Tierra Adentro

Titulo: Memorias de un hombre nuevo

Autor: Daniel Espartaco Sánchez

Editorial: Random House México

Lugar y Año: 2015

Ruritania: un reino imaginario inventado por el escritor Anthony Hope a finales del siglo XIX para usarlo como telón de fondo en sus novelas sobre aventuras medievales. Ruritania: una región imaginaria de la Europa cercana a los Cárpatos que han utilizado autores diversos, desde la ciencia ficción hasta la comedia inglesa, para ejemplificar territorios que colindan al mismo tiempo con lo melancólico y con lo absurdo. Ruritania: la extinta república socialista donde nació el protagonista de Memorias de un hombre nuevo, la novela más reciente de Daniel Espartaco Sánchez.

A medio camino entre sus dos libros anteriores, los cuentos de Cosmonauta y la novela Autos usados, Daniel Espartaco Sánchez reconstruye la historia de un treiteañero subempleado radicado en la Ciudad de México. Nunca duda en subrayar que el país donde nació por accidente ya no figura en los mapas. El constante recordatorio no es para menos: desde sus catástrofes amorosas, la conflictiva relación que lleva con sus padres, hasta la atribulada vida profesional que en algún momento lo orilla a ser un mal pagado redactor en el agónico proyecto de una enciclopedia, puede explicarse como un síntoma más de una pérdida temprana. El hecho geográfico, por supuesto, tiene una implicación ideológica: haber nacido en un país que ya no existe es haber crecido en el seno de una ideología arrinconada: el socialismo. En Memorias de un hombre nuevo, haber sido criado por partidarios del socialismo representa, ante todo, haber heredado una nostalgia por un proyecto en apariencia fracasado.

Si algo aprendimos quienes fuimos a la primaria en el siglo XX es que las clases de geografía pueden otorgar conocimientos indispensables para aprobar un examen, pero inexactos para recorrer el planeta: basta recordar la disolución de Yugoslavia o la partición de Checoslovaquia para admitir que la nomenclatura del mundo puede ser tan escurridiza como trivial. Y, sin embargo, algunos recordamos, con una precisión anómala, los mundiales de futbol o lo juegos olímpicos a los cuales asistieron países que ya no existen. De la misma forma, los personajes de Memorias de un hombre nuevo (una estudiante de posgrado en el extranjero, una joven activista mexicana radicada en un país socialista) admiten la geografía, con gusto o reticencia, como una categoría transitoria más de la vida.

De ahí el acierto de Espartaco Sánchez para ubicar una ideología específica en los terrenos movedizos de la fantasía: si el protagonista hubiera nacido en Checoslovaquia o Yugoslavia, Memorias de un hombre nuevo habría gozado de precisión histórica, pero, también, de miopía literaria. En cambio, Ruritania es capaz de acomodar en un mismo nombre la nostalgia por una lucha perdida y el terror por un presente alarmante, las tragedias de algunas naciones y nuestras absurdas comedias personales: ¿Qué era el hombre nuevo sino el que nacía dentro del sueño socialista? La procedencia geográfica marca la identidad de formas insospechadas; no en balde el poeta ruso Yevgueni Yevtushenko alguna vez escribió que «al principio los hombres inventaron las fronteras y más tarde las fronteras comenzaron  a inventar a los hombres».

A partir de la lectura de Memorias de un hombre nuevo, es fácil discernir que nuestra educación política y sentimental tiene raíces precisas en territorios escurridizos: como el protagonista de la novela, expatriado eterno que extiende su condición de turista a cada esquina de la realidad circundante, nuestros ideales suelen tener bases sólidas en los terrenos de la imprecisión. Ejercicio de pulcritud, Memorias de un hombre nuevo resalta por su brevedad cimentada en mecanismos narrativos más bien propios del cuento breve: escasas cien páginas donde la tensión argumental está regida por la intensidad en la atmósfera. Como muchos otros integrantes de su generación, pareciera que el autor desconfía de los tomos innecesariamente obesos. ¿En qué momento los narradores mexicanos empezaron a evitar las novelas de quinientas páginas? ¿Se deberá a la perdurable huella de Rulfo, la influencia de Bellatin? La pregunta es llamativa ante todo por una cuestión extraliteraria. Bien que mal, hasta la fecha se mantiene saludable el mito de que tanto editores como lectores prefieren novelas abultadas, mientras que algunos escritores se afanan en entregar obras cuya ambición no está relacionada con su longitud.

En este caso, Daniel Espartaco Sánchez dialoga, desde una brevedad sensata y vehemente, con una amplia generación que por momentos parece extraviada: cuenta con una cartografía precisa de búsquedas y deseos que a veces coinciden más con la fantástica Ruritania que con la realidad. Una generación que tiene en la mano el mapa, pero carece del territorio.