Tierra Adentro
Ilustración por Lourdes Márquez.

El streaming parece ser un mundo lleno de encanto y felicidad: como usuarios tenemos a la mano un repertorio infinito de estilos musicales a un bajo costo; mientras que para los creadores es la oportunidad de liberarse de contratos y restricciones para lanzar sus obras, aunque su talento no sea bien remunerado.

La historia no inicia con el servicio en línea de la manera en que hoy lo conocemos, va un poco más atrás, cuando las disqueras no pudieron controlarlo todo y el internet dio el gran salto a la web 2.0: sitios web que permitieron a los usuarios interactuar y colaborar, y los convirtieron en lo que se denomina como prosumidor, pues no solo consultaban contenido, también lo añadían. Un ejemplo fue la creación de MySpace (2003), que dio pie a una época donde era posible alejarse de las casas productoras y sus ancianos trajeados, quienes decidían (detrás de un escritorio) qué estaba o no de moda entre los jóvenes; gracias a este sitio, los artistas subían sus canciones en formato MP3 y se hacían publicidad por cuenta propia.

Estas comunidades prosperaron, y en nuestro país contribuyeron a que muchas bandas independientes se consolidaran; inclusive en 2007 fue lanzado el álbum “Myspace México, cuyo contenido consistió en 15 temas compuestos por bandas como Austin TV, Maria Daniela y su sonido Lasser, Los Dynamite, Porter y Moderatto.

Tiempo después surgieron Spotify, Deezer, Rdio, Xbox Music, Google Play Music, Sony Music Unlimited, Napster, Amazon MP3, iTunes Store y YouTube, plataformas que poco a poco desplazaron a MySpace y que, al tener un mayor flujo de propuestas, aumentaron la diversidad musical; sin embargo, no mejoraron significativamente las condiciones de la industria.

Pero, ¿qué es la industria musical? Un negocio que “en su conjunto vive de la creación y la explotación de la propiedad intelectual musical”, es decir, donde los creadores, sellos discográficos, foros, auditorios, medios de comunicación y público interactúan entre sí. Ahora bien, ¿cómo puede el streaming afectar a este arte? Por un lado, se encuentra el público, que ha sufrido debido a la alteración en el proceso de escucha. En el artículo Las listas de Spotify están mecanizando la forma en la que consumimos música, publicado en el sitio Noisey de Vice, escrito por Eduardo Santos, se expone lo contraproducente de escuchar dichas playlist:

Según Spotify, estas listas son para tener ‘la música que te gusta, con menos esfuerzo’ […] en muchos casos nos hace perder la noción de que hay cosas que requieren que nos metamos de cabeza, que tengamos paciencia y emprendamos búsquedas de recompensas.

¿Y qué hay de malo o en qué afecta el escuchar las sugerencias? En el mejor de los casos, significa una perspectiva más amplia de la escena musical; no obstante, nos están condicionando a escuchar cierto tipo de música que, si bien se asemeja a nuestros gustos, después de determinado tiempo nos convierte en autómatas reproduciendo únicamente lo que hay en esas playlist.

Ilustración por Lourdes Márquez.

Ilustración por Lourdes Márquez.

Perdemos el interés de investigar por cuenta propia en bares y foros; dejamos de apoyar bandas locales o ¿por qué no?, iniciar la nuestra. La búsqueda y la retroalimentación disminuye en el escucha, convirtiéndolo solo en un canal receptor.

El descubrir música por sí mismo era un acto empírico, una ceremonia que requería un oído educado, además de que fomentaba la creación de una hermandad: compartir nuestros gustos musicales con amigos, vecinos, compañeros y familiares era una práctica común. Apreciamos a quienes nos rodean mediante el legado musical que nos heredan. Más que ritmos, los hallazgos son un ritual que vale la pena conservar y aprehender, no deben convertirse en un proceso alienante que nos esconde bajo unos audífonos y un dispositivo inteligente.

Lo que sucede a partir de la llegada del streaming es que dicha práctica se realiza de manera aislada, difícilmente se comparte música y nos concentramos únicamente en las recomendaciones de un algoritmo.

La problemática no recae exclusivamente en la forma nueva de escuchar música, sino en la remuneración económica para los creadores. En la nota Spotify insertará canciones patrocinadas en tu música posteada por Eugenia Flores para la revista WARP, se explica que dicha plataforma ahora financiará sencillos que agregará en las recomendaciones de los usuarios que aún no contratan este servicio: “para la fortuna o desfortuna de los usuarios […] ahora, además de escuchar los anuncios a media reproducción, también podrás conocer la obra de artistas apadrinados por Spotify”. Lo anterior presionará a la audiencia, ya que solo habrá dos opciones para el usuario del servicio gratuito: o se suscribe, o se atiene a la manipulación de los contenidos que escucha gracias a la inserción sin consentimiento de estas canciones patrocinadas.

Al respecto, el sitio Vulture publicó The Streaming Problem: How Spammers, Superstars, and Tech Giants Gamed the Music Industry, una investigación escrita por Adam K. Raymond, la cual explica cómo la plataforma engaña a sus usuarios para obtener más reproducciones; desde la producción de diferentes versiones de una canción (como el tema ‘Happy Birthday’), hasta la creación de artistas/bandas falsas; todo ello provocando un único resultado: la devaluación de la música.

Se informa que Spotify paga a los productores para crear piezas que luego se colocan en las listas de reproducción bajo los nombres de artistas desconocidos e inexistentes. Este pago le ahorra a la compañía la tarea de escribir cheques que vienen con esa lista de reproducción, pero engaña al público para que crean que los artistas realmente existen mientras limita las oportunidades para que los verdaderos creadores de música ganen dinero.

Para responder a la investigación, el servicio de streaming declaró a través de un vocero: “Lo que es totalmente falso es que estemos incluyendo listas con artistas inventados. Punto final.”

Aunado a esto, existen demandas como la impuesta por Wixen Music Publishing debido al uso de canciones de Tom Petty, Neil Young y The Doors sin licencia, la cual busca una indemnización de 600 millones de dólares. Asimismo, David Lowery, vocalista y guitarrista de Cracker, interpuso una demanda debido a que Spotify “reproduce y distribuye música con derechos de autor, ilegal y voluntariamente”.

Otro caso conocido es el de Debbie Harry, vocalista de Blondie, que escribió para el diario The Guardian las razones por las que se unió a la cruzada para exigir mejores pagos a los músicos por parte de los servicios de streaming. Debbie Harry es un ejemplo más de los artistas afectados por las prácticas de las plataformas:

El video ‘Heart of Glass’ se ha visto 49 millones de veces en YouTube, pero hay más de un millón de otros videos de Blondie en esta plataforma, la mayoría de ellos provenientes de cuentas no oficiales, reuniendo cientos de millones de vistas combinadas. Sin embargo, ninguno de nosotros recibirá una cantidad justa de regalías por estas reproducciones.

Actualmente las bandas son cada vez más líquidas y lo que en 2005 estaba de moda, ahora es prácticamente irrelevante. Es curioso que a partir de la llegada de la web 2.0, pese a existir un mayor repertorio musical, menos artistas perduran en la memoria colectiva.  Hoy en día el like es la única prueba, intangible por cierto, que tenemos de la interacción entre los usuarios del streaming y los creadores, cuando tiempo atrás el público tenía la capacidad de reconocer y apreciar los conceptos, referencias, símbolos y analogías de una obra, comenzando desde su portada. Los músicos conocían “al barrio”, tocaban en el chopo, entre multitudes, eran cercanos a su público y compartían en sus canciones una causa social que nos hacían identificarnos, ser partícipes y crear un diálogo.

Sin embargo, este texto no busca la desaprobación de Spotify u otros sitios. Si hago mención de este servicio es por la cantidad de información que se genera al ser la plataforma con mayor popularidad. Al final del día el streaming no es el enemigo, se trata de empresas y cualquiera de ellas ofrece mejores servicios cuando sus clientes se muestran exigentes y conocedores. Si ya estamos pagando una cantidad significativa por sus plataformas, ¿por qué no aprovechar al máximo su potencial? Es importante recordar que los creadores no ganan por compartir su arte mediante estas apps, ganan por subir a un escenario y llenar el espacio que les asignan, así que no olvidemos que los bolsillos que llenamos no son los de nuestros ídolos.

Ilustración por Lourdes Márquez.

Ilustración por Lourdes Márquez.

Sobre todo, reconozcamos que depende de nosotros crear una industria consolidada. En los años noventa (precursores del streaming) surgieron bandas con diversos sonidos y estilos, mismos que fungen actualmente como acto final en los festivales o tienen lleno total en los espacios más representativos de nuestro país: Foro Sol, Palacio de los Deportes, Auditorio Nacional. Molotov, Control Machete, Plastilina Mosh, Zurdok y Panteón Rococo son algunos de los ejemplos más representativos de una década fructuosa que continúa vigente; si lo contrastamos con la era del streaming, me atrevería a decir que Porter es el único proyecto de los años dos mil que figura al mismo nivel, sin embargo, su actuación en el cierre del Vive Latino 2013 jamás se repitió.

Con esta conclusión no propongo regresar al mundo de las disqueras y la radio, pues éstos limitaban la creatividad; lo que propongo es que seamos selectivos e interactivos con lo que consumimos para hacer trascender a quienes tienen el talento, si no hay una retroalimentación hacia las bandas, éstas no crecen y terminan como un perfil más dentro de la web.


Autores
Yuri Nava nació en la CDMX en 1994. Estudió la licenciatura en Comunicación y periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón. Colaboró en medios digitales como Ultramarinos Co. y Resistencia Radio; en la revista WARP y en el diario Milenio. Actualmente realiza ensayos, reseñas e investigaciones dedicadas a la representatividad de la música alternativa en México.

Ilustrador
Lourdes Márquez Villanueva
(Ciudad de México, 1996) Ilustradora, estudiante Diseño y Comunicación Visual en la Facultad de Arte y Diseño Plantel Xochimilco.