Octavio Paz y José Alvarado: estampas de una amistad
Primera
Entre los Años de 1931 y 1933, dos jóvenes que serían figuras excepcionales de las letras mexicanas comenzaron una larga amistad: José Alvarado (1911-1974), recién llegado de su natal Nuevo León a la Ciudad de México, y Octavio Paz (1914-1998), quien aún vivía en la casa familiar, en Mixcoac. Ambos con el propósito de continuar su formación en la preparatoria. Hacia 1934 compartían “una buhardilla del centro cuando estudiaban derecho en San Ildefonso”, donde tendrían lugar extravagantes episodios que serían materia de un anecdotario.
Desde 1926 —es decir, desde los 15 años, cuando estudiaba en el Colegio Civil de Monterrey—, José Alvarado escribía artículos para publicaciones escolares como la Revista Estudiantil y Renovación. Sorprende su fecundidad y su acento crítico en una gama muy amplia de intereses que será constante a lo largo de su trayecto de escritor y periodista: reivindicaciones políticas, sociales, culturales —siempre del lado de los desposeídos—; la búsqueda de una transformación, en “abierta rebeldía contra los sistemas caducos”; la juventud, los estudiantes, la Universidad; libros y autores (Díaz Mirón, Alfonso Reyes, Salvador Novo); crónica teatral, crítica de cine, ensayos, cuentos.
En el Monterrey de 1929, es testigo de la campaña en favor de Vasconcelos (promovida por Alejandro Gómez Arias y Andrés Henestrosa, entre otros). Alvarado se identifica con el proyecto vasconcelista, que sería violentado con las armas de la ilegalidad, en una decepción atroz y determinante, lo mismo para el régimen postrevolucionario que para el porvenir del país.
Por su parte, en la Ciudad de México, a los 17 años de edad Octavio Paz lanza Barandal (1931-1932), e inicia su vida como editor de revistas. Lo acompañan tres amigos: Rafael López Malo, Salvador Toscano y Arnulfo Martínez Lavalle. En el número 7 (el último) José Alvarado publica su ensayo “Colocación sin colores”, donde aborda la luz, la sombra y “la posibilidad óptica de los colores de las cosas” que lo encauzan a la fotografía y el cine desde un acercamiento estético, lejos de las controversias políticas de la hora.
En la sección de “Notas”, los editores de Barandal articulan un lenguaje crítico, a veces irónico (López Velarde es “el joven abuelo”; del libro de Renato Leduc, Los banquetes; Rafael López Malo anota que el autor “se propuso ver todo a través de la intrascendencia”, antes de reprobar su falta de solidez “verdad”). Algunos investigadores han distinguido la actitud de los llamados “barandales”, frente a suscolegas escritores, por adoptar los designios del grupo de Contemporáneos y perfilarse, en consecuencia, como sus herederos. Les brindan el espacio de Barandal (a Novo, a Pellicer, a Villaurrutia) con amplitud y certeza que no conceden a ningún otro contemporáneo (con minúscula).
En respuesta al debate maniqueo que les reclama optar por una cultura nacionalista, o bien una cultura de vanguardia, cosmopolita, los Contemporáneos eligen de modo tajante la segunda alternativa (justo en 1932, con gran filo polémico, Jorge Cuesta elevasu argumento a la máxima expresión). Los “barandales” se distancian de la opción nacionalista, y en el que sería su último número Salvador Toscano lo formula sin rodeos: “Aclaremos sobre la vanguardia. Nosotros somos de la vanguardia”.
Octavio Paz entrega a Barandal cuatro poemas (hay un antecedente en el periódico El Nacional). En el número uno, “Preludio viajero” hace evidentes los motivos derivados de la lectura de las vanguardias, y los ismos al uso hacen sentir su huella, sus ecos —futurismo, creacionismo, ultraísmo, estridentismo. Decuatro títulos, Paz dejó tres al margen de su primerísimo poemario, Luna silvestre (una plaquette de 32 páginas, con tiraje de 75 ejemplares, fechada en 1933): de acuerdo con Luis Mario Schneider, Luna silvestre sólo contiene uno de los poemas destinados a Barandal; luego, Paz decidió dejar esos cuatro poemas y todos los que integran Luna silvestre al margen de las sucesivas compilaciones de su obra poética —aunque por último los rescató para la “Miscelánea”, en el tomo 13 de sus Obras completas.
El único texto procedente de Barandal que Paz recuperó, en la edición de sus Primeras letras (1988), es su ensayo “Ética del artista” —con modificaciones mínimas—, donde expone su preocupación sobre el papeldel arte con respecto a ese conjunto de problemas
… que no son puramente artísticos, pero que la tradición nos enseña, a despecho de la doctrina del arte puro, que influyen profundamente en la creación y le dan al arte un valor testimonial e histórico parejo a su calidad de belleza.
Además, persistía la disyuntiva entre marxismo y artepurismo, entre la urgencia del compromiso y la búsqueda de la pureza estética, entre la voz de la intimidad y la de la plaza pública. El joven Paz plantea el dilema: “¿Arte de tesis o arte puro?” En el primero advierte la distorsión y conversión de la voluntad artística en propaganda o letanía; propone una actitud “mística y combativa”, repasa las implicaciones religiosas o políticas del arte antiguo y del teatro griego, mucho más incluyentes e incisivas que el artepurismo (y capaces, como en Dante, de comprender o agotar “la esencia y el sentido de una época”). Mantiene la exigencia formal, pero conserva una aspiración que trascienda (no que obedezca o abandone) las contingencias del momento y les asigne un sentido de integridad, de plenitud histórica y estética.
La continuación de Barandal llegó pronto: Cuadernos del Valle de México (1933-1934). Fueron sólo dos números. Entre los editores aparecen Octavio Paz y José Alvarado, quien borda sobre “La revolución y la novedad”, en un ensayo de referencias contundentes no sólo para la época, sino también para su propia perspectiva. Por ejemplo, señala “el temor que los intelectuales sienten por la apertura… de la revolución”. La idea de la “novedad” entraña una “función cosmética de la inteligencia para renovar sistemas de vejez”,el disfraz o la máscara de un refugio en el pasado, y por lo tanto una fuga ante las urgencias del presente. No tarda en cuestionar los “significados muertos” y la “literatura de propaganda”. Su entusiasmo juvenil rebasa el dogma o la doctrina, y apunta de manera explícita la dimensión social, política, rebelde y revolucionaria que las circunstancias demandan:
… no se trata aquí, precisamente, de defender la cultura o de consolar a los intelectuales, sino todo lo contrario, de darle toda su categoría a la revolución, pues el problema de la inteligencia ya no se resuelve en el pensamiento, sino en la política rebelde que es la única actividad creadora de los hombres, el único trabajo que podemos hacer.
Segunda
Hay una pausa de 23 años. El siguiente episodio transcurre en 1957, cuando Octavio Paz ha publicado ya dos de sus libros fundamentales: El laberinto de la soledad (1950), y La estación violenta (1957). José Alvarado, por su parte, ha entregado a la imprenta dos novelas breves: Memorias de un espejo (1953) y El personaje (1955), si bien dedica más tiempo a su labor periodística, en la que despliega su eficacia, inteligencia y gracia. Su prosa excepcional esfuma la división imaginaria entre periodismo y literatura.
Por entonces, un grupo de amigos acostumbraba reunirse en el restaurant Bellinghausen de la calle de Londres —antes del ascenso y la ruina de la Zona Rosa. En Historias del olvido, Carlos Tello Díaz investiga las comidas de ese grupo denominado Los Divinos; entre los habituales menciona, por ejemplo, a José Luis Martínez, Joaquín Diez-Canedo, Alí Chumacero, Jaime García Terrés, Abel Quezada, Carlos Fuentes (el más joven del grupo: 29 años), José Alvarado y, cuando estaba en el país, Octavio Paz. Conversador prodigioso, Alvarado solía hechizar a los comensales con historias “de política, de cantina, de amor o de literatura”; además, les relataba
… anécdotas muy divertidas de su vida con Octavio.Habían convivido de jóvenes con un maniquí de cartón que Paz llamaba La Rígida… “y la compraron y se la llevaron a vivir con ellos, y le dieron trato de señorita”.
Carlos Fuentes recordó el mismo maniquí, La Rígida, con las siguientes precisiones: “Me sirvió de tema para un cuento: ‘La desdichada’, en la que el papel de Bernardo corresponde a un retrato imaginario del joven Octavio”. Refiere también sus andanzas de tonos clandestinos que los transportan hacia “las galerías de espejos más secretos de la urbe, poblada de mendigos, transvestistas, mariachis, organilleros, mujeres de pelo en pecho y faunos del bosque de concreto”.
Un sábado de octubre de 1957 —según Tello Díaz—, la comida de Los Divinos derivó en una parranda de órdago. Alvarado, Paz, Fuentes y Juan Soriano trasladaron su fiesta a la casa de la Bandida —el burdel por excelencia de aquel México desvanecido, punto de reunión de notables, poderosos y uno que otro menesteroso—; en el epílogo, convencidos y acompañados por un dueto estrafalario, recalaron en uno de los bailes carnavalescos de la Academia de San Carlos, con su concurso de disfraces que desde luego propiciaba los encuentros eróticos y la confusión de identidades. La juerga concluye al amanecer del domingo, cuando los sobrevivientes, “en estado deplorable pero todavía con aliento”, parten adormilados y ojerosos a bordo de algún taxi.
Tercera
En 1966, José Alvarado celebra en la página editorial de Excélsior el prestigio y la presencia internacional que Octavio Paz había alcanzado (era embajador en la India, lo entrevistaban en la revista Life o L’Express, dictaba cursos en la Universidad de Cornell y era “el poeta que más ha viajado por el mundo”), e invoca los tiempos estudiantiles en la Preparatoria de San Ildefonso, “tocados por el aceite vasconcelista y por las prédicas de la justicia social”.
Octavio Paz también rememora esos “años de iniciación y de aprendizaje”, de “primeros pasos” y “primeros extravíos”, en los que coincide en diversas ocasiones con Alvarado. A la distancia, considera Barandal “una revista de experimentación, entusiasmo, irreverencia”, en una etapa efervescente de pasión, descubrimiento:
Es natural sentir un poco de ternura por el muchacho que fuimos. Pero un poco de ironía y dos o tres coscorrones no le harían daño a ese fantasma juvenil. La política no era nuestra única pasión. Tanto o más nos atraían la literatura, las artes y la filosofía… Descubríamos la ciudad, el sexo, el alcohol, la amistad.
Tras renunciar a la embajada del gobierno de Díaz Ordaz en la India —a raíz, como se sabe, de la matanza de Tlatelolco en 1968—, Paz aguarda la llegada del nuevo sexenio antes de regresar a México.
Cuando vuelve, participa de manera visible en proyectos políticos (entre ellos, el de crear un nuevo partido, al lado de Heberto Castillo, Luis Villoro, Carlos Fuentes y otros).
El 10 de junio de 1971 va a Ciudad Universitaria, invitado por los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras para dar una lectura de poemas en el auditorio Justo Sierra. Lo acompañan José Alvarado, Carlos Fuentes y Marco Antonio Montes de Oca. A punto de comenzar la lectura, llega la noticia de que la manifestación estudiantil que se realizaba ese día en San Cosme había sido reprimida. La lectura se suspende.
José Alvarado es uno de los amigos a los que Paz más quiere, y a los que más confianza les tiene. En su amistad nunca surge reparo. No es mera nostalgia lo que le lleva a dedicarle el poema que da título a Vuelta (1976), libro en el que vierte algunas de sus más personales y entrañables imágenes de la Ciudad de México.
Es posible imaginar su reencuentro con José Alvarado: tal vez caminaron de nueva cuenta y conversaron por las calles de una ciudad que ellos recrearon y pervive —al menos en parte— gracias a su imaginación, su lenguaje y su escritura.