Narciso en los tiempos hipermodernos del selfie
El pasado 13 de diciembre el fotógrafo documentalista Christian Rodríguez presentó su fotolibro Selfie, en el que aborda el tema del autrorretrato y de su uso en las redes sociales. Sin duda el fenómeno del selfie ha sido poco estudiado, tal vez por tratarse de un tema al que damos poca importancia, sin embargo el selfie no solo ha transformado la manera en la que usamos la fotografía y en la que interactuamos con nosotros mismos, sino también ha modificado la forma en la que nos relacionamos con los demás a través de su publicación en las redes sociales. El selfie es el resultado de una sociedad mediatizada, cibernética y narcisista, a su vez representa la imagen perfecta del hombre nuevo, quien encarna la era del hiperindividualismo en todas sus actitudes.
Según afirma Gilles Lipovetsky, la posmodernidad ha llegado a su fin, dando paso a una nueva época: la hipermodernidad. En ella el pasado reaparece, el presente adquiere una importancia fundamental en la vida de los individuos y el porvenir se asoma como nueva forma de reinterpretar el futuro: el progreso deja de tener cabida.[1] El hombre nuevo es producto de un momento histórico en el que el prefijo hiper define el comportamiento de la sociedad y el sistema en el que se desenvuelve: hiperconsumismo e hiperindividualización.
La economía cada vez va más dirigida al consumo, así como a la comunicación de las masas, lo que ha llevado al nuevo hombre a la búsqueda y revaloración de sí mismo a través de la imagen. Le gusta ver su imagen reflejada, tal como Narciso, pero su amor no ha sido correspondido y en esa lucha se vuelve un hombre cada vez más insatisfecho. El hombre hipermoderno es al mismo tiempo hipervisual y sus necesidades de consumo de imágenes se ven saciadas no sólo por la publicidad y el internet, sino también por las herramientas que le son suministradas para la producción de imágenes. La fotografía resurge como un medio que permite al individuo reinventarse en una necesidad de reencontrarse consigo mismo.
Lo hipermoderno se caracteriza por la transformación que hubo en torno a la concepción del tiempo, pues cada día nos es más importante conseguir mayor aprovechamiento en el tiempo. Este es el motivo por el cual buscamos horarios laborales más variables y mayor tiempo libre, hacemos más espacio al tiempo de consumo, al de actividades culturales y al tiempo de vacaciones.[2] Cuanto más tiempo libre se tiene, existe mayor necesidad de fotografiar cada instante. En 1965 Pierre Bourdieu escribió sobre la actividad fotográfica de las familias de Lesquire, en Bearn, e identificó que la mayor actividad se realizaba durante las vacaciones, lo que significa que estaba muy relacionada a la actividad turística. “La fotografía está allí para certificar, para siempre, que el tiempo era libre y que se tuvo la libertad de fotografiarlo”.[3] Ya no se trata únicamente de preservar el momento en la memoria familiar, sino de inmortalizar nuestra propia esencia, de conservar en nuestra memoria y llevar a la memoria colectiva el reflejo de nosotros mismos que se manifiesta en esa nueva superficie cristalina que Narciso no conoció: el lente de la cámara.
Los valores éticos de los años sesenta ya no nos gobiernan, hoy en día entramos a lo que Lipovetsky llama la era de la felicidad, en la que se enarbola la bandera de la realización personal, con la que se evoca al tiempo libre, al erotismo, al bienestar físico y espiritual. La fotografía de las vacaciones en familia aún es vigente, pero al cambiar los “modelos de familia” se modifican también los motivos a fotografiar. Hoy muchas de las nuevas familias se conforman únicamente por la pareja, y la ausencia de hijos es cada vez más evidente. Aparece la fotografía de viaje en pareja, al igual que la fotografía del disfrute del tiempo libre en soledad. Es en ese punto en el que el selfie cobra importancia y sentido. Entre más abandonamos la colectividad más volvemos la mirada hacia nosotros mismos, nos hacemos cada vez más conscientes de nuestra esencia, el yo cobra más fuerza y en la medida en la que interiorizamos más profundamente nos alejamos un todo, nos volvemos más solitarios y en esa soledad es que nace Narciso.
Con el selfie no sólo se quiere enaltecer la figura de uno mismo, sino también reflejar ese bienestar físico y espiritual que tanto busca el hombre hipermoderno. Ya no se retrata el momento en el que uno forma parte del colectivo, sino se retratan aquellos en los que uno está solo en la cotidianidad como para reafirmar socialmente que se ha tenido éxito, que cuidamos de nosotros mismos y que hemos logrado el confort que el hipermodernismo propone: lograr la felicidad sin necesitar a nadie. Se consume el bienestar para uno mismo, teniendo siempre interés por mostrar la imagen de self love a los demás. El Narciso no sólo está preocupado por sí mismo, sino por demostrar a los demás que se ama. El nuevo hombre es narcisista y hace uso de la fotografía para reafirmarlo.
La hiperproducción de imágenes de uno mismo responde a la necesidad de reinventarnos con cada foto, pero también a la necesidad de reconocimiento por parte de lo demás. Nos decimos independientes, autónomos, siempre volteando hacia adentro y buscando satisfacer nuestros propios intereses, pero Narciso no puede ser él mismo sin el reconocimiento de otro, sin su aprobación, sin un like. El selfie es el nuevo narcótico, ese al que uno produce y consume en un intento por llenar el vacío de existencia que deja la hipermordernidad en nuestro tiempo.
[1]Gilles Lipovetsy, Los tiempos hipermodernos, trad. Antonio Prometeo Moya, Ed. Anagrama, Barcelona, 2006, pág. 62.
[2]Ibid., pág. 79.
[3]Pierre Bourdieu, “Culto a la unidad y diferencias cultivadas”” en Un arte medio. Ensayo sobre los usos sociales de la fotografía, Editorial Gustavo Gili, Col. Fotoggrafía, Barcelona, 2003, pág. 75.