Tierra Adentro
Fotografía de Dylan Thomas. Recuperada de Flickr (CC BY-NC-ND 2.0 DEED)
Fotografía de Dylan Thomas. Recuperada de Flickr (CC BY-NC-ND 2.0 DEED)

Thomas canta todavía en sus cadenas

Como el mar —una fuerza que guía las flores.

Seamus Heaney

No vayas dócilmente a esa buena noche, 

la vejez debe arder y delirar al acabarse el día, 

reniega, reniega contra la muerte de la luz.

“He bebido dieciocho vasos de whisky, creo que es todo un récord”. Se dice que fueron las últimas palabras de Dylan Thomas en su cama del hospital en Nueva York, a principios de noviembre de 1953. Aunque no es seguro que en efecto esas hayan sido sus últimas palabras, reflejan, en cambio, una parte de la personalidad del poeta y de cómo era percibido. Un hombre entregado a la bebida que ponía gran atención a cómo era percibido por lo demás, a lo que hay que sumar el hecho de que hubo quienes aseguraron que su muerte fue causada por su consumo desmedido de alcohol, cosa que queda manifiesta con el récord del número de vasos de whiskey. 

Se sabe que Dylan Thomas murió en el St. Vincent’s Hospital de Nueva York el 9 de noviembre; ni siquiera habían pasado dos semanas desde su cumpleaños número treinta y nueve. Pero la prematura muerte despertó una serie de especulaciones: fue un suicidio, estaba tan deprimido que bebió hasta morir, o una neumonía —lo que en realidad fue el caso—. Días antes, una dama aseguró ver a un hombre corpulento —su descripción, dicen, se ajustaba a la del poeta galés—, quien se tambaleaba de borracho y que, en su estado, en el cual no podía ni siquiera articular palabras, insistía en darle su libro de poesía, hasta que se desvaneció en las vías del tren. Se ha llegado incluso a darle nacionalidad a la dama, danesa, pero poco se clarifica esa anécdota, y aunque más prosaico y, por ende, menos digno del poeta, considerado por algunos críticos el mayor en lengua inglesa del siglo XX, Dylan Thomas tuvo un desvanecimiento en la calle, razón por la cual terminó en el hospital. 

Y es que para ese año Dylan Thomas era percibido en los Estados Unidos como una estrella, una estrella que hechizaba con la voz y con sus palabras. Estaba envuelto en el glamur —no en el sentido en el que entendemos el término en la actualidad, sino más cercano a la magia, al encanto; el sentido que tuvo en la antigüedad—. 

Piensan los sabios que en su fin pueden recibir a la oscuridad 

porque sus palabras los desviaron, no los iluminaron, 

no van dócilmente a esa buena noche.

“Do not go gentle into that good night” es uno de los poemas más conocidos de Dylan Thomas. Fue compuesto en Florencia en 1947 en una estancia que Thomas realizó ahí por obtener una beca de viaje que otorgaba la Sociedad de Autores, junto a este poema escribió el libro In Country Sleep, and Other Poems, que vio la imprenta en 1952. De ahí que se descarte la posibilidad de que el poema hubiese sido compuesto en la agonía de su padre, David J. Thomas, que acaeció en diciembre de 1952. 

Se trata de una villanela —aunque también es posible encontrar el término como villanelle, como se acuñó en francés—, una composición poética estricta compuesta por cinco tercetos y un cuarteto, el verso primero y el final de la primera estrofa se repiten como remate, así como el primero de las estrofas pares y el segundo de las estrofas impares, para cerrar, seguido uno de otro el cuarteto al final del poema. “Do not go gentle into that good night” es una de las villanelas más famosas, aunque en la época en la que se compuso no era común utilizar esta forma poética para expresar temas elegiacos. Los poetas de siglo XX que se sirvieron de esta composición demostraron que no solo admitía temas alegres o pastoriles —por su origen en la lírica francesa—, sino que también era posible utilizarla para expresar la pérdida y el duelo, como es el caso de“One Art” de Elizabeth Bishop, “Villanelle” de W. H. Auden, o “Mad girl’s love song” de Sylvia Plath. 

El poema es complejo y es una negación de la aceptación de la muerte. Es uno de los poemas que más se recitan en los funerales en el mundo anglófono —un contemporáneo de Thomas compuso otro poema una década antes que también es recitado con profusión en los funerales: “Funeral Blues” de W. H. Auden—. Asimismo ha aparecido en películas como Interstellar (2014) de Christopher Nolan, recitado por el actor Michael Caine. 

Buenos hombres, pasada la última ola, con un llanto tan brillante 

con sus frágiles semillas habiendo danzado en una verde bahía, 

reniegan, reniegan contra la muerte de la luz.

El auditorio está a reventar, el público ha escuchado en radio las grabaciones del poeta que se va a presentar y saben que tienen que escucharlo de viva voz. Se apagan las luces y los reflectores iluminan un micrófono en medio del escenario. Aparece un hombre regordete, pocas personas piensan que él pueda ser un poeta. Se acerca al micrófono, se pone la mano sobre la frente para que sus ojos se acostumbren a la luz que le da de lleno en la cara. Carraspea y comienza a recitar, con una voz potente y que parece surgida de otro mundo:

And death shall have no dominion 

Dead men naked they shall be one

With the man in the wind and the west moon […]

Esas primeras palabras bastan, están no solo ante un poeta, sino ante un hechicero, un bardo, un vate que es capaz de conjurar a los espíritus con su palabra. No hay más mundo que esa voz que habla de un mundo en el que la muerte dejará de prevalecer. 

And death shall have no dominion. 

No more may gulls cry at their ears

Or waves break loud on the seashores;

Where blew a flowers no more

Lift its head to the blows of the rain;

Thought they be mad and dead as nails, 

Headset of the charracters Hammer through diasies;

Break in the sun till the sun breaks down, 

And death shall have no dominion

Ese público volverá a la siguiente noche o le dirá a sus conocidos que tienen que ir ellos a escuchar ese prodigio. Es febrero de 1950, Dylan, con las lecturas de sus poemas, está camino a convertirse en una superestrella. En la última gira, en la que terminó muriendo, Dylan Thomas será escuchado por un joven, Robert Allen Zimmerman, quien decidirá tomar el nombre propio del poeta para crear el nombre que utilizará en el escenario y por el que llegará a ser reconocido mundialmente, hasta ganar el Premio Nobel de Literatura: Bob Dylan. 

Salvajes que atraparon y cantaron al sol en vuelo

y aprendieron, demasiado tarde, a afligirse, 

no van dócilmente a la buena noche.

Decidí hablar de “Do not gentle into the 4ood night” no solo por ser el poema más conocido de un poeta de la altura de Dylan Thomas —quien cumple con creces el dictum rilkeano que establece que un buen poeta lo es con haber compuesto siete obras dignas de llamarse poemas—, hablar de“The death shall have no dominion”, “I see the boys of Sommer”, “Do you not father me”, “In Country Heaven”, “Light breaks where no sun shines”, “We lying by seasand” o “A Refusal to Mourn the Death, by Fire, of a Child in London”, por mencionar solo siete poemas que considera Rilke y circunscribiéndome a mi gusto personal —hay, en esto del gusto, algunos criterios objetivos y todos quisiéramos decir que es a ellos a los que nos atenemos cuando hablamos de nuestras preferencias, pero no podemos pretender que esos criterios son los únicos que priman en nuestras lecturas—. 

Por supuesto que “Do not go gentle…” es el poema más conocido de Thomas, pero no lo escogí por eso, sino por la forma en que resuena, por la manera en la que me llega. Porque, sí, es un poema compuesto al duelo —los terapeutas y especialistas dirían que corresponde a la etapa de negación del mismo—, pero es mucho más que eso. Para empezar, la musicalidad con la que la compuso envuelve a su lector: Dylan Thomas como pocos poetas del siglo XX ponderó la dimensión musical y de recitación —como buen alumno de W. B. Yeats— de la poesía, y la convoca a la actitud de rebeldía frente a la muerte próxima. 

La primera estrofa establece el tono, a un tiempo dolorido y enfurecido frente a la muerte, mientras que el imperativo de la primera línea es casi un ruego: Do not go gentle into that good night,un ruego que se acentúa por la metáfora de la muerte próxima (night) y el adjetivo que lo acompaña (good). Los siguientes versos muestran el tono de reniego y exigencia que marca el poema: Old age should burn and rave at the close of the day/Rage, rage against the dying of the light. Aquí fue donde me tomé la mayor libertad en la versión que hice del poema, pues en lugar de utilizar la palabra rebelar como traducción de rage, me decanté por el verbo renegar, que por una parte es de un uso muy generalizado en la variante dialectal en la que crecí y, por otra. tiene mucha fuerza fonética al utilizarlo en imperativo. 

Las estrofas dos a cuatro muestran a hombres que por su condición no tendrían que preocuparse por la muerte próxima, o incluso la han aceptado, como los wise men de la segunda estrofa, pero que, aun ellos, en última instancia, reniegan de su destino ante las puertas de la muerte. Aquí entra la problemática de la conjugación verbal, y de concordancia de número, que imposibilita que el imperativo de los versos 1 y 2 de la primera estrofa queden tal cual, al cierre de las estrofas dos, tres y cuatro; quizá se puede solventar con cambiar a usted en la primera y quinta estrofas, con las que la voz poética se dirige al padre y cambiar de plural a singular los hombres de quienes habla, pero aún así, el verbo ir no queda igual en uno y otro caso. 

En una lectura superficial se podría pensar que el poema es sobre el llamado al padre de la voz poética a no aceptar la muerte, a renegar de ella y rebelarse en su contra. Los elementos para esa lectura están ahí y nadie impide que así se tome esta villanela. Sin embargo, esa no es la única lectura que es posible hacer de “Do not go gentle…”; algunos estudiosos han apuntado que la voz poética de este poema al hacer este llamado contra la muerte, en oposición a ella, lo que está haciendo es un llamado a la vida, un llamado que se hace a sí misma. 

Para esta lectura se plantea que el poema fue compuesto  mucho antes de la agonía de su padre, D. J. Thomas —quien fue un escritor que nunca alcanzó reconocimiento y a quien el poeta debía en última instancia su vocación y con quien tuvo una estrecha relación—, aunque esta interpretación también tiene su elemento falaz, porque da por sentado que aquello compuesto por el poeta necesariamente le ocurrió —conocida es la anécdota de Dylan Thomas cuando alguien trataba de hablar del significado de sus poemas o la interpretación de los mismos, y él se tiraba al suelo, se tapaba las orejas y empezaba a berrear, negándose a aceptar ninguna interpretación que sobre su escritura se hiciera; hubiese estado de acuerdo con Susan Sontag en su ensayo Against interpretetion—. 

El llamado a renegar y rebelarse ante la muerte está explícitamente dirigido al padre de la voz poética, pero nada impide que al leer el poema ese llamado sea hacia uno mismo, un llamado para vivir, para abrazar la vida —análogo al que hace Catulo en Vivamus atque amemus, Lesbia mea—, porque la muerte nos aguarda en cualquier momento. 

Hombres serios, cerca de la muerte, que vieron con mirada ciega 

ojos ciegos que pueden resplandecer como meteoros y alegrarse, 

reniegan, reniegan ante la muerte de la luz

Dylan, en su cuarto del Chelsea Hotel en Nueva York, trata de escribir la ópera con la que se comprometió, la que Stravinsky habrá de poner en escena, pero el resfrío que lo atosiga no le permite concentrarse ni poner una sola palabra sobre la página. La tos lo atormenta. Ese resfrío lo adquirió en alguna de las estaciones de tren en las que ha descendido, cargando sus propias maletas; es una estrella a la que todo mundo tiene que escuchar, pero todavía tiene que cargar su propio equipaje. Decide salir de su cuarto, ir en busca de un doctor o, cuando menos, un vaso de whisky, ya que si no puede escribir, al menos se ha de emborrachar —conocida era su afición al alcohol, pero también que nunca escribía ebrio—. 

Mientras camina, temblando, por los pasillos del hotel se da cuenta que ese mínimo esfuerzo lo agota y que hasta el aire le falta. Espera el elevador. Baja al lobby, piensa en sentarse en uno de los sillones y pedir en recepción que llamen a un médico para que vaya a verlo. Pero opta por salir, por buscar él mismo atención médica.

Es el cinco de noviembre, el viento corre frío del norte. Dylan se repecha bajo su gabardina. Da algunos pasos hasta que cae desmayado frente al hotel en el que se ha estado quedando. 

Llega en estado de coma al hospital, del que no sale. Muere cuatro días después, el nueve de noviembre de 1953. El veintisiete de octubre acababa de cumplir treinta y nueve años. 

Y tú, mi padre, ahí en las tristes alturas, 

maldíceme, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas. Ruego. 

No vayas dócilmente a la buena noche. 

Reniega, reniega contra la muerte de la luz

Referencias 

Thomas, Dylan, Collected Poems, Nueva York, New Directions Publishing, 2010.

https://poets.org/poet/dylan-thomas