Tierra Adentro

La fábula, la trama y la acción en un drama, son la parte fundamental de cualquier historia. La trama, que ya está bien explicada por Aristóteles en su Poética, se relaciona con los mitos de aquella civilización (de la cual, en cierto modo, somos descendientes) y estos han sido estudiados con formas no aristotélicas cuando se ven envueltos en alguna crisis dialéctica.

Cuando las formas envejecen, son necesarios nuevos modos de contarlas para que se comuniquen a un público contemporáneo de una manera más nítida y cercana a lo que éste puede entender sobre tiempos pasados.

Por ello, la prosa y el drama han cambiado sus estructuras, ambas han trasformado su línea temática y temporal, han cambiado la fluidez de la explicación y la concepción de los personajes. Han mutado, y muchas veces intercambiado su naturaleza tanto en estilo como en estructura.

Esto es fundamental para entender lo que José Sanchis Sinisterra expone en su trabajo teórico sobre la narrativa en el drama, o lo que él denomina «Narraturgia».

Habría que ir para atrás en el tiempo para entender que durante el siglo xx, los grandes relatos dejaron de tener fuerza (me refiero a los mitos grecolatinos o isabelinos) y la tragedia o el elemento trágico pasó a segundo plano. Para Steiner, es la novela quien toma esos relatos míticos y el drama se despoja de la necesidad de exponer o representar las historias encaminándose hacia otro territorio: el de la comunicación o la incomunicación, el de las relaciones de la sociedad burguesa y ya no aristócrata. Chéjov e Ibsen son los artífices de lo que hoy se conoce en las escuelas de actuación como subtexto. Pero no todo texto tiene subtexto, es más, muchos de los textos contemporáneos no tienen nada que subyace a la palabra, no tienen más que lo que la palabra expone. Así, se hace fundamental hacer un análisis coercitivo de los textos para saber cuáles son sus características y a partir de ahí crear una estética que llene, o no, esos espacios.

En la dramaturgia contemporánea conviven estos dos mundos, los de los textos donde todavía hay un relato, trama, diálogo, subtexto, personajes, protagonistas, acciones, sucesiones, cronología, y los textos que rompen con la mimesis e intentan fragmentar los relatos, deconstruir a los personajes, hablar de lo que no se puede decir con palabras. Es aquí donde entra la narrativa en el estilo dramático.

Desde hace algunas décadas, la narrativa también se volvió forma; al liberarse de su bagaje dialógico, el drama comienza a hacer que los personajes se vuelvan narradores y usa a los coros para describir, pedir, soñar como parte de la fragmentación del relato. Esto parecería una contradicción porque los textos narrados no tienen línea narrativa, por ello, es frecuente que se confunda la estructura narrativa con la prosa como parte del diálogo de un personaje. Estos contrastes que parecen fundirse, en realidad se contraponen: mientras el diálogo dramático era causante de la creación de la trama, los personajes activaban la acción de la fábula. Antes, todo era cronológico y lógico, tiempo y espacio permanecían en armonía con el suceso; todos entendíamos lo que el autor nos quería contar. En contraposición a están las nuevas narrativas donde el personaje comienza a conversar y lo importante es lo que él tiene que decir sobre sí y el mundo que lo rodea.

Es lógico no hablar de narrativa en el drama, sino de narraturgia como si fuera una nueva forma de involucrar a la prosa en el texto dramático. Es decir, hablar del estilo en el que se expresa una persona y no en la estructura del texto. Si habláramos de un texto narrativo, nos referiríamos a la estructura fundante de ese texto, a que la concatenación de acciones están relacionadas con la fábula y los personas no tendrían que cumplir ni con los espacios físicos que determina el teatro dramático, ni con la idea de presencia en el escenario. Ciertamente, cuando se presenta un texto narratúrgico como el caso de De insomnio y media noche de Edgar Chías, Negro animal tristeza de Anja Hilling o Los difusos finales de las cosas de Carlos Enrique Lozano, la narrativa es parte fundamental del decir de los personajes, el presente de la fábula se construye a partir de pedazos de conversación, fragmentos de información que van resonando en el ambiente pero que el espectador tiene que hilar por sí mismo. Las interpretaciones son variadas, y a pesar de lo difuso (tomando la palabra de la obra de Lozano), lo que indagan estos textos tiene que ver con la representación del relato ante el lector-espectador desde un lugar menos dramático y más cercano.

En contraposición a la narraturgia se encuentran obras que fragmentan el lenguaje y que no se relacionan con la estructura narrativa ni con la prosa y aparecen más como una reconstrucción absoluta del espacio, del personaje y el lenguaje. Éstas son más cercanas a las experimentaciones de la poesía y otros géneros literarios, como lo explicaba Roland Barthes en El grado cero de la escritura, donde la relación con la palabra se da en un nivel filológico y simbólico y no tanto en la composición del relato. En este tipo de textos, por ejemplo Fragmentos Líquidos de Diego Aramburo, (próxima publicación en México en Transdrama), no se trata de una narrativa, sino de una deconstrucción del lenguaje y, por lo tanto, de la mímesis y la idea de representación que no sucede con las obras anteriormente citadas, las cuales contienen en su estructura una prosa más afianzada en el habla que en la estructura del texto.

 

 

 


Autores
(Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora. Sus textos se han llevado a escena y se han presentado en festivales de dramaturgia en Canadá, España, Argentina y México. Recibió el Premio Airel de Teatro Latinoamericano, Toronto, 2013 por su obra Palabras Escurridas y el Premio Internacional de Ensayo Teatral 2013 por Territorios textuales. Sus relatos se editan tanto en México como en España. Actualmente prepara dos nuevos montajes con su compañía Mazuca Teatro e imparte el seminario El teatro como territorio de la palabra en 17, en el Instituto de Estudios Críticos.