Tierra Adentro

El pasado abril del 2014, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre fue se­parado de su cargo como dirigente del PRI en el Distrito Federal. Su renuncia fue obligada por un escándalo mediático de índole, digamos, sexual. Alegando que la reportera que lo exhibió lo hizo de manera engañosa y encubierta, CGT denunció a MVS. Con esto, y apoyado en la red de contactos pudientes que ha dedicado parte de su vida a tejer, no fue procesado penalmente por sus crímenes, únicamente perdió su puesto.

ACGT se le conoce también como el Príncipe de la Basura (por ser hijo de Rafael Gutiérrez, el Rey de la Basura). Mientras imagino un caso clínico de Freud que llevase tal título, no puedo evitar con­siderar cómo afectará a un ser humano ser simbólicamente atrave­sado por tal apodo. ¿Generará una suerte de desprecio vengativo por la humanidad, alimentado de un temor a ser el desecho de alguien más? No lo sé. Lo que sí es de conocimiento público es que presuntamente CGT regenteaba una red de prostitución a través del Partido Revolucionario Institucional (énfasis en Institucional). Su secretaria, Sandra Esther Vaca Cortés, sería quien reclutaba chicas, en un elaborado y teatral proceso de contratación, para establecerlas en la nómina del partido como edecanes. Aunque más que pararse en algún evento con una cinta del partido al hombro, su labor consistía en estar a la disposición de los impul­sos libidinales de CGT y de sus colaboradores.

Quizá me parece despreciable. Quizá ése es el chiste. Quizá de­bería parecérmelo más. Quizá parte de mí tiene ganas de regen­tear una red de prostitución desde las instalaciones de un partido político. Quizá me cause pereza toda la maniobra. Quizá me pare­ce patético. Pero no completamente. Sobre todo, tales sucesos (es decir, su relato mediático) resultan entretenidos, y su decadencia más que indignar produce angustia.

¿Por qué motivo CGT no se fue de putas simplemente? ¿Por qué no se aventó el catálogo enterito de divas.com en room service de algún hotel cinco estrellas en Polanco? Digo, también lo pudo haber facturado como viáticos directos a las arcas del partido. Es decir, pudo haber fornicado, a gusto, con la misma frecuencia, con la misma cantidad y variedad de mujeres (atractivas, digamos), sin necesidad de tenerlas en la nómina del partido y de todas formas proteger sus ahorros.

Pero coger rara vez se trata de coger. El sexo y la sexualidad no son la misma cosa. Uno es un acto y la otra es un rito, una atmós­fera, un modo de estar en el mundo. Tal división categórica es lo que genera angustia en esta historia. Digamos que CGT no busca­ba el placer de empaparse en las mieles de una mujer bonita. De ser el caso, lo más probable es que no estuviésemos ni enterados de su sexualidad. Quizá sólo buscaba sentirse superior (o dejar de percibirse como inferior) a los demás hombres.

La sexualidad es, por necesidad, perversión. Sin ello, el sexo se reduce a la fricción genital en la supuesta misión instintiva de reproducir a la especie. Pero para nosotros, que hablamos y somos a su vez hablados, «el instinto» es también una idea que configura nuestra relación con el mundo e incluso la estructura de nuestro cerebro. Pero que todos seamos partícipes de aquella perversión que es la sexualidad no implica que todos somos per­versos. Pareciera que CGT sí. Pareciera que buscaba, sobre todo, burlarse, burlarse de la ley. Estar por encima de la ley. Ser la ley. Eso es lo que define a un perverso, y no sólo la creatividad in­consciente que condimenta la sexualidad humana. Así, de paso, CGT quería burlarse del Estado y de los contribuyentes y de un proyecto de nación. Y así, en la fantasía, vivir creyendo que esos millones de contribuyentes no aportan sus esfuerzos al sustento del país y su futuro, sino a la inmediatez de los genitales de CGT, o dondequiera que enfoque su placer.

No lo culpo por desearlo. Además, a diferencia de la mayoría, fue consecuente con sus deseos. En sintonía con la «filoso­fía» yolo (You Only Live Once, tendencia semireflexiva sobre la mentalidad, derivada de una pista del hiphopero Drake y un hashtag ocurrente en redes sociales), CGT tuvo la osadía de pro­curar los medios para intentar cumplir sus deseos. No sé si termi­nó de lograrlo, pero se esmeró en pos de su fantasía de burlarse de una nación, haciendo de sus instituciones su putero personal, negociando las zonas erógenas de chicas desesperadas/vanido­sas/confundidas, quienes también jugaron el juego. Digo, también son adultas, con probables desventajas sociales e históricas, pero no les pusieron un arma en la sien, y seguramente muchas otras dijeron «no, gracias». Y ni por un instante pensamos que este fe­nómeno es exclusivo del PRI. Baste mencionar a los diputados panistas en el mundial de Brasil, a Escamilla (PRD) en Iztacalco, los tantos sacerdotes católicos romanos apostólicos pederastas, y un extendido y múltiple etcétera.

El yolo de CGT evidencia una insatisfacción crónica y su propia desesperación. Es un yolo torpe, al servicio de sus carencias. Tanto así que perdió su puesto. Pero para comprender cuán tam­baleante y erizo es el yolo de CGT, basta compararlo con el yolo del maestro del yolo. Aunque, siendo justos, sería como comparar al Necaxa con el Real Madrid; comoquiera hay que hacerlo. Me refiero al magnate grecoamericano Aristóteles Onassis.

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Mientras CGT se volvió parodia de su propia burla, esclavo de una compulsión, AO creó una genuina obra de arte. Durante el verano de 1959, AO abordó su monumental yate privado en com­pañía, nada más y nada menos, que de María Callas, la mega ultra diva de la ópera mundial. Y si no entiendes cómo se exaltarían los sentidos, a media noche, en altamar, con la inmensidad del cosmos: reflejada en las crispadas y saladas aguas, la voz de mc, sin regulación o impedimento alguno, derrochada ante la infi­nitud, mientras agarrada del barandal del barco la penetras… Si no entiendes eso, entonces mereces seguir mendigando migajas libidinales, esas que caen de la mesa de la inercia de la historia.

Ayn Rand (quien, admitamos, no fue original pero sí contun­dente, y cuyos adeptos son insoportables en su estupidez de creer que la inteligencia se imita, mas no se ejerce) atinadamente su­girió que toda época de la humanidad regida por las ideas de Platón ha llevado al oscurantismo, mientras que aquellas impul­sadas por el pensamiento aristotélico han conducido al progreso. CGT, por más pragmático y gandalla que parezca, es realmente un platonista, en cuanto a los abstractos ideales metafísicos que rigen sus deseos, que no sus sentidos, y el ejercicio de los mismos a través de la razón. Mientras que AO, para empezar, también se llama Aristóteles.

Así sucede con esto del yolo: suele ser una excusa para un su­puesto hedonismo que resulta un frenesí en busca de atascar los sentidos hasta el entumecimiento. No busca saborear atentamen­te un solo instante de la experiencia viviente. yolo es también una frasesita para ironizar la vida temerosa y resguardada, donde por no perder o joderse esa única y preciada vida se evitan los riesgos a toda costa. Ambos usos fallidos son, de hecho, lo mismo. Son muestras del temor a la vulnerabilidad y, por ende, de cualquier forma de plenitud. Pero el fallo es de origen y es un fallo lógico. La idea de que sólo se vive una vez brota en contraste a un imaginario donde se conciben múltiples vidas. Es decir que detrás del halo de «realismo duro» de esa frase se resguarda una abstracción y no una cognición directa. Aunque CGT seguramente se rige por su versión de yolo, seamos precisos: AO probablemente no diría que le hace al yolo; supongamos que diría otra cosa, algo más al estilo de dic: Death Is Certain. Es cierto, y lo reitero con frecuen­cia: la vida no es un milagro, es un hecho. Y como dicta el lema de aquel restaurante parisiense (al que aún no he ido) Tour d’Argent: en esta vida no hay nada más serio que el placer. Provecho.