Oaxacalifornia
En esta crónica, Rodrigo Jardón nos pasea entre los elementos más icónicos de la cultura mixteca que se encuentran enraizados en las comunidades oaxaqueñas de California, Estados Unidos.
Nacimos en la pobreza porque Dios quiso que viva-
mos en este lugar. Aunque el mixteco salga, luego
se arrepiente y regresa a su tierra porque lo llama la
Virgen Magdalena y tiene que obedecer su llamado.
Y otros, los que salen lejos y andan muchas leguas,
cuando les cae encima la enfermedad, recuerdan que
aquí nacieron y regresan a morir a su tierra.
Fernando Benítez, Los indios de México.
XIXI
Mi abuela Adelaida tiene la creencia de que el cordón umbilical de un recién nacido debe ser enterrado bajo un árbol en el lugar donde el bebé fue parido, una antigua tradición de las comunidades indígenas que le da a la criatura un sentido de arraigo a la tierra: un hogar. En la década de 1940, Adelaida emigró a la Ciudad de México desde la Mixteca Alta de Oaxaca en busca de aventuras y una mejor vida. Cincuenta años más tarde regresó para construir una pequeña casa en Santiago Nundiche, su pueblo natal.
La palabra «Xixi» significa «tía» en lengua mixteca y es como los jóvenes llaman respetuosamente a una mujer mayor como Adelaida en los pueblos de la Mixteca Alta, región que por su complicada geografía aislada entre valles y montañas, ha conservado fuertes rasgos de su identidad prehispánica, como si el tiempo se hubiera detenido.
FRESNO YOSEMITE INTERNATIONAL AIRPORT
El perro policía se alborota, mete la nariz entre la enorme bolsa llena de tlayudas y la caja de huevos amarrada con mecate donde la señora de canas trenzadas ha empacado mole, chocolate y chapulines. El oficial jala la correa del canino y le sonríe a la anciana sin obtener respuesta, ella está ocupada discutiendo con su esposo, un hombre pequeño y bigotón que usa sombrero y viste chamarra de mezclilla con borrega.
No hay ningún turista típico a la vista, es evidente que la vida de la mayoría de personas en esta fila de migración está ligada al campo. El par de viejitos camina lentamente hacia la agente que no les pregunta nada, sólo los mira y pide sus papeles. La mujer de trenzas mete la mano en el hueco entre su pecho y su rebozo gris para tomar un sobre con dos pasaportes y sus tarjetas de residentes permanentes (la green card)
Dos jóvenes reciben a la pareja en el área de llegadas del pequeño aeropuerto adornado con secuoyas falsas. Los llaman desde lejos «Xixi y Xitó»: tía y tío.
FRESNO CITY
La televisión muestra un documental sobre el asesinato de John F. Kennedy. Elio se levanta y corta una sandía, su fruta favorita, luego toma un par de botellas de agua del garaje; aquí el agua de la llave no se puede beber porque está mezclada con los químicos utilizados para regar los campos. Regresa al lado de su padre, termina su plato de sandía y ambos caen dormidos.
El graznido de los cuervos anuncia el amanecer, las últimas estrellas de la noche se van perdiendo entre las siluetas que delinean el maizal, para donde uno voltee hay field. Adormilado, Elio se rasca el bigote y toca la puerta del cuarto de sus padres para despedirse de ellos en el mixteco de la región de Santiago Juxtlahuaca mezclado con algunos términos en español, un idioma poco utilizado en esta casa.
A diferencia de la generación de sus padres, Elio no trabaja en el campo sino que acude a la Universidad de Fresno State. Hace varios años, él y otros jóvenes de la comunidad oaxaqueña de los valles centrales de California, inmigrantes o hijos de inmigrantes principalmente mixtecos, zapotecos y mixes que llegaron a la universidad, comenzaron a organizar el Oaxaqueño Youth Encuentro (OYE), un espacio para hablar de la doble discriminación que sufren por ser mexicanos y por ser indígenas.
Antes de formar parte del OYE, Elio quiso cumplir sus sueños con un grupo de coaching motivacional llamado Visión Efectiva, uno de los mayores fraudes del mundo contemporáneo que opera torturando psicológicamente a sus víctimas, haciéndolas sentir miserables para después venderles cursos de cómo ser exitosas y poner en práctica sus aprendizajes al reclutar a otras. Según él, la mayoría de los asistentes son oaxaqueños provenientes de comunidades muy pobres que dan todo su dinero a esta secta. Los que pertenecen a ella se identifican con un saludo especial doblando el pulgar hacia adentro, como si contaran cuatro.
Por el contrario, en el OYE se ofrecen talleres como: «Derechos legales para inmigrantes», «Cómo valorar el conocimiento no escolarizado», «Identidad indígena e identidad sexual» y «Cómo descolonizar tu dieta», reuniendo a casi 100 adolescentes en las montañas de Tulare County una vez al año durante el otoño, con la intención de sanar las heridas provocadas por la discriminación. Para los organizadores, preservar su cultura oaxaqueña no es sólo un tema folclórico sino una forma de resistir los abusos de un mundo que históricamente los ha tratado como inferiores. Es por eso que Elio maneja a tempranas horas de la mañana a través de los caminos que delimitan los campos de maíz, y que al salir el sol se convierten en calles que desembocan en la ciudad de Fresno, para recoger de las oficinas del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales los trajes y vestidos típicos de Xiadani del Valle, el grupo de baile folclórico al que él pertenece.
Un letrero en la avenida Van Ness anuncia Fresno: The best little city in the U.S.A. El auto de Elio pasa frente a un car wash, los Bail Bonds, un Pare de Sufrir, la Taqueria Yarelis, famosa por el gigante Burrito Anaconda y licorerías merodeadas por vagabundos, todos estos lugares adornados con banderas norteamericanas. Fresno es la ciudad más deprimida económicamente en la región de California, el llamado Estado Dorado, y una de las más pobres de los Estados Unidos. Lo que los gringos llaman The wrong side of the tracks.
WEST FRESNO
Con una mirada penetrante, desde la sombra que produce la visera de su gorra, Rey mira fijamente a los ojos de las personas cuando les estrecha la mano. Con su enorme cuerpo carga una montaña de sacos, látigos y máscaras de madera para ponerlos en la cajuela de su automóvil. Antes de acomodar las cosas toma uno de los látigos y lo azota una y otra vez en el estacionamiento del parque de remolques donde vive con sus dos hermanos y su madre; ella los trajo aquí desde el pueblo de San Miguel Cuevas, Oaxaca, cuando eran niños.
Cansado, se sienta en el borde de la defensa del auto, deja el látigo y toma las chiveras, tiras de cuero cubiertas de pelos largos de animal con las que los danzantes del Baile de los Diablos y el Baile de los Rubios cubren sus pantalones. Con una delicadeza que contrasta con el latigueo anterior comienza a peinarlas y piensa: «Esto es muy caro… You know?»
Dentro de la casa está Jorge, el hermano mayor de Rey, pintando obsesivamente cuadros que muestran a personajes de las celebraciones mixtecas, hombres posando con máscaras de diablos, mujeres con vestidos de manta, un guerrero jaguar y un campo agrícola con jornaleros. Entre un cesto de frutas, algunos tópers y latas de refresco vacíos, las pinturas vinílicas de Jorge permanecen a la mano, su brazo encogido sostiene el pincel que traza el marco garigoleado de un cuadro mientras él mira de reojo a Leonardo DiCaprio y Cameron Diaz bailando en Gangs of New York: lo emociona la fantasía romántica de algún día conocer una chica que lo ame incondicionalmente.
Al fondo persiste el sonido de una máquina de coser proveniente de un cuarto esquinado y cerrado con seguro, aparentemente el único con acceso a luz natural. Detrás de la puerta hay una mujer cosiendo pedazos de tela, remendando vestidos, haciendo y deshaciendo mecánicamente piezas de ropa para conseguir dinero y comprar comida, principalmente para ella y Jorge, quien jamás ha conseguido trabajo debido a su autismo.
Con todas las máscaras, chaquetas y látigos adentro de la cajuela, Rey se dirige a una gasolinera para llenar el tanque y comprar un breakfast burrito. Los hombres de la fila para pagar los alimentos traen puestos gorras o sombreros: la mitad se ve muy joven, la otra mitad muy vieja. Algunos sostienen cajas de cerveza con sus manos callosas: es fin de semana y están lejos de sus familias. Rey prende el motor una vez más y pone un álbum del rapero 50 Cent: Get Rich Or Die Tryin’. El sol californiano de la mañana hace que su piel morena brille y se vea dorada.
CALWA PARK
Miguel supervisa el montaje del escenario principal, su largo cabello amarrado en una sola trenza y a rape de los lados no sólo le ayuda a soportar el calor húmedo del Calwa Park sino que le da un aire heroico a sus rasgos indígenas. También conocido por su nombre artístico como Una Isu, «Ocho Venado»,(tributo al rey mixteco Ocho Venado Garra de Jaguar), Miguel es líder de su comunidad y un rapero profesional trilingüe que mezcla en sus canciones el mixteco con el inglés y el español.
El olor a barbacoa de borrego llega envuelto en humo desde la esquina de los foodtrucks estacionados en el parque. Una familia calienta el manjar, preparado la noche anterior, al lado de las tlayudas de tasajo y chorizo, el mole, pozole, chocolate, tejate, chapulines y otros platillos típicos de Oaxaca. Los aromas que recorren los puestos traen recuerdos de las abuelas cocinando con ollas de barro en sus casas de adobe. Para los niños hay nieve tradicional de leche quemada.
Elio arregla los trajes en el perchero colocado dentro de una carpa ubicada detrás del escenario de baile; poco a poco sus compañeros de grupo van llegando. Las mujeres se prueban vestidos y ponen maquillaje, y los hombres amarran sus cintos encima de la ropa de manta. Sus hijos los esperan jugando en los columpios.
Mientras su carrera en el rap despega bajo el nombre artístico de Mixteko, siguiendo los pasos de Una Isu, Rey trabaja en la organización Centro La Familia por la defensa legal de los migrantes, apoyando en la difusión y la realización de eventos para recaudar fondos. Coloca una mesa con mantel azul y sobre ella varios folletos: «¿Abuso doméstico? NO MÁS / Domestic abuse? STOP», «Conoce tus DERECHOS / Know your RIGHTS», «Atención beneficiarios DACA / Attention DACA beneficiaries». Una mujer lleva a un niño tomado de la mano y otro en su rebozo, se acerca temerosa a mirar la mesa. Rey le da un bonche de folletos, un par de plumas y una gorra.
Al fondo del parque, frente a las paredes grafiteadas que lo separan de un conjunto residencial, se extiende un mercado con artesanías de barro negro, alebrijes, sarapes, sombreros, morrales, ceniceros de pasta decorados con soles aztecas, collares, aretes, rebozos, huaraches, juguetes de madera y playeras de Frida Kahlo. Entre huipiles bordados triquis, istmeños y mixes, una muñeca rubia viste un traje tricolor híbrido, típico de las meseras de Sanborn’s.
Un padre le ajusta a su hijo una máscara de luchador, no precisamente oaxaqueña pero sí asociada a la cultura mexicana; la paga con billetes verdes cuando repentinamente comienza el estruendo de la banda de viento. Todos voltean a ver la silueta de un monstruo: se ve gigante por los cuernos que adornan su cabeza, porta una máscara de diablo y camina tomado de la mano con dos niñas. Le sigue una docena de diablos bailarines que levanta el polvo con su zapateado y el golpe de sus látigos.
GUELAGUETZA
En años recientes, la mezcla cultural entre México y Estados Unidos ha abierto nuevos caminos identitarios a través del arte, con generaciones enteras de niñas y niños indígenas nacidos o llevados a distintos estados de la Unión Americana que hablan su lengua materna en casa y la mezclan con el inglés que aprenden en las escuelas. Ellos han encontrado en el lenguaje universal de la danza y la música una forma de preservar sus raíces a pesar de las fronteras, creando así nuevas identidades como en el caso de los «oaxacalifornianos».
Una vez al año, a mediados de septiembre, los oaxacalifornianos de Fresno y sus alrededores recrean en el Parque Calwa el evento más importante de su comunidad: la Guelaguetza. Con orígenes en la época prehispánica, en esta celebración de identidad indígena tanto niños como personas de tercera edad participan en las danzas folclóricas tradicionales como el baile Flor de Piña, baile del Torito Serrano, jarabe ejuteco, jarabe mixteco, los sones istmeños que se bailan con huipiles de tehuana o la Danza de la Pluma, que retrata simbólicamente la conquista de los españoles sobre el Imperio azteca.
La Guelaguetza es representada por muchos otros grupos de mexicanos que viven en los Estados Unidos, orgullosos de sus costumbres, música, forma de pensar y valores. Pero aquí, por la concentración de población mixteca del municipio de Santiago Juxtlahuaca, destacan la Danza de los Rubios —que representa la vida rural de los hombres mixtecos quienes al final de su jornada de trabajo prenden fogatas y beben aguardiente—, así como los terribles monstruos de la Danza de los Diablos, una tradición que parece salida de una pesadilla del fin del mundo.
Actualmente existen una decena de grupos de diablos en Fresno como el Nosave y el Nuu Yuku, entre los cuales hay conflictos sobre la autenticidad de sus bailes: están los más conservadores, quienes piensan que las máscaras no deben ser modificadas ni siquiera con la laca para proteger la madera, hasta los que hacen máscaras con influencia de personajes de la cultura popular estadounidense como Spider-Man, los Transformers o los Power Rangers.
Los bailes son representados en fiestas patronales y carnavales de Oaxaca, donde se danza la chilena mixteca y se portan máscaras, chiveras, lazos, látigos, sacos, botas y paliacates de colores para contagiar el entusiasmo a todos los espectadores.
Cuando los migrantes de Santiago Juxtlahuaca se estaban organizando aquí, hace más de 15 años, sólo tenían un grupo de baile y cualquiera era bienvenido; eran tiempos en los que todos tenían un fin común. Al asentarse y cubrir sus necesidades básicas con trabajo y vivienda fijos, cada quien «jaló agua para su pozo»; pareciera ésta la naturaleza de los grupos humanos en el proceso de la globalización.
CASA SAN MIGUEL
Cadenas de papel picado de colores rezan: «Bienvenido a San Miguel». ¿En dónde está Mixteko?», preguntan unos niños a sus padres. Rey, quien algunas veces realiza en las fiestas presentaciones en vivo de sus temas de rap, llegará tarde a la celebración porque tuvo un evento de fundraising de su trabajo.
No importa, un primo abre la primera Bud Light y la bebe mientras sostiene a su hijo en el regazo; van llegando los demás primos, cargando 12 packs y acomodan sus sillas bajo un árbol en la esquina de las calles Santa Clara y B Street, en el barrio conocido como Casa San Miguel. La comunidad migrante originaria del pueblo de San Miguel Cuevas en Oaxaca, México, celebra su fiesta patronal por el día de San Miguel Arcángel, jefe de los ejércitos de Dios, el 29 de septiembre de cada año.
Tras atender al saludo de la figura del Santo Patrono, adornado con cientos de flores y veladoras en una vitrina colocada al centro del garaje de la casa del mayordomo, los asistentes son invitados a sentarse. Las tías salen, entran y vuelven a salir de la cocina apareciendo platos de mole negro con pollo y arroz rojo. Los ponen al lado de las tortillas envueltas en servilletas bordadas, sobre las mesas de plástico rentadas, abarrotadas de botellas de Coronitas que hombres y mujeres beben por igual.
Una vez que todos han comido, por fin es hora de que entren los diablos, el orgullo de la comunidad. Sorprende la cantidad de niños y niñas involucrados. Rey —Mixteko— aparece en su Honda blanco, salió tarde de trabajar porque al final del evento de beneficencia en el cual fungió como mesero se quedó tomando de las botellas sobrantes. Se sienta con los primos, está muy cansado para bailar pero no para ayudarlos a terminarse las Bud Light. Mientras las tías recogen, Rey y sus amigos Eddie y Joseph siguen bebiendo hasta olvidar si están en California o back in Oaxaca.
Al caer la noche, una patrulla se detiene en el extremo de la calle todavía cerrada, con niños corriendo, baños portátiles y hombres disfrazados de diablos. Un oficial desciende de ella; se queda unos minutos a observar el baile, luego pregunta si todo está en orden. Uno de los primos corre a decirle que no hay ningún problema.
Rey, con la mirada fija que lo caracteriza, observa en silencio el baile y piensa en su traje guardado en la cajuela, el que no pudo sacar en la Guelaguetza por estar atendiendo su puesto de volantes y que tampoco se pudo poner hoy porque llegó tarde y cansado.
Cuando Rey se viste y baila como diablo se transforma en otra persona, se olvida de todo, de las peleas familiares, de su novia celosa, de la falta de dinero y de sus problemas con la ley. Él siempre bromea con sus amigos: Dancing gets me high. Bailando piensa en cómo sería su vida si se hubiera quedado en el pueblo cuyas tradiciones tanto añora, sin haber ido a la escuela, sin dinero, sin la oportunidad de grabar sus discos de rap y seguramente sin los breakfast burritos que tanto le gustan. Sabe que algunas veces es más fácil querer de lejos porque sólo se tiene la idea abstracta de algo, cuando se vuelve real se pierde la ilusión. ¿Es ésta su naturaleza por no ser ni gringo ni mexicano, ni oaxaqueño ni californiano? Para él no será fácil encontrar su lugar en el mundo y lo tiene muy claro.
Rey regresa a casa y estaciona su auto. Antes de apagarlo, los faros frontales iluminan las escaleras de madera en donde yace tirado su hermano menor con las manos tiesas, juntas entre sus piernas como si estuviesen amarradas a sus botas puntiagudas: «Anduvo de loco». El sombrero le cubre la cara y al levantarlo para llevarlo a la cama, Rey queda embarrado de su saliva. Es imposible no pensar en los hombres tirados en las calles después de las borracheras en los pueblos de la Mixteca, los compadres felices que no pudieron abrir la puerta de su casa o los hombres tristes y solos que simplemente no tienen a dónde ir.
Su madre despierta con el ruido que hace al entrar a casa arrastrando a su hermano, les grita reclamos en una lengua que sólo entiende la gente de San Miguel Cuevas, la especificidad del mixteco en cada pueblo es producto de su aislamiento en feudos durante cientos de años. Jorge está muy aturdido, pero es difícil decir si realmente está asustado, no levanta la mirada de su cuaderno de rayas en el que practica su escritura con la misma frase una y otra vez: I deserve to be loved. Rey lo abraza para tranquilizarlo y le dice en voz baja y serena: Don’t worry. I’m gonna make it and when I make it, I’m taking you with me.