Tierra Adentro

Venimos a traer noticias acerca de un monólogo reinventado, en el que siete escritoras juegan a ser Carlota, experimentan con el lenguaje y resuelven de formas variadas, lúdicas y neobarrocas, las palabras escritas por Fernando del Paso en voz de la emperatriz. Pedimos, a las siete voces de este coro esquizofrénico, que partieran del magnífico arranque del último capítulo de Noticias del Imperio: “Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y el Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México…”.

La noticia de tu muerte me ha quitado la razón para siempre. Ni siquiera pude abrazar tu cuerpo por última vez, pero sólo muerto habrías aceptado mi calor. En los últimos meses de nuestra vida compartida sólo hubo rechazo y traición para mí, que jamás estuve con otro hombre, que te guardé lealtad absoluta y que fui tuya siendo casi una niña. Fui tu compañera cuando vivíamos en Italia, donde no pasaba nada y los dos nos aburríamos y soñábamos en silencio con el poder. Teníamos ideales de progreso, sobre todo tú, Max, que eras estúpido e inocente, bien intencionado y culpable por tu falta de malicia. Debiste dedicarte a la filosofía o al arte, no a la política. Los dos fuimos incapaces de ver la tragedia inminente: tú, muerto. Yo, muerta en vida. Apenas regresé a casa a pedir ayuda, mi hermano me llevó al psiquiatra. Temía por mi salud mental (creo que eso dijo). La verdad es que estaba aterrado de que regresara por ti y también me mataran. Jamás entendió que yo volví de México muerta del alma y del corazón. Que los años por venir serían de soledad y miseria. De inventarme recuerdos para seguir existiendo. De aferrarme a la memoria para no olvidarte ni olvidar nuestro sueño efímero. Es evidente que nunca le importamos a nadie. Éramos un par de huérfanos y no lo sabíamos: te mandaron a una misión suicida y te dejaron solo. Yo era lo único que tenías y te seguí por amor, pero sobre todo porque estaba aburrida, hastiada de ser una niña rica. Por eso la propuesta de irnos a México me volvió loca de curiosidad y de ambición. Tú y yo conquistaríamos a los mexicanos. Llegamos al Valle del Aná­ huac, protagonizamos la ceremonia de coronación en la Catedral, ocupamos la recámara principal del Castillo de Chapultepec. Entonces todo cambió y por primera vez en mi vida pensé que haría algo importante y digno de ser contado. Creía en ti, porque aunque te habían traído los conservadores, tenías ideales de igualdad, progreso y cultura. Pensaste que era posible vencer a Juárez y a los liberales. Lo cierto es que habíamos firmado una sentencia de muerte. Me sorprendió la felicidad y el cobijo que sentí en ese país lejano. Asombrada por la sencillez de la gente y del idioma, pasaban cosas emocionantes, todo era novedad y jamás extrañé Europa, ni a mi familia ni nada.

Nos equivocamos Max. Éramos invasores, oportunistas, carne de cañón para un experimento fallido.

A veces me escuchabas. Me decías que te gustaba mi cabeza, que mi mente te excitaba. Creo que también te gustaba mi incipiente locura, que comenzó a gestarse cuando me di cuenta de que estábamos en peligro y soñaba con sangre y muertos. Ni siquiera pude besar y abrazar tu cuerpo inerte. Ver tus ojos sin brillo por última vez, meter mis manos hasta los codos en tus llagas, lamer un poco de tu sangre seca, velarte, amortajarte, enterrarte. Me dijeron que estabas muerto y después se me nubló la memoria. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que nos despedimos en Ayotla, sin saber que sería la última vez. Te amé durante mucho tiempo. Y te odié por acostarte con otras porque cada vez me mirabas menos; porque éramos unos imbéciles que jamás debieron salir de su burbuja de comodidad. Apenas diez años duró nuestro matrimonio. Ni siquiera un hijo me queda de ti. Tan sólo jirones de memoria. Una noche de amor en el Castillo de Chapultepec. Yo, una loca, pero en la cama. Ebria de tequila, desnudándote. Pidiéndote una embestida amorosa. Recibiéndote. Ese es mi último recuerdo. El último jirón de realidad que habita mi mente.