Tierra Adentro
Imagen extraída del EPUB del “Aleph para máquinas”.

Titulo: El Aleph para máquinas

Autor: Pierre Herrera

Editorial: TextJockeys

Lugar y Año: Ciudad de México, 2019

 

Reseñar o, mejor, llanamente escribir sobre un libro conduce al intento de inventariar, destacar para un hipotético lector tal o cual elemento del contenido. Sin importar la elección del tema, la calidad de la prosa, el ritmo, sabemos qué cosas podemos (o debemos) esperar, sobre todo si se trata de una narración. A veces parecería que esperamos obtener de la literatura lo mismo que esperamos obtener de un auto o de cualquier producto de consumo.

Es un error pensar en la narrativa como un orbe infinito del cual pueden extraerse siempre formas infinitas. Sería mejor pensarla como una cantera enorme, pero finita. Conflicto, voz y efecto entretenido: características de las que El Aleph para máquinas (Edición del autor, Text Jockeys, 2019) de Pierre Herrera carece y, en cambio, señala a través de un mecanismo que es su propia causa. Pequeñas esferas dispuestas sobre el espacio de la hoja como un intento de drenar el significado.

No es casual la elección del formato: EPUB de 437 KB. Tampoco la vía de publicación (autoedición digital), el medio de distribución (internet, redes sociales) ni la licencia de Producción de Pares. A pesar de que la literatura, como todo en el occidente capitalista, se enfrenta a la demanda de un gusto creado a partir de flujos económicos, un Aleph únicamente puede funcionar bajo su propia lógica.

“Signos que no son signos en tanto aluden a algo distinto de ellos mismos y, por lo tanto, poseen un estrato de inmaterialidad independiente del significado y el referente”. Asumamos, por ahora, la posibilidad de que en efecto se trata de una intervención del Aleph borgeano. A diferencia de los otros, la versión de Herrera no puede ser leída, al menos no convencionalmente. Puedes scrollear a través de la secuencia de formas, espacios y páginas, pero no leer. No hay nada que leer, aunque haya signos, le muestra cosas al lenguaje que este apenas identifica como bultos opacos: el intento de generar palabras choca.

Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio supone un pasado que los interlocutores comparten. Escribir ajeno no es nada nuevo en lo que toca a historia del arte; Borges, como sus coetáneos Fernández y Grombrowicz, masajea la idea de la escritura como meta en sí misma; la reescritura como ese orbe donde está contenido todo. Irónicamente, en el caso de los Aleph, el engordamiento levantó suficiente humo para encender las alarmas de la propietaria de los derechos de Jorge Luis Borges y hacerla reclamar lo que entiende por “pago legítimo”. Repasemos. La intervención de Pablo Katchadjian consistió en colar texto nuevo entre lo ya escrito por Borges. Experimento con resultados positivos, en especial, si consideramos los alcances a largo plazo: la sentencia, favorable a María Kodama, consistió en la multa simbólica de 1 peso, la cual el artista se niega a pagar.

“Después de escribirla vi que había algo de profanación, en el sentido de que la profanación es llevar algo de vuelta al mundo […]. Todas las profanaciones exigen un ritual, y el ritual siempre tiene que ver con el juego”.

Contra la literatura como una práctica de mercado, el plagio. Al contrario de la opinión de María Kodama —apoyada en las legislaciones internacionales sobre derechos de autor— es el primer autor, el original, el que comete el plagio porque es este el que se apropia del excedente de labor colectiva que produce el texto; el segundo autor, el que plagia al primero, lo único que hace es devolverle a la colectividad lo que el primero se apropió.

Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio supone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?

Quizá el Aleph no sea el lugar donde convergen todos los puntos, sino desde donde todo sale y se disipa.

Para la tradición del capitalismo no hacer sentido es todo menos deseable, precisamente porque el significado es un comodín indispensable para determinar qué es lo que sí y lo que no se puede decir. Chomsky afirma que no hay diferencia radical entre el lenguaje y el mundo. En contraposición a un mercado (editorial) que demanda contenidos decodificables, Pierre Herrera suelta una pregunta encaminada hacia la búsqueda de una práctica, una estrategia basada en la naturaleza compartida del lenguaje: algo que significa algo para alguien en algún lugar. En vez de letras, círculos, patrones, color. Inexactitud basada en la experiencia particular del espacio. El Aleph para máquinas reta las condiciones de la estructura de un libro, si bien no alcanza a superarlas. La estructura espacio-temporal del despliegue de un objeto legible persiste. Entre la búsqueda de coherencia y la elección de un formato, quizá lo más interesante suceda al pensar la escritura fuera del cajón de la literatura. Ahora es un libro, aunque podría no serlo. Mejor que no lo sea. ¿Y si reprodujéramos manualmente los patrones, fabricáramos tarjetas perforadas y las usáramos para crear sonido? ¿Escritura para máquinas análogas? ¿Podría ser partitura, notación, instructivo? Solo son ideas.

Por lo demás, el problema, como siempre, es la enumeración siquiera parcial de un conjunto infinito.

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