Ocho corazones a cuatro manos. De David Foster Wallace a Jonathan Franzen
En 1988 Jonathan Franzen tenía veintiocho años de edad, acababa de publicar su primera novela, The Twenty-Seventh City, y se sentía completamente aislado cuando recibió una carta en la que David Foster Wallace, un escritor dos años más joven que él, del que había oído hablar pero al que nunca había leído, lo elogiaba por su libro. Se conocieron en 1990 y la amistad se prolongó hasta los últimos días de la vida de Wallace —un fragmento de cuyas cenizas el propio Franzen depositó en la isla Alejandro Selkirk, antes conocida como Más Afuera, en Chile.
De David Foster Wallace a Jonathan Franzen:
El Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, en Austin, abrió el archivo de David Foster Wallace para los investigadores en el 2010. Uno de ellos, James Beadsman, después de una serie de encuentros con la artista Karen Green, viuda de Wallace, ha dado con lo que parece ser una carta inédita que el autor de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer le escribió a su amigo Jonathan Franzen. De acuerdo con Beadsman, se trata de un correo electrónico, alojado en la carpeta de “mensajes no enviados” de Wallace, escrito a unos días de su suicidio. Lo publicamos ahora con algunas precisiones hechas por el propio investigador. Este texto arroja luz sobre la relación entre dos de los escritores más prominentes de nuestros tiempos: recordemos que en su polémico ensayo “Más afuera”, Franzen escribió que “en una interpretación de su suicidio, David había muerto de aburrimiento y por desesperación ante sus futuras novelas”. La última vez que hablaron por teléfono, en agosto de ese mismo año, a petición de su amigo, Franzen le contó una historia acerca de cómo las cosas mejorarían para él. Antes de colgar, Wallace le pidió que lo llamara cada cuatro o cinco días para contarle más historias de ese tipo, pero no volvió a contestar el teléfono.
David Wallace <xxxxxxxx@gmail.com>
Jonathan Franzen <xxxxxxxx@yahoo.com>
21 de agosto de 2008, 11:41
Re:
Como sabes, me estoy quedando sin palabras tratando de escribir otra cosa larga.[1] He escrito lo que quería, pero tengo la impresión de que las piezas no encajan. Sigo sin encontrar un final, desfilan personajes con vidas insignificantes que me empeño en hacer parecer significativas, y toda esa mierda de siempre. (Lo realmente significativo, se me ocurre ahora, es que más de uno de ellos lleva mi nombre). Siento que me afantasmo; tal vez, como en ocasiones digo que dijo Woolf, toda historia de amor es una historia de fantasmas.[2] Dejé el Nardil,[3] entre otras cosas, por los efectos secundarios, y ahora parece que uno de los efectos secundarios de la abstinencia es la incapacidad para comunicar cualquier cosa (mis palabras son el S.O.S. en clave morse entre una población de sordos —la imagen es pésima, inserta aquí alguna otra metáfora menos estúpida—), como en los viejos tiempos, i. e. nosotros a los veintitantos. [Comentarios sobre esto más adelante.]
Mi problema con la Disciplina y la Dedicación se ha agudizado,[4] cada vez me resulta más difícil pasarla bien cuando escribo y, al mismo tiempo, ser serio cuando escribo. No sé por qué estoy escribiéndote un correo electrónico en lugar de levantar la bocina del teléfono, y no sé por qué te cuento estas cosas. Tampoco sé por qué tiendo a pensar que soy la única persona a la que le afligen este tipo de banalidades grotescas (no sé por qué tiendo a pensar que no lo son). Extraño las temporadas en que podía sentarme por horas, acompañado solamente del ruido apagado del tecleo, sin acordarme siquiera del aburrimiento.
Como sea, creo que lo que realmente quería decirte (si es que realmente quería decirte algo) es que después de tu última llamada me sentí un poco mejor por la historia que me contaste. Por un momento creí que las cosas sí podían ir, de verdad, mejor. Dijiste que las personas como nosotros —sabelotodos maniáticos del control— tienen tanto miedo de ceder el control, en la ficción y en la vida, que el único modo en que pueden forzarse a cambiar es llevarse a sí mismos al borde de la miseria y la autodestrucción. (Suena tan fatalista que pude haberlo dicho yo; si eso es cierto, supongo que lo mejor debe estar por venir (quizá)). Sin embargo, cuando uno está en esa situación es complicado permanecer optimista. Por eso no tomé ninguna de tus llamadas ulteriores, por eso, también, esta carta —permitámonos ser románticos y decir que esto es una carta.
Ayer recordé la época en que nos conocimos [aquí los comentarios prometidos sobre nuestros años dorados; imagíname dibujando unas comillas de aire mientras digo años dorados]. ¿Recuerdas la foto que nos tomaron en la fiesta de lanzamiento de IJ?[5] Estamos mirando hacia abajo (¿qué?) un tanto sorprendidos, los dos con cabello largo y lentes redondos (eran los noventa), tienes un vaso de whisky en la mano y yo no me veo tan nervioso como estaba, agradeciendo a todo mundo de un modo casi mecánico y esperando que las conversaciones no fueran tan incómodas. Sin embargo, no fue mucho antes de eso que te escribí aquella carta patética donde te decía que sentía una envidia enfermiza por ti (y algunos otros colegas cuyos nombres no repetiré ahora) y por cualquier persona que estuviera produciendo páginas con las cuales pudiera vivir. Eso fue hace dieciocho (¡18!) años y parece que no mucho ha cambiado desde entonces: hoy me siento más o menos igual. Sigo mirando hacia abajo, aburrido, y sigo sin saber qué es lo que miro.
Mis mejores deseos y todo eso,
Dave Wallace
[1]Nota del Traductor. The long thing [la cosa larga] es el modo en que Wallace solía referirse a su novela Infinite Jest mientras la escribía; aquí alude, por supuesto, a su novela inacabada, The Pale King.
[2]Nota del Editor. Esta frase, que se repite en varias ocasiones tanto en la correspondencia como en la obra de Foster Wallace, da título a la biografía que sobre él escribió D.T. Max; de acuerdo con sus investigaciones, es falso que Woolf haya escrito eso alguna vez.
[3] N. del E. El Nardil es el antidepresivo que tomó D.F.W. durante más de veinte años. Hacia finales del 2007, con la aprobación de su médico, dejó de tomarlo porque comenzó a producirle mareos, náuseas y pérdida de apetito; además, creía que no le estaba permitiendo escribir.
[4] N. del E. Se respetan las mayúsculas del original.
[5] N. del E. IJ: Infinite Jest.