Tierra Adentro

Una apuesta segura: un director taquillero, futbol, una fórmula ya probada y un elenco popular. La primera serie de Netflix producida en América Latina corrió a cargo de Gary Alazraki, el director que con su ópera prima, Nosotros los Nobles, se hizo de un lugar en la historia de la cinematografía nacional, pues se convirtió en una de las películas más taquilleras y con mayor distribución. Según entrevistas, le ofrecieron hacer una serie derivada de su exitosa película; en lugar de esto, desarrolló un concepto similar, junto a Michael Lam, que fuera más adecuado para una serie. Pese a que opciones y ansiosos candidatos no faltarían, Netflix optó por impulsar un proyecto reconocible para el público y que fuera de su agrado.

Alazraki estudió en la New York Film Academy. Además de su primera película y tres cortos más, su experiencia está relacionada principalmente con proyectos publicitarios. ¿Por qué confiar este reto, que inauguraría una posible y fructuosa relación con el público latino, a un director así? Suspicazmente se podría achacar a que es el CEO de Alazraki Entertainment, una parte de Alazraki Network, una de las más importantes firmas de comunicación y entretenimiento en español, dirigida por su padre, Carlos Alazraki. Pero sería injusto restar credibilidad a su trabajo sólo por ello, hay que reconocer, en primer lugar, su honestidad creativa al momento de elegir historias y personajes que de alguna manera son cercanos a su entorno y realidad.

Club de Cuervos inicia con la muerte del patriarca de la familia Iglesias, dueño del club de futbol Los Cuervos de Nuevo Toledo, pueblo ficticio que mezcla rasgos norteños, del Bajío y centro del país. La historia se desmarca rápidamente de su fuente de inspiración pues la muerte desata una lucha despiadada por el control del club entre hermanos que no provienen de la misma madre. Chava Iglesias (Luis Gerardo Méndez) sabe poco sobre el funcionamiento del club, es un advenedizo que se aleja de la vagancia glamurosa creyendo que su padre le ha encomendado una misión. Isabel Iglesias (Mariana Treviño) en cambio, ha trabajado varios años para el equipo, se ha preparado para ser quien continúe el legado de su padre y lleve al club a la gloria futbolística. A lo largo de trece capítulos daremos un recorrido por las diversas facetas del mundo del futbol. Los agentes personificados a través de Eliseo Canales (Carlos Bardem). El consejo del club y la directiva con Félix Domingo (Giménez Cacho), que se quedará en medio del fuego cruzado para intentar mantener a flote al equipo. A nivel de cancha conocemos al entrenador Goyo (Emilio Guerrero) y sus jugadores: Potro (Joaquín Ferreira), delantero argentino; el novato Tony (Juan Pablo de Santiago), Moisés (Ianis Guerrero), delantero y héroe local; Rafael Reyna (Antonio de la Vega), portero veterano; El Cuau (Said Sandoval), mediocre hasta el tuétano, entre otros. Conforme avanza el conflicto entre los Iglesias, conoceremos las penas y glorias del futbol, los riesgos, mañas y tejemanejes del deporte más amado tanto nacional como internacionalmente. Los medios también toman un papel muy relevante en la trama; dos cronistas, personificados por Mark Alazraki y Francisco Alanís, Sopitas, reflejan las opiniones encontradas tras cada torpe decisión y fatídico acontecimiento de este equipo. Para complicar las cosas, un último miembro (y heredero) de la familia Iglesias crece en el vientre de Mariluz, amante del difunto patriarca que tendrá que luchar porque se le reconozcan sus derechos mientras huye de un oscuro pasado del que se nos revela muy poco.
 
Un gran acierto al momento de elegir esta serie fue apostar por un panamericanismo al incluir personajes de otras latitudes (Colombia, Argentina, Brasil) y representar problemas que les son estructurales (machismo, nepotismo, corrupción, tráfico de influencias, clientelismo), dentro de un universo atractivo y conocido por el público al que se dirige. La historia no pretende establecer situaciones recurrentes para llenarlas de gags a lo sitcom. Va a buen ritmo, da pasos contundentes en algunos casos; sus personajes deciden, cambian y avanzan hacia puntos irreversibles a pesar de que a veces se nos muestran demasiado difusos. Algunas situaciones resultan previsibles o redundantes y restan un poco de interés y tensión a la historia. Manejar a tantos personajes no es cosa fácil, pero con salvedades se logra satisfactoriamente. Sorprende el buen uso de un lenguaje cinematográfico bien mezclado con recursos documentales y televisivos que le dan soltura y novedad, junto a una edición limpia; sin embargo, la apariencia de la serie no deja de recordar por momentos a la estética de los comerciales televisivos. Es notable la mejora en el trabajo de dirección de Alazraki, aunque se puede hacer más. El elenco en verdad resulta inmejorable, la producción refleja alta calidad, las actuaciones, pese a que son dispares en algunos sentidos, logran su cometido.
 
La corrupción, la lucha por el poder, las decisiones disparatadas de un junior que dejan sin rumbo ni proyecto a una colectividad ¿Les suena conocido? Tal parece que ese es el sino de nuestros tiempos, el bien llamado mirreynato. Un microuniverso que reproduce la lógica del poder no sólo de nuestro país sino de varios que no han podido sacudirse del todo el funcionamiento colonial. Es curioso que sea precisamente Alazraki quien desarrolle historias sobre esto.
 
De forma irónica, varios miembros del equipo de guionistas, sea decisión de la empresa o del director de la que se supone sea la primera serie latina de Netflix, son estadounidenses. ¿Por qué buscar a guionistas sajones para una serie en español con un contexto mexicano para un público latino? ¿En verdad existen tan pocos guionistas decentes en nuestro país? De esta manera resulta contradictorio el gran comentario sobre malinchismo que construye la serie alrededor de Aitor Cardoné (Alosian Vivancos), superestrella del futbol español.
 
Eso sí, con todos sus aciertos, hay muchas reservas. ¿Qué cabe esperar de producciones venideras? Esperemos, en todo caso, que las productoras se animen a salir de esa zona de confort que sepulta a las audiencias con su unilateral manera de representar nuestra realidad inmediata. El público (al menos parte de él) está cansándose de las series sobre narco y política. La realidad ya es demasiado cruenta para que encima se busque vanagloriar a figuras así. En todo caso, Club de cuervos es un buen punto de partida y arranque.