece una relectura, ya no como el cronista y el tipo que aparecía en la tele, sino como el autor desafiante y culto que siempre fue. Pues total, qué tanto es tantito.