Mimicking Birds: partículas de folk rock para una road novel
En la más reciente novela del español Agustín Fernández Mallo, una pareja viaja de la Ciudad de México a Nueva York con la intención de rentar un auto y cruzar el país vecino hasta Los Ángeles. Fiel a sus obsesiones, el creador de la trilogía Nocilla Project ensayó un fragmento de road novel en el que un par de excéntricos se mueve a la deriva y pasa muchísimas horas entre moteles y carreteras.
Él toma apuntes y ella maneja al límite de la velocidad permitida. Esa parte de Limbo (Alfaguara, 2014) nos lleva hasta pueblecitos que parecen fantasmas, nos coloca en el asiento trasero de un automóvil que atraviesa parajes en los que la naturaleza arroja su belleza al parabrisas. Pasan de estar cerca de lagos y arboledas a colocarse en busca del corazón del desierto Mojave.
El lector es el acompañante deseado que bien puede conformarse con la manía de la protagonista de apagar la radio o bien empeñarse en encontrar la banda sonora ideal para realizar tal periplo. En lo personal, me dejé llevar por la portada de un disco que funciona como una naturaleza muerta: una mariposa negra alterna con el cráneo de una res y ambos posan sobre un suelo polvoso y probablemente desértico.
La máquina del azar hizo que Eons fuera la banda sonora precisa para leer la novela. No sabía nada de la banda y mientras pasaba de hoja a hoja me negaba a llevar a cabo cualquier pesquisa complementaria. Era suficiente con la portada y una música que reivindica la mejor tradición del folk rock; canciones llenas de misterios, de cuerdas de guitarra que evocan tiempos idos. Melodías cinemáticas para historias apenas entrevistas.
Ejecutantes que tocan en busca de la variación de intensidades y de pasar de la añoranza a la ensoñación. Eons (Glacial Pace, 2014) es un espléndido descubrimiento, aunque después me enterara de que no se trata de un disco debut, pero sí del proyecto extendido de un guitarrista que comenzó componiendo sus temas en el interior de su recámara.
El también cantante Nate Lacy, residente de Portland, Oregón (uno de los centros neurálgicos del indie), recibió el apoyo de Isaac Brock, líder de Modest Mouse, quien apreció el alto nivel de sus composiciones y le propuso convertir a la banda en su proyecto paralelo. Para la primera grabación epónima del 2010 la alineación se amplió hasta quinteto, aunque ahora funcionan como trío que se completa con el bajista Adam Trachsel y el baterista Aaron Hanson, que ha cosechado todo tipo de elogios.
A las diez piezas que conforman el disco hay quien les encuentra un ligero toque psicodélico que les permite elevar el rango emocional. Ellos forman parte de una Norteamérica distinta; una que reside en los márgenes, en la periferia de los grandes centros urbanos y no la que abandera el capitalismo salvaje. Una cofradía invisible en la que también se puede incluir a bandas como Fleet Foxes, Menomena, Phosphorescent, The Tallest Man on Earth y Okkervil River. Creadores huidizos a los que se considera parte de esa New Weird America.
Eons fue grabado —como su antecesor— en el estudio Glacial Pace Recordings y conserva algo del sello de aquel material: su fragilidad, melancolía y letras un tanto surrealistas. Partieron de ponderar sus hallazgos y desde allí se explayaron, porque esta entrega significa un notabilísimo paso adelante en todos los sentidos.
Arranca “Memorabilia” y hay un sonido análogo que nos remonta a cuando los aparatos eran de bulbos. Parece el eco de un tiempo evocador atravesando por los cuerpos de un grupo de músicos que se entienden perfectamente. Ellos respetan la tradición pero en el presente hacen que confluyan cosas que vienen del country con la fuerza del rock.
Para “Acting your age” van ganando en matices y alcanzan cuotas altas de belleza musical que nos hacen recordar a ese genio llamado Justin Vernon, ya sea tocando con Bon Iver o con Volcano Choir. Aparece esa forma de cantar en un suave y agudo falsete, que en “Owl hoots” los muestra en plenitud (ese fue uno de los temas de adelanto).
¿Por qué seducen los Mimicking Birds? Bueno, allí están esas guitarras arpegiadas y esa técnica del fingerpicking, formas sinuosas en las bases rítmicas, y lo mejor, una masa de rock and roll que va aumentando paulatinamente en las piezas, casi con un sentido progresivo, que una vez más resuenan al señor Vernon, pero también de algunos grandes momentos de Sufjan Stevens.
Muchas cosas fueron puestas en su sitio durante estos cuatro años de ausencia entre disco y disco, se percibe una total seguridad en el rumbo de la búsqueda. Uno de los agregados novedosos pasa por el trabajo de teclados en “Bloodlines” —otro de los anticipos—, un corte lleno de magia y magnificencia que amplía las perspectivas del folk rock contemporáneo (que además cierra con un pasaje un poco experimental).
Así, mientras las partículas de Eons se esparcen cada vez que le damos play al disco, los personajes de Limbo salen una y otra vez de New Jersey y se internan en la provincia profunda. Se mueven en un vehículo anodino y cruzan Kansas, duermen en Denver y comen camarones antes de enfilar rumbo a la planicie del Mojave. Uno de ellos busca obsesivamente El sonido del fin. Yo no puedo saber a qué se refiera o como es que suena aquello. En sentido contrario, me convenzo de que la música de Mimicking Birds sólo conoce de vastedad y plenitud –que no son cosas menores-.
Tal vez en algún lugar se escuche El sonido del fin, pero en las distancias cortas tengo delante una decena de canciones que proponen un nuevo comienzo, uno en que notas y sonidos se repitan en un bucle infinito.