Octavio Paz en la calzada de los poetas
A principios de la década de 1940, Octavio Paz visitó Xalapa. Fue una mañana fría. El viento agitaba las hojas y las nubes rumiaban lluvia mientras la humedad maceraba a los poetas que rindieron tributo a Salvador Díaz Mirón, aunque ninguno de ellos lo admirara especialmente visitando su célebre casa de Xalapa. Jorge Cuesta, quien mejor comprendió la tentativa satánica de los versos del veracruzano, ya había muerto. No quedan datos ni registros de donde se efectuó la lectura. Apenas un testimonio: la fotografía de Lola Álvarez Bravo con Xavier Villaurrutia como eje semántico y simbólico de la composición.
En ésta, Villaurrutia, ya un poeta consagrado, viste un traje de raya diplomática con un protector chaleco, perfecto el nudo americano de la corbata, ensaya sonriente una pose: los brazos cruzados, la sonrisa levemente irónica mirando a la cámara. Lo flanquean dos jóvenes. Jorge González Durán, poeta de la promoción de Tierra Nueva, posa su mano izquierda sobre el hombro de Villaurrutia mientras guasón reclina el rostro. Siendo el más joven de los tres, viste informal y se comporta campechano, confianzudo. Mano en los bolsillos, suéter con cierre. Un detalle: sus zapatos relumbran, los de sus compañeros no. Mucha chulería para ser tan joven, ¿será que tiene ya un puesto con Coquet? ¿O eso vendrá después con Bellas Artes? Octavio Paz, a la izquierda de Villaurrutia, luce dubitativo, expectante. Contrario a Jorge, se mantiene apartado de Xavier, aun cuando sus pies casi se tocan. Es indicativo que Villaurrutia adelante su pie izquierdo en dirección a Paz delatando coqueto su preferencia. Pese al rostro sonriente, seguramente a causa de un comentario gracioso de González Durán, Octavio asume una actitud ecuánime. Contraído el puño, torso erguido, latente la tensión en su hombro. Sus zapatos estilo Boston están gastados, innobles, aunque las líneas de su saco de casimir no desmerecen ante el corte de Xavier. De no ser por las mangas…
Por la vegetación —helechos—, se han detenido cerca de la otrora Calzada de los Poetas, donde bustos de Salvador Díaz Mirón, Rafael Delgado, Josefa Murillo realizados por el escultor Carlos Bracho, circundaban los muros de una antigua casona. Hoy nada queda: la rapiña y el descuido de las autoridades municipales terminó con esos bustos de principios de siglo que honraban la tradición literaria de Xalapa, gracias al mecenazgo de Teodoro A. Dehesa. El más hermoso parque de Xalapa, donde bajo los altos eucaliptos y las roñosas araucarias se respiran aires de otros tiempos, con ramalazos de ese abandono pútrido que envenenó la imaginación decadentista, ha quedado trunco sin que a nadie le importe. He aquí la memoria de una ciudad que se ufana de culta.
Incluida por vez primera en el volumen Xavier Villaurrutia en persona y en obra de Octavio Paz (FCE, 1978), cortada y con información errónea —se lee Parque Díaz Mirón, siendo el nombre correcto parque Miguel Hidalgo, mejor conocido como Los Berros—, posteriormente recuperada en el libro Octavio Paz, entre la imagen y el nombre (Conaculta, 2010), iconografía en blanco y negro firmada por Rafael Vargas, esta imagen atestigua el encuentro de tres poetas.
Pocos saben que uno de los mecenas de Lola Álvarez Bravo y responsable del reconocimiento de su obra fue Benito Coquet, como expone Olivier Debroise en su libro sobre la fotógrafa: Lola Álvarez Bravo: In her own light (Universidad de Arizona, 1994). González Durán a su vez prologó una exposición de Álvarez Bravo en el Palacio de Bellas Artes.
Benito Coquet (1912-1993), a la sazón un célebre hombre de cultura y hoy en el completo olvido —lo cual es una injusticia—, conducía a comienzos de la década de los cuarenta (1941-43) la Dirección General de Educación Extraescolar y Estética, antecedente directo del Instituto Nacional de Bellas Artes. Como parte de su labor titánica —anteriormente había sido delegado de la joven Universidad Veracruzana, Secretario de la Confederación Nacional de Estudiantes y posteriormente crearía el Instituto Mexicano del Seguro Social además de ejercer como Secretario del presidente Adolfo Ruiz Cortines—, Coquet promovió el arte en sus diferentes facetas y expresiones a lo largo del país. Presumiblemente los poetas de estas distintas edades y promociones estuvieron presentes esa mañana para una lectura —Rafael Vargas dixit—. Coquet, todavía joven, e incluso ya integrado a los colaboradores de Manuel Ávila Camacho, había convocado a los miembros de Contemporáneos y a escritores como Mauricio Magdaleno para lecturas. Ya en su faceta de director del IMSS invitaría a otros jóvenes de su generación a laborar con él, como Andrés Henestrosa y de nuevo Octavio Paz.
Oriundo de Xalapa, francés de ascendencia, Coquet se había formado en las escuelas superiores de la ciudad y posteriormente cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 1947, recibió su título de abogado por la Universidad Veracruzana. Aun desde trincheras distintas, Coquet y Octavio Paz coincidieron en varios momentos. Uno de ellos fue cuando, en 1934, Lázaro Cárdenas intentó uniformar la educación en México con un cariz marxista, Coquet emergió como el gran líder estudiantil y dirigió la protesta desde la Confederación Nacional de Estudiantes, junto a Bernardo Ponce. Hubo manifestaciones, debates, cartas públicas y un enconado encuentro en San Luis Potosí. Uno de los estudiantes que firmó esa carta de protesta, una entre 500 firmas, fue la de Octavio Paz. Otro de los opositores a la subordinación de la universidad al Estado fue Jorge Cuesta. En otra ocasión al rendir homenaje al poeta recién fallecido Miguel Hernández, Coquet invitó al joven Paz y a otros poetas del exilio español en México.
Más tarde, ya director del IMSS y mecenas del teatro público, Coquet incorporó a Andrés Henestrosa y a Paz a su equipo. Otro de sus legados, además de los citados, fue la creación del Premio Nacional de Ciencias y Artes, surgido por una disposición de una ley del Congreso de la Unión, aprobada a iniciativa de cuatro diputados, entre los que destacan, además del mismo Benito Coquet, Manuel Moreno Sánchez, el 11 de septiembre de 1944. Moreno Sánchez había sido otro de los compañeros de Paz en San Ildefonso. Finalmente, en ocasión de los 75 años del poeta, Coquet publicó una bella carta a su amigo de juventud y antiguo colaborador.
Francisco Hernández, en Imán para fantasmas, ha escrito un poema sobre esta foto:
—La carrera sin sed de los helechos —murmura Villaurrutia mientras posa—, es lo que puede acelerarse ahora.
Lo rodea el brazo de González Durán y piensa Octavio Paz, joven, sonriente: “Estamos en un parque de Xalapa. La humedad es nostalgia de la vida, Díaz Mirón es disparo en la memoria y Xavier es palabra de poesía”. Imposible determinar la hora, mas estaba nublado de seguro. Se adivinan los truenos en lo alto. El aguacero afila sus espuelas para poder correr tras las estatuas.