Tierra Adentro

Titulo: Despertar con alacranes

Autor: Javier Caravantes

Editorial: Fondo Editorial Tierra Adentro

Lugar y Año: México, 2012

 

Algo sucede en Puebla. Es predecible, incluso, pensarlo, porque desde hace años la escritura de los autores que viven en Puebla es visible como antes no lo era. Hay una camada, no sé si con lazos comunicantes o no, pero sin duda acompañada, que escribe bien en ese estado; escribe tan bien que la frase anterior es un mero formulismo y no alcanza a definir por completo la diversidad de las miradas de los escritores poblanos.

Y aquí me enredo. ¿Pueden ser estos escritores definidos sólo como autores poblanos o ya es hora de abandonar los regionalismos? No lo sé, ellos lo dirán. Lo cierto es que al ser poblanos o no, hay una literatura escrita en ese lugar que aguijonea. Si en Coahuila se habla de la golden age del desierto, ¿cómo se podría nombrar a la golden age de Puebla? Que ellos se definan.

Aunque el tema de este texto no es tanto la producción literaria en Puebla a principios del siglo XXI, sino una conversación a partir del libro de cuentos Despertar con alacranes, ópera prima de Javier Caravantes (Atlixco, 1985) y publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, me sirve como pretexto para hacer un rápido repaso de muchos de los recientes escritores poblanos que han despuntado con su obra literaria y que son oriundos o se han avecindado a la ciudad de los ángeles.

La lista, que no es completa, incluye a Jaime Mesa y su novela Rabia; Gabriel Wolfson y su estupendo libro de cuentos Ballenas; el guerrerense pero poblano por adopción, Federico Vite y sus Fisuras en el continente literario; Ojos que no ven, corazón desierto, de Iris García Cuevas, acapulqueña que vivió varios años en Puebla; Luis Felipe Gómez Lomelí cuyo libro Todos santos California es, creo yo, uno de los mejores libros de cuento de mi generación; sin olvidar, por supuesto, la obra de Iván Farías, Judith Castañeda, Yussel Dardon, reciente ganador del Premio Nacional de Cuento Julio Torri; Eduardo Sabugal, la estupenda novela de Eduardo Montagner, Toda esa gran verdad, la obra de Alejandro Badillo y no puedo omitir Pisot, los dígitos violentos, de Isaí Moreno ni por supuesto el sensacional proyecto literario de José Luis Zárate, Gerardo Porcayo y Beatriz Meyer.

En este rico marco de referentes incluyo Despertar con alacranes, de Javier Caravantes. Desde la dedicatoria se intuye uno de los temas centrales de la obra: “Los alacranes son para mis padres”.

Para Caravantes los padres son una mezcla de esperanza, abuso, responsabilidad, ausencia, cobardía y violencia. En el primer cuento del libro, “San Cristóbal”, un chico y sus padres salen de Honduras para huir a los Estados Unidos. Después de mucho sufrir llegan a Córdoba donde se quedan a vivir por una temporada en una casa para indocumentados. Siempre está presente en los sueños de la familia la llegada al “otro lado”, pero también la protección divina del san Cristóbal, santito familiar. Al final del viaje ni siquiera la protección divina de san Cristóbal logrará cuidarlos. Primer strike donde fallan los padres.

El segundo cuento, “No supimos buscar”, es la historia de un par de jóvenes que entran a un retiro espiritual con la esperanza de coger con las chicas guapas que asisten a él. Muy pronto descubren que la aventura no saldrá con los lances que esperan, pero que los conectará con su familia, con los pasados grises de su vida. ¿Qué es la adolescencia sino un llenarse de grisura, descubrir que somos grises, comunes y corrientes? Al final de cuento el personaje principal recibe una carta de su padre donde éste le dice cuánto lo ama. Como lector uno podría sentir que está ante un cuento con cierta dosis de ternura, con personajes que se encuentran de golpe ante una incierta suavidad, pero rápido caemos en la trampa. Al final de la historia ni el personaje se siente comprendido. Segundo strike para los padres.

Esta ausencia de los padres se palpa con más claridad en el quinto relato del volumen, “La oportunidad”. Santiago es un niño que sólo desea jugar futbol, pero se ve en medio de la guerra de sus padres quienes anhelan para él una exitosa carrera como niño-actor de comerciales. Santiago es sólo una herramienta para que los padres consigan dinero o para que mediante el éxito del niño logren cierto color en su opaca existencia. En este cuento finalmente los hijos se rebelan, como genialmente lo describe Caravantes en las últimas líneas del relato. Primer hit para los hijos y que se replica en el cuento “24/02/2010”, donde un hijo está tenso porque debe visitar a su madre, pero no quiere verla.

Hay otro aspecto interesante en la narrativa de Caravantes. Sabe iniciar los cuentos con frases contundentes, pero también los cierra con atmósferas inesperadas. Los finales de Despertar con alacranes son abruptos y sorprendentes, pero no al estilo impuesto por Horacio Quiroga que ha terminado con la diversidad cuentística de tantos escritores que por seguir su decálogo olvidan su intuición narrativa. En “Sí o no” el cuento termina con el inicio de una huida; en “Te quedas”, un joven, después de rondar a una chica, accede a un secreto terrible de la madre de ésta y lo mismo ocurre en “Las Armas”, cuento donde un adolescente descubre en la última línea lo que significa pasarse de los límites.

Cuentos sobre la paternidad, sobre la adolescencia, retratos grises; no me gustaría ser un personaje de Javier Caravantes. Los trata muy mal. Les da esperanzas, pero en la última línea los sacude para que exprimirles esa belleza de la desesperación, ese punto donde la ficción se vuelve real porque empata en nuestras propias grisuras. Lo logra gracias a una prosa limpia, práctica y a respetar la historia.

Quien lea este libro pensará en la relación que tienen sus padres. No sé de dónde vendrán los piquetes del alacrán, si de ellos hacia nosotros o viceversa, pero hay en este libro una mirada de incierta comprensión de la paternidad que reconforta y también de la incomprensión del mundo que nos rodea. Entonces ocurre el tercer strike del libro. Estamos fuera. Nos picaron los escorpiones en el momento que cualquiera de estos cuentos nos hacen pensar en el veneno propio.